Umansky, la muerte de un embajador
POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
El jueves 25 de enero de 1945 los campos de Balbuena amanecieron en llamas. Las sirenas de los vehículos de emergencias cortaron el sereno de la madrugada para apagar el fuego que siguió al despegue fallido del Lockheed C-60 de la Fuerza Aérea Mexicana. A bordo viajaba el hombre fuerte de Stalin en México: el embajador Constantín Umansky. Lo acompañaban su esposa Raya, el agregado militar de su país Serguei Lazarev, y otras ocho personas entre tripulación y pasajeros.
A 70 años de la muerte de Umansky, la investigación que el servicio de aeronáutica militar realizó para conocer las causas del accidente permanece en los anaqueles de la Defensa Nacional (Sedena). En un país con amplio historial de accidentes aéreos que involucran a personajes políticos, el contexto en que se presenta la muerte este ex periodista de la agencia de noticias TASS -amigo de Pablo Neruda, del general Lázaro Cárdenas y de Antonio Castro Leal- pertenece a los albores de la Guerra Fría.
Umansky era un hombre de mundo, políglota y culto. Su cartografía acumulaba estancias como corresponsal en Europa Oriental, Ginebra y Roma. Según el expediente 4/351.7 43/715 del Instituto Nacional de Migración mexicano (INM), Umansky entró a territorio nacional por la frontera de Ciudad Juárez el 21 de junio de 1943. Desde los primeros días en México, el ucraniano activó su abanico de habilidades en la gestión de información: el manejo de los reflectores, el trato encantador con la prensa y el coqueteo con los grupos de intelectuales mexicanos simpatizantes del bloque comunista.
Sin embargo, fuera de la vista de los reflectores, este diplomático cumplía un rol que superaba los buenos tratos y los convivios con la inteligencia mexicana. Desde su llegada a México, el servicio de espionaje de Estados Unidos mantenía un estrecho seguimiento a sus actividades.
Entre 1939 y 1941, Umansky había encabezado la embajada de la Unión Soviética en Washington. Su salida de esta representación coincidió cronológicamente con el arranque del Proyecto Enormous, misión secreta con la que los rusos copiaron el recetario norteamericano para la elaboración de la bomba atómica. Mientras Umansky fue enviado a trabajar en las oficinas centrales de la policía política en Moscú –donde estaba departamento central que dirigía este proyecto–, Stalin destacó al general Pavel Fitin para que desde su modesto escalafón en la estructura de la embajada en Washington coordinara bajo el nombre clave de Viktor parte de la red de colaboradores y espías soviéticos en México y Estados Unidos.
Dos años duró la estancia de Umansky en las oficinas de la temida NKVD hasta que la reanudación de relaciones diplomáticas entre México y la Unión Soviética significó una nueva base de actividades para el espionaje ruso, a donde enviaron a uno de sus hombres más talentosos.
Mensajes de los servicios de inteligencia soviéticos descifrados en Estados Unidos por el proyecto Venona de la NSA (National Segurity Agency, por sus siglas en inglés) señalan que desde su arribo a México, el ex periodista no sólo estuvo al tanto del trabajo que la red de informantes desarrollaba a ambos lados del Río Bravo, sino que participó directamente en el abastecimiento económico y de insumos para su misión.
El despacho 474 del 28 de julio de 1944, enviado desde Moscú al Distrito Federal, señala el depósito que el embajador soviético recibió un día antes en su cuenta bancaria por dos mil 400 pesos mexicanos y que estaba destinado a la compra de dos cámaras fotográficas marca Leica para uso de los espías que tenían distribuidos a ambos lados de la frontera.
Estos mismos depósitos habían puesto en apuros a algunos de los informantes que el Proyecto Enormus tenía entre funcionarios y personalidades de la política mexicana. Uno de esos colaboradores eran Adolfo Oribe de Alba, que desde sus oficinas en la Comisión Nacional de Irrigación en la avenida Balderas servía como puente financiero del proyecto. El segundo informante que señala el proyecto Venona era el dirigente sindical Vicente Lombardo Toledano. Mientras Oribe es identificado en estos cables con la clave Okh, el segundo recibió las siglas Sh….
Un par de despachos internos entre la dirección del Proyecto Enormus en Moscú y su estación en México abonan a la participación de estos dos políticos mexicanos y Constantin Umansky en la gestión de información y activos bancarios para estos fines. El despacho 208 del 10 de abril de 1944 ordena a Pavel Fitin, destacamentado en Washington, dar a Lombardo Toledano (Sh…) las facilidades necesarias para remitir información en primera instancia a Umansky (agente Redaktor), e incluso recomienda a Fitin evitar el contacto directo con el líder sindical.
