Un comunista mexicano preso en Siberia
POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
Hay historias mínimas, que aplastadas por la burocracia, quedan ocultas en un puñado de papeles. Evelio Vadillo, comunista mexicano que experimentó la persecución del Maximato, vivió después dos décadas de reclusión en la Rusia comunista. Hoy, documentos de la Embajada de México en la Unión Soviética y del Archivo General de la Nación (AGN) revelan también los jaloneos diplomáticos por recuperar al “comunista incómodo”.
Habla Vadillo
“Aquí tienen ustedes al hombre que estuvo en la Unión Soviética por más de 20 años, contra su voluntad”, dijo ante las dos docenas de reporteros presentes en el vestíbulo del hotel Capitol de la ciudad de México. Evelio Vadillo era para entonces un hombre de 49 años pero con el perfil de un sexagenario avejentado en las mazmorras de las cárceles soviéticas.
A un mes de su regreso, ocurrido el 15 de octubre de 1955, Vadillo narraba en primera persona su experiencia soviética. Habló de su viaje en marzo del 35, del VII Congreso de la Internacional Comunista y de su alojamiento por un año en una escuela de líderes comunistas. Después pasó al tema de las acusaciones en su contra: simpatizar con el líder soviético exiliado en México, León Trotsky.
Saltó a sus salidas y entradas de prisión y a su vida en un centro industrial de Kazajistán, al periodo de siete meses como refugiado en la Embajada mexicana y a las condenas que lo mantuvieron en una cárcel de Siberia occidental y en la prisión de Vladimir, su escala final en el paraíso soviético.
Luego de narrar los esfuerzos que atravesó para recuperar su libertad, Evelio Vadillo, el mexicano que creyó en los parias de la tierra y la famélica legión, agradeció la presencia de los medios y se marchó, dejando un rastro de dudas que años después responderían los archivos del gobierno mexicano.
¿”Chingue a su madre Stalin”?
Las versiones sobre la primera detención, encarcelamiento y condena de Evelio Vadillo difieren entre traiciones maquinadas desde México, fábulas impulsivas y el castigo por indisciplina interna en la escuela de líderes en la que vivía.
La primera versión fue sostenida por el escritor mexicano Rubén Salazar Mallén, quien incluso dedicó su novela Camaradas (1959) a la memoria de Vadillo, muerto un año atrás. Inicialmente (aseguraba Salazar Mallén) éste había pintado letanías contra Stalin en las paredes de la escuela de cuadros de Moscú. La más novelesca de estas versiones es la frase “Chingue a su madre el padrecito Stalin”. Otros amigos de Vadillo, como Rodrigo García Treviño, señalaban a Hernán Laborde —dirigente del Partido Comunista Mexicano (PCM) en los años treinta— como el hombre detrás de la traición para deshacerse de un militante incómodo. García Treviño publicó su testimonio en diciembre de 1990 en la revista Nexos. Salvo algunas exageraciones y juicios de valor, es el testimonio que mayores coincidencias muestra con los documentos de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) y el AGN.
Pero, ¿quién era Evelio Vadillo antes de su encarcelamiento en la Unión Soviética?
Al llegar a Rusia en junio de 1935 (su barco había zarpado tres meses atrás), Vadillo era un viejo conocido del escritor José Revueltas, entonces de 21 años de edad y sin obra publicada. Ambos coincidieron en Moscú con Vicente Lombardo Toledano (que para entonces había concluido un amasiato sindical con Luis N. Morones, fundador de la CROM), que estaba en Rusia en viaje de negocios. Ellos tres, en compañía de un cuarto compañero mexicano apodado La Chiva, según García Treviño, bajaban armas cada noche para compartir cervezas y una lata de chiles chipotles contrabandeada por Revueltas.
Pero los mexicanos no estaban ahí de paseo, pues al tiempo que Stalin descabezaba opositores y antiguos camaradas en los Procesos de Moscú, los mexicanos acudían como representantes del PCM en el VII Congreso de la Internacional Comunista, auspiciado por el líder soviético y que como broma de la historia habría de declararse antifascista.
Según contó Vadillo en 1955 a los representantes de la prensa, vivió un par de meses con José Revueltas y otro compañero, los tres fervientes propagandistas del ideal marxista, de esos que cantaban “La Internacional”. Concluido el congreso, Revueltas regresó para escribir Los muros de agua, novela en la que plasmaría su estancia en Islas Marías a lado de Vadillo, mientras Lombardo volvería para sumarse a la fundación de la CTM.
