Viaje a los centros de la revolución digital francesa
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Desde hace cinco años, el gobierno francés puso en marcha, en colaboración con el sector privado, un modelo para impulsar los negocios digitales enfocados a las industrias creativas. Repartidos en París y Aviñón, existen tres hub, o incubadoras de pequeñas y medianas empresas, que además de generar empleos exportan sus productos a otros países y han ampliado sus horizontes más allá de las industrias culturales y creativas tradicionales, como la moda, la gastronomía y el turismo de nicho. Hoy, el negocio está en los videojuegos, la edición digital, la animación 3D, la realidad virtual. ¿Para cuándo en México?
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POR JULIO AGUILAR
El inicio de la primavera en París es más frío de lo normal, pero la ciudad está más caliente de lo que parece: manifestaciones de estudiantes y empleados públicos, una temida huelga ferroviaria, controles de seguridad en los sitios más concurridos que recuerdan las alertas antiterroristas estadounidenses, y una presencia notable de inmigrantes africanos que se acurrucan bajo los puentes y en los andenes del Metro. Son los últimos días de marzo pero hubo nevada. Lo que es una sorpresa grata para los parisinos y los turistas, para esos inmigrantes es una calamidad más en su tránsito hacia el sueño europeo.
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Sin embargo, este ajetreo de la capital francesa es muy diferente del de París del 68, el histórico movimiento de la revuelta juvenil que quiso cambiar el mundo (y que en varios sentidos lo logró). Los universitarios franceses hoy protestan contra el plan de cambiar las reglas para ingresar a la educación superior, y los más politizados son jóvenes antisistema que se manifiestan de forma algo violenta contra los intentos de reformas del presidente Emmanuel Macron, o son jóvenes feministas que salen a denunciar el establishment patriarcal.
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Muchos otros muchachos hacen una revolución de otra manera. Una élite de ellos, que en París no son pocos, es el motor de la revolución digital francesa, no sólo como espectadores o consumidores, sino como creativos o emprendedores. Ellos son la generación que encabeza un movimiento en la innovación de las industrias culturales y creativas. Francia quiere dar la batalla a Estados Unido y Gran Bretaña en la conversión digital y ellos están en las trincheras.
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Con el monumental ecosistema de innovación y desarrollo de su Silicon Valley y sus campus neoyorquinos, Estados Unidos le lleva la delantera a todos en el mundo. De allá han surgido emblemas de las industrias creativas globales, como Netflix, Youtube o Google, y operan numerosas startups que se desarrollan con éxito en Norteamérica e incluso en otras partes del mundo.
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A diferencia de países como México, dirigido por políticos y administradores incapaces de crear una política de Estado para planear y estructurar una agenda ante la realidad digital, e impulsar la innovación de las industrias creativas y culturales, Francia ha tomado la iniciativa desde hace algunos años para gestar y desarrollar su propio ecosistema que impulse la creación, producción y comercialización de contenido cultural creativo. Ha sido una reacción para enfrentar el poder blando (ahora en su versión digital) que los estadounidenses han ejercido en todo el mundo desde mediados del siglo XX a través de sus industrias culturales, y además es una iniciativa para crear riqueza e impulsar la cultura en ese país.
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Decir que Francia es una potencia cultural es una frase hecha pero también una realidad muy tangible: el sector cultural le hace ganar a ese país 84 mil millones de euros al año, directa o indirectamente, más de lo que gana a través de la industria del automóvil o del mercado del lujo, según un diagnóstico publicado en 2015 por la firma Ernst & Young Advisory, realizado para France Créative, la asociación que agrupa a los sectores de las industrias creativas y culturales francesas. Gracias a ese conjunto de industrias, existen 1.3 millones de empleos directos e indirectos, de artistas a creadores de videojuegos, pasando por profesores de arte o gente que participa en la elaboración, venta y distribución de libros, películas, publicidad, periódicos y muchos otros tipos de creativos y empleados.
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En México, que a pesar de los estropicios de sus gobernantes recientes y pasados sigue siendo una potencia cultural (la industria cultural mexicana representa 3.3 por ciento del PIB, en una medición tradicional como la de INEGI, o 7.4, si se suman las industrias creativas totales, como lo han planteado especialistas en el tema como Ernesto Piedras), es tanto el rezago en estructurar e impulsar a esos agentes del desarrollo económico, educativo y social, que incluso hay una suerte de ignorancia generalizada para entender en qué consisten los conceptos de industrias creativas e industrias culturales.
