Una novela informativa
POR JAVIER MUNGUÍA
“Una hermosa plegaria, una brillantísima recreación literaria”, se lee en la contraportada de la nueva novela del narrador colombiano Evelio Rosero (1950), Plegaria por un papa envenenado. Y no para ahí en la cosa: en las solapas se nos anuncian tres datos que deberían resultar clave para nuestro acercamiento al libro. Uno: Rosero tiene un talento “verbalmente mágico” según J. J. Armas Marcelo. Dos: parece destinado a suceder a García Márquez como el novelista más importante de Colombia, afirma Time Out New York. Tres: es imprescindible, un descubrimiento deslumbrante y se lee como un clásico, ha dicho Lolita Bosch.
Lejos de ser un puente para un mejor acercamiento entre el lector y el libro, estos elogios desmedidos tienen dos posibles efectos, ninguno de ellos positivo: crean suspicacias en torno a una obra que necesita ser legitimada antes del veredicto del lector o generan expectativas imposibles de cumplir. El legítimo afán de las editoriales de vender libros no debería orillarlas a actuar en contra de sus propios intereses.
El ditirambo resulta un recurso especialmente inoportuno ante un libro de tan escasa envergadura como este, breve a la vez que sobrado de páginas. Cierto es que en ficción no hay temas buenos o malos; leyendo esta novela, sin embargo, es difícil no pensar en lo que un autor con mayor pericia habría podido conseguir con su atractivo argumento: el asesinato del papa Juan Pablo I, perpetrado por la misma institución que encabezaba. De nombre Albino Luciani, el predecesor de Karol Wojtyla apenas ocupó 33 días su cargo. Según la historia oficial, murió de un infarto.
Rosero, en cambio, nos cuenta que fue envenenado por la Iglesia y la mafia italiana por representar una amenaza a los intereses de oscuros personajes del Vaticano. Lector empedernido, Luciani cocinaba antes de su muerte reformas que modernizarían el catolicismo, combatirían con mano firme la corrupción en su seno y derogarían los privilegios de sus dirigentes.
Apenas iniciada, la novela parece desear apartarse de lo documental e inscribirse en lo “literario”: diversos recursos más propios de la creación que de lo expositivo dan cuenta de ello, entre los que están la fragmentación temporal, la invención de un coro de prostitutas que comenta y corrige el relato del narrador y el uso teatral de los parlamentos. Pero estos recursos lucen como gestos fortuitos o fallidos, que no solo no enriquecen de ninguna manera la historia que relatan, sino que exhiben la negligencia con que está ejecutada.
La fragmentación del tiempo en el libro no incita la curiosidad del lector ni tiene en cuenta su interés; más bien propicia, por estar resuelta con torpeza, que el relato muestre sus cartas antes de tiempo. El coro de prostitutas que conoce de antemano la vida completa de Luciani tiene un problema severo de verosimilitud, pues posee un lenguaje abstracto y un nivel de instrucción más propios del narrador y que en nada se distinguen de la voz de este. Además, sus intervenciones no son sistemáticas y solo funcionan como un distractor.
El uso teatral de los parlamentos no obedece a función reconocible alguna y queda como un gesto arbitrario o una mala ocurrencia del autor, que más bien debió cuidar que sus diálogos fueran persuasivos y no lo hizo: es evidente en algunas charlas entre personajes que no van dirigidas a ellos, sino al lector; no hablan, pues, por sí mismos, sino lo que les ordena decir su titiritero.
Otro problema grave del libro es el escaso o nulo desarrollo de los personajes. Ni siquiera se profundiza en el protagonista, que más bien es un cúmulo de datos y anécdotas que una entidad palpable que dé la idea de vida. Teniendo en las manos un conflicto tan poderoso como el de un individuo moralmente íntegro y bienintencionado que no teme enfrentarse a una institución milenaria, tan poderosa como corrupta y en posibilidad de aplastarlo, asombra que el autor no haya sabido sacarle al menos un poco de provecho, pero es así: obtenemos informaciones sobre Luciani, fechas, transcripciones de sus discursos, pero no escenas dramatizadas sobre sus momentos clave ni la más mínima intención de penetrar a fondo en su condición. En cuanto al resto del reparto, la mayoría tiene breves apariciones. El principal antagonista, el obispo Marcinkus, es un malo malísimo de quien solo nos llegan apuradas referencias de sus maldades.
Cuando sobreviene el asesinato de Luciani, anunciado de manera reiterada desde el inicio, y la novela parece no dar para más, Rosero nos castiga con un largo, larguísimo pasaje (la tercera parte de la novela) sobre las aventuras del papa en el infierno acompañado de los grandes escritores de la historia, quienes lo reciben como a un colega distinguido en reconocimiento de las cartas que el otrora papa les había dedicado a ellos y a sus personajes, y que hasta había publicado como libro.
El episodio es tan absurdo como aburrido: no aporta nada a la trama ni a la configuración de Luciani ni vale por sí mismo. Las intervenciones de los autores se suceden una tras otra, vagas y anodinas, sin dar una sola idea o sugerencia que ayude al lector a comprender mejor la trama o al protagonista: son mero exhibicionismo. Lucen como un intento desesperado de alargar una narración que ya estaba condenada por su ineptitud.
Así es como una novela cuyo propósito inicial rehúye la posibilidad de ser confundida con una nota periodística sin mayores ambiciones que informar de un hecho termina siendo valiosa para los legos en la materia solo por la información que nos proporciona, de la que bien pudimos enterarnos en Wikipedia sin malinvertir nuestro tiempo.
Evelio Rosero, Plegaria por un papa envenenado, Tusquets, México, 2014, 164 pp.