“Uno se va del país y se lleva la tradición”: entrevista narrada con Ida Vitale

May 13 • Conexiones, destacamos • 745 Views • No hay comentarios en “Uno se va del país y se lleva la tradición”: entrevista narrada con Ida Vitale

 

A meses de cumplir su centenario de vida, Ida Vitale afirma que en Montevideo, donde radica, “la mayoría piensa que estoy muerta”; lamenta la falta de revistas literarias en la época actual

 

POR DANIEL GIGENA
“¡Qué verdes son las terrazas de Buenos Aires!”, dice la escritora Ida Vitale (Montevideo, 1923) en el tercer piso de la embajada y consulado de Uruguay, en Barrio Norte. “Debe ser por el aire húmedo que crecen tan bien las plantas”, reflexiona la Premio Cervantes 2018, una gloria de las letras hispanoamericanas.

 

En 2016, a su regreso de la Universidad de Texas, en Austin, donde vivió treinta años con su segunda pareja, el escritor y profesor Enrique Fierro (1941-2016), se instaló en el barrio montevideano de Pocitos. “Cerca del agua; tenemos que aprovechar la playa”, bromea. Hace varios años que Vitale no visitaba Buenos Aires. “En una época venía mucho, tenía grandes amigas acá, por ejemplo, había un intercambio de casas con María Elena Walsh. Ella iba a Montevideo y yo venía acá. Era mucho menor que yo María Elena, y empezó a ser famosa muy joven. Y me quedan algunas como Josefina Delgado; hace años que somos amigas. No todos los amigos se han muerto, por suerte”.

 

Tanto ella como Walsh fueron en cierto modo discípulas del Nobel de Literatura español Juan Ramón Jiménez. “Juan Ramón flotaba, allá arriba. Era muy agradable, muy tratable, muy papá con nosotras”.

 

A los 99 años, Vitale lee y escribe poco. “Estoy algo desconcentrada y toda ‘enchufada’ y ‘cableada’ —dice y señala el audífono. Para escribir, como para todo, hace falta un poco de aburrimiento. Cuando hay mucho movimiento no escribo tanto. Sigo teniendo la casa, aunque dejé de tener perros, que me encantan”.

 

Después de recibir el Premio Cervantes en 2018, su vida cotidiana no tuvo grandes variaciones. “A mí no me cambió nada y no creo que lo haya cambiado mucho a nadie. Aunque lo primero que tengo que recordar es que no tengo memoria”. Además del Cervantes, Vitale recibió los premios Reina Sofía, en 2015; Federico García Lorca, en 2016; Max Jacob, en 2017, y el Premio FIL de Guadalajara en 2018. Su obra incluye varios de libros de poemas, la mayoría incluidos en Poesía reunida (Tusquets, al cuidado de Aurelio Major); ensayos, prosas y críticas literarias, estas últimas agrupadas en Resurrecciones y rescates (FCE). “En general, las escribí en México, cuando colaboraba en Vuelta, la revista de Octavio Paz; había que vivir de algo. Octavio siempre fue muy generoso; dirigir una revista cultural te obliga a ser generoso y abrirte a los demás”. El libro de poesía más reciente de Vitale es Tiempo sin claves (Tusquets).

 

¿La visitan estudiantes y escritores jóvenes en su casa en Pocitos? Se encoge de hombros antes de responder. “En Montevideo, la mitad de la gente debe pensar que estoy muerta. Me deben tener presente por algún índice de algún libro. ¿A qué van a venir? Les puedo dar una receta de torta. Uno se va del país y se lleva una tradición, lo que a uno le hizo falta en un momento, pero todo es distinto: había una época en que había muchas revistas literarias, después no hubo ninguna; cuando alguien sentía la falta de una revista, surgía alguna. Ahora debe haber muy poco. Falta alguien que organice”. Menciona a dos escritores y “gestores culturales” avant la lettre: Carlos Rodríguez Pintos y Carlos Sabater Casti, “que para mí era el padre de mi amiga Sol, que me prestaba muchos libros”.

 

En su juventud, Vitale visitaba con frecuencia el Paraninfo de la Universidad de Montevideo, donde se hacían encuentros literarios. “Pasaba a mirar y ver qué había; era algo abierto y podías entrar a ver qué pasaba. A veces hay que darles una pista a los muchachos, que ahí se puede ir, que ahí no muerden, que no cobran entrada, que puede haber algo divertido e interesante. Eso depende menos de las instituciones que de quién las dirige; si es alguien que tiene un poco de imaginación o es alguien que se sienta a ocupar una silla porque no queda más remedio”. Para la escritora, la enseñanza de la literatura en las escuelas es primordial. “Una cosa es enseñar el español como una lengua fría y otra es que nos metan la literatura —afirma—. Es importante que los profesores tengan buen gusto y estén bien formados; depende de quién maneja el asunto se ven los resultados. A mi profesora Élida Miranda le agradezco mucho; tuve muy buenos profesores, que siempre tenían en cuenta el contexto cultural. No sé cómo estará hoy todo”.

 

Vitale no lleva un diario personal. “Muchas veces dije ‘voy a’, pero me duró tres días; es muy aburrido”. Tampoco tiene un archivo formal. “Debo haber donado manuscritos y cartas; cuando una se muda y no sabe qué hacer con las cosas, siempre hay alguien que se las pide. Mi hija (Amparo Rama Vitale) se ocupa mucho. La biblioteca ha cambiado, también. Tantos años en México, y luego en Estados Unidos; nunca tuve la idea de que estaba viviendo una historia que iba a cambiar”. Cree que estará en Montevideo para su próximo cumpleaños, el 2 de noviembre, cuando alcanzará la edad de cien años, “si no me voy antes allá arriba”, acota y hace un gesto. Considera que el presidente de su país, Luis Lacalle Pou, es un “hombre normal” y que el desarrollo de los países depende de los habitantes. “A nadie le dan un país ya hecho y empaquetado”, sostiene.

 

“Pero ¿se lee a los escritores uruguayos?”, pregunta, y agrega: “¿Y leen los uruguayos? Esa es la cuestión. Creo que todo está a la buena de Dios, o del diablo”.

 

 

FOTO: La figura de las letras hispanoamericanas, Ida Vitale, ha sido galardonada con el Premio FIL Guadalajara. Crédito de imagen: Juan Boites /El Universal

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