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El concepto de industrias creativas abarca más allá de lo que tradicionalmente se ha conocido como industrias culturales (la editorial, el cine, la música, la artesanal…) e incluye a otros sectores que crean, producen y comercializan contenidos culturales creativos e inmateriales, desde la prensa hasta el desarrollo de software, pasando por la publicidad y los videojuegos, por ejemplo.
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La llegada del mundo digital ha hecho que Francia se haya espabilado desde hace algunos años y haya ampliado sus horizontes más allá de las industrias culturales y creativas tradicionales, como la moda, la gastronomía, el turismo de nicho, etcétera. Y París está en el centro de ese movimiento.
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París, una ciudad histórica cada vez más digital
En la gran área metropolitana de París, una zona con unos 12 millones de habitantes, hay un par de cientos de miles de personas que viven de las industrias creativas y culturales. Esto no es una exageración. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos de Francia, esos empleos representan el 3 por ciento del total de la economía de la región. Para darse una idea de la magnitud, ahí viven unas 131 mil personas autoempleadas en actividades culturales, especialmente en negocios audiovisuales y multimedia y trabajos relacionados con el patrimonio, y no pocos han creado sus startups, es decir, pequeñas y medianas empresas en busca de un modelo de negocio rentable. Es un ejército formado por muchos jóvenes, según el mismo instituto.
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En vista de tanto potencial, Paris&Co, la agencia de desarrollo e innovación tecnológica de la ciudad (¿quién ha oído hablar de algo similar en la Ciudad de México?) convirtió un viejo edificio de 15 mil metros cuadrados y seis plantas que fue un almacén en los años 60, en un cuartel para una parte de esa legión de jóvenes creativos y emprendedores.
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Es el edificio Le Cargo, la sede desde 2016 de la plataforma LINCC (Les Industries Numériques Culturelles et Créatives / Las industrias digitales culturales y creativas). Aquí están reunidas empresas innovadoras de reciente fundación que ya son parte de las industrias creativas de la ciudad y otras que buscan consolidarse. En esta sede funcionan programas de incubación y de aceleración, dos términos que entre los temas culturales mexicanos suenan exóticos, prófugos de las páginas de economía o tecnología, pero que ya deben ser conceptos para utilizarse cotidianamente como parte de nuestra formación. Esto también es cultura.
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“LINCC une a todos los sectores de las industrias creativas digitales de París. Aquí se fomenta la aparición de empresas innovadoras, se facilita el encuentro entre grandes empresas y startups, se acelera la transformación de negocios y se identifican oportunidades para ellos”, me explica Lucie Bassinah, una de las ejecutivas de LINCC.
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Este es un edificio (hub o incubadora, le dicen) lleno de jóvenes, la mayoría veinteañeros y treintañeros con pinta de hipsters, pero el ambiente no es de relajo sino muy profesional. Cada quien a lo suyo, en sus islas de trabajo, para sacar adelante sus desarrollos de juegos de video, edición digital, animación 3D, radio, televisión, cine, realidad virtual, entre otros proyectos que serán consumidos en París y en toda la nación, e incluso más allá: en el mundo francófono y algunos incluso en otras regiones culturales, como América Latina. Muchos ya tienen un camino recorrido (este año hay en Le Cargo 29 proyectos) y otros (33) apenas se inician con sus proyectos de empresa.
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Todo esto es una iniciativa mixta, es decir, apoyada por entidades oficiales y empresas asociadas, entre ellas Vivendi, el conglomerado francés de las telecomunicaciones y el entretenimiento (¿alguien ha oído que Televisa o TVAzteca estén haciendo algo así en México?). Todos empujan porque de alguna u otra manera saldrán beneficiados con todo esto.
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El modelo me lo explican de esta forma: antes que nada, en LINCC apoyan, no financian y los postulantes para cada programa deben cumplir con requisitos muy específicos, pensados para proyectos innovadores que estén relacionados con las industrias creativas, y deben pagar cuotas dependiendo de si están iniciando el proyecto o si sólo requieren un empujón para acelerar sus procesos para volverse empresas rentables. Entre 5 mil y 12 mil euros al año cuesta esta capacitación y apoyo integral, más la renta si quieren tener su base de operaciones en el edificio Le Cargo.
