Un libro para mirar las heridas: entrevista con María Negroni su “El corazón del daño”

Oct 29 • Conexiones, destacamos, principales • 1945 Views • No hay comentarios en Un libro para mirar las heridas: entrevista con María Negroni su “El corazón del daño”

 

En El corazón del daño, la autora hace una exploración sobre la figura de su propia madre y cómo su relación con ésta fue determinante para emprender su proceso de autodescubrimiento como escritora

 

POR SOFÍA MARAVILLA 
Construir el mundo desde nuestra única e intransferible voluntad y representación, siempre entramará un drama existencial. No en vano la humanidad perdió el paraíso al desafiar los designios divinos, y no es menor la tragedia de quien transgrede las leyes del seno familiar para perseguir los propios ideales y descubrirse más allá de lo que los padres han construido en la figura del hijo, esa carne de su carne que, llegado el momento, según nos han enseñado tanto los mitos como el psicoanálisis, cometerá un simbólico parricidio. Esas reflexiones surgen tras la lectura de El corazón del daño (Literatura Random House, 2022), de la autora argentina María Negroni (Rosario, 1951), un libro que explora el arquetipo materno desde su propia vivencia y que desvela el camino, a veces tortuoso, para reconocerse como escritora.

 

 

“Mi madre: la ocupación más ferviente y más dañina de mi vida… Nunca amaré a nadie como a ella”, declara Negroni en las primeras páginas de este expediente no sólo materno, pues al mismo tiempo mantiene un nivel discursivo, a manera de fragmentación ensayística, sobre el quehacer literario, amparado en el coro de escritores que la fueron formando en las diversas etapas de su vida, desde su temprana juventud, pasando por la dictadura argentina y hasta los años de madurez tras su estancia en Nueva York. Y si ambos discursos, el de la madre y el de la literatura-escritura, comparten el mismo espacio, es porque ambos ameritan una creación, específicamente femenina.

 

Aunque El corazón del daño posee tintes autobiográficos, Negroni comenta que en realidad no importa el género de la escritura, sino la forma en que se trabaja con el lenguaje: “El instrumento de la literatura es la lengua, que ya no es la lengua comunicativa; la literatura está todo el tiempo empujando los límites del lenguaje para poder ver hasta dónde puede preguntar y qué es lo que puede preguntar y captar del mundo. El personaje principal de cualquier buen libro es el lenguaje”.

 

¿Por qué decidió llamar de esa manera a un libro que, como usted indica, nació de su “puño y cuerpo”?

 

Pensé que la palabra corazón, que obviamente remite a amor, también remite al centro de algo, y daño podría entenderse como herida, como lo sufrido. Entonces me parece que (decir) “el corazón del daño”, es como si el libro pudiera poner una lupa y dijera: “Vamos a ver dónde está el centro de esta herida, de dónde viene”, y por supuesto que la respuesta —que no es una respuesta, sino una suma de preguntas más—, a nivel superficial, diría que el origen de esa herida es el personaje de la madre, pero en un nivel más profundo tiene que ver con lo que podríamos llamar una falla, o una pérdida, que todos los seres humanos vivimos, que es la escisión; todos vivimos escindidos del origen, y eso lo tenemos desde la historia de la expulsión del paraíso. Esa herida, esa escisión, es decir, el hecho de que hayamos sido castigados por algo y vayamos a morir, paradójicamente es una especie de don, o de regalo, porque de alguna manera eso es lo que nos hace hablar, escribir, preguntar.

 

Volviendo al nivel superficial, esa relación conflictiva con el personaje de la madre es lo que le permite a la hija transformarse en una escritora, y cuando digo: “Mi madre era la madre del lenguaje”, hay una disputa de ese instrumento. El libro también es una autobiografía literaria, pregunta cómo pudo llegar hasta el presente esa niña del libro, cómo fue procesando todo para llegar a ser la escritora que es, y eso es muy importante sobre todo para las mujeres escritoras, porque escribir es difícil para todos, hombres y mujeres, pero en el caso de las mujeres, hay unos obstáculos extras que nos corresponden a nosotras solitas.

 

Claro, porque las mujeres, históricamente, hemos sido receptoras de una carga estructural que casi nos obliga al cuidado del otro. ¿Cómo logró encontrar espacios de escritura entre ser madre, esposa y, en su momento, una hija que cuidó de una madre enferma?

