Un mago de las historietas dibuja México
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Nicolás de Crécy, uno de los grandes ilustradores franceses, habla en esta entrevista sobre Travel Book, un proyecto para el que fue convocado por la empresa Louis Vuitton para dedicar a México un libro. Este fue su primer encuentro con el país o, específicamente, con la luz del Altiplano y del Valle de Oaxaca. Támbién es el inicio su nueva etapa lejos del cómic
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POR INGRID DE ARMAS
El ilustrador y autor de cómics francés, Nicolás de Crécy (Lyon, 1966), tenía claro desde la niñez cuál sería su camino. Nada más fácil para quien nace con un don, con una capacidad fuera de lo común para traducir en imágenes lo que le rodea, para reproducir lo que le inspira. “Cuando era niño llenaba hojas y hojas de dibujos. A los 5 años ya sabía que sería dibujante. Para mí el dibujo es algo tan natural como respirar. Continué, simplemente con el deseo de hacerlo cada vez mejor.”
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Su iniciación a los cómics comenzó desde muy temprano, de la mano de grandes clásicos, Tin Tin y Asterix. Pero Nicolás no se contentaba con leer, iba más allá y, entre cinco y seis años, confeccionaba ya sus propios libros ilustrados con las andanzas de sus dos héroes favoritos. “Siempre he leído cómics, desde que era niño. Hay una gran tradición de historietas en Francia y, desde siempre, supe que era un medio que correspondía a lo que quería hacer porque adoro dibujar, crear universos y montar puestas en escena. En las tiras cómicas hay que hacer al mismo tiempo la puesta en escena y la escritura de los diálogos”.
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Con cuarenta y seis años de dibujo en su haber, una cascada de libros publicados, así como múltiples exposiciones y premios, Nicolás de Crécy es hoy uno de los grandes nombres de la ilustración y el cómic en Francia.
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Un travel book sobre México
Louis Vuitton, la firma francesa especializada en prêt-à-porter y bolsos de lujo, lanzó desde hace un cierto tiempo una colección de cuadernos de viaje sobre diferentes países o ciudades, ilustrados por artistas de prestigio internacional. Desde el dedicado a Viet Nam (Lorenzo Mattotti, Italia) hasta el de Nueva York (Jean-Philippe Delhomme, Francia), pasando por el de Hawai (Esad Ribic, Croacia), Tokio (eBoy, Alemania) o el Ártico (Blaise Drummond, Irlanda), entre otros. En total, catorce títulos. Uno de ellos, el volumen consagrado a México, estuvo a cargo de Nicolás de Crécy. Vuitton le propuso recrear a México en imágenes y para ello financió la estadía del autor en la capital mexicana y sus alrededores, en Oaxaca, Tepozlán y Cuetzalan, durante cuarenta y cinco días. El dibujante se impregnó en su recorrido de la atmósfera de los lugares visitados, de los colores, de la luz, del dinamismo de sus habitantes, de la arquitectura. Era su primera visita a México, una ocasión fabulosa para suplantar su visión imaginaria del país por una real y de producir una representación personal de lo visto, apelando a diferentes técnicas.
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La exposición de más de sesenta originales de su libro en el Instituto Cultural de México en París, entre febrero y marzo de este año, nos proporcionó la oportunidad de conocernos y de conversar sobre el carnet, de sus impresiones a propósito del viaje y de su obra en general.
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Uno de los primeros temas que tocamos fue la luz a la que se confrontó en México, diferente a la de Francia, y su significación para un artista. “Por el hecho de estar en altitud, en Ciudad de México hay una luz bastante límpida y transparente, que se mezcla con la contaminación. Esa combinación da una atmósfera, una luz muy especial, que no he visto sino en México. Luego, cuando fui a Oaxaca, me volví a enfrentar a esa luz de altitud, con menos contaminación. Es más límpida, extraordinaria. Allí se produce además un juego entre las montañas, las nubes, la claridad de la mañana, las tardes nubladas, que da luces diferentes. La luz restalla, dibuja los detalles, los resalta con la sombra que proyecta. Para un dibujante es muy agradable ver algo que se destaca del conjunto”.