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Eso suena caro, incluso para los niveles de ingreso franceses, pero en lo que llaman el ecosistema de apoyo a las industrias culturales, hay formas de conseguir ayuda financiera para esto y otras cosas necesarias para hacer caminar uno de estos proyectos; están, por ejemplo, los programas del banco público de inversión Bpifrance, enfocados a financiar pequeñas y medianas empresas innovadoras.
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Para los proyectos elegidos para ser parte de los programas de LINCC hay grandes ventajas: los ponen en contacto con instituciones expertas en sus temas, los ayudan a identificar oportunidades y a crear sus modelos de negocios e incluso a conseguir sus primeros clientes e inversionistas. Además, como forman parte de una iniciativa del gobierno de París, ahí mismo los ayudan a resolver problemas legales y jurídicos para su operación, y los asesoran para gestionar ayudas públicas.
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Todo eso es fundamental para personas que no tienen idea de temas administrativos, gerenciales o jurídicos porque sus formaciones son de diseñadores, editores, músicos, artistas plásticos, videoastas, ingenieros, programadores, etcétera.
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Este año en LINCC hay proyectos en incubación como Culto (el primer estudio de producción de posdcasts en francés dedicado al arte y a las artes escénicas), Madam Sport (un sitio de noticias deportivas femeninas), Onorient (una plataforma para medios independientes que difunden la cultura del norte de África y Medio Oriente), Conexión francesa (una plataforma para difundir a Francia en el extranjero), entre muchas otras, que incluso ya tienen apoyos de instancias como la Agencia France Press.
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¿Cuánto dinero le deja las industrias creativas culturales a París?, le digo a Lucie Bassinah cuando me explica el funcionamiento de Le Cargo. “Muy buena pregunta”, me dice, pero luego se va por las ramas para seguir hablando del modelo de este proyecto. Es curioso, a los franceses no les gusta hablar de dinero, de ganancias; parece que lo evitan. Tampoco tienen los números bien preparados en la mano sobre estadísticas o métricas. Esto es una gran diferencia con los estadounidenses, pero no creo que sea una ventaja; esa es una actitud parecida a la de los mexicanos que se dedican a la cultura. Despreciamos los números y eso es un gran error que los anglosajones aprovechan. En México, quizá como en ningún otro país del mundo, conocemos muy bien esa historia porque es parte de nuestra historia de subdesarrollo.
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Centquatre, ejemplo de innovación con vocación social
No muy lejos de Le Cargo, en el mismo Distrito XIX, al noreste de París, hay otro ejemplo de las ambiciones digitales francesas enfocadas al desarrollo de las industrias creativas y culturales: Centquatre, un inmenso complejo que es al mismo tiempo una suerte de centro cultural, espacio comunitario, sede de residencias artísticas y lugar para incubar proyectos digitales experimentales.
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Además de la innovación, se aprecia la vocación social de este espacio que hace años fue sede de una inmensa funeraria, me explican. Hoy aquí no hay nada que recuerde a la muerte, al contrario. Los jóvenes y niños de esta zona, que está lejos del París rico y turístico, vienen a realizar actividades culturales en un espacio bonito, limpio, muy digno, y conviven con artistas emergentes y una fauna hipster de jóvenes emprendedores que les sirven de modelos de vida. ¿Quién dice que en un futuro no muy lejano ellos, hijos o nietos de inmigrantes de África o Medio Oriente, no podrán tener la creatividad y el tesón para iniciar una startup?
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“En este lugar se acompañan y aceleran proyectos artísticos y culturales, se fomenta la innovación colaborativa y la cooperación creativa. Este es un nuevo modelo de establecimiento artístico con una vocación interdisciplinaria. Además, aquí los innovadores pueden experimentar in situ con su público”, me explican Victoire Bech y Karine Atencia, del equipo operativo de Centquatre, mientras recorremos las instalaciones reformadas por las autoridades de París, con un gran valor patrimonial por ser un espléndido ejemplo de la arquitectura industrial de la ciudad.
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Como en LINCC, aquí tampoco dan financiamiento, ayudan a desarrollar ideas, a acelerar proyectos y, en todo caso, a enseñar cómo conseguir dinero. Centquatre también funciona con un esquema de colaboración con una red de socios de la iniciativa privada que ayudan a las empresas que se cocinan aquí.
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Un ejemplo de éxito en desarrollo avanzado es Timescope, un proyecto de realidad virtual en 360 grados que busca un mercado en el turismo cultural.
