Disparen sobre el guionista

Abr 27 • destacamos, principales, Reflexiones • 4046 Views • No hay comentarios en Disparen sobre el guionista

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Hoy más que nunca los guionistas mexicanos irrumpen en las pantallas, ganando
reconocimiento y presencia, y abriéndose paso en un mundo de mafias, en ocasiones,
autoimpuestas por la industria

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POR VERÓNICA BUJEIRO

 

Jean Claude Carrière abre uno de sus libros dedicados a la escritura cinematográfica diciendo que el guion regularmente es un producto que acaba en la basura, para sentar una expectativa sobre el carácter que se requiere para enfrentar al oficio. El celebrado guionista francés hace hincapié en esta imagen para marcar que es un objeto efímero y paradójico al ser una escritura destinada a un número limitado de lectores que además buscarán en él un interés personal como un papel, un éxito, un plan de trabajo independiente, etcétera.

 

No es difícil imaginar que quien crea estos objetos, esa especie híbrida entre el literato y el cinéfilo, requiere poseer un temple considerable que debe soportar la espera entre la escritura y la filmación de su obra, un grado de candidez suficiente para dejarse embaucar constantemente en cambios que ponen en peligro sus ideas y un ánimo incólume que pueda resistir los duros embates por los que pasará su creación al ser manipulada por directores, productores y anexos. De toda la gama de profesionales dedicados al cine el guionista siempre resulta el ser más extraño por esa naturaleza introvertida que tiene que enfrentarse a la peculiar sociabilidad que requiere la ardua negociación creativa, financiera y logística para realizar una película, y no es difícil encontrarlo en el set de filmación a un costado del cubo de la basura, ya sea por la necesidad que tiene de nicotina o por ser un lugar ideal para tomarse la pastilla para el malestar gastrointestinal.

 

Personajes como Joseph Turner White de la película State and Maine (2000) escrita y dirigida por el dramaturgo y director David Mamet, así como Charlie Kaufman (homónimo de su creador) en Adaptation (2002) de Spike Jonze, el atribulado Joe Gillis de Sunset Boulevard (1950) escrita y dirigida por Billy Wilder, así como el inolvidable Barton Fink (1991) de los hermanos Coen resultan versiones fidedignas de la experiencia dentro de esta profesión.

 

La naturaleza atormentada de estos personajes reside en que un guion original, aquella creación íntima en donde se revela una verdad personal y a la vez universal, es un anzuelo que rara vez pica y si lo logra es por motivos distintos a su intención original. En la trama de “director/productor busca guionista”, el argumento regularmente se basa en un ejercicio de seducción perverso que comienza con las loas a la creatividad del escritor para después pasar a evidenciar la dificultad de la idea original para llevarse a la pantalla, por no ser un producto rentable a las veleidades de la taquilla, y así rematar en el ofrecimiento de probar una de las ideas del director/productor, como si el oficio consistiera en ser redactor de diálogos y traductor de ideas ajenas, con la promesa que después, ante el éxito arrollador de la cinta que el director/productor trae en mente, se pueda filmar la idea original del amanuense.

 

En el raro caso de llevar a cabo un guion original se da la batalla entre la concepción original y su interpretación a cargo de otro, además del complicado tema de la autoría, pues rara vez se considera que el escritor fue quien concibió el universo y los personajes de la película, e incluso las leyes cinematográficas se avocan a defender los reflectores sobre el director antes que el escritor. Un síndrome que la directora y guionista Paula Markovitch considera como una “autoría desplazada”.

 

Ante este escenario no es de extrañar que, como los ejemplos citados en la ficción, el guionista sea un personaje digno de Melville o Kafka, pues es servidor de una industria demandante y cruel a la que tiene que imponerse luchando contra demonios propios y ajenos. Desde luego también existen los casos de guionistas que han alcanzado un considerable éxito. Personajes que han logrado trascender este paradójico anonimato para convertirse en célebres escritores que desnudan sus secretos en manuales que los llevan a dar talleres, conferencias y demás productos que atraerán a nuevas generaciones de soñadores hacia la insaciable industria del entretenimiento.

 

Sr. Pig, dirigida por Diego Luna.
Sr. Pig, dirigida por Diego Luna.

