Viaje al fondo del archivo Barragán

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Desde 1995 el archivo profesional de Luis Barragán se encuentra en Suiza, sede de la Barragan Foundation. Su directora, la arquitecta Federica Zanco recibe a Confabulario para hablar del trabajo que ella y su equipo realizan, así como de su postura ante la obra de la artista Jill Magid, quien transformó parte de las cenizas del arquitecto mexicano en un anillo que ella tendría que aceptar a cambio de devolver el archivo a México

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POR GERARDO LAMMERS

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Federica Zanco (Concordia, Italia, 1961) porta un anillo de oro en el dedo anular de la mano derecha.

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Me encuentro con la arquitecta, directora de la Barragan Foundation, en el Campus Vitra, uno de los atractivos que ofrece la zona metropolitana de Basilea, pues estrictamente hablando estamos en la localidad alemana de Weil am Rhein (“Pueblo en el Rin”). Basilea es en más de un sentido un sitio de intersecciones: conocida por su feria de arte contemporáneo, por su exquisita arquitectura y por sus industrias química y farmacéutica, esta ciudad del noroeste de Suiza se encuentra, se comunica y se expande hacia Francia y Alemania.

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Campus Vitra es un espacio privado, que por decisión de sus propietarios, la familia Fehlbaum, se hizo público. Originalmente era un terreno con vistas a los cerros donde hubo una fábrica de muebles a principios de la década de los cincuenta. En 1981 un incendio la destruyó. Fue en aquel momento que el entonces joven Rolf Fehlbaum (Basilea, 1941), que había recibido la estafeta para dirigir la empresa familiar, decidió hacer un proyecto industrial que al mismo tiempo fuera cultural: a partir del primer edificio y del plan maestro para el terreno, encargado al inglés Nicholas Grimshaw, fue invitando a arquitectos como Frank Gehry, Tadao Ando, Álvaro Siza, Herzog y De Meuron, y Zaha Hadid a construir no sólo fábricas, bodegas y oficinas, también espacios para el arte, la comunicación y la experimentación (incluso una estación de bomberos). Quitó vallas e hizo jardines. Balancing Tools, una escultura gigante de unas pinzas, un martillo y un desarmador, de Claes Oldenburg y Coosje van Bruggen, le imprimió el nuevo carácter a este espacio que combina la producción de sofisticados muebles de diseño con el comercio, la educación y el esparcimiento.

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Aquí en Campus Vitra se encuentra el Vitra Schaudepot, museo que exhibe la colección de sillas que Rolf Fehlbaum, ha ido formando a lo largo de su vida (también tiene una colección de robots). Tratándose de alguien que se dedica a fabricarlas, esta colección funciona como la biblioteca de la empresa: incluye modelos que fueron hechos desde la Revolución Industrial hasta nuestros días. Apasionado de la cultura popular y el diseño, Fehlbaum ha adquirido varios archivos, por ejemplo, el archivo tridimensional del diseñador californiano Charles Eames.

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Dentro de este perímetro también está el Vitra Design Museum, donde en el año 2000 se inauguró La revolución callada, que exhibió 600 documentos provenientes del archivo profesional de Luis Barragán, adquirido por Fehlbaum and Co. en 1995. La exposición llegó al Museo del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México en 2002, año del centenario del natalicio del arquitecto mexicano.

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Zanco, esposa de Rolf Fehlbaum, recuerda, mientras caminamos por los jardines de Campus Vitra, que para la inauguración trajeron un mariachi desde Berlín.

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Nos detenemos a comer en la cafetería de otro de los edificios que conforman este ecléctico conjunto: el Vitra House, showroom interactivo de los productos Vitra.

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En el interior de esta cafetería, donde se sirve vino, cerveza y deliciosos pasteles, decorada con una lámpara en forma de nube creación de Gehry (el edificio es de Herzog y De Meuron) fue donde Zanco acudió con Rolf a su cita con Magid. Allí, la estadounidense sacó de su bolso la cajita con el anillo hecho con las cenizas de Barragán y le entregó una carta donde le pedía que lo aceptara a cambio de devolver el archivo de Barragán a México. Cuenta Zanco que tanto ella como Rolf se quedaron estupefactos. Pasados los días la propuesta les resultó tan triste y absurda como el objeto mismo.

