Unos cuantos papeles salvajes: aproximación a la literatura uruguaya de hoy
Ocho escritoras conversan sobre el panorama literario de su país y nos introducen en un mundo narrativo muy diverso, fruto de una larga y rica tradición literaria, que hoy prospera en el segundo país más pequeño de Sudamérica
POR JUAN CAMILO RINCÓN Y NATALIA CONSUEGRA
Conversación con las escritoras uruguayas Fernanda Trías, Carolina Bello, Inés Bortagaray, Claudia Campos, Natalia Mardero, Rosario Lázaro, Mercedes Rosende y Gabriela Escobar sobre el estado actual de la literatura de su país.
El segundo país más pequeño de Sudamérica ha sido y es, paradójicamente, un cuerpo descomunal que no para de nutrir la literatura en lengua española. Son letras que parten de la lírica personalísima de Juana de Ibarborou hasta “la épica de la derrota” de Juan Carlos Onetti, pasando por las mitologías de Marosa di Giorgio y la literatura de venas abiertas de Eduardo Galeano. Letras que se mueven entre la reivindicación de la memoria de Felisberto Hernández y la naturaleza terrible de Horacio Quiroga, la poesía nómada de Ida Vitale (cuyo aniversario cien se celebra este año) y la experimentación polifónica de Cristina Peri Rossi (ambas ganadoras del Premio Cervantes).
Pero esa literatura no se detiene ahí. Las letras uruguayas que conocemos se han ampliado y transmutado en voces que hoy llegan a otros universos tras unas cuantas décadas creando su propio lugar en y para Hispanoamérica. Ese camino recorrido nos lo descubren ocho escritoras nacidas en Uruguay, desde la trinchera de su escritura y las lecturas que las alimentan, en una mirada sobre la literatura contemporánea de ese país.
Desde las grietas de la mesa familiar
“Yo recordaba aquella dicha como si hiciera una guiñada ante un pequeño agujero donde viera iluminado el fondo de mi casa. […] Ocupados en sus pequeñas comidas y su poco de felicidad, parecían olvidados de mí”. Así rememoraba el escritor, compositor y pianista uruguayo Felisberto Hernández a una familia en un texto de 1943.
Casi ochenta años más tarde, en el poemario Jardín interior (2017, reeditado en España en 2019), la escritora y actriz de teatro Claudia Campos retrata, a su manera, una foto familiar antigua que tampoco es idilio: “Madre, padre, abuelxs y nietxs. Una pequeña con su vestido almidonado, cintas en el cabello y zapatos de charol. En una de sus manos, lánguidamente, una navaja abierta. Todos los rostros cargan con forzadas sonrisas menos el de ella. Ella no sonríe”.
Esa imagen que es metáfora y figura, la familia como el lugar ajeno y de lo desconocido, las grietas y el desgarro, es tema de una literatura cruda donde el lenguaje no necesita ornamentos. Al igual que Campos, la también montevideana Gabriela Escobar, música y autora de Si las cosas fuesen como son, novela ganadora del Premio Juan Carlos Onetti en Narrativa en 2021, se asoma a una familia donde “el dolor no se verbaliza, no se enfrenta y termina por tomar los cuerpos y el espacio. Lo que no se ve o aquello que se intenta ocultar vuelve a aparecer” a través de una escritura donde “lo horroroso surge sin preocupación, pues no es tabú”, explica.
De literaturas descarnadas sabe muy bien Campos, autora de La carne es Devil (2013), para quien hoy en Uruguay “viene dándose una efervescencia y una necesidad para explorar, ligadas a lo que estamos viviendo. Es una fisura del modelo, y ahí estamos cabalgando nosotras para poder hablar, de una vez por todas y hablarnos también entre nosotras”.
