Un Pinocho de cinéfilo visionario
La película lograda por Del Toro es una celebración de la vigencia que tiene la historia original, retomada en múltiples adaptaciones a lo largo del siglo XX
POR JOSÉ FELIPE CORIA
A Guillermo del Toro se le califica de “visionario”. Porque crea con imágenes una realidad. Los cineastas visionarios son cinéfilos. Parece disparate hoy, cuando la cine-filia tiene máximo 30 años de “antigüedad”. Por eso es refrescante un Del Toro acostumbrado a habitar, a vivir todo el cine. Lo demuestra su exitosa Pinocho (2022).
Del Toro, autor de un entusiasta libro sobre Hitchcock, aplica ideas clásicas. Hizo Pinocho sin rendirse ante las dificultades (increíble su casi cancelación de no ser por Netflix). Entre sus novedades están el tinte oscuro, pesimista, inspirado en Schopenhauer; las vetas de madera de la marioneta: justo debe ser imperfecta, como un ser humano buscando su lugar en el mundo. El cambio de moraleja en esta fábula es aceptar al hijo tal cual es, preservando la ironía de la novela, su aún vigente espíritu. Celebra el legado del film, tal cual haría la vieja guardia.
El impresionante trabajo visual da vida a lo inanimado remitiéndonos a los orígenes del cine y una literatura con ironía vital, dolor paterno y aventura sin límites a la Münchhausen (1943, Josef von Báky). Concibe, pues, una fábula cinematográfica absoluta, regida por sus reglas, sentimientos y emociones.
El legado proviene, claro está de Carlo Collodi (1826-1890). Su “historia de un títere”, obra satírica, género donde destacó, la publica semanalmente entre 1880-1883, en Il Giornale del Bambini, mítico periódico exclusivo para niños. Pinocho no obtiene redención ni premio, sólo su merecido. En la horca.
La interpretación más conocida del relato —los niños desobedientes pierden su alma—, tiene mayores aristas. Están en el segundo largometraje animado del visionario Walt Disney, producido para RKO, no su propio estudio fundado hace justo cien años, en 1923. Pinocho (1940) es hasta ahora considerada la mejor adaptación. Disney contrató nueve guionistas (valga el recuento como homenaje a estos creadores: Ted Sears, Otto Englander, Webb Smith, William Cottrell, Joseph Sabo, Erdman Penner, Aurelius Battaglia y, sin acreditar, Bill Peet & Frank Tashlin) y siete directores (Norman Ferguson, T. He, Wilfred Jackson, Jack Kinney, Hamilton Luske, Bill Roberts y Ben Sharpsteen) para hacer una obra maestra, con hit inmortal “When You Wish Upon a Star” de Leigh Harline y Ned Washington, standard ineludible del jazz.
La película perfecta; piedra angular de Disney, celebrado desde los 1930 por Eisenstein: “Ejemplo de un arte de influencia absoluta… manantial especialmente rico”. Arte de notable trazo: “…conservo mi amor por Disney y sus personajes… ya que las figuritas —lineales, sin sombras ni difuminaciones, como el arte temprano de los chinos y de los japoneses— están formadas por las líneas móviles del contorno”.
Disney supera ese deseo de la marioneta por ser niño; alude a la sociedad de la Segunda Guerra Mundial, cuando la infancia, por los huérfanos o exiliados, queda vulnerada. Idea similar al inminente neorrealismo de El limpiabotas (1946, Vittorio de Sica) y la genial Alemania, año cero (1948, Roberto Rossellini), retratos de niños en la posguerra. Disney hizo una bella y fina pieza de cine adelantada a su tiempo.
Con la transferencia al dominio público de la novela de Collodi, surgen otras versiones. Destaca la miniserie italiana de 1972 dirigida Luigi Comencini, cuyo tele-drama co-escribió con la guionista favorita de Luchino Visconti, Suso Cecchi D’Amico, y la protagoniza la recientemente fallecida Gina Lollobrigida. Se re-apropiaba el tema en términos italianos para la sensibilidad post-hippie.
