Un tequila llamado Miami
Dos adversarios discuten la trama de una novela que se replica con el asesinato de un hombre, hallado con dos orificios en el cuello tal como sucede en el libro
POR XALBADOR GARCÍA
Sabes de vampiros? ¡Cómo chingados no! Arranca la nómina: el Vampiro Canadiense, el Santo contra las Mujeres Vampiro, el Conde Pátula, el Vampiro de la Colonia Roma, Chiquidrácula, Cronos del compa Guillermo del Toro, El Vampiro Fronterizo que por las noches volarás…
Miroslava coloca el revólver en mi boca, luego en mi sien, luego en mi frente. Una sola bala… de plata, pureza .925, elaborada por artesanos de Taxco, Guerrero, ahí cerquita de Juliantla, ese pueblo en la montaña que de luz de Sol se baña cada amanecer (Joan Sebastian dixit). No digas mamadas, Mariyein…
Sonrío… sonríe…
En las últimas semanas Edward sólo tomaba tequila Xacrificio, reposado, y leía tu novela. ¡Pinche novela! En esas dos actividades se le fueron pudriendo las horas. Ya no salía de su habitación ni para ir a su cátedra del hospital de Ponce de León.
Sé que era médico venido de Austria. Hematólogo. Medio culo con sus estudiantes. No importan mis palabras. Miroslava, a quien Edward le llevaba 20 años, quiere escucharse:
—Es para ti la bala.
Sonrío… sonríe…
Mi novela se titula Un tequila llamado Miami. ¡Pinche Miami! Se consigue en Amazon y en Books & Books de Coral Gables. Si nos visita no deje de sentarse en el bar a chingarse una Wynwood bien helodia, de la Cervecería La Tropical. ¿Y el libro? Ah… el libro habla de un asesinato en la mansión Vizcaya. Una novela negra. Un ejemplo del Noir Tropical. Dense un quemón con el íncipit: En la alcoba principal, frente al barco de piedra anclado en el océano, es descubierto el cadáver de un hombre austriaco sin gota de sangre y con dos orificios en el cuello. La policía queda perpleja. Un mexicano llega a investigar: es adicto al tequila y a los cortaditos de la Calle 8. ¿Vampiros en Miami? ¡Abuelita, mi café!
La habitación de la novela es justo la misma donde, en unos minutos, estallará el cañón del revólver con la bala de plata para romper un cráneo o abrir un pecho. No cuándo, sino quién será la víctima, es la verdadera pregunta. ¿Ella o yo? ¿Cazador o presa? ¿Gavilán o paloma? Miroslava también toma tequila Xacrificio. También lee el mismo libro. Miroslava lo sabe todo o cree saberlo todo. Me ha llevado a la alcoba donde murió Edward. Su Edward, le dice como si hubiera sido una posesión, una mascota o —mejor metáfora— un animal acorralado en su vejez.
Me ata como lo hizo con Edward. Tobillos y manos sujetas en el sillón verde alto, salido de un cuento de Cortázar. Ella se desnuda como lo hacía con Edward en noches de luna de sangre. Juega a la dominación como jugaba con Edward. El negligé negro hace que su piel nívea resalte en la oscuridad. Alterna la bebida. Tequila y sangrita. Sangrita y tequila. Juega con el cañón en medio de sus senos, por entre sus piernas que presumen unas medias de red. ¡Pinches medias! Y yo jugándole al maje. Muy decente que llegué a Miami para no verle las nalgas a Miroslava. Al final, me chingó. Atado y con un revólver frente a mí.
—Eres una femme fatale…
—Una mujer que le gusta cazar… —corrige Miroslava en su mal español aprendido en el high school.
La misma voz rasposa que me contactó hace unos meses en mi casa del centro de Cuernavaca. Calor culero. ¡Pinche Cuernavaca! Desde hace años sólo salgo por las noches. Por el día, con gafas de sol. ¿A poco no encabronan las llamadas a mitad de la madrugada de miércoles? Mi marido estaba obsesionado con su novela. No dejaba de leerla. Las páginas se le hicieron noches. Él acaba de fallecer. Lo encontraron muerto en su habitación. Lo siento mucho…. mis condolencias. ¿Quién putas les pasó mi teléfono y mi nombre? ¡Pinche teléfono! El silencio es el mejor de los puntos suspensivos.
¿Está ahí? Encontraron el cuerpo de Edward en su habitación sin gota de sangre, con dos orificios en el cuello. Justo como usted lo narra en Un tequila llamado Miami… la policía aún no lo sabe, pero yo sí y le suplico explicaciones. Si no las obtengo, no dudaré en denunciarlo…. ¿En el Departamento de Miami Dade trabaja el asesino serial Dexter, no? Ni pedo. A reflexionar como Filiberto García respecto a los gringos: ¡Pinches gringos! Se creen los dueños del mundo.
Hay un instante donde la vida se convierte en un relato policiaco. Si le entras, corres el riesgo de morir. Si le rehúyes, corres el riesgo de morir como pendejo. Yo estaba desencantado del mundo y de su literatura. Luego de vivir tantos años, hace falta una última aventura para besar a la muerte tantas veces añorada. Me lancé a la casa de Cristina y Don Francisco a ver qué pedo con mi novela y el viejo que moría como en mi novela.