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Mujer extrovertida y franca, Zanco habla con fluidez el español. Lo aprendió en México, por gusto pero también por necesidad. Desde que en 1994 realizó su primer viaje a la Ciudad de México, en compañía de Fehlbaum, para visitar obras de Barragán, dice que se identificó plenamente con el país. Se considera chilanga y tapatía por adopción.

Luis Barragán. Boceto preliminar para la Cuadra San Cristóbal, ca. 1966 / Cortesía Barragan Foundation, Suiza.

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Federica conduce su auto rumbo a Birsfelden, el suburbio de Basilea donde se encuentra la Barragan Foundation. En el camino cruzamos uno de los varios puentes que se han construido sobre el río (el más antiguo está hecho de piedra y es romano). Es verano, hace calor y la gente gusta de echarse al río, con unas mochilas impermeables donde guardan sus ropas, y dejarse llevar por la corriente durante largos tramos. Avanzan casi tan rápido como los eficientes y ultramodernos tranvías.

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Pasamos por el edificio del corporativo de la farmacéutica Roche, una gigantesca pirámide azul que recuerda un juego de Lego y que rompe con la altura promedio de los edificios, no mayores a cinco pisos. También por una curiosa glorieta con la escultura monumental de una simplísima silla de ángulos rectos, realizada en concreto.

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La Fundación se encuentra en un sencillo edificio de una planta, que comparte espacio con un kindergarten. La oficina, bien iluminada, es una espacio sin divisiones para que cinco personas trabajen cómodamente. Es el caso, por ejemplo, de Martin Josephy, el arquitecto-curador que trabaja desde hace años en la Fundación (es, después de Zanco, el empleado más antiguo) y también, desde hace años, en el esperado catálogo razonado de Luis Barragán. Todo indica que saldrá para el otoño de 2018: dos volúmenes que suman casi mil páginas.

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Un librero cubre el muro principal de la oficina. En el centro hay una salita y, en uno de los extremos, detrás del escritorio de Zanco, sobre un archivero de media altura, un pequeño retrato de Barragán cruzado de brazos, realizado por Armando Salas Portugal, el fotógrafo con el que Barragán trabajó buena parte de su carrera y que ha dejado algunas de las más clásicas imágenes de las casas y fraccionamientos diseñados por el arquitecto mexicano.

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La italiana comienza por mostrarme una carpeta donde tiene recopilados todos los mensajes que le ha enviado Magid hasta el momento, desde correos electrónicos hasta cartas escritas a mano.

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En uno de los primeros comunicados, quizá el primero, Magid le solicita a Zanco un apresurado préstamo de documentos.

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Las reiteradas negativas de Zanco llevaron a la estadounidense a desarrollar un conjunto de obras, relacionadas con Barragán, a partir, según su declaración, de “cómo operan los patrimonios culturales bajo fundaciones o corporativos”. También a inventarse un cuento, con el que persuadió —con la colaboración de personajes claves como el arquitecto Juan Palomar, miembro fundador de la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán (FATLB)— a los familiares de Barragán para que autorizaran extraer las cenizas del finado arquitecto de la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, en Guadalajara.

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The Proposal, título de la pieza, se sustenta en la versión de que Rolf Fehlbaum compró el archivo profesional de Barragán para dárselo a Zanco como regalo de bodas. “Siempre he considerado que el archivo es su amante [de Zanco]. Para casarse con un hombre [Fehlbaum], ella negoció la posesión de otro hombre a quien le ha dedicado la vida]. Es un triángulo amoroso, y yo soy la otra”, le dijo Magid al New Yorker.

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Acompaño a Zanco a otra parte del edificio. Bajamos unas escaleras hasta llegar a una puerta de acero y concreto. Se trata de un búnker, construido en la posguerra según una antigua ley suiza. Ahí, repartido en dos recámaras de concreto, iluminadas con luz de neón, se encuentra gran parte del archivo de Luis Barragán.