Pinocho resurge en el cambio de milenio. Entre las series y películas con menos fortuna, destacó Las aventuras de Pinocho (1996, Steve Barron), de bajo presupuesto, malos efectos, aunque impactó al público por la presencia del solvente actor Martin Landau como Geppetto. Filmada en República Checa, sigue el canon de las tradicionales marionetas de Bohemia.
El desastre fue Roberto Benigni; su Pinocchio (2002), la versión más repudiada, con él de envejecido protagonista, fue un malentendido digno para una convención de pederastas. Dada su nauseante calidad, y la impertinencia de manosear el relato clásico, enterró a tema y personaje.
Benigni tuvo otra oportunidad bajo la inesperada batuta del autor de violentos filmes sociales (Camorra, Dogman), Mateo Garrone. En Pinocho (2019), Benigni interpreta a Geppetto y los rasgos del niño están al fin tallados en madera. El tono naturalista se acerca a las ilustraciones originales de Enrico Mazzanti.
Increíble, pero la actual administración del estudio Disney escupió en su legado. La penosa política de reciclar filmes clásicos con personajes de carne y hueso dio un Pinocho (2022), dirigido por el legendario Robert Zemeckis, usando la animación de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988). En vez de reinventar al personaje, se copiaron y “actualizaron” los trazos de 1940; la magnífica gráfica original es vil copia. Un espanto que arrasará en los Razzies 2023. Pero Guillermo del Toro tenía en mente algo digno.
Su Pinocho (2022), codirigido con el debutante animador Mark Gustafson, y coescrito con Patrick McHale y Matthew Robbins, autor del clásico El verdugo de dragones (1981), siguió una ruta clave: ampliar la historia de Geppetto, igual a la teleserie de Cecchi D’Amico y Comencini; presentar un look próximo a los dibujos originales de Mazzanti y su época; alejarse del estilo Disney con un Pinocho tosco. Eso sí, de entrañable actuar en busca del alma acaso ya en su interior: reencarna a Carlo, el hijo muerto de Geppetto. Lo mejor: puso al día el contexto de la historia con el fascismo (“cree, obedece, pelea”), y la influencia de su fundador, Mussolini, en el resto de tiranos o aspirantes a, posteriores. Por eso, el campamento de diversiones aquí es de entrenamiento, justo para formar un ser sin pensamiento ni emoción.
Pinocho sufre sus distintivos problemas nasales no por mentir, sino por fementido. A veces se equivoca, pero es auténtico su interés en la amistad de Candlewick. Éste no es un abusador convencional, sino un niño obligado a complacer a su padre. Su crueldad es la naturaleza fascista actual puesta en crisis por Del Toro y Gustafson.
Lo sustancial es la animación gráfica, física: la stop-motion. O sea, figuras tangibles hechas cuadro por cuadro en escenarios a escala —para el filme más largo con esta técnica jamás hecho; logro suficiente para ganar el Óscar a mejor película animada—. Nos lleva, pues, a los orígenes del cine mismo, cuando en 1898 los creadores, Albert E. Smith y J. Stuart Blackton, de la Vitagraph, presentaron la técnica, luego vuelta marca de fábrica por el gran mago de la imagen Georges Méliès.
En breve comentario Stephen King aplaudió este Pinocho singular calificándolo de “pura magia cinematográfica”. Sin duda. Su pureza visual es asequible gracias a la cinefilia; a ese recorrido por la historia y la esencia del cine. Del Toro creó una genuina obra de arte, literalmente labrada, tallada, esculpida sobre el lienzo de la pantalla.
FOTO: Para Coria, el rústico diseño de Pinocho tiene como fin hacer una alegoría de las imperfecciones humanas, siempre supeditadas a la conciencia./ NETFLIX
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