Ulán Bator
La capital de Mongolia adoptó su nombre en honor a su héroe nacional; entre las praderas de un majestuoso valle se edificó esta ciudad que fue testigo de las purgas estalinistas
POR LEANDRO ARELLANO
La palidez del sol invernal posee el mismo tono que la piel de las mujeres que transitan por la acera. Son jóvenes y marchan envueltas en varias capas de seda y lana. El frío no les impide exhibir su sonrisa veleidosa y su belleza altaica. A poco andar el forastero se refugia de la borrasca —como ellas— en un kiosco y dos medidas de vodka. Los parroquianos observan al forastero unos segundos y vuelven a charlar en su remota lengua. Las ciudades —como los hombres— se pierden o se salvan por sus contornos.
Los mongoles ingresaron a la historia cabalgando. Una alianza antigua de tribus preside la ruta. El forjador del país vaga aún a caballo en estepas y llanuras y su memoria late en el pecho de todos los mongoles. ¿Cómo olvidar que en tan corto tiempo derribó muros y fronteras y abrió puertas al tránsito de personas y de bienes físicos y espirituales, desde el Mar Amarillo hasta el Danubio?
El de las estepas, es el Imperio más vasto que ha existido.
Lo que el hado te dé
con alborozo recibe por ganancia.
Mas, el poder se diluyó, con el nomadismo que se pierde. Ulán Bator, porfiada y candorosa, la secular capital de los mongoles. Ulaanbaatar: héroe rojo.
Fundada en 1639, es cabeza de un pueblo trashumante, noble y majestuoso, encerrado entre dos geografías monumentales, que desconoce el mar y la arena que no proviene del desierto.
El paisaje citadino puede parecer, desde el cielo, un campamento infinito de “gers”, esas cabañitas de campaña que cada día tienden y levantan los pastores locales. En las regiones arenosas el alba produce un frío glacial.
La memoria evoca algunas viñetas coloridas. La referencia inscrita aquí responde a la lealtad por un fantasma. El de una anciana mostrando a un infante rituales budistas en un templo secular. La música híbrida generada por el cruzamiento Este-Oeste, con tonalidades y sonidos desusados. Un grupo de contorsionistas callejeras. La potente fuerza gutural de los místicos cantores tradicionales.
Las praderas que rodean a la ciudad se desdoblaban cada vez que la visitaba el forastero, quien atemperaba con ahínco las noches del invierno inclemente. El crepúsculo se encarnaba, entonces, tornándose todo seda, táctil y lunar, y trotaba hasta la consumación del sueño.
FOTO: Uno de los lugares más populares de Ulán Bator: el monasterio de Gandan. Brücke-Osteuropa
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