Una ventana que no da al sur
POR GABRIELA TORRES OLIVARESUn nuevo modo advierte desde su presentación que no se pretende censo sino ventana, argumento que adelanta posibles cuestionamientos en torno a su concentración. Es decir, esta antología es un rompecabezas construido con las diez piezas que Daniel Saldaña París consideró pertinentes para formular su propio panorama de la narrativa mexicana actual, un panorama dimensionado por el tamaño de su ventana.
El método de selección (o la justificación), a manera de prólogo, parte de un epígrafe de Jorge Cuesta de donde se sustrae el título de la antología: parece que lo que pretende (el artista) no es la posesión de la realidad, sino un nuevo modo de poseerla. Con este antecedente, Un nuevo modo busca presentar una selección de narrativa mexicana producida por autores nacidos entre los setenta y ochenta, cuyas formas de “poseer la realidad” sean inéditas o acaso novedosas. Pero en Un nuevo modo, no todos los modos de poseer la realidad son nuevos. Y parto de la estorbosa premisa de “nuevo”, porque es el argumento medular para la existencia de esta antología. Salvo casos como los de Vivian Abenshushan, Carlos Velázquez, Antonio Ortuño y Julián Herbert, en el resto de los autores, o en los textos que el antologador seleccionó de estos autores, la realidad es poseída mediante modos más conocidos o mucho menos novedosos. ¿Y esto está mal? No, por supuesto que no, pero así se titula el playlist.
Dejando de lado el prejuicio de lo “nuevo” y quedándonos con el “modo” en que cada uno de los participantes narra sus historias, la antología es disfrutable. Porque es una buena reunión. No hay una apuesta riesgosa o un nuevo hallazgo, no, los autores aquí convocados cuentan, algunos más que otros, con sólidas carreras en la literatura mexicana, la mayoría son del centro del país y sus obras han sido galardonadas, aclamadas por la crítica y traducidas a otros idiomas. La selección no sorprenderá a los asiduos a la literatura mexicana, pero podrá ser un descubrimiento para aquellos mexicanos que están adquiriendo el gusto por la lectura o para los extranjeros que buscan tener una idea de la literatura que se produce en México; en ambos casos, es un buen inicio. Sin embargo, no deja de llamar mi atención la gran ausencia de la narrativa del sur. Por supuesto, ya el antologador dejó en claro que la presente no es censo, y el criterio no se evalúa mediante cuotas inclusivas pero: ¿no había nada-nada en el sur? Hecha la pregunta, a continuación y para finalizar, comentaré sólo cuatro cuentos cuyas formas de “poseer la realidad” me parecieron más novedosas o más acorde a lo que busca exponer Un nuevo modo —aunque debo mencionar que Ricarda de Alain-Paul Mallard y Fotismos de Juan Pablo Villalobos, fueron dos cuentos que me parecieron muy disfrutables pese a que “la realidad” sea abordada con recursos literarios más tradicionales.
En M. L. Estefanía, Julián Herbert narra la historia de un reportero anónimo de la nota roja y adicto a la piedra, y quien nos llevará tras las bambalinas de la corrupción. Este anónimo toma prestado el nombre del escritor Marcial Lafuente Estefanía, heterónimo que le permitirá cometer actos a nombre de otro para satisfacer su adicción e iniciar una suerte de metamorfosis. Herbert no justifica, sino expone su propio Fuenteovejuna: M. L. Estefanía somos todos. La metamorfosis del anónimo es simultánea a la del lector, que comenzará riéndose de las puntadas con las que el personaje resuelve las situaciones que se le van presentando, e irá poco a poco indignándose y percibiendo estas mismas situaciones con menor simpatía. Aunque la temática de Herbert no es del todo novedosa, el lenguaje con que la aborda agujera paredes y modifica trayectos en un laberinto del que creíamos ya tener el croquis.
Con El Mal de Satie, Vivian Abenshushan aborda el quehacer lector y creativo a través de los síntomas causados por el exceso de lectura. Una suerte de esquizofrenia literaria se refleja en una prosa eufórica que usa corchetes y paréntesis para interrumpirse y guiar al lector a través de la experiencia del supuesto mal. En este juego caótico, la autora propone (directamente en ocasiones, en otras con ironía) temas como la variación, la originalidad, traducción, influencias y la estorbosa figura del autor frente a su obra, incluida ella misma como directora de una orquesta gestual.
En Historia, Antonio Ortuño plantea, como he leído en pocos, el tema del mestizaje y la blancura, el poder, el machismo y las minorías, tópicos incómodos pero fundacionales. Historia está dividida en pequeños capítulos que conectan distintos episodios en la vida del personaje y de su país. Su privilegio de hombre blanco en un país de mestizos le da cierta porosidad y ventaja para sortear el racismo, pero también para testimoniarlo pues el personaje, irónicamente, es un exestudiante que desertó de la carrera de historia para volverse dependiente de un puestecito de novedades.
La condición posnorteña es la épica con la que Carlos Velázquez, a través del recién fallecido personaje de El Viejo Paulino, aborda un Norte que se jacta y regodea de sí mismo. Un Norte absurdo y neoténico, capaz de hacer virtudes todas sus necesidades. La excusa de la historia es la búsqueda de unas botas de piel de Biblia Vaquera, material en extinción (y personaje principal del libro así titulado). Paulino, caricatura del norteño terco y sincerote, hará todo lo posible, así tenga que venderle su alma al diablo, para obtener las tan anheladas botas. En La condición posnorteña, Veláquez hace uso de la jerga típica del Norte y la resignifica para crear un estilo propio, fresco y ágil.
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