Todos volverían, a excepción de Vadillo, quien se alojó en una escuela de formación de líderes comunistas. Sostiene García Treviño que las quejas de Vadillo por las restricciones para interactuar con el resto de los habitantes generaron molestias al director de ese instituto.
En una carta enviada en 1947 al entonces embajador de México, Luciano Joublanc, Vadillo narra brevemente su detención: “llega a mi cuarto habitación el director de la escuela; conversa amablemente conmigo; adviérteme que prepare mis cosas, porque pronto marcharía a México. Cumplí cinco años de prisión. Ni tribunal legal, ni pruebas, ni careos. Excepto sufrimiento, mis ojos no vieron nada”. La falta de una representación de México en Moscú en el momento de su detención, en 1936, y la inexistencia de tratados de apoyo consular marcaron la hoja de vida de Vadillo, acusado de simpatizar con León Trotski, el disidente creador del Ejército Rojo que arribaría a Tampico tres meses después de este arresto. Fue, así, en octubre de 1936 cuando el sueño comunista de Vadillo lo obligó a zurcir sus utopías con retazos de la realidad soviética.
La carta, resguardada en el AGN, tiene fecha del 18 de noviembre de 1947. Para entonces, Vadillo llevaba cinco meses como refugiado en la representación mexicana y 11 años de residencia involuntaria en la URSS.
Causas penales, archivos, declaraciones, careos y toda muestra documental de sus procesos radican en una nebulosa sobre la que la organización Memorial —dedicada a rescatar la memoria de las víctimas de las purgas estalinistas— ha señalado los vacíos en el caso específico de este mexicano, al que sus amigos apodaban El Tigre.
“Me llamo Evelio Vadillo y soy mexicano”
La aldea de Suchinsk se ubica a 75 kilómetros al sur de Kokchetav y a 150 kilómetros al norte de Astana, capital de Kazajistán, una de las repúblicas satélites de la URSS. Es junio de 1947 y Evelio Vadillo, con un uso moderado de la lengua rusa y un poco de kazajo, reclama su traslado a otro centro de labores.
Debido a su insistencia y a sus argumentos sobre el deterioro de su salud, consigue su traslado a Artiomovsky, Ucrania. El 3 de junio de 1947, como indica el documento 467/M89 de la SRE, Vadillo aborda el tren con destino a ese centro industrial de Ucrania y con escala en Moscú. Durante los cuatro días de viaje en esa ruta del tren transiberiano que conecta Kazajistán con la capital soviética, tuvo tiempo suficiente para averiguar la existencia de la Embajada mexicana. Sabe que es la única oportunidad que tendrá de regresar con su familia, y la toma.
7 de junio de 1947. Sábado. Número 7 en la calle Vadkouski Pereulok, Moscú. Vadillo toca la puerta de la Embajada mexicana. Relata su condena de trabajo forzado: los penales de Lubianka, Butikaia, Dimitrova y Oriol, sus hogares entre 1936 y 1941. El embajador Luciano Joublanc decide acreditar la veracidad del testimonio de este hombre con aspecto de cosaco campechano que habla perfectamente el español y conoce a detalle la ciudad de México.
La respuesta de las autoridades mexicanas tarda varios días. Finalmente, una familia radicada en Tacubaya afirma tener un hermano desaparecido en Rusia, comunista y de nombre Evelio. Los empleados de Joublanc lo sacan de su escondite en la estación de ferrocarriles y lo alojan en la sede diplomática.
Narra Vadillo que fue sentenciado en noviembre de 1936, que deambuló por al menos cuatro penales antes de ser preliberado del centro de condenas de la ciudad de Oriol en 1941, acosada por el ejército nazi. De ahí, sin recursos, sin ciudadanía soviética, en medio de una guerra ajena y a falta de una Embajada que le brindara auxilio, fue reclutado para labores industriales en la ciudad de Suchinsk, en Kazajistán, donde residió hasta junio de 1947.
Enterado del perfil político de Vadillo, el embajador Joublanc solicita la presencia de Ernesto Madero Vázquez, encargado del archivo de la Embajada mexicana en Polonia.
La solicitud no es gratuita.
En este punto podemos imaginar el diálogo que mantuvieron Joublanc y Madero. “¿Madero? Tenemos a uno de los tuyos”. “¿Quién?”, pregunta el joven diplomático. “Evelio Vadillo. ¿Cuándo puedes tomar el primer tren a Moscú?”
Como enviado a la Guerra Civil Española por el diario El Nacional, Madero tenía la ventaja de conocer la vida interna de la prensa y los intestinos de la izquierda mexicana, en la que aún participa con bajo perfil desde su afiliación a la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), a pesar de los regaños de su mentor diplomático y también michoacano José Rubén Romero.