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“De hecho, Timescope ya tiene clientes, incluso nos buscan porque les gusta el proyecto”, explica Adrien Sadaka, cofundador de Timescope mientras exhibe su desarrollo: un visor de realidad virtual instalado en una base giratoria en la que una persona puede “viajar en el tiempo” al ver escenas antiguas recreadas sobre lugares históricos. El aparato ya da servicio en algunas partes de París, como la Plaza de la Bastilla y, como dice Sadaka, tiene otros clientes privados y pronto tendrá más.
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Timescope nació en un pequeño cubículo y, debido al éxito, ahora está en una de las áreas más visibles e iluminadas de Centquatre. Al parecer es un orgullo para el ecosistema de innovación que se impulsa en este lugar. Timescope ya generó empleos, en el área de trabajo hay varios muchachos diseñando quién sabe qué en sus computadoras; no quieren hablar de sus proyectos inmediatos porque es confidencial y se niegan a que se les tome fotos. Ya son unos señores creativos o al menos así se comportan.
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Entre las firmas que apoyan a Timescope está Bpifrance, una compañía que parece banco convencional pero no es tal. Es una entidad que funciona con capital del Estado pero también con dinero del mercado financiero.
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“Bpifrance apoya a empresas creativas y culturales que no cuentan con respaldo financiero. Apoyamos estos negocios en su crecimiento, los preparamos para la competencia y fomentamos el desarrollo de un ecosistema favorable para el emprendimiento”, explica una ejecutiva de este organismo en su edificio sede de París.
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Bpifrance participa en redes de aceleradores en varios centros tecnológicos de Francia y apoya a las empresas culturales y creativas a partir de una lógica de políticas públicas desarrolladas a nivel estatal y regional.
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Uno de los ejemplos de éxito apoyados por Bpifrance es la startup Cosmotech. No es una empresa cultural pero es una empresa creativa. Este es un buen ejemplo para dejar clara la diferencia: Cosmotech desarrolla software, es decir, hace un trabajo creativo, intelectual, altamente sofisticado, pero no tiene una vocación ni artística ni cultural. Pero el desarrollo es muy útil e innovador para el mundo.
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Cosmotech ya tiene clientes no sólo en Francia, sino en Estados Unidos y otros países europeos. Su negocio está en simular o modelar cómo se desarrollaría cualquier industria en el futuro si sigue estrategias de crecimiento o innovación. Con apoyo de muchos datos y con el trabajo de ingenieros, científicos y otros especialistas, pueden darle perspectiva a las industrias sobre sus planes a partir de modelos matemáticos.
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Suena futurista, pero ya es una realidad que ha logrado que fondos de riesgo inviertan millones de dólares (3 millones el año pasado) en su desarrollo; ya tiene 70 empleados en América y Europa. Uno de ellos es Fernanda Guajardo, desarrolladora de negocios, quien me ha explicado qué es Cosmotech en una oficina de Bipifrance.
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Esta mexicana norteña que ahora vive en Lyon dice que Cosmotech quiere hacer negocios en México. Le interesa la industria de la energía, donde ven mucho potencial, pero explica que ha sido duro porque en México no es fácil que una empresa como la Comisión Federal de Electricidad, por ejemplo, acepte que un software simulador sea realmente útil. Nada raro, después de todo, las cabezas de las entidades que administran la energía en el país es la hora que no concretan una política integral, como ya existe en varias naciones de Europa, para que en México haya una agenda que marque el año en que dejen de circular vehículos de diésel, autos a gasolina y que recibamos en nuestros hogares luz producida con energías limpias (¿alguien ha oído hablar de esto a fondo a algún candidato a la Presidencia?).
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Aviñón, nueva tierra de emprendedores culturales
La regiomontana Fernanda Guajardo no es la única mexicana que encuentro trabajando en una startup en Francia. El otro es Maurits Montañez, uno de los confundadores de la empresa Manuvo que hoy forma parte del ecosistema de emprendedores de las industrias creativas y culturales francesas, pero el proyecto Manuvo está impulsado desde Aviñón, al sur de Francia, muy cerca del Mediterráneo. Aquí él me cuenta la historia del arribo a Francia de Manuvo.
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“Llegamos en abril de 2006, estábamos en un proceso de internacionalización. Como empresa mexicana, eso significa entrar a Estados Unidos, pero fue complicado llegar con un proyecto cultural allá. Ir a Silicon Valley a vender cultura es algo raro y no tuvimos éxito”, recuerda Maurits. Pero Manuvo ya tenía una historia antes de llegar a este país. Nació en Morelia en 2010 y entre sus productos conocidos está el desarrollo del libro digital interactivo Blanco, de Octavio Paz, muy comentado y premiado en su momento.
