Urinetown: musical para sacudir el centralismo
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La armonía entre la puesta en escena y el talento humano en esta producción de la Compañía Ícaro un valioso aporte al teatro musical en México
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POR IVÁN MARTÍNEZ
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Tuve la oportunidad de ver Urinetown en una de las tres funciones que de ese musical ofreció la compañía Ícaro, de Querétaro, en el Teatro Hidalgo de la Ciudad de México. Tras agotar las pocas buenas propuestas que actualmente se presentan en la cartelera de ese género en nuestra ciudad y padecer bastantes puestas que apenas rebasan la línea de la mediocridad, salí positivamente sorprendido. No del todo con alivio, pero sí con la certidumbre de que éste es un género que no se agota y sobre todo, con la confianza de saber que nos podemos ir sacudiendo el centralismo desde el que pensamos el quehacer de los artistas escénicos en México, sobre todo de quienes se dedican al teatro musical. Las cosas pueden hacerse fuera de la capital del teatro en español.
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Mi sorpresa no tiene que ver con la obra como pieza teatral. De hecho, me brinca la presentación que se hace de ella. De la misma manera que no entiendo a mis colegas músicos que vienen a vendernos cualquier hueso en Carnegie Hall como los grandes debuts que en Nueva York pasan inadvertidos, no entiendo la pretensión de Ícaro y sus productores en la Ciudad de México al presentar un divertimento, justo y moderno pero sencillo, como “el musical que revolucionó Broadway”. No lo entiendo porque, al igual que esos intérpretes que nos venden sus falsos éxitos en el extranjero, demeritan los logros, modestos pero certeros, de su trabajo; son injustos consigo mismos.
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El logro del Urinetown que vi no se encuentra en la obra, una pieza que pudo tener la suerte de que un jurado decidiera que fue lo mejor en su año (2002, un año del que nadie recuerda –tampoco– a sus competidores) pero que está lejos de representar, musical, dramatúrgica, o culturalmente, la revolución que sí emprendieron Rent en los 90 o Hamilton en la actualidad, verdaderas obras maestras del arte en general. El logro está en el enorme esfuerzo de naturaleza semiprofesional llevado a la práctica con niveles que ya quisieran la mayoría de las compañías profesionales que ofrecen su trabajo en esta ciudad. La sorpresa de Ícaro no tiene que ver con Urinetown, obra que les ha quedado como anillo al dedo para sus posibilidades, sino con la calidad con la que lo están haciendo.
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La obra original de Mark Hollman y Greg Kotis no es mala, por si hacía falta decirlo. Se trata de una sencilla fábula del empresario malo enriqueciéndose a costa del pueblo bueno en una localidad que se ha quedado sin agua y donde su uso cuesta lo inalcanzable hasta para orinar, de ahí su nombre: Urinetown. Incluye héroe revolucionario y heroína, que resulta ser la hija del empresario, y una vuelta de tuerca final de suficiente ingenio; discutible, pero bien planteada y desarrollada en su objetivo: hacer teatro. Su libreto y música parodian las convenciones del propio género del musical, construidos con precisión humorística, pero no de manera novedosa y, me temo, sin la genialidad de incluir una sola canción memorable, aunque haya muchas muy buenas.
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Vale su puesta en escena y la puntual traducción al español en términos que funcionan dramatúrgica y musicalmente (¿dónde estaba su traductor, Miguel Septién, cuando Íker Madrid y Diego del Río se atrevieron a traducir Rent sin interés por la musicalidad de las palabras?). Vale la dirección escénica y el trazo, de elementos presentados milimétricamente en ritmo (indicados por su director, el mismo Septién, pero con cuidado de cada uno de los actores). Valen la naturalidad con que a todos les salen los gags. Vale el cuidado con que se tocan todos los instrumentos de la banda que les acompaña. Vale el esfuerzo de compañía, de ensamble sin ser una obra de ensamble, donde destaca el profesionalismo en escena de todos sin que deje de sobresalir quien tiene que sobresalir por su papel.
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Quizá haya elementos que refinar, mínimos: alguna coreografía, el movimiento corporal de alguien, algún exceso de energía de otro; es cierto que al tono fársico original de la obra pudo sacársele más jugo, aprovecharse con mayor confianza escénica; es cierto que los agudos de alguna cantante pudieron cuidarse tanto como la emisión sonora del conjunto (bravo por el cuidado del montaje vocal de casi todos).
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Es cierto que hay elementos perfectibles, pero no estoy seguro que con los recursos humanos y técnicos que cuentan pueda haber un resultado más redondo (se nota que no todas son voces entrenadas, pero todas son afinadas y el compromiso escénico es indiscutible: ninguna limitación echa a perder el trabajo del otro). Tampoco que pudieran haber encontrado mejor cast protagónico, Irlanda Jiménez y Memo Sánchez; ni a nadie mejor para el Oficial Lockstock que al brillante Eduardo Siqueiros, cuyo desenvolvimiento escénico está seguramente ya en la mira de los directores de casting de las dos grandes producciones que se esperan para el 2018.
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Al escribir esto, me entero que el productor Juan Torres, quien regentea ese teatro del IMSS, les ha invitado a seguir levantando el telón cuatro semanas más. Vale la pena ir, atender el esfuerzo titánico que hace esta compañía al viajar ida y vuelta cada martes desde su ciudad e ir sacudiéndonos ese instinto centralista que nos caracteriza. Es una llamada de atención para los teatreros capitalinos: ¡Aguas, Quiroz! ¡Aguas, Gou!
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FOTO: Urinetown, original de Mark Hollman y Greg Kotis, se presentará el 15, 22 y 29 de agosto en el Teatro Hidalgo de la Ciudad de México./ Cortesía de la producción
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