 

La batalla de los guionistas

En nuestro país existe una queja frecuente y extendida por la falta de buenas historias en el cine. Reclamo que proviene por un lado del perjuicio y la relación contradictoria que tenemos con nuestro propia producción fílmica y a su vez apunta al complicado problema de la industria cinematográfica que yace en un permanente estado de consolidación, pues se sostiene gracias a patrocinios gubernamentales y becas competidísimas que permanentemente se ven amenazadas con desaparecer. Las productoras independientes también existen, pero regularmente se ocupan de la maquila de películas de corte comercial que si bien recaudan dinero en taquilla son rápidamente reemplazadas en la memoria de los espectadores por productos similares. Ambos bandos enfrentan por igual la cruenta batalla de la distribución en salas de cine al situarse en competencia con el monstruo hollywoodense. No es difícil adivinar ante esta vorágine que el más afectado resulta ser la mayoría de las veces el guionista, no sólo en cuanto al capítulo de la remuneración económica, sino en lo que respecta a su historia original, ya que en pos de la recaudación monetaria las historias viven un sin fin de vejaciones, dejando como resultado una distancia kilométrica con su intención original y en ocasiones un caos narrativo que da más cuenta de la torpeza y la codicia de los involucrados que de la calidad de la historia. Los buenos escritores para cine y sus historias existen, pero tienen todo en su contra para aparecer frente a nosotros.

 

En una selección completamente arbitraria son dignos de mención algunos casos de guionistas y directores mexicanos contemporáneos cuyas historias denotan no sólo una maestría en el oficio de la escritura dramática para cine, sino una óptica original y profunda sobre la inquietante y contradictoria realidad actual y que sin intención alguna ayudan a vislumbrar a nivel panorámico aquella entelequia que solemos llamar identidad nacional.

 

Como primer ejemplo Augusto Mendoza, guionista de pura cepa conocido por ser el coescritor de las películas dirigidas por Diego Luna como Abel (2010) y Mr. Pig (2016), quien atrajo la atención de productoras importantes con su guion original Chicuarotes, por ser un sólido drama ubicado en un contexto poco común para la filmografía nacional, el entorno rural de la Ciudad de México de San Gregorio, Xochimilco (conocido mundialmente gracias a la tragedia del terremoto de 2017) y en cuyo tono se manejan magistralmente la tragedia y el humor que nos caracterizan. La obra de Mendoza tuvo la paciencia heroica de madurar 15 años entre la primera versión escrita y su filmación a cargo de Gael García Bernal y está en espera tener su estreno en próximas fechas.

 

Divididos por su competencia profesional entre el escenario y la pantalla se encuentran dramaturgos como Itzel Lara (1980) quien en Distancias cortas (2015) aborda la entrañable historia de un hombre obeso que encuentra alivio y solidaridad en la soledad de otros seres, haciendo de lo mínimo una elegía a la belleza de lo cotidiano. Con menos tiempo entre escritura y producción, éste es otro caso insólito de un guion original que encontró su destino gracias a la afinidad con el director Alejandro Guzmán, en cuyo oficio las atmósferas oscuras y sensibles de Lara encuentran un apropiado cómplice, con el cual está a punto de estrenar su segunda colaboración Estanislao (2019), una historia propuesta por el director relativa a un monstruo que habita dentro de una familia y que para la guionista representó un reto tanto profesional como personal. En la misma categoría Gibrán Portela, quien cuenta con reconocimientos nacionales e internacionales tanto en teatro como en cine, encuentra en Güeros (2014), dirigida por Alonso Ruizpalacios, un nicho adecuado para su creatividad gracias a la amistad y confabulación establecida con el director para realizar la obra que retrata un momento representativo para su generación, la huelga de la UNAM en el año 2000, así como el inicio de esa ansiedad e incertidumbre que arrojó sobre el futuro la llegada del siglo XXI. Asimismo ha colaborado en La jaula de oro (2013) de Diego Quemada-Diez y La región salvaje (2016) de Amat Escalante en donde ha conseguido entrar en sinergia creativa sin dejar de lado su voz autoral, Portela reconoce que el cine es un lugar duro y cruel para el escritor y considera que sus creaciones más personales se encuentran en el teatro, en donde este año planea su primera incursión como director.

 

Harto de las incontables humillaciones que sobrelleva el guionista, el también dramaturgo Luis Ayhllón decidió convertirse en director de cine y levantar por sí solo sus proyectos. Sus películas La extinción de los dinosaurios (2014) y Dodo (2014), dan cuenta de su destreza en el diálogo y resultan trabajos interesantes en donde su visión escénica va cediendo a la puesta en escena cinematográfica, logrando un importante alcance en Nocturno (2016), la aparente historia de un enfermo y su cuidadora que va revelando con gran habilidad dramática una trama subyacente, por demás oscura, donde Ayhllón se revela como un interesante cineasta con gran capacidad para la dirección de actores y la escena.

