Viaje al fondo del porno indie
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“Dios ama a los que dan”. Con este grito de guerra, el autor de esta crónica comparte su experiencia en una locación de cine tres X, caracterizado por el semiprofesionalismo, el sudor y la adrenalina
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POR EDUARDO H. G.
Una tarde de 2015 penetré en una peli porno indie. Mauricio Parra, quien en 2013 dirigió la cinta Rebeldía y pornografía, nos invitó a una sesión de grabación de su productora independiente, 3equis. El plan era vernos en la Plaza de las Tres Culturas y de ahí dirigirnos a una locación secreta. Mauricio no nos dijo qué pasaría exactamente, pero nuestro objetivo era grabar un videoreportaje detrás de cámaras, hacer algunas entrevistas y presentar todo aquello como un viaje al fondo del porno independiente mexicano, con toda la secreción que la misión implicaba. Con el equipo listo, un director, entrevistador, camarógrafo y yo salimos del Metro Tlatelolco creyéndonos el staff de Garganta profunda.
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Ver porno en vivo es una fantasía que no se presenta todos los días, aunque en este caso la realidad supere la ficción. A los porno sapiens (cuyo cerebro es un yonqui de dopamina, el neurotransmisor que actúa cuando vemos pornografía) se nos olvida que ésta se basa en la fantasía, en la representación. Una que no tiene nada que ver con estar metido en un cuarto de dos por tres metros, con un equipo cuyo trabajo es meterla por acá, grabar esa posición, la escenografía, las luces, moverte así y listo: se acabó la jornada, vamos a casa.
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Uno no imagina el trabajo detrás cuando ve porno en la computadora o en el celular. Mucho menos cuando te invitan a un set. Piensas en lo contrario. El deseo porno es una navaja poderosa, tentadora. Eso lo sabemos quizá desde hace más de 20 mil años, cuando se cree que nació un tipo de pornografía, en el Paleolítico, con las venus: esas figuras femeninas talladas con vulvas y senos en desproporción, en un sentido erótico.
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El escritor Henry Miller, quien por muchos años fue censurado en Estados Unidos (actualmente el país que más porno consume a nivel global) y tratado como pornógrafo antes que genio literario, dice en su formidable Trópico de Capricornio (1939): “La amarga experiencia me ha enseñado que lo que sostiene el mundo es la relación sexual. Pero la jodienda, la auténtica, el coño, el auténtico, parecen contener un elemento no identificado que es mucho más peligroso que la nitroglicerina”.
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El porno, aunque concepto moderno, estaba allí desde las representaciones artísticas y leyendas del mundo grecolatino, el Kama Sutra hindú, la revolución sexual de los sesenta, Hugh Hefner y su imperio Playboy y desde luego, internet. El cosquilleo por una paja o una dedeada, por ver sexo y tenerlo al mismo tiempo, quizá sea tan antigua como el mismo hombre. Dios es la suma de todos los espermatozoides, decía Miller.
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En mi caso, a principios de los dosmiles el porno pasó de ser esas revistas como Tu mejor maestra, Historias calientes, Playboy, películas en Beta y VHS como Calígula y la misma Garganta profunda, o cartas de naipes de chicas desnudas ocultas por mis hermanos, a estar a un clic de distancia. Internet, y luego el smartphone, cambiaron el juego para siempre: el porno es una de las industrias más rentables del mundo. Cada segundo hay millones de personas viendo algo de porno en línea. Ahora mismo, yo mismo. Y tú.
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Mauricio llegó acompañado de Calia Qadehs y el novio de ella, Alex Palma. Una pareja de pornstars. Calia: delgada, tetas y culo pequeños, pero bien moldeados, y simpática, guapa. Alex: cabello chino, lentes, moreno y fornido, aunque contradictoriamente serio y formal para creerle que era actor porno. Nos dirigimos hacía un departamento modesto de paredes blancas y grandes ventanas, ubicado en un segundo o tercer piso de un edificio de la zona.
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En calidad de director y productor, Mauricio tenía listo un brunch para nosotros: agua de horchata, blanquísima, galletas y otros refrigerios. Cuando los cuatro vimos el agua, tratamos de platicar de cualquier cosa y disimular el desconcierto: ¿era una broma de Mauricio? Terminamos bebiendo la horchata sin chistar, entre carcajadas y albures. Ya qué.
