“Usted no sabe cómo es la guerra”: entrevista con Beatriz González

Dic 9 • Conexiones, destacamos • 1495 Views • No hay comentarios en “Usted no sabe cómo es la guerra”: entrevista con Beatriz González

 

La artista colombiana conversa sobre sus temas y la plástica de su obra a propósito de Guerra y paz: una poética del gesto, su primera exposición en México, que se exhibirá hasta mediados de 2024

 

POR SONIA SIERRA
Una masacre en Los Llanos Orientales de Colombia en los años 90 quedó registrada a través de fotografías que mostraban una especie de desfile de soldados y campesinos cargando los cuerpos en cobijas y hamacas. Varias impresiones de periódicos con esas fotos fueron guardadas por la artista Beatriz González (Bucaramanga, 1932) en un archivo que ha ido creciendo desde hace medio siglo y que ha sido el origen de gran parte de sus pinturas.

 

Los cargueros son una suerte de icono, una silueta, que Beatriz González repite y reelabora en diversas obras. Para ella es tan importante el proceso formal con que genera sus piezas como lo que van comunicando sobre la violencia en Colombia. Pero la repetición de esa y otras imágenes, dice en entrevista, es también su manera de pedir que esos hechos no se repitan más.

 

“Beatriz González. Guerra y paz: una poética del gesto” es la primera exposición individual de la pintora colombiana en México; se exhibe en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), con la curaduría de Cuauhtémoc Medina y Natalia Gutiérrez. La muestra, concebida específicamente para el museo de la UNAM, en el marco de su 15 cumpleaños, se exhibirá hasta junio de 2024.

 

La exposición reúne 63 pinturas que permiten reconocer las etapas, soportes y procesos de sus pinturas. Inicia con ejemplos de sus primeras pinturas, que fueron revisiones de obras de la historia del arte –de Velásquez y Picasso, por ejemplo-; contiene  también coloridas pinturas de figuras de la política colombiana como un expresidente (Turbay Ayala) que se representa en una cortina, o elementos de la religiosidad como un Cristo en un mueble cama de metal; otro ejemplo de la primera parte de la muestra es una de las obras de su serie “Los suicidadas del Sisga”. Con esta serie, Beatriz González inició un ejercicio de trabajo que mantiene aún, basado en fotografías aparecidas en los periódicos; esa serie, de la que se ve un cuadro en el MUAC, recoge la historia de una pareja que se fotografió en un estudio para morir al día siguiente en la Laguna de Sisga, en un suicidio juntos aunque aquello pudo ser un feminicidio y, luego, el suicidio del hombre.

 

La segunda parte de la exposición muestra varios cambios, como de colores pero, sobre todo, en los temas, porque desde mediados de los años 80 la violencia estuvo cada vez más presente en Colombia, en las fotografías de prensa y en las obras de González. Y es ahí, en esa segunda parte, donde se repiten series de imágenes como las de los cargueros; por ejemplo, el MUAC presenta en una sala la instalación “Auras anónimas”, una obra que se originó con esos cargueros que González representó en más de 8 mil nichos en el Cementerio Central de Bogotá.

 

Aspectos de la exposición de “Beatriz Gonzalez Guerra y Paz: una poética del gesto” en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, ubicado en Ciudad Universitaria.

 

La exposición termina con dos telones creados por la pintora para la exposición del MUAC, “Guerra” y “Paz”, que recogen la dualidad que vive Colombia, entre imágenes de violencia y de construcción de paz.

 

Beatriz González es una de las pintoras latinoamericanas vivas más reconocidas; es historiadora del arte, crítica cultural, museóloga y autora de varios libros. Su obra es una búsqueda por una pintura propia, que continúa conversando con la historia del arte, la cultura popular y la imagen impresa; que lleva el arte a otros soportes y espacios no convencionales; y que comunica gestos –como los llama el curador Cuauhtémoc Medina-, muchos de los cuales remiten al dolor causado por el Conflicto Armado en Colombia.

 

Usted empezó a crear, en las últimas décadas, obras donde la guerra no era solo de soldados y guerrilleros, sino de víctimas, y adivinamos en las siluetas a muchas de esas personas. ¿Cómo fueron entrando guerra y paz en su obra?

 

Es muy interesante ese planteamiento en el sentido de que es mirar a Colombia desde otro lado. Y pues claro, yo he pintado el drama, de las épocas de la mafia, de todo eso, pero llega un momento en el cual uno no quiere repetir lo que está pasando sino poner su mirada en cosas como la manera de pintar. ¿Cómo se pinta una figura muerta que no sea un pastiche? Yo me inspiro indudablemente en las imágenes de los periódicos, pero las veo de otra manera. Entonces tomo una foto, la veo, le agrego cosas y le quito otras por medio de las siluetas.