 

En el capítulo de los directores que dirigen sus propios guiones, Claudia Sainte-Luce gozó de un relativo éxito con Los insólitos peces gato (2013), por presentar la mirada íntima y afable de una intrusa que se adhiere a una familia al borde por la enfermedad de la madre, presentando el malestar de una forma positiva como una oportunidad de búsqueda, integración y cambio. Un tema que prosiguió bajo una óptica biográfica en La caja vacía (2016), en donde también participó como actriz en uno de los roles principales de la historia.

 

Alejandro Gerber Bicecci merece atención por poseer una mirada profunda e inquisitiva sobre la realidad nacional, a la que se une una sólida construcción dramática que logra involucrar al espectador. Afín al género de películas de iniciación, Vaho (2009) y Viento aparte (2014) presentan historias de adolescentes que pierden la inocencia por los duros embates del entorno en el que les tocó crecer, ritos de paso que conllevan revelaciones dolorosas y privan de esperanza, pero que se presentan bajo la absoluta maestría de narración por medio de la cámara de Gerber, como hechos cotidianos a los que habrá que levantarse el día siguiente.

 

Con películas como Somos lo que hay (2010), Jorge Michel Grau incide en el género del terror con toda la formalidad e ingenio requerida, ubicando a una familia de caníbales dentro de una unidad habitacional que ante la muerte del padre establecen la búsqueda de un nuevo líder que les muestre el camino hacia su sustento. Con este filme, Michel Grau rompió una vez más con el mito de que no se puede filmar un guion dos veces al vender su historia a una productora estadounidense que realizó una nueva versión en 2013. En esta misma línea de terror, género para el que existe todo un gremio de creativos y festivales, Emilio Portes se distingue por mostrar en sus creaciones un sello particular que mezcla humor, idiosincrasia y un homenaje al cine que lo precede con títulos como Conozca la cabeza de Juan Pérez (2008) Pastorela (2011) y su reciente colaboración con Luis Carlos Fuentes en Belzebuth (2017), entre otras.

 

Esta generación de creativos (nacidos entre 1973 y 1982) goza de una situación particular a su tiempo pues la gran mayoría labora ahora en la escritura y dirección de series para plataformas digitales de entretenimiento, permitiéndoles gozar de una remuneración económica más estable y un lugar de posible reconocimiento a su crédito. Aunque a diferencia de otras latitudes en México todavía no se ha dado del todo el privilegio que estos productos permiten al escritor reivindicarlo no sólo con el crédito principal, sino el control sobre la producción de la serie, como ya ocurre en Estados Unidos e Inglaterra. El ejercicio dentro de esta industria puede resultar un “gimnasio”, como menciona Alejandro Gerber Bicecci, al permitir la práctica constante del complicado oficio de la escritura dramática y según su experiencia las productoras en nuestro país se están abriendo para dar al autor el mismo nivel de crédito que en otros países.

 

A favor de esta generación también se puede decir que el complicado tema de la distribución ahora cuenta con plataformas digitales como Filminlatino, dedicada en su mayoría al cine mexicano, así como las conocidas Netflix y Amazon Prime. Este formato ofrece una gran ventaja al confinamiento en el que se encuentra regularmente el cine de nuestro país, aunque requiere de un componente complejo que es el interés del espectador para realizar la búsqueda de títulos e involucrarse con las historias, que más allá de sus combates por llegar a la pantalla, son las verdaderas protagonistas de este intenso drama. No hay un respeto suficiente por los créditos ni por el trabajo de un escritor cinematográfico, pero al parecer en esto México no está solo, pues las diversas huelgas y reclamos del Writers Guild of America, que ocurren en este momento, en Estados Unidos demuestran que es un problema global.

 

Películas de escritores mexicanos de los últimos cinco años:

 

1.- Güeros,
Guion de Gibrán Portela,
Dirección Alonso Ruíz Palacios

 

2.- Vaho,
Guion de Alejandro Gerber Bicecci
Dirección de Alejandro Gerber Bicecci

 

3.- Mr. Pig,
Guion de Augusto Mendoza
Dirección de Diego Luna

 

FOTO: El actor Daniel Giménez Cacho como Tito en la película Somos lo que hay, dirigida por Jorge Michel Grau en 2010. / Especial

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