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Quien invoca la luz, su fuerza, se refiere necesariamente al color, cuya percepción para un dibujante es sin duda especial, distinta a la de un simple mortal: “Los colores de las fachadas en Oaxaca son increíbles. La diversidad de colores es osada para quien llega de Europa, de París, donde todo es gris. Ver esos colores me hizo mucho bien visualmente, casi físicamente”.
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La diferencia de México en relación al mundo europeo representó un impacto positivo para el autor, que se dejó cautivar por los encantos de lo que veía sin oponer resistencia: “Cuando llegué, hacia donde quiera que mirara todo era un placer para la vista. El conjunto es impresionante, tal vez lo veo así porque estaba descubriendo una ciudad que no conocía. Pero cuando voy a Londres no me entusiasma lo que veo. Por el contrario, México me interesa a nivel del color, de la arquitectura, de la luz, del ambiente. ¡Es muy inspirador!”
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La estrategia de trabajo
Al principio, Nicolás de Crécy pensó que podía hacer la totalidad de los croquis en los sitios que había escogido para captar en imágenes, pero pronto se dio cuenta de que su objetivo era demasiado ambicioso. “Es un trabajo complejo, se necesita tiempo para seleccionar los lugares, instalarse en ellos, encontrar un buen ángulo, determinar si las condiciones permiten quedarse allí o no para dibujarlos. No siempre es posible hacerlo, sobre todo cuando se sufre de la espalda como es mi caso. Hice algunos dibujos completos, veinticinco en total. Con lápiz o con una pluma japonesa de tinta china”.
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Entre los temas seleccionados destacan las construcciones coloniales barrocas, que despertaron en Nicolás un amor a primera vista, plasmado en numerosos cuadros, a todo color o en blanco y negro, con tinta china.
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Para convertir los modelos en dibujo, el artista recurrió también a la fotografía, uno de los instrumentos de los que se sirve habitualmente en su trabajo. “La foto es un apoyo, permite reavivar el recuerdo. Tengo una buena memoria visual, la idea es combinar lo memorizado y la imagen fotográfica, a fin de no copiar la foto. En la gran mayoría de los dibujos traté de distanciarme de los clichés para interpretarlos, como si tuviera el lugar ante mí y lo reinterpretara. En un lote de 120 dibujos hay algunos que escaparon a la norma. Es un ejercicio particular pero al mismo tiempo me gusta mucho la fotografía, siempre me ha inspirado. Cuando tomo la foto ya pienso en la composición, que va a traducirse en dibujo. Luego trabajo la composición que he hecho en la foto. Eso depende de cada dibujo”.
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Nicolás de Crécy alterna varias técnicas y no vacila en combinarlas en un mismo dibujo. Una cabina telefónica en el centro de la capital adquiere dimensión de obra de arte no sólo por la calidad de los trazos y el hechizo del color, sino también por el contraste con el resto del dibujo de fondo, realizado en lápiz. O una silla de limpiabotas, sublimada por diversas tonalidades de un rojo a la ofensiva, en oposición al mundo que la rodea, en blanco y negro. En otras ocasiones, dibujos delicados en tinta china, coloreados con acuarela, prescinden del fondo, como un mototaxi o las calaveras de un heladero en Topoztlán, Morelos. Flotan en un espacio vacío. A menudo, un universo abigarrado en el que se entrecruzan calles, personajes, coches, objetos, edificios de diversas épocas, es para el artista un terreno de experimentación, ideal para un contrapunto técnico, en el que sobresale su sentido del color y el dominio de la pluma o el creyón: “Gracias al cómic logré perfeccionar un sistema rápido, con dibujos en blanco y negro y coloreo con acuarela o tinta. Me siento bien con todas las técnicas al agua. Cuando se trata de pintura al óleo me cuesta más porque es un trabajo más largo, que necesita más paciencia, más técnica pura. Yo soy muy intuitivo en mi manera de trabajar, voy directamente al grano y para eso la acuarela es muy adecuada”.