 

Cuando  yo paso, antes del siglo XXI,  a mirar otras cosas de Colombia, en ese momento suprimo mucho los detalles; en primer, lugar gracias a las siluetas y, en segundo lugar, en esto que estás diciendo ahora, de cómo aproximarse a la situación del país sin ser, sin volverse uno político, sin atacar al Gobierno, sin nada de eso, sino cómo veo al país, cómo quiero yo que vean al país. Pero yo no estoy dando lecciones ni mensajes, sino que la gente que se aproxime y mire los colores, las formas y las figuras, que encuentre un conjunto. Mi obra está insinuando que eso se debe parar pero eso no se para.

 

Hay un cambio entre aquellas primeras obras donde había humor, ironía y cultura popular a unas escenas de duelo en Colombia

 

Todo comienza con el incendio del Palacio de Justicia (6 de noviembre de 1985). Me paraba frente al Palacio quemado y pensaba: “¿La gente se acordará que los juristas que más sabían en este país, y las gentes humildes de la cafetería, se quemaron ahí?” Y mi reflexión fue que ya no me podía reír más; yo hacía como chistes, ironías, conexiones graciosas; con el Palacio de Justicia desaparecieron colores de mis cuadros, como el naranja, y me quedé con colores como el verde esmeralda, el vinotinto. Uno de los cuadros es el de la escena del presidente (Belisario Betancur) con sus ministros que le dicen: “Señor presidente, qué honor estar con usted en este momento histórico”, sin darse cuenta de que en ese momento los juristas se están quemando y que él nunca les contestó su llamada. Entonces, los momentos históricos son como unas malversaciones porque no han debido ser.

 

Otro caso muy distinto es el de los migrantes venezolanos a Colombia. Aquí están en una sala. Los migrantes europeos son elegantísimos, llevan una bolsita con un poco de oro y sus joyas, y estos, en cambio, cargan sus cajas de cartón, sus neveras, lavadoras; cruzan los ríos cargando esas cosas; son  migrantes distintos. O sea, lo que hay que pintar es lo que es distinto, no lo que es común en el mundo.

 

Empezó usted su trabajo con la propuesta de un diálogo con el arte…

 

Es cierto. Tenía mucha admiración por la historia del arte. Estaba un día en una angustia porque un profesor, Antonio Roda (pintor colombiano de origen español), nos  puso la tarea de pintar un cuadro; pinté uno que me pareció horrible. Pero en un afiche vi un detalle de “La rendición de Breda” (Velázquez), y yo lo hice otra vez, pero le suprimí detalles. A Roda y a Marta Traba les fascinó, porque todo mundo decía que yo era muy buena dibujante pero muy mala pintora. En ese momento no pudieron decir eso más; encontré lo que quería pintar. No quería ser (Fernando) Botero, no quería ser una señora que pinta cuadros. En eso me diferencié de la generación anterior. Cambiaba los colores, tenía los míos, quería mostrar una historia del arte intervenida por mí.

 

Luego empieza a trabajar imágenes que ya no vienen del arte sino de  los periódicos y de la cultura popular

 

Son como milagros que le suceden a uno; yo estaba pintando una serie de fotografías de los almacenes donde trabajan los fotógrafos y hacía una sobre niños, cuando un día abro el periódico y veo la nota de los suicidas de Sisga, con una foto chiquitica. Y esa fue la piedra angular; me di cuenta de que quería trabajar con esas imágenes. La foto que el periódico transforma es la que me interesa a mí. Yo quería esa simplicidad, encontré el camino para que las fotos de los periódicos fueran las que me inspiraran. Empecé una búsqueda diaria de la reportería gráfica; y todavía lo hago, adopto esas fotos, las corto, las meto a mi archivo; después hago con ellas un dibujo, no calco, y ya luego hago el óleo.

 

En la exposición vemos obras derivadas de personajes que viven la muerte de sus familiares o que llevan sus cuerpos…

Vi en un periódico una foto llamada “Domingo de resurrección”, pero hice mi versión: unas personas cargando un ataúd; son escenas muy impresionantes de un sitio en Los Llanos, en el cual se produjo una masacre. Ese camino de traslado de los muertos fue registrado por un fotógrafo; lo que me interesó fue ese desfile dramático de la gente llevando los cuerpos de los que han matado en esas masacres. A través de ese desfile me interesaba cómo presentar un poco el país. Es un tema que está en varios cuadros, como en los últimos que pinté, casi se parecen a “El Ángelus”, de Millet,  pero las mías son unas figuras que no están pensando, sino que están abriendo una cavidad para meter un cadáver. Son paisajes, pero dramáticos, no románticos.