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Se pone guantes y yo la observo sacar ejemplos de los miles de documentos resguardados. El archivo contiene 13 mil 500 dibujos originales; 7 mil 500 fotografías; 3 mil 500 negativos; 290 publicaciones; notas, correspondencia y una serie de muebles, entre otros objetos.

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A lo largo de estos días ha recalcado que desde que desempacó las cajas procedentes de la galería de Max Protetch, en marzo de 1995, gran parte de su labor y la de su equipo de trabajo ha consistido en interpretar el archivo.

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Muestra a continuación un precioso dibujo, realizado por la mano de Barragán, que era un gran dibujante, de las Torres de Satélite, recién devuelto de la exposición Latin America in construction celebrada en el MoMA.

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“Un archivo como éste es un rompecabezas y el problema es que las piezas no componen una imagen completa. El papel del investigador es completar las piezas que faltan. Llenar los huecos, que a veces son muchos, con su comprensión de la obra y de la evolución de un proyecto”.

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Explica que, aunque el archivo profesional de Barragán contenga obras que en lo individual puedan ser consideradas notables en algún sentido, a ella lo que le interesa es el conjunto. Jamás se le ocurriría enmarcar un dibujo de Barragán para colgarlo en la sala de su casa o en su recámara, me dijo.

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“No tengo una relación erótica con el archivo. Soy una analista de la historia de la arquitectura, no de la vida privada”.

El archivo contiene 13 mil 500 dibujos originales, como éste / Foto: Gerardo Lammers.

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Originaria de Concordia Sagittaria, un pequeño pueblo del noreste italiano, Federica Zanco estudió Arquitectura. Se doctoró por el Instituto Universitario de Arquitectura de Venecia con una tesis sobre las obras de remodelación que el arquitecto esloveno Joze Plecnik (1872-1957) hiciera en El Castillo de Praga cuando llegó la democracia a Checoslovaquia con la elección de Tomás Mazaryk. Presume de ser la primera en haber tenido acceso a los archivos, cuando éstos se abrieron al público hacia fines de los años ochenta.

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“Lo que es interesante notar es que Plecnik es una figura bastante parecida a la de Barragán: fue un hombre religioso, nunca se casó y estuvo dedicado por completo a la arquitectura”, dice Zanco, sentada en un cubículo del Vitra Center, edificio contiguo a la Barragan Foundation, otra obra de Gehry comisionada por los Fehlbaum.

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Durante su etapa de universitaria tomó cursos de historia del arte, restauración y archivística. Cuando se recibió, ejerció durante algún tiempo la arquitectura, aunque prefiere no hablar de las “obritas” que hizo como recién egresada. Poco tiempo más tarde se mudó a Milán y comenzó a trabajar como editora y redactora, primero para la revista Ottagono y, después, en la prestigiada y longeva Domus.

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Estando en Ottagono recibió una invitación para asistir, en la primavera de 1989, a la inauguración del Vitra Design Museum. Fue ahí que vio por primera vez a Rolf Fehlbaum. Sin embargo, comenzó a conversar con él en una edición posterior del Salone del Mobile, en Milán. Intercambiaron teléfonos y se hicieron amigos, realizando, de cuando en cuando, viajes juntos, como el que improvisaron en febrero de 1994 a la Ciudad de México para visitar, por recomendación de Álvaro Siza, la obra de Barragán.

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“Me acuerdo haber abierto la ventana del hotel que daba al Zócalo y haber visto a simpatizantes de los zapatistas manifestándose frente al Palacio Nacional”.

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Guiados por el arquitecto José Antonio Aldrete, fueron a la Casa Barragán, donde conocieron a Juan Palomar (la FATLB es copropietaria del inmueble, en sociedad con el Gobierno de Jalisco).

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A su regreso a Europa hablaron con entusiasmo de la obra de Barragán con Alexander von Vegesack, entonces director del Vitra Museum, y éste propuso organizar una exposición sobre el mexicano, que hasta ese momento era un arquitecto más bien desconocido en Europa.

