Un Mesías irregular
POR IVÁN MARTÍNEZ
Bien ha hablado Thomas May en su ensayo sobre El Mesías al afirmar que su compositor, Georg Friedrich Händel, difícilmente podría haber imaginado que tras los contradictorios acogimientos que presenció de su oratorio, en el futuro se convertiría en el epicentro de toda su obra. También cuando dice que los 200 años en que la música tardó en redescubrir el resto de su creación, le sirvieron al análisis fácil para instaurar las concepciones erróneas —por lo menos confusas— que lo rodean y de los que ya difícilmente se librará. E igual, aunque minimiza su importancia para tratar de valorar otros incisos ciertamente menospreciados de manera injusta, cuando insiste en la grandeza de lo que la humanidad había dejado de escuchar ante El Mesías.
Quizá haya poco qué entender de razones, suficiente tenemos con su imponente arquitectura —dramática, poética, musical y hasta filosófica— y con saber que El Mesías ha estado siempre ahí, atado a las modas (como las de su variable orquestación, que ha transcurrido de la “completa” y moderna que le puso Mozart a la principalmente utilizada hoy en día, de ensambles mínimos) y a la poca imaginación que, sin darle una lectura más allá de su elemento más conocido, el relativo a la natividad, lo programa sólo en determinadas fechas.
Este oratorio, de naturaleza por igual narrativa que contemplativa, y sobre todo, más ambicioso que la esencia religiosa hoy entendida y que a pesar de su contradictorio origen se ha convertido en prototipo del género, le sirvió a la Orquesta Filarmónica de la UNAM para cerrar su temporada 2014 y bajo la batuta de su titular, Jan Latham-Koenig, ofreció una afortunada selección en la que se omitieron, principalmente, coros y duetos del total de la partitura.
De desempeño irregular entre ellos, acudieron a esta cita como solistas cuatro jóvenes cantantes bien conocidos por el público de la Sala Nezahualcóyotl: la soprano Anabel de la Mora, el tenor Ernesto Ramírez, el barítono Josué Cerón y en su debut profesional como contratenor, el director asistente de esta orquesta Iván López Reynoso.
Sin sorpresas sobre sus cualidades conocidas, De la Mora ofreció un canto correcto, bello pero pequeño; un tanto en estilo diferente al de sus compañeros, con un color muy apegado a lo que los puristas del canto barroco quisieran haber escuchado; repertorio al que quizá debería apegarse más, con el que la delgadez de su voz se amolda mejor. Caso contrario el del tenor Ernesto Ramírez, cuyo canto engolado no sólo no permitió escuchar con claridad sus líneas, sino que, incluso dentro de la heterogeneidad de la ejecución, se sintió forzado.
López Reynoso por su parte, sobresalió en el contexto de esta irregular ejecución, con un canto limpio, bien colocado y de afinación impecable —rareza entre los contratenores mexicanos—. Su participación encontró irregularidades entre incisos cantados con mucha seguridad pero con pronunciación muy descuidada, y otros con pronunciación pulcra, pero cierta vacilación en la colocación de sus notas. Acertado debut en un entorno favorable, que deberá nutrir en ocasiones con otro nivel de exigencia y que augura una exitosa carrera paralela a la incipiente como director que ya ha sido bien recibida por algunos círculos.
Poco pero con mayor resonancia es lo que hay que decir de Cerón, a cuyos primeros incisos cantados como siempre con la mayor firmeza, presencia y virtuosismo, sólo mejorables con un poco más de terciopelo, habría que sumar el apartado de mayor resonancia en toda la noche: el difícil The Trumpet Shall Sound ejecutado con particular maestría al lado del atrilista Rafael Ancheta, que —no libre de alguna pifia perdonable por imperceptible— ejecutó esta conocida partichela con claridad y fuerza medida en una excelente muestra camerística de color, estilo y precisión entre ambos solistas, voz y trompeta.
Fue Ancheta, junto a los otros alientos que acompañaron a la sección de cuerda en su tosca ejecución, quienes salvaron el acompañamiento orquestal. No extrañe al lector un elogio a, por ejemplo, el timbalista Abel Benítez o al fagotista Manuel Hernández: no es desmedido a sus mínimas partichelas cuando fueron éstas las que mantuvieron el ritmo en incisos como el increíblemente aburrido coro “Hallelujah” u otros apartados instrumentales a los que Latham-Koenig logró apenas sacar sin ningún brillo o esmero.
Irregular ejecución de una orquesta que parecía haber superado malas rachas y que se enfilaba a pulir cada una de sus secciones, cuya cuerda comenzaba a sonar ya como un solo instrumento de sonido homogéneo; empantanada ahora también con un coro amateur, el Ensamble Filarmonía, al que una batuta con fama de exigente en cuestiones vocales no logró adaptar siquiera al menguado nivel con el que la orquesta universitaria llega al cierre de su temporada.
Ya suficientemente valorizado el resto de su producción, quizá haya que comenzar a revalorar El Mesías en la justa dimensión de sus dificultades. No cualquiera.
*Fotografía: El programa de conciertos de la OFUNAM cerró con este clásico de la música barroca / Ofunam.