 

Esas imágenes de estos cargueros llegaron a una instalación en el Cementerio Central de Bogotá, ¿cómo fue que el cementerio se volvió  soporte de una obra?

 

Un alcalde pretendía tumbar ese cementerio y Doris Salcedo y yo nos opusimos; nos fuimos a la Alcaldía y se detuvo el proyecto, ha sido una batalla larga. El cementerio es un sitio donde había unos nichos vacíos, y una noche pasé y lo vi iluminado por la Luna; sus cavidades desocupadas, negras, y la pared blanca. Entonces le dije a mi marido: “Aquí puedo hacer lápidas”; al otro día lo propuse, y se hizo el proyecto, son más miles de lápidas (cerca de nueve mil)  que intervengo con imágenes impresas por mí, de los tipos cargando muertos; que es lo que estamos repitiendo aquí en el MUAC, y que es lo que estamos repitiendo en la vida. Fueron dos o tres pabellones en el Cementerio Central; eso se ha deteriorado y estamos esperando para poder hacerlo de nuevo, ya están aprobadas todas las licitaciones pero ha sido mucha burocracia.

 

Al final de esta exposición hay dos murales hechos para esta muestra, que son “Telón guerra” y “Telón paz”.

 

Los dos murales representan este momento que vive Colombia, entre guerra y paz, entre que se dio el Acuerdo, pero todavía la guerra está ahí, y en que hay fuerzas que aun quieren y les conviene la guerra, y hay esa paz tan anhelada…

 

Me di cuenta de que no había leído “Guerra y paz”, de Tolstoi, y me pareció que lo tenía que leer antes de venir a México; y lo acabo de terminar. Es un libro donde hay unas reflexiones muy interesantes, uno de los personajes dice: “Usted no sabe lo terrible que es la guerra”; me gustaron mucho esas reflexiones, son muy poquitas, porque es como un libro costumbrista, pero me hizo reflexionar sobre Colombia: “es que usted no sabe cómo es la guerra”.

 

¿Los telones también se basan en imágenes de periódicos?

 

Las dos noticias las saqué del periódico de Santa Marta. Son telones y son escenas de la vida real, una es de unas mujeres prostitutas que las citan unos mafiosos un primero de enero, y ellas creen que se van a desayunar muy rico, pero las matan porque las acusan de haberlos sapeado con la policía; ese el telón de la guerra. En el otro telón, el de la paz, es cuando les devuelven las tierras a los indígenas, en el programa de Restitución de Tierras.

 

La imagen que identifica la exposición es “La empalizada”, que es el cuerpo de mujer…

 

Hay una búsqueda mía por iconizar. Uno encuentra iconos de la muerte de un hombre, pero no los encuentra de las mujeres… ¿cómo hacer un icono de la muerte de la mujer? Entonces decidí hacer “La empalizada”. No salió de un periódico; la hice yo. Ese cuadro tiene que ver con la búsqueda por iconizar.

 

Es una obra de un gran dolor y, sin embargo, de colores muy fuertes y vivos…

 

Un niño en Barranquilla me dijo que hago cuadros de colores muy bonitos, pero de temas muy tristes.

 

¿De dónde viene todo el color?

 

De Santander, de Bucaramanga… Mi mamá era una mujer de muy buen gusto, muy refinada, y ese buen gusto nos lo estaba inculcando en nuestra manera de ser. Pero a mí me pasó lo contrario, cuando empiezo a pintar busco las cosas de mal gusto, lo estridente; mi voluntad es mirar el mal gusto.

 

Otras de sus obras llegan a espacios públicos, en forma de carteles que se pegan en los muros, ¿qué respuestas ha habido?

 

Los (“Zócalos de duelo”) hice para colocar en la calle, pero no cumplieron su misión. Me imaginaba que iban a estar ahí, pero tuve que llevarlos a una galería porque los que los pegaban ahí en las calles se murieron de susto; la gente no los comprendió. Yo creo que hay un rechazo en la presentación de obras de arte en la calle, una cosa es un mural que haga una persona y otra cosa es un cuadro en un material tan frágil como el de la hoja de periódico. Yo me siento un poco fracasada en eso de poner obras en la calle, porque creo que no estamos preparados para eso, porque si hacemos obras como las que están acá es una pretensión y una salvación de los museos… pero es casi imposible esperar que un artista pueda por medio de obras de arte convocar a la ciudadanía.

 

¿Cómo percibe este momento de Colombia?

 

Difícil. Tenaz. No sé cómo vamos a salir.

 

 

 

FOTO: La pintora colombiana Beatriz González fue alumna del artista plástico Antonio Roda. En la imagen, la artista sentada en una sala del MUAC. /Fernanda Rojas EL UNIVERSAL

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