Hablar entre ellas. Dialogar con sus predecesoras y expandir en la obra propia el trabajo de poetas uruguayas como Marosa Di Giorgio y Amanda Berenguer, quienes en sus versos hablaron de la domesticidad desde sutiles “saltos, rupturas y permisos”, o en formas “más abiertas, brutales y desencadenadas, delirantes y oníricas”, señala Campos.
Son otras familias, otros tiempos, otras literaturas. Entre ciclos de lectura oficiales y alternativos, festivales y editoriales independientes, fanzines que circulan fuera del mercado, y encuentros y clubes literarios cada vez más frecuentes, se condensan todas esas diversidades y una serie de cruces intergeneracionales que contribuyen a ensanchar el panorama de la literatura uruguaya.
La familia es uno de los muchos asuntos que se reproducen en los cuentos, novelas, poesías y crónicas que se escriben desde el sur del continente con desenfado y largo aliento; esos “sobre los que siempre escribimos, que tienen que ver con la pérdida, el amor, la muerte. Son los cuentos de amor, de locura y de muerte, como el libro de Horacio Quiroga, que en ese título lo abarca todo”, dice la escritora y guionista Inés Bortagaray, cuyo trabajo ha sido reconocido en los festivales internacionales de cine Sundance y San Sebastián.
Hablar en clave universal, escribir con color local
Aunque hay temas -y obsesiones- universales que insisten y persisten en la literatura uruguaya, hoy se crea con nuevos registros, como lo afirma la escritora y periodista Natalia Mardero, autora de Escrito en Super 8 (2019): “También creo que en mi país hay una tradición de las historias de tierra adentro, afuera de Montevideo, los pueblos, las ciudades del interior, personajes medio pintorescos o situaciones que para los citadinos son lejanas, y hay escritores que siguen reivindicando esos espacios”.
Con esa tradición conviven escrituras y temas más juveniles, urbanos y contemporáneos en “un raro e interesante periodo de transición” que se caracteriza por una mayor libertad en la creación que no se siente tan regida por las reglas del mercado, sostiene Mardero.
En este escenario de nuevas escrituras, Carolina Bello, incluida en el Mapa de las Lenguas 2022 con su novela El resto del mundo rima, encuentra por ejemplo que en la literatura más reciente de su país «la revisión de la dictadura militar no está tan presente –aunque hay varios casos–. El cuerpo de la mujer como receptáculo de dolor muchas veces continúa siendo un tema que se mantiene, así como la presencia de personajes imposibilitados, o la noción de “no futuro”. Lo que noto con más presencia es la experimentación con los géneros: pastiche, autoficción y ciencia ficción».
Desde estos géneros, Fernanda Trías, ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara en 2021, destaca el trabajo de escritores como Ramiro Sanchíz con el weird, mundos paralelos, mutaciones y distopías “donde transforma toda la geografía mundial y la manera de vivir de las personas, las barreras físicas entre orgánico y plástico” en libros como Un pianista de provincias (2022). Igual sucede con producciones “de gente muy joven que está publicando por primera vez como Tamara Silva con Desastres naturales (2023) y Emanuel Bremermann con Los Murciélagos”, dice Bortagaray.
La libertad en la experimentación también es percibida por la escritora, traductora e investigadora Rosario Lázaro Igoa, hoy radicada en Australia: “Me impresiona la ebullición intelectual que tiene el Río de la Plata, comparándolo, por ejemplo, con Sídney. Montevideo es una maravilla: la cantidad de cosas que pasan, con pocos medios, es extraordinaria”.
Esta agitación creativa y la consecuente producción literaria se caracterizan por lo que Bortagaray denomina un péndulo que se mueve entre el qué se escribe, emparentado más naturalmente con lo universal, y cómo se escribe, que hay que ponderar y defender pues “retrata más finamente la sinuosidad de lo local, del habla propia, las proximidades, el vecindario, los usos, las costumbres, las maneras de hablar. Es algo que está en movimiento y, de alguna manera, crea una frontera difusa”, dice la autora de Ahora tendré que matarte (publicado por primera vez en 2001 para la colección De los Flexes Terpines dirigida por Mario Levrero, y reeditado en 2021).