Dos meses más tarde, el 9 de junio de 1944, el despacho 492 que recibió Moscú desde el Distrito Federal notifica la transferencia que el ingeniero Adolfo Oribe (Okh) hizo por 8 mil 248 dólares a la pareja de espías Nicolás y María Fisher. Este movimiento de activos contó con la intervención de Lombardo, quien alertó a Oribe y a sus tovarishes en Moscú sobre la posibilidad de que este movimiento monetario fuera detectado si se realizaba en una sola exhibición y desde la cuenta personal del ingeniero.
La cercanía de Umansky y Lombardo Toledano no era un secreto para el gobierno mexicano, que mantenía constante seguimiento a las actividades de este último y registró los dos únicos encuentros públicos que ambos sostuvieron en la ciudad de México. Según el expediente 710.1/101-10 del Fondo Ávila Camacho del AGN, la primera fue el 19 de agosto de 1943 en el Teatro Iris durante la recepción que la comunidad judía hizo al embajador soviético. La segunda, el 8 de noviembre del mismo año en el Palacio de Bellas Artes durante la presentación del Libro de la amistad del pueblo mexicano en homenaje a la Rusia soviética. La amistad, y sobre todo la colaboración entre ambos personajes, estaba pactada.
La caída
Faltaba más de una hora para que clareara el día cuando el experimentado diplomático soviético abordó el Lockheed C-60 Lodestar de la Fuerza Aérea Mexicana con destino a Costa Rica, donde presentaría sus cartas credenciales esa misma tarde. Días antes, Umansky había recibido información de sus colaboradores que confirmaban noticias terribles para su entorno privado: durante la retirada de las tropas nazis del frente oriental, éstas habían exterminado a toda la familia de su esposa Raya. Ella lo desconocía.
La tragedia seguía a Umansky, pues su hija Nina –de 16 años de edad– había fallecido meses antes durante el trayecto a bordo del buque que los condujo de Londres a los puertos norteamericanos en su tránsito a México. La versión que circuló en la prensa nacional sobre este antecedente señalaba que su muerte se debió a un resbalón fortuito mientras la joven descendía unas escaleras en los pasillos del buque. Vassily Jakubowski, colaborador del embajador durante esos años de esta la embajada en Tacubaya, contó en la década de los 90 al historiador ruso Alexander Sizonenko el decaído estado de ánimo que padecía Umansky, lo que hizo que se dedicará de tiempo completo a sus labores diplomáticas.
Una noche antes de la catástrofe, Umansky había repartido sus últimos abrazos al reducido grupo de amigos que lo acompañaron en la celebración por la expulsión de las tropas nazis de Polonia. En el salón principal del restaurante San Souci brindó con Antonio Castro Leal, ex embajador de México en Polonia, y con algunos militares mexicanos que horas después recogerían con pala sus restos en la pista de Balbuena.
Un día después del accidente, la prensa abundó en infografías sobre las condiciones en que se encontraron los cuerpos de los nueve fallecidos. Del decúbito supino, los paquetes informativos saltaron a la labor del embajador, cantaron el milagro por la supervivencia de dos tripulantes y defendieron la experiencia de los pilotos mexicanos encargados de la conducción de la aeronave.
Horas después del accidente, el general Gustavo Salinas, director de Aeronáutica de la Sedena, defendió la capacidad de la tripulación y reprobó toda hipótesis sobre un posible acto de sabotaje. Ese mismo día se instaló una comisión investigadora a cargo del general Rafael Montero Ramos y el coronel David Chagoya, a quienes se les encargó un dictamen técnico del que nunca se supo.
Ese jueves 25 de enero, con una angustia familiar atravesada en su agenda, el embajador Umansky llegó al hangar militar poco antes de las 5 de la madrugada. El olor a ahuautle llegaba de la vecina laguna de Texcoco. Con la muerte a unos metros y minutos de distancia, el hombre fuerte de Josif Stalin en México, escuchó el arranque de los motores del avión y esperó en su ignorancia el golpe que le partiría el cráneo.
Los campos de Balbuena amanecieron en llamas y las menciones al agente Redaktor desaparecieron del proyecto Venona. A 70 años de la muerte de Umansky, la verdad sobre este accidente la guarda este dictamen de aeronáutica que descansa en anaqueles de Sedena.