Una frontera lejana y antigua
POR EDUARDO ANTONIO PARRA
Si los territorios situados entre dos o más religiones, tradiciones culturales, razas o sistemas políticos se caracterizan por someter a sus habitantes a permanentes tensiones extremas —tal como ocurre en nuestra frontera norte, donde se vive en un atávico choque de idiosincrasias a pesar de las mutuas asimilaciones que se han dado a través del tiempo—, acaso los seres humanos más torturados y a la vez más fortalecidos, más templados por cientos de años de conflictos fronterizos sean quienes viven en la región que va de los Balcanes al Bósforo, es decir, en la parte meridional de Europa del este y en Turquía. Basta leer la obra de escritores como el premio Nobel de la antigua Yugoslavia, Ivo Andrić, o al genial albanés Ismail Kadaré, para observar cómo sus personajes encarnan esa tensión, ese desgarramiento interno que los mantiene en un constante estado de alerta ante otra cultura más fuerte, como si no fueran capaces de experimentar el sosiego en ningún instante de su vida. Ambos autores plasman, desde la perspectiva europea, el inicio de esas tensiones en novelas que narran el avance del gigantesco Imperio Otomano hacia el occidente: Un puente sobre el Drina, de Andrić, y El cerco, de Kadaré, así como la catástrofe que este avance, convertido después en franca dominación, significó para sus pueblos durante medio milenio en otros de sus relatos. La vida en una franja territorial semejante —lo saben los mexicanos del norte— se vuelve algo peculiar: una aventura diaria, un roce sostenido del que brotan chispas a cada momento, un desgaste siempre creciente, pero también un enriquecimiento de la propia cultura con las aportaciones de la ajena y con el fortalecimiento de las tradiciones ancestrales propias.
¿Pero qué ocurre cuando la parte dominada, antes débil, comienza a crecerse al grado de que está a punto de voltear los papeles? ¿Cómo reaccionan los habitantes del país antaño fuerte al sentir que su estabilidad y su antiguo poderío están en peligro de resquebrajarse y desaparecer? Los lectores de otro premio Nobel, el turco Orhan Pamuk, lo habíamos atisbado en sus relatos situados en la época contemporánea, pero ahora podemos contemplarlo con claridad en la obra maestra de su maestro —según las propias palabras de Pamuk—: Ahmet Hamdi Tanpinar: la novela Paz, recién publicada en español por la editorial Sexto Piso.
Lo primero que llama la atención al abrir el libro es el lenguaje de Tanpinar: denso, moroso, enfocado en el detalle tanto si se trata de retratar los rincones más bellos y ocultos de Estambul como de caracterizar el interior de cada uno de sus personajes. Un estilo nervioso, en ocasiones trémulo, poético, cuyo tono lleno de nostalgia nos habla, no de lo que se ha perdido, sino de lo que sin remedio se va a perder. El lenguaje de la inminencia. Y no es para menos. El autor sitúa su relato justo cuando la paz a que alude el título está por desvanecerse ante el estallido de la Segunda Guerra Mundial y Mümtaz —el protagonista—, un joven intelectual atormentado por la pérdida de la mujer amada, sabe leer en todo su entorno con mirada depresiva pero lúcida los signos de la violencia que está a punto de desatarse. Mientras camina por barrios semejantes a laberintos donde casas, monumentos, fuentes y mezquitas son un recordatorio de la grandeza ancestral del imperio, al tiempo que se maravilla ante la belleza de su ciudad, un temblor interno lo hace dolerse por lo que sin lugar a dudas desaparecerá para siempre. Mümtaz es un hombre melancólico, marcado por la pérdida. Su padre fue asesinado cuando era niño casi frente a sus ojos, su madre murió poco después, mientras ambos huían hacia Estambul, su primo y mentor convalece de una enfermedad que casi lo mata y la mujer de su vida lo ha abandonado. No es casual, por tanto, que Tanpinar lo utilice como pivote y detonante de su relato: la mirada y la atmósfera psicológica de Mümtaz se extienden desde el principio hacia todos los personajes y todos los paisajes urbanos hasta teñir de un tono ocre cada una de las páginas de Paz.