Esa habla local hace presencia en cada personaje de Bello, cuya marca distintiva cuando describe un contexto uruguayo “es cierta preocupación por rescatar el relato oral –actos de habla, marcas, expresiones, refranes, muletillas–. Soy una batalladora contra el uso del lenguaje neutro”, anota la acreedora de una mención en la modalidad Obra édita de narrativa del Premio Nacional de Literatura en 2020. Por ese vínculo con lo local, destaca a Rosana Malaneschi, “una autora contemporánea que, entre otros, escribió un libro entrañable, astuto e inteligente llamado Leyland (2015)” donde sobresalen los matices más variados de la estructura social de Montevideo a través de la cultura del transporte público.
Voces flamantes, libros improbables
Desde España, sin abandonar la tradición literaria con la que creció y con la perspectiva que le da vivir al otro lado del océano, Mercedes Rosende, ganadora de premios de narrativa en su país y en festivales como la Semana Negra de Gijón en 2019, coincide con sus colegas en la amplitud de la literatura de Uruguay “que transita los dos caminos, tanto la universalidad como también una cosa muy uruguaya. Hay un fenómeno interesantísimo que es la literatura de la periferia, los márgenes, las ciudades pequeñas, los pueblos, los lugares olvidados y desconocidos, que nos están entregando escritores de primera línea”.
La autora de Qué ganas de no verte nunca más (2019), reconocida por sus obras en el género negro, destaca esa “buena senda de lo diverso que está ofreciendo una literatura variopinta. Además de quienes escriben desde el interior, también hay una preocupación de la capital por acercarse al interior y narrarlo de alguna manera”. De hecho, su novela más reciente se desarrolla en la frontera con Brasil, en un lugar que considera completamente residual en la geografía.
En su lista de favoritos aparecen entonces Cecilia Ríos, autora de Apenas lo conocía (2022), “un policial encantador, maravilloso” que transcurre entre la capital y una ciudad fronteriza con Brasil; José Arenas, quien ambientó su novela Papeles suizos (2019) en Nueva Helvecia, un pueblo del oeste de Uruguay; y uno de los ganadores del Premio Nacional de Literatura, Gustavo Espinosa, nacido en Treinta y Tres, un departamento “un poco salvaje” desde el que escribe una trilogía ambientada en un lugar que parece el far west, solo que no lo es, explica Rosende.
A la autora la secunda la voz de Trías, incluida en el Mapa de las Lenguas con Mugre rosa, quien encuentra “propuestas estéticas muy interesantes” encarnadas en autores uruguayos situados fuera de los circuitos capitalino y urbano. En sus lecturas sobresale Fabián Severo cuya obra aborda, desde la variante lingüística del portuñol, las identidades híbridas del sujeto: “Me parece muy interesante la manera en que él ha trabajado la frontera desde el lenguaje, no solo el imaginario de frontera”. A él se suman otros que han escrito desde el interior como Damián González Bertolino, desde Maldonado, con su imaginario de los balnearios en invierno.
Para Lázaro, doctora en Estudios de la Traducción y autora del libro de cuentos Cráteres artificiales (2022), estamos frente a una generación “incluso más interesante y numerosa de autores que no están en Montevideo, escribiendo con una autonomía y una creatividad enormes”. Menciona a Martín Betancor y Leonardo de León, dos de los que considera son los mejores de su país en la actualidad y a quienes suma los nombres de escritoras que están fuera de las fronteras, como es el caso de Trías, que reside en Colombia.
Crear desde una esquina del continente: logros y desafíos
Las posibilidades parecen amplias y democratizadas -si cabe el término- en el mercado chico -como lo señala Escobar- de un país pequeño y periférico con muy pocos habitantes que nunca ha sido invitado de honor en la FILBo o en la FIL Guadalajara -como lo reclama Trías-. Esto genera una especie de aislamiento en la circulación, especialmente desde un país donde un autor “tiene menos recursos para empezar y la cultura no es prioridad”, dice la autora de La azotea (2016). El ecosistema de la intelectualidad uruguaya y el mercado editorial están insertos, además, en una región en la que aún falta mayor sinergia literaria, subraya Rosende.