 

Yo me aferré durante mucho tiempo a una frase del poeta Paul Celan, que yo recordaba así: “Escribe, pero no te separes del no”. Yo pensaba en transformar
la imposibilidad, como si dijera: “No me va a ganar esto”. Estaba todo en contra: ser una estudiante en un país extranjero, con niños chiquitos, sin suficiente dinero, con una pareja, era muy difícil.

 

La escritura nunca estuvo garantizada, había que robar tiempo de todos lados. Creo que cuando la pulsión es muy fuerte, tampoco es fácil acallarla, y también tengo que decir que una paga precios por estas cosas, ¿eh? Una también hace las cosas como puede, como le salen. Pensando hacia atrás, a lo mejor no hice todo lo que tenía que hacer con mis hijos o mi pareja, porque todo no se puede, y no se puede todo bien. Entonces hay que arreglárselas como una puede.

 

Hablando de las nociones que como género afectan, en su libro encontramos la idea del sacrificio desde dos perspectivas que me permito hilar: por un lado, el sacrificio materno, y por otro el sacrificio de los hijos mismos, en figuras tan potentes como Isaac o Ifigenia.

 

Es un tema que está afuera de la literatura, que es un tema cultural, sociológico, que tiene que ver con la lucha de las mujeres, con el feminismo, con lo que se ha adelantado y lo que se ha retrocedido.

 

La idea del sacrificio por los hijos, esa frase me parece que, no sé en México, pero al menos aquí en Argentina no usaría una madre de mi generación. Me parece que es más una frase de la generación de mi madre y anteriores a ella; es decir, no creo que hoy sientan que se sacrifican por sus hijos. Además, en aquella época había también pasaba que no se podían separar, todo era como una especie de gran impedimento. ¿Qué hacía una mujer si no tenía un trabajo? ¿Cómo se sostendría económicamente? La síntesis es que ese tema no está más en las madres de hoy; tenemos todavía otros, pero ese no creo, no me da la impresión.

 

Respecto a los hijos, es muy interesante eso, porque tanto en los relatos bíblicos como en el libro cuna de la literatura universal que es la Ilíada —ese pasaje en donde el padre sacrifica a la hija para que los vientos soplen y pueda zarpar las naves a Troya—, hay esas situaciones que me parece que aluden a situaciones psíquicas muy profundas, que no están a nivel consciente. Uno no se imagina que un padre podría matar a su hija, pero, a nivel muy profundo, creo que esa especie de función que cumple, de una manera muy primaria, el hijo o la hija frente a los padres, se sigue cumpliendo, porque de alguna manera está, hasta en la mitología griega cuando Cronos se come a los hijos, o la infinidad de veces que aparecen estas profecías de que el hijo o la hija es un peligro para el padre o la madre porque además compite, porque es una figura más joven frente a la figura del padre, que envejece, y es todo una cuestión de poder; son cuestiones extraliterarias, pero que me parece que funcionan a un nivel muy profundo de la psiquis.

 

Esta oposición a los padres me hace pensar en su frase: “Fundé mi libertad en una tragedia”, cuando narra su huida de casa para seguir sus ideales políticos. ¿Cómo le ayudó la literatura a fundar esa libertad?

 

Cuando me fui de la casa familiar e inició el periodo de la militancia política, yo era muy jovencita. En ese momento los jóvenes queríamos hacer la revolución, pensábamos que íbamos a cambiar el mundo, y pensábamos que eso iba a ocurrir ya, entonces no había lugar para otras cosas. Escribir me gustaba mucho, pero casi no lo decía nadie, porque escribir se consideraba casi una actividad burguesa. Me acuerdo haber tenido discusiones donde se decía que Borges, por ejemplo, era un escritor reaccionario, y yo no sabía qué hacer con mi admiración a Borges. Había unas miradas muy dogmáticas, también eran muy jóvenes, y los jóvenes en general tienen opiniones poco matizadas, son más bien una tendencia a la certeza, a la afirmación, a la aceleración, como si tuvieran razón en todo, y esto me incluía.