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Von Vegesack le solicitó a Zanco acompañarlo a la Ciudad de México para buscar a los familiares de Barragán y pedirles prestados documentos para la exposición. Zanco regresó entonces en septiembre de ese mismo 1994 a la capital mexicana. Allí se enteraron que Barragán no había tenido hijos, que le había heredado su archivo profesional a su socio Raúl Ferrera y que éste murió (se suicidó en 1992). Hubo que buscar a la viuda de Ferrera en el directorio telefónico.

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La viuda, Rosario Uranga, evasiva, se limitó a decirles que el archivo estaba ya con un galerista en Estados Unidos.

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Von Vegesack dedujo que ese galerista no podía ser otro que Max Protetch y acertó. Fueron al Soho de Nueva York a buscarlo. Ahí, Protetch les permitió abrir una caja.

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“Salieron bocetos, dibujos y preciosas fotografías en blanco y negro”.

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Al ver el interés, el galerista ofreció vendérselos por partes. Von Vegesack y Zanco regresaron a Europa con una carta de intención, firmada por Protetch para el préstamo de materiales del archivo para la exposición del Vitra Design Museum.

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Ante la duda sobre si debería o no comprar alguna pieza suelta del archivo para la exposición en puerta, Fehlbaum le pidió de nuevo a Zanco que volviera a Nueva York, en noviembre de ese mismo 1994, para revisar el archivo con un poco más de calma y hacer una valoración. Ella pasó tres días en la galería de Protetch. Su dictamen fue que aquel archivo había que comprarlo completo o no comprarlo.

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Luego de una investigación legal para asegurarse de que no había nada irregular en la operación, Fehlbaum and Co. hizo efectiva la compra a principios de 1995 (por políticas de la empresa Vitra no revela la suma, pero Confabulario publicó en su edición del pasado 23 de abril que costó 2.5 millones de dólares).

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A petición expresa de Fehlbaum, Zanco, que entonces trabajaba en Domus como editora de la sección de diseño, aceptó en marzo de 1995 residir tres meses en Basilea con la misión de desempacar las cajas con el archivo recién llegado de Nueva York.

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“Empecé a trabajar y me di cuenta que aquello me tomaría más de tres meses; luego pensé que un año; luego que dos; y aquí estoy 22 años después”.

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En junio de 1995, Federica y Rolf se casaron en una sencilla ceremonia en Venecia, pensada sobre todo, según cuenta, para sus padres; y hacia finales del año lo hicieron por el civil en Basilea, en un mero trámite. No hubo anillo de compromiso. La sortija que lleva puesta perteneció a su padre.

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A Zanco le da risa la versión de que la compra del archivo fue su regalo de bodas.

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“Vitra no compra por capricho. La adquisición fue realizada en el marco de la exposición que se estaba preparando”.

El Parque Azteca iba a estar ubicado en lo que hoy es el Museo Tamayo / Foto: Gerardo Lammers.

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Rolf Fehlbaum dibuja tres círculos que se sobreponen parcialmente entre sí en una libreta que saca del bolsillo de su camisa. Vestido con una camisa blanca y un saco azul marino, me explica en la sobremesa de una cena que uno de sus secretos como empresario tiene que ver con la intersección entre el interés del diseñador, el interés del empresario y el interés general. En la medida en que se pueda ampliar lo máximo posible esta zona estará garantizado el éxito de un nuevo producto.

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Hombre de finos modales y caballerosidad, Fehlbaum es un empresario atípico, incluso para los estándares suizos. Estudió ciencias sociales, con particular interés en el teórico social Henry de Saint-Simon (1760-1825), antes de irse por un tiempo a Estados Unidos. Admirador de Adriano Olivetti (1901-1960), el industrial y pensador italiano que sacó al mercado la popular máquina de escribir M-40, está acostumbrado a trabajar con artistas, principalmente arquitectos y diseñadores. Pero prefiere no opinar en la polémica suscitada por la obra de Magid. Aun así, concede que eso de “devolver el archivo a México” es una propuesta francamente populista.

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El trabajo que Federica Zanco y su equipo realizan en la Fundación está directamente relacionado no sólo con el ordenamiento e interpretación del archivo profesional de Barragán, sino con la ampliación del conocimiento que se tiene del arquitecto mexicano.