Para subsanar esos escollos se han destinado fondos estatales a becas, publicaciones, traducciones y concursos promovidos y apoyados por la estrategia Books from Uruguay, el programa IDA (nombrado así en honor a Ida Vitale), Uruguay Te Leo y la Universidad de la República (UDELAR). Iniciativas privadas como las revistas literarias Oro, dirigida por Daniel Mella y Gastón Atchugarry, e Intervalo de la librería Escaramuza, se suman a estos esfuerzos.
Las estrategias, aunque esperanzadoras, no son suficientes, dice Trías. Para Bortagaray aún son necesarias “políticas que puedan sostenerse más allá de la buena voluntad y de la excepción, que trasciendan esa vía más subterránea y casi invisible de traficar y cruzar nuestros libros; lo que pasa sobre todo de espaldas a la mesa literaria, en conversaciones en las caminatas, en la mesa de un bar”. Y aunque en los veinte años recientes cambió radicalmente el panorama, “aún falta el saltito”, explica Mardero.
En medio de “la precariedad material que de todas maneras sigue rodeando y signando el país, hay que salvaguardar esos espacios de resistencia que proponen alternativas”, expresa Lázaro. Por ello “sería muy fortalecedor que los puentes estuvieran más aceitados; crear un mapa de muchas partes interconectadas”, en palabras de Escobar.
Heredar una escritura inagotable
La mesa está servida: pese a las dificultades y los pasos que aún es necesario dar, las letras uruguayas de hoy siguen en efervescencia. Una ebullición de escrituras inesperadas, traducciones a lenguas impensadas, catálogos que no paran de expandirse, sellos independientes con impronta firme (Criatura, Pez en el hielo, Irrupciones, Fardo, Yaugurú, Latina y Estuario, entre varias).
Esa efervescencia no es ajena a las apropiaciones y relecturas “propiciadas en los últimos años por sellos que han reeditado obras de autoras clásicas como Alicia Migdal o Armonía Somers con La mujer desnuda, entre otras. Eso permite que nuevas generaciones de lectores y lectoras relean a escritores de otras décadas, ampliando las posibilidades”, destaca Lázaro.
Dentro de esas relecturas, Escobar tomó distancia para “leer algunas cosas que hoy no tienen nada que ver con la forma en la que escribo. No sé si en general hay una pregunta o si se busca un estilo parecido, pero divergentemente para mí fue bueno leer cosas que me dieron la sensación de que podía escribir como quería”, recalca. Es la libertad de leer y heredar, de ver con perspectiva y crear desde la autonomía, de creer en la posibilidad de escribir de otros modos, sin negar el valor de las literaturas precedentes.
En Trías también confluyen las voces de sus colegas escritoras, quienes asimismo reconocen, cada una en su propia literatura los indicios y ecos de quienes las antecedieron. “Sí siento que nos marcaron y me siento bastante cómoda y encastrada en esa tradición. Siento que pertenezco ahí”. Es la tradición que también capitanean Mario Levrero -maestro de varias generaciones-, Delmira Agustini, Juan José Morosoli, Amanda Berenguer, Mario Benedetti y Sylvia Lago de cuya literatura de papeles salvajes, como dice Campos, “estamos muy acompañadas”.
FOTO: Rosario Lázaro Igoa, escritora y traductora, nacida en Salto, 1981; Fernanda Trías, autora de Mugre rosa (2020), nacida en Montevideo en 1976, y Claudia Campos es escritora y actriz, nacida en Montevideo en 1971. Créditos: Norberto Ritter, Fernanda Montoro y Claudio Burguez /Elaboración propia
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