Una diosa como pretexto
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Pólipos y formasordas de Mauricio Sandoval. Una antología orgánica, que estará abierta hasta el 18 de junio, es una instalación pictórica, escultÓrica y gráfica que no rehúye a recursos literarios ni musicales
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POR ANTONIO ESPINOZA
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Si algo ha distinguido a Mauricio Sandoval (Aguascalientes, 1960) es su absoluta fidelidad al oficio de la pintura. Inició su carrera en los años ochenta, década marcada por la famosa posmodernidad, no un estilo o una moda sino una nueva era cultural (Fredric Jameson) que irremediablemente influyó en el quehacer de los artistas mexicanos y de otras latitudes. Sandoval fue uno de los jóvenes protagonistas de la pintura posmoderna de la época y su exposición en el Museo Universitario del Chopo (1989) resultó memorable. Presentó 27 pinturas, divididas en tres temáticas: paisajes violentados por el ser humano, incendios destructores del mundo natural y autorretratos mortuorios. Sobre aquella muestra, Raquel Tibol escribió en Proceso un artículo en el que se refiere a la tendencia de Sandoval “a la melancolía, el desconcierto, la desesperanza”. Y añadió: “Todavía hay en México paisajes placenteros en montañas, llanuras, mares, ríos, poblaciones; pero Mauricio Sandoval no los ve. Su ojo poético se enceguece ante esas porciones del entorno físico” (“Pinturas posmodernistas de Mauricio Sandoval”, Proceso, 25 de febrero de 1989).
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Para sorpresa de muchos, el pintor posmoderno Mauricio Sandoval presenta actualmente una exposición en el Museo de Arte Carrillo Gil. Digo sorpresa porque cuesta trabajo creer que un pintor-pintor como Sandoval exponga en un museo que privilegia lo contemporáneo, a no ser que ese pintor-pintor se llame José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros o Gunther Gerzso (todos representados en el acervo del recinto). La duda se resuelve cuando se accede a la sala y se descubre que la exposición, que incluye pinturas, dibujos y esculturas, tiene un sentido muy contemporáneo. Bajo la curaduría de Guillermo Santamarina, la exposición: Pólipos y formasordas de Mauricio Sandoval. Una antológica orgánica fue concebida como una mega instalación pictórica, gráfica, escultórica y hasta literaria y musical. Literaria por las “excrituras bubónicas” de Luigi Amara, colocadas en distintos puntos de la sala de exhibición, y musical por la banda sonora de Ricardo Castillo, que envuelve un espacio dentro de la sala con pinturas informalistas construidas en azules. Ambos autores colaboran en la muestra y la enriquecen con sus propuestas.
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La exposición no es fácil de asimilar. El discurso de la muestra inicia con un libro clásico del escritor británico Robert Graves: La diosa blanca: gramática histórica del mito poético (1948), que se exhibe dentro de una vitrina. El libro es maravilloso –lo leí hará unos treinta años y acabo de revisar mis notas al respecto-, nos habla de una supuesta deidad lunar primigenia, venerada por civilizaciones arcaicas, cuyo culto inspiró el surgimiento de la poesía. Siguiendo a James Frazer, el célebre autor de La rama dorada (1890), Graves sostiene que el impulso poético humano viene de un pasado mítico, en los albores de la civilización occidental, en el que imperaba el matriarcado. Todo concluyó cuando la diosa lunar fue violentamente destronada por su hijo o su consorte: ese mundo mítico se colapsó e inició una nueva etapa en la civilización occidental, regida por el patriarcado y todos los males que conlleva.
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No es que Mauricio Sandoval se haya inspirado en Robert Graves y su diosa mítica para crear las obras que integran la exposición que ahora comento. Evidentemente no es así. Más bien el libro del autor británico inicia un discurso en el que se van integrando obras de distintas etapas en la producción de Sandoval y que se ajustan al tema. Así tenemos que el espléndido cuadro: La luna (óleo y esmalte sobre tela, 1988), perteneciente al Museo de Arte Moderno/INBA, la obra más temprana de la muestra, podría interpretarse como la caída de la mítica diosa lunar. Otras dos obras de fecha temprana: La sangre del Edén (óleo sobre tela, 1995) y Flor de asfalto (Fin de Siglo) (óleo y collage sobre tela, 1996), revelan un mensaje apocalíptico.
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En esta misma línea están las obras que aluden a la muerte, uno de los temas preferidos de Mauricio Sandoval. Destacan dos pinturas de alto nivel: Día de muertos (óleo sobre tela, 2002) y El cráneo no es lo importante (óleo sobre tela, 2007). Hay también dos piezas tridimensionales muy mortuorias: Modelos de agregación específica (imanes y ligas, 2011) y Cronos (cráneo y concha, 2016), así como una serie de cinco dibujos de cráneos que carece de título y que fue realizada al carbón sobre papel en el año 2005. Pero la obra más apocalíptica de la muestra no habla de la muerte humana sino de la muerte de la pintura. Se llama precisamente así: La muerte de la pintura (óleo sobre tela, 2011) y aborda el tema ya superado del deceso del arte de pintar. Sí, el tema ya pasó de moda. La realidad es contundente: la pintura sobrevivió y se produce todos los días. Tradicional o contemporánea. No importa: un pintor-pintor como Sandoval tenía que tocar el tema.
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Queda por explicar el extraño título de la exposición. Por un lado, Mauricio Sandoval se apropia del concepto de pólipo, sea el concepto médico (como un tumor), el zoológico (como un pequeño animal con tentáculos) o el mitológico (como un espíritu del inframundo). Por el otro, acuña un neologismo, “formasorda”, para referirse a pequeños cuerpos construidos con colores y texturas, pero que alcanzan una dimensión tanto poética como introspectiva. Lo más interesante es que pólipos y formasordas, si bien entes diferentes, pueden confundirse. Tres cuadros vienen al caso: Lilith (óleo sobre tela, 2014), El nacimiento de Lilith (óleo sobre tela, 2014) y Ploughing on Sunday (óleo sobre tela, 2015). Los pequeños cuerpos que ahí aparecen: ¿son pólipos o formasordas? Ya se ve que estas ideas locas poco tienen que ver con el libro de Robert Graves. Quizá la diosa blanca sólo haya sido un buen pretexto para armar una exposición antológica orgánica, culterana y muy contemporánea.
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FOTO: Mauricio Sandoval, “Formasordas”, óleo sobre tela, 2009.