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“Ganamos un premio de la Embajada Británica en 2013 y nos invitaron a poner una oficina en Londres; cuando estábamos en ese proceso, nos contactaron de French Tech [una marca nacional creada por Francia en 2014 para atraer inversión extranjera y promover compañías de ese país en el mundo]. Nos dijeron que se acababa de abrir un programa enfocado en cultura aquí en Aviñón y se nos hizo muy interesante porque era lo nuestro, un programa enfocado en cultura y tecnología. Esto fue algo que no habíamos visto en ningún otro país en el que habíamos trabajado. Aplicamos y aquí estamos, con una oficina en París y otra aquí en Aviñón”, resume este joven que encarna una de las estrategias de los franceses en esta revolución digital: atraer a Francia al mejor talento de otras partes del mundo. Y también inversiones para desarrollar proyectos culturales.
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En Aviñón funciona un proyecto hermano de LINCC. Se llama The Bridge y es también un hub o plataforma de aceleración y desarrollo de proyectos con enfoques culturales. Fue creada en 2015 para apoyar la cultura y atraer inversiones a la región de Aviñón, que no es tan económicamente boyante como otras zonas de Francia, y ya está dando resultados.
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Aquí me presentan a un grupo de jóvenes emprendedores al frente de pequeñas empresas como Patrivia (desarrolla una aplicación para planear y adquirir boletos de sitios culturales que no están en los circuitos más conocidos de Francia y Bélgica), Art Graphique & Patrimonie (una famosa empresa ya consolidada que sigue innovando en el terreno digital para crear aplicaciones y experiencias de realidad virtual en sitios históricos, y que desarrolla sorprendentes herramientas digitales para la arqueología y la arquitectura), Histopad (una aplicación que con realidad aumentada reconstruye sitios históricos); éstas son algunos ejemplos, entre muchas otras startups, de las que componen el ecosistema del que ya es parte la mexicana Manuvo.
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Y además de The Bridge, en las afuera de Aviñón, ya muy cerca de Marsella, desde septiembre de 2017 comenzó a funcionar The Camp, que quizá es el proyecto más ambicioso de los campus digitales franceses.
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En medio de un terreno verde de 17 acres se levanta el campus The Camp, una serie de compactos edificios futuristas diseñados por la arquitecta Corinne Vezzoni que parece una colonia humana en Marte. No tiene ni un año de abierto pero ya están funcionando 20 programas de apoyo a diferentes velocidades, para pequeñas y medianas startups creativas y culturales. Y también hay un programa de estancia para jóvenes de diferentes partes del mundo, de hasta 30 años, que aplicaron a través de su página web para venir a explorar los desafíos del mundo digital. Aquí no hay aún ningún mexicano, sólo sudamericanos.
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The Camp fue una iniciativa que impulsó en 2013 el empresario Frédéric Chévalier (que falleció en un accidente en moto el año pasado sin ver hecho realidad su proyecto); él hizo conciencia entre empresarios y funcionarios franceses de crear un Silicon Valley a la francesa, y logró que entre iniciativa privada y pública reunieran 80 millones de euros. Y voilá, en cuatro años quedó lista la primera fase de The Camp, que irá creciendo igual o quizá mejor que The Bridge, Centquatre y LINCC, y junto con estos proyectos ampliará el ecosistema de las industrias creativas y culturales francesas.
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En menos de 10 años Francia ha desarrollado una agenda digital cultural y proyectos tangibles en marcha, con resultados, que hacen ver con preocupación el rezago mexicano. ¿En el futuro seremos otra vez sólo consumidores de lo que hoy se está creando y desarrollando en Europa y Estados Unidos?
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La vergüenza del elefante blanco que es Ciudad Creativa Digital, el gran proyecto nacional, tipo hub, el “Silicon Valley mexicano” que se construye y se construye y se sigue construyendo en Guadalajara desde hace dos gobiernos federales a un costo hoy ya difícil de calcular, hace pensar que estamos ante otro grave error del subdesarrollo mexicano. Y quizá ante un fraude más grande que la torre Eiffel.
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Foto: Centquatre, en París, es una incubadora donde se cocinan proyectos digitales de jóvenes emprendedores. / Cortesía: Centquatre
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