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Mauricio nos pidió que pasáramos a un sillón de vinipiel en la sala, para proyectarnos en la televisión Dios ama a los que dan, un cortometraje suyo de reciente hechura. Era algo así como el estreno oficial exclusivo. El corto, filmado en blanco y negro, comienza con una voz en off de Marcos (interpretado por Mauricio) que narra la historia de cómo se enamoró de su esposa, Carolina (Calia), en la universidad, cuando la vio besarse con su mejor amigo. Años después se casan. Un día, mientras él ve cómo Carolina se masturba, le dice que le gustaría verla con otro hombre. Y ambos se dedican a buscar desconocidos por las mañanas para meterlos a coger con Carolina, mientras él solo ve y les dice que se pongan más cómodos. El amante en turno con el que Carolina coge en el video es Alex. “Todo lo que hacemos es por amor… si algo me gusta es ver otras manos tocando el cuerpo de Carolina, que cuando esté con otro hombre me diga, en su mente, ‘te amo’”.
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Dios ama a los que dan es un homenaje al cine serie B y sus limitadas pretensiones técnicas, pero cuya narrativa intenta superar el cliché del porno indie (cuyo leitmotiv es una cogida de cinco minutos en pantalla), con una historia en la que la eyaculación no es el clímax. “Este es nuestro estilo de vida, poco me importa que me digan cornudo, para mí solo importa Carolina, nuestro amor, y verla disfrutar me hace vivir”, cierra la voz en off de Marcos con una canción de The Cure de fondo. La música es otro de los protagonistas en los videos de Mauricio y su trabajo se ha catalogado de “postporno” o “anarcoporno”.
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Mientras veía el video caí en cuenta que el sillón en el que Calia se la mamaba a Alex y en el que era penetrada en diferentes posiciones (con condón, uno de los requisitos indispensables de 3equis), era el mismo en el que estábamos sentados. Mauricio, Calia y Alex nos veían y se veían en pantalla con una disimulada emoción. El affaire del sillón me provocó una erección. Calia estaba ahí, junto a nosotros, pero también en la pantalla, cogiendo duro. “Eres un profesional —me dije—, gobiérnate”. 22 minutos de gemidos, cogidas, soundtrack postpunk y la jeta de Mauricio viendo como un desconocido se tiraba a su esposa ficticia terminaron pronto, así que pudimos ir… ¡al baño!
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En algún momento llegó El Cobra, un adolescente que apenas rebasaba los 18 años, lleno de tatuajes y una actitud de desmadroso y barriobajero. Mauricio nos explicó entonces el plan de la sesión: grabaría una escena de trío. En la recamara del departamento, El Cobra se daría a Calia y a una chica que estaba por llegar. Mientras esperábamos, el entrevistador de nuestro staff comenzó con una ronda de preguntas. Con el ambiente ya dilatado, El Cobra nos explicó que llevaba poco como actor porno, que una vez acudió a un casting y ahí comenzó todo, aunque en su mayoría los llamados no eran remunerados. Él trabajaba como comerciante, le gustaba patinar y desde luego quería ser toda una estrella, algún día.
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De pronto arribó Concha Sensual, la chica que esperábamos, con su esposo en mano. La pareja era swinger y era su primera vez en una grabación. Eran unos cuarentones, regordetes y sonrientes, con una actitud abierta. Unos señores “normales”, como esos tíos a los que no ves en años, pero que de pronto llegan a la cena de Navidad y a todos los sobrinos les caen bien. Nos contaron algunas de sus experiencias y cómo en el underground erótico y porno de la ciudad, se han construido redes de swingers que hacen sus encuentros en casas, bares y lugares que funcionan para ello. La legión swinger.
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Concha se mostraba ansiosa por estrenarse como actriz de 3equis, pero había un problema. El Cobra no quería grabar con ella, “por gorda y fea”. “Ni madres”, nos dijo en voz baja. “Me aviento solo con Calia, pero con esa gorda nel”. “Órale pinche Cobra —lo azuzamos— para eso nos gustabas, que no eres un profesional”, le incriminamos con sorna mientras él ya se paseaba desnudo en el departamento, mostrando sus más de 20 tatuajes y su verga flácida, ahí, colgándole. Cuando la vimos entendimos por qué había superado sin problemas los castings (normalmente piden que tu verga no mida menos de 22 cm.), pero estaba claro que su actitud seguía siendo la de un amateur que acaba de ser contratado.