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“Uno de los problemas de lo que hasta ahora se ha publicado sobre Barragán es que en ocasiones la información no es precisa, lo que provoca que se llegue a conclusiones que no son ciertas. Por ejemplo, decir que ‘Barragán fue el primero en crear un espacio místico, sagrado, a través del uso del color, en la Capilla de las Capuchinas (en Tlalpan, Ciudad de México), no es cierto.

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“Que Barragán vivía en su casa como un monje es un mito. Que fuera un hombre informado, de su tiempo, es la realidad”.

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La investigadora considera que el Barragán que se conoce por el gran público es “muy chiquito”: se reduce a algunas obras que realizó principalmente entre 1950 y 1970, perdiéndose de vista el resto.

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“La mirada de conjunto da la posibilidad de entrar en el aspecto particular y de minimizar errores. Hablar, por ejemplo, de los muros de colores y de los caballos, que sin duda son importantes en su obra, hace olvidar al Barragán urbanista, al que trabaja sobre la percepción de la ciudad histórica, al que lucha, en Guadalajara, en Chapala, por conservar cierto sabor provinciano.

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“Me interesa ver a Barragán en perspectiva, ponerlo junto a personajes de su tamaño: Le Corbusier, Neutra, Kahn, Gropius. Barragán no es el arquitecto más grande ni el único ni el mejor, sino que es uno entre los grandes”.

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Parte de la investigación “callada”, como ella señala, que han estado realizando durante estos años recientes saldrá a la luz con el catálogo razonado. Entre los descubrimientos que aportará esta próxima publicación destacan dos asuntos sobre los que hasta el momento se ha dicho poco: los proyectos no construidos de Barragán, que “dan la medida de la evolución de su obra”, y el Barragán de sus últimos años, cuando trabajó con Ferrera.

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“Luis y Raúl se asocian en 1979 y Barragán muere en 1988. Es decir, hay casi una década de proyectos realizados”.

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El lunes 31 de julio es día de fiesta en Suiza, por lo que esta oficina donde nos encontramos está desierta. Hace hambre y Zanco va a la cafetería y toma un par de yogurts y un par de botellas de agua.

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Magid te pidió que a cambio del anillo regresaras el archivo a México, ¿cómo puede ser esto?

No sé. Francamente se lo pidió a la persona equivocada. Es como si yo le pidiera a una amiga francesa que regrese La Gioconda a Italia.

Luis Barragán y Raúl Ferrera, 1979 / Cortesía Barragan Foundation, Suiza.

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Se toma unos instantes para pensar.

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“No soy la dueña del archivo. El archivo pertenece a la Barragan Foundation y antes perteneció a Fehlbaum and Co. Es bien conocido que la familia Fehlbaum está comprometida en asuntos culturales, en coleccionismo, en museos, en crear espacios culturales. Habría que preguntarles si ven viable hacer algo al respecto.

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“Probablemente hubiera sido bueno que el archivo nunca hubiera salido de México”, reflexiona. “Sería fantástico que estuviera en un lugar maravilloso, bien cuidado, accesible, para que todo el mundo lo aproveche. Nosotros estamos trabajando en esa dirección y esperamos algún día lograrlo. Pero lo hacemos con los medios limitados que tenemos. Tomará un tiempo”.

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Considera que el anillo de Magid, obra que la redujo a ella (a Federica) a un personaje de ficción, violenta las tradiciones de un país como México.

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“Para Magid hubo un ‘no’ como lo ha habido para otras personas. Y ha habido un ‘sí parcial’ para otros, dependiendo de circunstancias y prioridades. Es evidente que si tengo que prestar unos documentos para una exposición en un museo dedicado a la historia de la arquitectura, intentaré hacerlo”.

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Añade en un tono suave, tranquilo: “Y luego es que los anillos de brillantes no son para mí. No los porto. Nunca lo he hecho”.

Luis Barragán en un evento ecuestre en Las Arboledas, a principios de los años sesenta / Cortesía Barragan Foundation, Suiza.

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FOTO: Federica Zanco en el búnker. Muestra un dibujo de Barragán, parte del archivo, exhibido recientemente en Architecture of color: the legacy of Luis Barragán en la galería Tim Taylor de Nueva York.

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