Un paseo musical en Nueva York

Oct 29 • Miradas, Música • 2379 Views • No hay comentarios en Un paseo musical en Nueva York

POR IVÁN MARTÍNEZ

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Estuve hace unos días en Nueva York. La intención principal era presenciar el regreso, tras los años de ausencia por la operación de garganta a la que fue sometido en 2009, de Rolando Villazón a la Metropolitan Opera.

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Su participación como Don Ottavio en la ópera Don Giovanni sería también su debut en las transmisiones Live in HD que realiza la compañía; se hubiera visto y escuchado, vía satélite, en el Auditorio Nacional el sábado 22. Diez días antes de estrenarse esta reposición de la producción diseñada por Michael Grandage, el tenor mexicano canceló dos meses de agenda por una nueva enfermedad en la montaña rusa que ha sido su trayectoria. Asistí a la función del miércoles 19 de la serie en que fue sustituido por su cover, Paul Appleby.

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La producción es bien conocida y se ha visto ya en varias ocasiones, incluso transmitida. La propuesta escénica tiene ajustes, a cargo de la directora Louisa Muller y del iluminador Paule Constable. Sin haber sido una función mala, sí fue desencantadora, pero sus problemas no radican en esa dirección. Principalmente lo hace el cast masculino en la parte musical: todos más bien pobres, sobre todo el Don Giovanni de Simon Keenlyside, de presencia poco encantadora y de una línea de canto limitada en volumen, proyección y fraseo. Entre ellos, Appleby quizá haya sido el más destacado con un canto elegante pero aún tímido corporalmente, lo que está asociado con el problema del diseño original: una escenografía realista y poderosa, con momentos muy potentes hacia el final, pero que limita a los cantantes al proscenio, prácticamente ahogando toda posibilidad teatral.

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Con un cast femenino muy superior y homogéneo (Hibla Gerzmava –Donna Anna–, Malin Byström –Donna Elvira–, Serena Malfi –Zerlina–), hasta podría decirse que ellas se llevaron la función, pero sería injusto con quien realmente lo hizo: Fabio Luisi desde el foso. No fue una lectura totalmente transparente y por momentos pudo cuidar más los pasajes vocales con más de un personaje, pero el cuidado orquestal preciso de la sonoridad brillante y de cada fraseo, así como de la energía necesaria para mantener un ritmo que podía ir cayendo por algunos de los cantantes, merece más que una ovación.

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El plato fuerte de mi visita fue el concierto que escuché el viernes 21 al mediodía. La Orquesta Filarmónica de Nueva York inició la residencia artística que con ellos hace el violinista Leonidas Kavakos; fue además su debut en esta ciudad de la nueva faceta en la que ha incursionado, la de director.

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Ofreció primero la reconstrucción de Wilfried Fischer del Concierto para violín en re menor BWV 1052R de Bach. Un portento de musicalidad que se describe en pocas características: un sonido muy bien asentado, obscuro y opulento; un fraseo híper limpio que no choca con el peso dado a cada nota; y un trabajo enloquecido de unidad sonora en la orquesta. (Nota para los obsesivos: con prácticamente nulo vibrato.)

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Empuñó luego la batuta para hacer con inmovilidad honesta e hipnótica el Berceuse elegiaque, op. 42 de Busoni. Y en la segunda parte dejó ver sus verdaderas cualidades: más que un director, es un violinista; difícilmente seguirá los pasos del todavía titular de esta orquesta, Alan Gilbert, o del siguiente, Jaap van Zweden, ambos músicos quienes también iniciaron como violinistas. Su lectura de la Segunda Sinfonía en Do Mayor, op. 61 de Schumann logró sacar, de esta orquesta que suele sonar gritona, un sonido más redondo, incluso con sutilezas en los ataques, sobre todo de la cuerda. Pero falló en el sentido musical, que pudo ser más orgánico y diverso en matices.

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Indispensables como en cada visita las paradas por varios teatros para sondear el ánimo del teatro musical actual, me percibí más anhelante por lo que se estrenará la próxima primavera (Glenn Close en la producción de Sunset Boulevard que ya hizo en Londres con la English National Opera, Bette Midler en un nuevo Hello, Dolly! y Patti Lupone en el estreno absoluto de War Paint), que por lo que vi ahora.

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La temporada actual está floja, pero se rescata un nuevo clásico: Something Rotten, con música y libreto de los hermanos Karey y Wayne Kirkpatrick. Un homenaje a Shakespeare, personaje que se presenta como un irredento rockstar a quien se ama odiar, y a los musicales, al que ya el maestro Marco Villafán debería echarle un ojo para ir traduciendo para México.

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Con una partitura neoclásica típica, que incluye un par de hits memorables, en un estilo muy influenciado por Alan Menken desde una voz muy personal, infinitas referencias a musicales clásicos en el número principal, y un par de pasajes con sonetos de Shakespeare rockeados, lo mejor es su libreto; su nivel de comedia que oscila entre las referencias enciclopédicas de poesía seria y las de otros musicales.

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Aunque todo el elenco está al más alto nivel en su precisión actoral, vocal y de danza, la pieza se la lleva el multinominado Brad Oscar en el rol de Nostradamus, así como André Ward, quien aquí hace a Snug, una especie de Emcee; uno de esos actores que se paran en el escenario dos segundos para demostrar que no hay papeles pequeños.

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FOTO: El barítono británico Simon Keenlyside en el papel principal en la ópera Don Giovanni, de Mozart. / Cortesía: Metropolitan Opera/Marty Sohl

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