Vacío, el Premio Nacional de Danza
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Por tercer año consecutivo, la distinción más importante en el país para esta disciplina evidencia una profunda crisis por la falta de rumbo y criterios para la selección de las obras participantes
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POR JUAN HERNÁNDEZ
Pasan los años y la danza contemporánea de concierto, legitimada por el Premio Nacional de Danza (PND) “Guillermo Arriaga”, sigue sin ofrecer sorpresas. Desde el 2015, cuando se declaró desierto, a la fecha, las propuestas permanecen sumidas en un vacío creativo que es un síntoma de la crisis profunda en los modos de producción, distribución y, desde luego, del anquilosamiento de la política cultural del Estado mexicano.
El Palacio de Bellas Artes, el recinto destinado a las manifestaciones artísticas de excelencia, levanta su fino telón de Tiffany, para ofrecer una muestra triste de lo que, en teoría, debería ser lo mejor de la producción coreográfica mexicana contemporánea.
La función de la “Gala del Premio Nacional de Danza Guillermo Arriaga XXXVI, Concurso de Creación Coreográfica Contemporánea INBA-UAM 2017”, ratificó la decepción anual que provocan las propuestas dancísticas reconocidas, tras un certamen que convoca a creadores de todo el país.
En esta ocasión se presentaron las obras Estepa, de Miguel Pérez García e Isabel Aguerrebere, que recibió una mención especial del jurado del PND; La matriz (Teoría sintérgica), de Erika Cecilia Méndez Ureña, mención especial y finalista del certamen; y El espectador, de Edisel Cruz González, la pieza ganadora. Obras de 30 minutos, que se antojan más ejercicios escénicos, que propuestas profesionales.
Estepa, de Miguel Pérez, gozó de la música original de Miguel Pérez García y Heber Cruz, interpretada en vivo. Una obra que recurre a la tradición, tanto en el sentido musical como en el lenguaje corporal.
La pieza inicia con la interpretación musical que nos remite al ritmo festivo del fandango veracruzano, pero también al lamento del cante jondo; mientras que en el movimiento, la coreografía hace una derivación del zapateado del folclor tanto mexicano como andaluz, lo que resulta ser lo más novedoso de la pieza. Un hallazgo que podría ser desarrollado, como vocabulario, para la elaboración de un discurso incendiario, de las emociones y del intelecto.
Por otro lado, La matriz (Teoría sintérgica), de Erika Cecilia Méndez Ureña, se inscribe en las estructuras coreográficas contemporáneas más reconocibles. Cuerpos de bailarines entrenados, que se mueven para transformar el espacio y el tiempo y generar una atmósfera perturbadora.
Dice el programa de mano que la coreografía describe la “Teoría de la Sintergia” del mexicano Jacobo Grinberg, que estudia la actividad neuronal en la percepción de la realidad. Esta propuesta científica es llevada a la escena para hacer un señalamiento en relación con las presencias invisibles a la mirada cotidiana.
Una propuesta de altas ambiciones conceptuales, que no se concretan en la escena, más allá del ya muchas veces utilizado recurso del doble y el espejo. Sin embargo, en términos formales, la coreógrafa tiene el oficio para conseguir, al menos, un manejo eficaz de los solos, los duetos y los movimientos en grupos, en un escenario de la magnitud del Teatro del Palacio de Bellas Artes.
Se entiende, por otro lado, que la obra premiada sea El espectador del cubano Edisel Cruz González. Una pieza que vuelve a insistir en el poder de la televisión, “la caja idiota”, como la llamaba Carlos Monsiváis, en la manipulación del pensamiento de los televidentes pasivos, que consumen productos y una ideología sin sentido crítico.
En escena, un bailarín sentado en un sillón observa la realidad proyectada y distorsionada y, cuando decide rebelarse, es reprimido por la presencia dictatorial de ese sistema, representado simbólicamente en el soldado, que vigila y disciplina cualquier intento de subversión.
Edisel Cruz consigue transmitir el mensaje, aunque éste no resulta, en esencia, novedoso, pues el tema ha sido objeto de estudios desde distintas disciplinas. Un asunto trillado que, por otro lado, se queda atrás en una actualidad dominado por nuevos sistemas de comunicación; sobre todo a partir de la aparición de Internet y las redes sociales, en donde, para bien y para mal, se construyen las nuevas formas de relación entre la sociedad y los poderes fácticos.
Lo que llama la atención en las tres coreografías presentadas en la Gala del Premio Nacional de Danza, es que a ninguno de los coreógrafos parece interesarles buscar en el movimiento del cuerpo, es decir, en la danza misma, el lenguaje para trasmitir las ideas y los conceptos desarrollados en la escena. En Estepa lo que debería premiarse es la música; en La matriz, la teoría científica extra escénica y, en El espectador, el estupendo diseño de iluminación. Quizá sea tiempo de pensar renovar el nombre del premio y crear otro, en donde los involucrados sí estén interesados en hacer de la danza un lenguaje para transmitir ideas y emociones.
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FOTO: Aspecto de la coreografía La Matriz (Teoría sintérgica) de Erika Cecilia Méndez Ureña. / CND / Roberto Aguilar