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El artista confiesa que los métodos asiáticos de tratar el dibujo lo atraen: “Es el mismo sistema técnico; es decir, un trazo negro que rodea el dibujo. La tradición de la estampa japonesa no es pictórica sino gráfica, no hacían pintura al óleo. En este aspecto se aproxima a mi técnica o a la del cómic. Por otra parte, hay un universo en Japón que me parece muy inspirador. Hay una mitología extraordinaria, muy rica”.
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En cuanto al dibujo tipo manga, el autor reconoce que no le llama particularmente la atención. El argumento es de peso: “Soy demasiado viejo para interesarme en los manga”. Estima sin embargo que hay maravillosos autores de este género en Japón. En todo caso, advierte que en este momento se inclina más hacia el dibujo y la pintura y no hacia el cómic u otros trabajos narrativos.
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Los inspiradores
Las influencias que iluminan la creación de Nicolás de Crécy son múltiples y no se limitan a la pintura. Se extienden al cine, a la fotografía, a la literatura. Y varían, atendiendo al momento de su carrera: “Al principio, los expresionistas alemanes me impactaron mucho gráficamente. Me gusta la descripción que hacen en su pintura, no diría que de la fealdad, aunque tampoco de la belleza. Lo que describen es negro, duro. Los dibujos de Otto Dix o de George Grosz me parecen magníficos.”
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Su admiración por David Hockney es grande: “Más que en los temas, su fuerza está en la manera de dibujarlos. Simples retratos o paisajes adquieren un vigor increíble, gracias a su fuerza plástica. Sus bosques al carboncillo son extraordinarios, lo que me interesa es cómo los traduce”.
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En esta galería personal, los artistas viajeros, tales como el francés Eugène Delacroix (1798-1863) o el pintor japonés del siglo XX Hiroshi Yohida, ocupan un lugar privilegiado, y es posible que hayan dejado una huella en el travel book de México: “Me asomé un poco al trabajo de Delacroix, a los carnets de África del Norte, y no sé por qué a ciertas imágenes de Paul Klee. Sin embargo, no tienen nada que ver con lo que hice en el carnet mexicano. La influencia viene más bien de los pintores viajeros del siglo XIX que recorrían Europa pintando de una manera muy naturalista”.
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El autor califica su proyecto mexicano de sencillo, de modesto. Estima que su objetivo era captar una atmósfera y reproducirla, valiéndose de “elementos gráficos interesantes”, sin ambiciones de “revolucionar el mundo del arte”.
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El adiós al cómic
El autor decidió abandonar la línea que hasta ahora había sido la suya y que nos ha dado libros estupendos, pletóricos de imágenes fuera de serie y de un humor muy especial. Nicolás de Crécy estima que en este renglón dio todo lo que tenía que dar: “Disfruté durante 25 años haciendo historietas, muy diferentes unas de otras. Al cabo de este tiempo me pareció que había llegado a mis límites. Como no estaba haciendo nada nuevo y me circunscribía a lo que sabía hacer, trabajar resultaba menos motivador, no había algo nuevo por explorar”.
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Durante todos estos años, el autor perfeccionó el dibujo y las técnicas a las que recurrió, al tiempo que el ejercicio de la escritura y de puestas en escena complejas le desarrolló el gusto por la expresión escrita como tal, por el tratamiento de argumentos narrativos. De allí que el artista haya optado por establecer una distancia entre estas dos formas de arte. De ahora en adelante, experimentará por otras vías en el terreno del dibujo puro. En el campo de la palabra escrita, nos promete una novela para el año próximo. En sus propias palabras, no se trata más que de “una separación de técnicas”.
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Ilustración: Louis Vuitton Travel Book Mexico, illustre par Nicolas de Crecy, 2017. Piñata de siete picos transportada en el techo de un auto. / Cortesía Louis Vuitton
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