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A pesar del inconveniente, Mauricio mantuvo el profesionalismo. En ningún momento presionó a El Cobra. Iba de la recámara a la sala mientras esperábamos. Lo solucionó, quizá motivado por nuestra presencia, para el reportaje. Alex tomaría el lugar de El Cobra. Calia y Concha fueron a una de las recámaras a prepararse, Alex al baño, mientras el esposo de Concha nos decía lo emocionado que estaba. No era la primera vez que vería a su esposa coger con otro hombre, pero esta vez sería para un video porno y eso lo ponía más caliente, quizá porque podría verlo una y otra vez, y otra vez…
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México carece de una industria sólida de cine porno. Al igual que no tiene una de cine nacional y de una docena de ramas económicas más. Estamos a un pelo (púbico) de la mayor industria porno en el mundo, Estados Unidos, pero acá campea el amateurismo, la falta de regulación, de producción, productoras, directores e incluso de imaginación… Poco significa que el país se encuentre entre los primeros 10 en consumo de pornografía online.
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La excepción es Fernando Deira, el “Rey del porno”. Deira nació en 1976, en Guadalajara, donde estudio el seminario para ser sacerdote. Quizá que le dijeran, como una oración, que el sexo era pecado, provocó que abandonara su camino de padre y liberara toda esa restricción haciendo porno, dice en “Fernando Deira, el cineasta porno que fue seminarista”, del periodista Erick Baena Crespo. Luego de sus estudios, Deira se dedicó a tocar la guitarra en una banda de Guadalajara, en bodas y XV años. Se movió y comenzó a tocar hoteles de Manzanillo, Vallarta, el sur del país y finalmente Tijuana, donde conoció a Martiza Mendez, quien celebraba su cumpleaños en el lugar que Deira estaba tocando.
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Luego de salir un tiempo con ella, en 2004 Deira le tomó unas fotos, desnuda, y las mandó a un concurso de un sitio web voyeur en el que ganó y obtuvo una reacción positiva. En 2005 Fernando fundó Sexmex, actualmente la productora más importante del país. Consumidor de porno, durante su juventud Deira se dio cuenta que en las tiendas no se conseguía material mexicano de calidad. Entonces se propuso, con Sexmex, dejar a un lado el lastre del amateurismo y edificar un canal de calidad. Y lo ha logrado: el sitio recibe actualmente poco más de un millón de visititas y alberga unas 600 producciones que aumentan cada semana. La suscripción mensual oscila en los 30 dólares.
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Además de haber fundado la Expo Sexo y Erotismo en 2014, Deira ha elevado a la categoría de rockstar a algunos de sus actrices y actores. El último caso es Helena Danae, la actriz porno más joven, 20 años (aunque comenzó a los 18), y una de las más cotizadas de la escena mexa. Helena nació en Aguascalientes, donde comenzó a tatuarse y posar para la marca de ropa de uno de sus amigos. Siguió la lencería y los desnudos que ponía en sus redes sociales, donde Deira la descubrió.
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Actualmente, además de ser entrevistada por medios nacionales e internacionales, tener más de 270 mil seguidores en su cuenta de Twitter, hacer sus videos porno para Sexmex, Danae es columnista del periódico El Gráfico, donde publica sus historias bajo el slogan de “Helena la mala”. Todo un ejemplo del porno indie.
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Entramos a la diminuta recamara: Calia, Alex y Concha ya estaban en la cama, en ropa interior. Concha cubría su rostro con un antifaz de cabaret. Mauricio sostenía su cámara y detrás de él estaba nuestro staff, El Cobra y el esposo de Concha: un pequeño ejército de voyeristas disimulando erecciones y “mostrando profesionalismo”. El trío en la cama comenzó a besarse, hincados unos frente a los otros, jugando con las manos, caricias, bajando bragas y brasieres. Ora Calia besando a Concha y frotándole la vagina, ora a Alex, mientras Concha le chupaba sus pequeños y redondos senos. Concha lo hacía bien, se dejaba llevar en su debut, quizá confiada y segura bajo el antifaz, que nunca se quitó.