 

Fue recién cuando vino la dictadura, (cuando) algunos fueron secuestrados, otros se fueron del país, otros estuvieron presos legalmente, y otros, como yo, hicimos, lo que se consideró el exilio interno, o sea que nos fuimos de donde vivíamos y vivimos escondidos durante bastantes años; entonces en ese momento, que fue además un momento de mucha crisis personal, ahí digo: ¿Bueno, y ahora qué? O sea, cuando tuve consciencia del fracaso del proyecto político, político y personal, porque yo había apostado mucho ahí, fue cuando me di cuenta de eso, ahí me acordé, en un momento de desesperación, que tenía la escritura; ahí empezó la poesía, no antes.

 

¿Las posturas políticas son consecuencia de la propia escisión que se experimenta en el hogar?

 

Lo que uno pasa a nivel personal determina muchísimo lo que uno hace también en la sociedad. Pero también hay que agregarle las coyunturas históricas y políticas, porque en esa época muchas cosas estaban ocurriendo. Ustedes tuvieron la tragedia de Tlatelolco, estuvo el mayo francés, la revolución cubana. Entonces no es el mismo momento histórico que vivimos ahora, es totalmente distinto.

 

¿Cómo ve usted los nuevos climas políticos en Argentina?

 

Me resulta muy difícil hablar de la actualidad, porque me parece que no tenemos perspectiva para jugar. Es todavía demasiado rápido. Acá están pasando cosas de las que no podemos ni siquiera tener idea de los cambios que están produciendo. Tenemos acceso a las redes sociales y todo este tipo de comunicación, la tecnología está produciendo unos cambios increíbles, que repercuten en la sociedad, pero no tengo suficiente perspectiva como para ver a dónde vamos a terminar.

 

Usted se cuestiona: “¿Y si la locura de escribir nos viene de no aliarnos con las madres?” Pero ¿podemos establecer una línea genealógica, con las escritoras? (Madres de las mujeres que escribimos).

 

Por su puesto, la importancia de las mujeres que nos han precedido es fundamental, yo misma lo cuento en el libro y hacía como una especie de árbol genealógico con quienes me podía identificar. Me peleaba incluso con otras escritoras; recuerdo que una vez había ido a un encuentro de literatura feminista que se hizo en Argentina y alguien me criticó a Marguerite Yourcenar, diciendo que esa mujer no la podíamos rescatar porque escribía desde el punto de vista de los hombres. Entonces le dije: “Mira, si no podemos rescatar a Marguerite Yourcenar, dediquémonos a otra cosa, porque es una escritora espléndida”.

 

Lo que yo querría complejizar, y puede ser que me equivoque, pero en mi opinión toda escritura, es decir la que escriben las mujeres y la que escriben los hombres, es intrínsecamente femenina. O sea, para empezar diremos que lo femenino y lo masculino son construcciones sociales y hay cosas que están identificadas con lo masculino, como la razón o el orden; lo femenino se identifica con el cuerpo, las emociones, el deseo, con la locura también, con la noche, con lo desordenado… la escritura, tanto de hombres como de mujeres, sale de esta columna. La escritura no se produce con el día, el orden, la mente; se produce desde la columna de lo femenino. Entonces a mí me parece que para nosotras, como mujeres escritoras, es muy importante rescatar esto, porque si no quedamos siempre en una especie de gueto, y entonces está la escritura, y después está la escritura que hacer las mujeres, y no: la escritura toda es la que hacen los varones y las mujeres. Esa es mi posición.

 

A propósito de la creación del libro, usted indica que “recordar podría equivaler a unir (y perdonar)”. Contrario a la creencia común de que el olvido es perdón, ¿en realidad el perdón es el recuerdo? ¿O este libro está más allá del perdón?

 

Ahí nos encontramos con un problema porque tendríamos que definir qué es el olvido y qué la memoria, pero yo diría que, en todo caso, en vez de hablar de memoria y olvido, podríamos hablar de la necesidad de una atención en ciertos hechos que nos han ocurrido, como para poder atravesarlos, que no queden calcificados o petrificados, sino que uno pueda atravesarlos como si fueran un río, para llegar a la otra orilla, que no es borrar, porque la orilla anterior va a estar presente, y el río va a seguir estando, pero de alguna manera, si uno logró llegar al otro lado, hay algo del orden del perdón, pero también de un autoperdón, de una aceptación de lo que hicimos, de lo que fue.

 

FOTO: María Negroni también es autora de las novelas El sueño de Úrsula (1998) y La anunciación (2007)/ Alejandra López/ Cortesía Random House

« »