Desde noviembre de 1947 hasta enero de 1948 correspondió a Ernesto Madero el marcaje personal y la asesoría al ex militante comunista, quien de paso se dedicó a escribir innumerables cartas y a leer los diarios mexicanos.
En el periodo entre el 7 de junio de 1947 y el 2 de noviembre de 1948, cuando se notifica el nuevo encarcelamiento de Vadillo, abundan los cables diplomáticos entre la Embajada mexicana y el gobierno ruso: un estira y afloja que perdería el bando mexicano.
A principios de septiembre del 47, la Embajada mexicana envía al menos dos cartas a las autoridades rusas solicitando la visa de salida de Vadillo. El embajador interviene directamente con los funcionarios de Migración. Nada.
No es sino hasta el 4 de noviembre del 47 cuando en el cable 1960/KU-14 las autoridades rusas ordenan a Vadillo hacer los trámites de visado y restitución de su pasaporte en su lugar de residencia: Suchinsk, Kazajistán. Además, aprovechan la ocasión para señalar que la Embajada mexicana aloja a Vadillo con el permiso de las autoridades rusas. Ordenan su inmediato retorno a Suchinsk.
Las noches blancas se transforman en nubarrones para Evelio Vadillo.
El 1 de diciembre la Embajada recibe el comunicado número 80 del gobierno ruso: “El Ministerio de Negocios Extranjeros de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas […] insiste por segunda vez en la salida inmediata del señor Evelio Vadillo Martínez de Moscú y en el regreso al lugar de su residencia fija en la URSS”.
Vadillo se rehúsa a partir solo. La Embajada insiste en que el viaje lo haga en compañía de Ernesto Madero, mientras el Ministerio alega falta de alojamiento en la ciudad kazaja. Pretextos.
Después de otros intentos burocráticos sin resultado —como la posibilidad de nombrar a Vadillo consejero de la Embajada para conseguir su salida con visa diplomática— Joublanc acepta enviarlo a Suchinsk. En desacato de la orden soviética, lo acompaña Ernesto Madero.
Abordan el tren transiberiano el 11 de enero de 1948.
Meses antes de su muerte, a mediados de los años noventa, Ernesto Madero contaría al historiador Antonio Saborit que en un punto impreciso entre Moscú y Suchinsk, sería obligado por una posta del ejército soviético a tomar su valija y abordar un tren de vuelta a la capital soviética.
La amnesia soviética
En este punto la vida de Evelio Vadillo se topa con los mejores ejemplares del totalitarismo soviético.
Como se desprende de los cables telegráficos intercambiados entre el ex presidiario y la Embajada, y de ésta con las autoridades soviéticas, resguardados en el AGN, Vadillo se alojó en el hotel Don Delegatov, de Alma Ata, adonde fue remitido para tramitar su visa de salida. Las gestiones se alargaron de manera injustificada y el 26 de julio la Embajada envía a las autoridades rusas una nota en calidad de “MUY URGENTE”. Son ya nueve días sin que Joublanc tenga noticias de Vadillo. En esta misma solicitud, la Embajada cita dos telegramas enviados en días previos por el mexicano en los que “manifiesta temores por su libertad y por su vida”. Dos días después, reclama la existencia de al menos 10 cartas retenidas y exige su entrega al destinatario. Concluye: “Los mencionados telegramas no le han sido entregados, pues [Vadillo] se queja del ‘silencio’ de la Embajada cuando ésta, en realidad, le ha estado enviando telegramas continuamente”.
Como una opción, la Embajada solicita una conferencia telefónica de cinco minutos con Vadillo. Para justificarla, sostiene que en el último intento por enviar un cable a Alma Ata, la oficina telegráfica alegó fallas técnicas.
La llamada se concreta. Por 20 minutos, Vadillo y Joublanc intercambian balbuceos inentendibles, a causa de un agudo ruido estático en los aparatos telefónicos.
Los jaloneos entre la representación de México y la simulada amnesia del gobierno soviético para dilatar la salida de Vadillo pueden leerse en la enérgica carta 534/M51, enviada por Joublanc al Ministerio de Asuntos Extranjeros el 18 de septiembre de 1948.
En ella el diplomático refiere su entrevista con el mismo Viacheslav Molotov, titular del citado ministerio, a quien expone las necesidades de su ciudadano. En respuesta posterior, el Ministerio notifica en un ataque de amnesia que el mexicano debe realizar su trámite en Kazajistán, cuanto que Vadillo ya lo realizaba desde principios de año.