Y como el lenguaje de la inminencia no puede ser otra cosa que el lenguaje de la tensión, la novela se nutre de una intensidad poco común. “Algo terrible va a pasar y todo esto que conocemos no existirá más”, parecen decirnos con sus palabras, emociones y gestos los personajes. Por ello se aferran con lo que pueden a su devenir, a las enseñanzas de sus antepasados, a sus tradiciones, a sus actos y pensamientos pretéritos. Tanpinar insiste, por ejemplo, en la genealogía de Nuran, la mujer amada por Mümtaz. Lo peculiar es que no nos habla de una prosapia social, sino espiritual y, sobre todo, emocional: Nuran es una mujer condenada a vivir el amor hasta sus últimas consecuencias tanto en sus aciertos como en sus errores, tanto en su felicidad como en su sufrimiento, debido a que sus abuelos, sus abuelas y su padre fueron seres que se entregaron al ser amado sin restricciones, hasta agotar el manantial que brotaba de su interior, dispuestos a pagar cualquier precio. Cada uno de ellos, Mümtaz, Nuran y los otros dos protagonistas, Íhsan y Suat, están marcados, no por lo que hicieron sus ancestros, sino por lo que pensaron y sintieron, como si el autor pusiera en juego una suerte de destino alejado por completo de las hazañas épicas y el materialismo. Esta “alcurnia emocional”, si se le puede llamar así, es una fuente inagotable de tensiones dramáticas que, sumadas a las que aporta la condición fronteriza de los personajes, a las que se desprenden de la época que encuadra la acción de la novela, a las que vienen de la mano con la situación política interna de Turquía en ese momento, hacen que el lector no tenga respiro al leer la obra de Tanpinar.
Novela “de la ciudad”, tal como La región más transparente lo es para la capital mexicana —y casi contemporánea de esta—, Paz limita su campo de observación a unos cuantos caracteres, lo que le permite concentrar sus tópicos aun cuando sus referencias se remonten a dos o tres generaciones. Por ello, a través de los cuatro protagonistas el autor puede proyectar, ilustrar, varios puntos de quiebre: el de una cultura que deja de ser nacional para convertirse, de buen grado o a la fuerza, en cosmopolita; el de una nación que, sin dejar de ser oriental, comienza a integrarse a Occidente; el de un imperio bastante provinciano que se transforma en república con el fin de ocupar su sitio entre las naciones contemporáneas; el de un orden antiguo que se desintegra para dar paso a la incertidumbre; el de una paz que reventará en miles de violencias contenidas; el de una literatura tradicional —la turca— que deviene vanguardista; el de una ciudad imperial que se fragmenta en infinidad de urbes entrelazadas.
En el extremo contrario de las novelas, arriba mencionadas, Un puente sobre el Drina, de Ivo Andrić, y El cerco, de Ismail Kadaré, esta novela de Tanpinar parece venir a completar, desde una perspectiva literaria, el ciclo fronterizo de la región que va de los Balcanes al Bósforo. Podríamos decir que con ella se cierra una trama histórica que inició hace más de quinientos años, aunque sus repercusiones se mantendrán aún por varias centurias, pues lo que las tres obras —y muchas otras más— plasman para nosotros, lectores lejanos de aquellas realidades, es la construcción de una idiosincrasia, de un carácter regional, de un modo de ser de hombres y mujeres en cierto segmento del planeta. Paz, de Ahmet Hamdi Tanpinar, nos otorga la visión de la otra cara de la moneda, desde el punto de vista occidental. La visión del otro. Y lo interesante, lo artístico, es que lo hace a través de emociones más que de ideas y de conceptos: al terminar de leerla, el panorama de la Estambul de los años treinta y de sus habitantes se queda en nuestro interior porque fuimos siguiendo paso a paso la historia de amor y desamor entre Mümatz y Nuran; porque asistimos a sus encuentros eróticos narrados con un lenguaje vívido y palpitante; porque los acompañamos en sus recorridos por las calles de Estambul y por sus navegaciones en el Bósforo y observamos sus paisajes a través del lenguaje de la poesía; porque estuvimos cerca de ellos cuando discutían con sus amigos sobre arte, política y cultura turcas; porque sufrimos con ellos sus angustiosos problemas familiares y las enfermedades de sus parientes más amados; porque, en fin, los leímos por medio de un lenguaje que poco a poco se nos fue haciendo inolvidable, un lenguaje que de tanto hablarnos de esos otros, terminó por convertirlos en algo cercano, en algo nuestro.
Tras confirmarnos que en todas las fronteras la vida se vive con una intensidad diferente que en los centros, Paz, de Ahmet Hamdi Tanpinar, nos confirma asimismo que, cuando la narrativa se construye sobre las emociones de los personajes resulta inolvidable, es profunda sin aburrir, llega a grandes enseñanzas sin ser didáctica y alcanza altos niveles artísticos sin ser pretenciosa.
Ahmet Hamdi Tanpinar, Paz, traducción de Rafael Carpintero Ortega, Sexto Piso, México, 2014, 504 pp.
* Fotografía: Paz, novela de Ahmet Hamdi Tanpinar, adquiere un lenguaje nostálgico y poético en el que lamenta no lo que ha perdido, sino lo que perderá la ciudad de Estambul / Especial