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Me sorprendió que Mauricio no objetara mucho. Cámara en mano, dejaba casi todo a la improvisación. Frases cortas para indicar que Calia se acostara y Alex la penetrara, mientras Concha la besaba. O bien para decir que ahora penetrara a Concha y que ellas dos se lamieran. Desde luego que no había ningún tipo de guion, solo besos, caricias y metidas. Incluso poco jadeos o gritos: era más bien una escena cuyo silencio se rompía por las pequeñas órdenes del director, o bien por algunos gemidos leves y chasquidos de cuerpos.
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Me abstraje. El porno indie se me revelaba pobre e improvisado; más de lo que imaginaba. Se me ocurrió que al día siguiente podría convertirme en un gran director. Con mejor equipo, escenas, locaciones, historias. ¡Sería millonario! Convenciendo a un par de amigas y conocidos estaba hecho. Haría un porno indie más sofisticado, con una luz natural a la Lubezki y unas historias a la John Waters, a la Tinto Brass, mientras que otras podrían ser más directas, pero con una originalidad y calidad a la Tarantino.
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La única pausa que ordenó Mauricio me trajo de vuelta a la habitación. Calia, Alex y Concha se pararon para limpiarse el sudor y tomar un poco de agua. Metidos en su trabajo, a los voyeristas-periodistas nos ignoraban. Solo faltaba una segunda escena en la que vendrían los orgasmos. Mauricio preguntó a Concha cómo se sentía y cómo iba. Ella contestó afirmativamente y el rodaje continuó en el mismo tono, subiendo en el ritmo de las penetraciones para llegar a la eyaculación.
Primero Calia sobre Alex, luego Concha y finalmente él.
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La sesión se cerró con una foto de todos los asistentes. Era tarde, habíamos pasado allí unas seis o siete horas y realmente había sido agotador, sin el glamur esperado, pero entretenido e interesante de una forma extraña, desconocida. Caminamos de regreso a la Plaza de las Tres Culturas con Mauricio, Calia y Alex. Nos despedimos prometiéndoles el gran videoreportaje. Pero, así como el porno indie tiene sus retos, lo tiene el periodismo independiente. Nuestro reportaje nunca fue publicado y permanece enlatado en algún disco duro de algún estante de alguna casa de algún director de medios o documentalista en ciernes.
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Desde entonces me comunicó con Mauricio. Incluso una vez me invitó a una grabación que haría en un hotel del Centro, con las pornstars Melina Kitty y Lilith Dagon, pero yo estaba fuera de la ciudad. Luego me dijo que ese era su último video porno, que se dedicaría enteramente a grabar videos musicales y hacer foto erótica. Dos años después de aquella grabación con Calia, Alex y Concha, le hice una entrevista formal. Me contó que el momento definitivo en el que el cine lo atrapó, fue cuando, a los cuatro años, su mamá lo puso a ver Rojo Amanecer, de Jorge Fons. Un año después vio The Doors, de Oliver Stone, y todo terminó de cuajar en su pequeña y cinéfila cabeza.
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La idea de hacer cine porno le llegó después, una tarde en la que caminaba con su hermano en Tlalnepantla, Estado de México. “Le pregunté: ¿por qué si hay tanto porno americano, no hay mexicano?, ¿existe el porno en México? Y a partir de ese momento me dediqué a investigar quiénes lo hacían y cómo. Uno piensa que es como en Estados Unidos, pero nada que ver. Entonces yo estudiaba la carrera de cine y empecé a trabajar en lo que sería mi primer cortometraje porno, con temática de luchadores”.
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Ignoro si Mauricio regresará al cine porno con 3equis, pero algo que me dijo es seguro: “el porno siempre, siempre, será marginal; el género que en diferentes momentos y circunstancias se ha tratado de tapar, pero que logra salir; el que va a la vanguardia respecto a las formas y formatos; el género maldito, que más nos avergüenza, pero también el que más nos tiene entre sus manos”.
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Ya lo dijo Andy Warhol: el sexo es más excitante en pantalla.
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ILUSTRACIONES: Rosario Lucas