Atrapado por una espiral burocrática y ya sin asesoría de Ernesto Madero, la discusión entre ambas entidades toma carácter de advertencias: “Espera, también, la Embajada que el Ministerio sabrá apreciar la amistosa actitud del gobierno de México, que no ha permitido hasta ahora que este asunto, que podría asumir proporciones de escándalo, trascienda a la prensa, ya que esto podría redundar en el perjuicio de los sentimientos de simpatía y admiración que el pueblo de México abriga hacia este país”.
A los soviéticos, con pincitas.
Joublanc está furioso, pero la maquinaria soviética no perdona, y exactamente un mes después el diplomático es notificado de una nueva detención de Vadillo, ahora el 4 de octubre de ese 1948 en Alma Ata, acusado de destrozos durante una riña en el interior de una fonda. Los daños ascienden a 175 rublos y 49 kopeks (700 dólares de la época).
La sentencia es de cuatro años en el penal de Krasnoyarsky, Siberia occidental. Siete años después, ante los reporteros mexicanos, Vadillo aclararía que la riña fue provocada por agentes encubiertos.
Pero esta no sería la última condena. Manuel Buendía recogió en 1955 el testimonio de Vadillo ante la prensa nacional: “En vísperas de cumplir su sentencia, en 1950 lo trasladaron a Moscú, donde el procurador militar de la URSS le comunicó que se le procesaba por haber realizado espionaje en favor del gobierno mexicano. Se le condenó a 20 años, a pesar de que Badillo [sic] se negó a firmar ninguna confesión del supuesto delito y aseguró siempre que, en realidad, se le perseguía por haber acudido al auxilio de la embajada mexicana”.
Este capítulo lo cierra la Embajada en un despacho diplomático del 2 de noviembre de 1948 en el que acusa de recibida la notificación de sentencia y solicita hacer llegar al prisionero ropa adecuada para el invierno y una ayuda pecuniaria. Ya no hubo respuesta.
Vadillo es devorado nuevamente por la maquinaria judicial soviética.
No hay noches blancas para El Tigre mexicano.
El ex prisionero Hawlik
Memorandos de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) revelan que a finales de agosto de 1955 el ex prisionero de guerra Franz Hawlik tocó a las puertas de la Embajada mexicana en Viena. Al igual que muchos ex combatientes austriacos, el semblante de Hawlik era quizá una colección de remanentes de los años duros de la posguerra. Como pudo, el ex prisionero entregó un recado: Evelio Vadillo estaba vivo y preso en el penal de Vladimir, a las afueras de Moscú. De inmediato, el ministro Guillermo Jiménez notifica a la Embajada en la URSS.
En un mensaje confidencial vía Helsinki con fecha del 17 de septiembre de ese año, Alfonso Rosenzweig, sucesor de Joublanc en la Embajada en Moscú, notifica al secretario de Relaciones Exteriores los “valiosos datos que le comunicó el exprisionero austriaco Hawlink Franz sobre nuestro compatriota”.
No obstante la notificación de Jiménez, Rosenzweig prefiere asegurar que la información ofrecida por el austriaco sea corroborada por uno de sus hombres de confianza y decide enviar a Viena al secretario Ernesto Madero, entonces de la legación en Rusia y antiguo camarada de Vadillo.
Madero parte hacia Viena y, a su regreso vía París, recibe un cable telegráfico, hoy bajo resguardo en el archivo histórico Genaro Estrada de la SRE: “342 VADILLO LLEGÓ PERFECTAMENTE ESPERÁMOSLO MAÑANA”. Firma Rosenzweig Díaz. Fecha: 18 de septiembre 1955.
En la conferencia de prensa que Vadillo da en noviembre de ese año, diría la fecha que a su parecer correspondía a su verdadera excarcelación: 24 de septiembre de 1955. Al ampliar su testimonio, confesó también que antes de ser entregado a la Embajada mexicana estuvo alojado en una villa vacacional en la que disfrutó del otoño moscovita y de un amplio menú, cortesía del gobierno ruso.
Tres semanas después, el 15 de octubre, Evelio Vadillo llegó al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, 20 años después de su partida y con todo el siglo XX encima.
Cuando los periodistas le preguntaron si seguía siendo comunista, Vadillo sólo respondió: “Creo en el amor al prójimo.”
El Tigre, testigo de las noches blancas tras las rejas y sus nubarrones soviéticos, murió en mayo de 1958 en la ciudad de México.
Hoy, el hotel Capitol, donde se dio el último testimonio de esta historia, aloja una tienda Mac, una plaza de celulares, tamagochis y fundas para su iPhone.
(El autor de este reportaje es becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes).
*FOTOGRAFÍA: Nota aparecida en el diario ABC el 16 de noviembre de 1955/Especial.