¿Con su marido trabajaba una mujer rubia? La imaginé güera como en historia de Walter Mosley. Cuando la conocí descubrí el error: Miroslva era más bien descolorida. Blanca. De origen ruso. Llegada a Gringotitlán cuando niña. Ni por haber vivido tantos años de su vida en la playa había agarrado colorcito. Como sea, aguantaba un piano. ¡Pinches pianos!
Miroslava abre un cajón del clóset de madera, con vivos dorados y estilo barroco, situado frente a mí. Coqueta, voltea a mirarme. De la gaveta saca una jeringa de vidrio, un látigo de cuero negro, una spanking paddle, un teaser, una mordaza de bola y un plug con colita de zorro. ¡Ay perro, Edward, tenías el kit completo! Me sujeta de la cabeza, me jala el cabello y mi nuca se retrae.
—Mediante el dolor, no se consigue la vida eterna, pero sí el placer perpetuo. Nuestras heridas nos recuerdan que habremos de morir en paz.
Cuando intento responderle, me calla amordazándome con la bola, cuya correa sujeta detrás de mi cabeza. Me excita la dominación de Miroslava. Una mujer poderosa conoce todos los pliegues del dolor en el recital de cuerpos.
Sonrío… sonríe…
En el aeropuerto me recibió igual. Dispuesta a jugarse la vida con una sola bala. A pesar de la hora nocturna, el calor del trópico hacía juego con sus ojos. Dos llamas a punto de reventar. Mariguana, ya no puedo ni levantar la cabeza, con los ojos retecolorados y la boca reseca, reseca.
¿Por qué decidiste venir?
Como a los habanos, a la vida se le debe dar el golpe de vez en cuando.
Pero era pura mamada el diálogo. Además de las de Chalino, no había cartas marcadas entre nosotros. Sabíamos quiénes éramos. Pero nos gustaba fingir. Acaso la incógnita que se repetía para no perder el hilo de la narración: ¿Sabes de vampiros? En mi novela escribía sobre la última estirpe perdida en México. Llegados con Maximiliano en el Segundo Imperio, desaparecieron cuando se les chingó la rodilla, digo: cuando se los chingó la República, igualito que en Star Wars. La secuela de Un tequila llamado Miami sería Benito Juárez, caza vampiros. Creo que ya no podré escribirla.
Ha pasado la medianoche. Miroslava apaga las luces y enciende las velas del candelero de tres piezas sobre la mesa de noche, en la cual coloca los artefactos de masoquismo. Sirve un poco más de tequila en el caballito que asegura ser un recuerdo de Tonalá. Sangrita para que no raspe tanto. Sorbe como vato. Sin gestos ni nada. ¡Pinche tequila! Toma el candelero y lo lleva hasta mi pecho. Lo inclina. Sobre mi piel cae la cera líquida que va marcando surcos rojos hacia el abdomen. El dolor es tibio. Me gusta el camino hacia el placer eterno.
Sonrío… sonríe…
El trayecto a la residencia de Vizcaya fue poblado por las preguntas que Miroslava había guardado las últimas dos semanas. ¿Quién había asesinado a Edward en la casa que había heredado de sus abuelos? ¿Por qué sin gota de sangre? ¿Por qué habían recreado la escena de mi novela? ¿Por qué yo no era moreno como los jardineros mexicanos que trabajaban para sus padres? En mi país también hay güeros de ojos claros… nuestro parecido físico no es casualidad, Miroslava. Le dije, nublando mis ganas de cagarla por racista. ¡Viva el #poderprieto!
Al iniciar la velada me llevó a la terraza para contemplar el mar nocturno. Una bella bestia que nunca duerme. El mismo tequila Xacrificio. La misma habitación que la novela. Tomamos como para iniciar la batalla. Luego del tercer caballito, me besó. La mordida también fue una promesa de misericordia. Comprendí su próximo movimiento. Revólver, pistola, bala de plata… como las de mi compa Élmer Mendoza. ¡Ándese paseando! Qué culpa tiene el huizache de haber nacido en el llano. Ponte las esposas en las manos y en los pies. Átalas a la silla. Desnúdate.
Sonrío… sonríe…
Miroslava lame las heridas que me ha provocado con la cera caliente. Me da de beber más tequila. El latigazo en el cerebro es seguido por el latigazo en mis piernas, en mi pecho, en mis brazos. Miroslava oprime mis testículos. Siento que revientan, pero el dolor es aún terso. Lo aguanto. Mi visión empieza a colorearse con pequeñas amibas flotantes. Deja los artefactos de piel negra. Toma la jeringa. Extrae hilos de sangre de las venas de mis brazos y luego de mi cuello.
—¿Edward era vampiro?
—Tú lo sabes mejor que yo —me mira encantada Miroslava.
Quisiera seguir el ritual de la anagnórisis, pero mis fuerzas se diluyen. ¡Pinches fuerzas!
—Él era el último de su estirpe austriaca… tú eres el último de tu estirpe de vampiros mexicanos.
—Y tú, Miroslava, la última de tu estirpe de cazadoras rusas de vampiros.
Sonrío… sonríe…
Una bala de plata en el revólver…
¡Estalla!
FOTO: Philip Burne-Jones, The Vampire, 1897 /Wikimedia.