Vida y tiempos (de El Universal Ilustrado)

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Fundado en 1917, El Universal Ilustrado fue un proyecto fundamental en la historia del periodismo mexicano. A continuación, un fragmento de la introducción del libro El Universal Ilustrado. Antología, una coedición del Fondo de Cultura Económica y EL UNIVERSAL que se presentará el sábado 2 de diciembre en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara

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POR ANTONIO SABORIT

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Una revista es una revista hasta que alguien entiende el repertorio de elementos simbólicos, conceptuales y materiales que su solo nombre es capaz de conjurar. Esto define el talento editorial de Carlos Noriega Hope. En sus manos El Universal Ilustrado abandonó lo repetitivo, imaginable, monocromo del medio, para integrarse al pulso de México durante la década de los novecientos veinte al propiciar que las páginas del semanario fueran punto de encuentro de sus poetas, narradores, pintores, músicos, críticos, historiadores y pensadores. Se trata de un capítulo de extraordinaria e insólita vitalidad en la historia moderna de nuestras artes y letras.

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A principios de 1920, al cabo de tres semanas de antesala en la oficina de Félix F. Palavicini, gerente del diario El Universal, Noriega Hope se hizo cargo de una “Página cinematográfica” en la revista semanal de la empresa. El país vivía las últimas horas del régimen del presidente Venustiano Carranza y el inicio de la restauración obregonista, como la llamó Jorge Aguilar Mora, en tanto que Noriega Hope volvía al país después de realizar una “comisión periodística” en la ciudad de Los Ángeles, California. Nunca imaginó que a partir del 4 de marzo sucedería a María Luisa Ross en la dirección de El Universal Ilustrado, acompañado por Esperanza Vázquez Bringas como jefa de Redacción. En mayo de ese mismo año, siendo aún alumno regular en el cuarto ciclo de leyes, vivió la muerte de Carranza, acribillado en Tlaxcalantongo, el mismo mes en el que cumplía su tercer aniversario El Universal Ilustrado.

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La experiencia laboral de Noriega Hope traía consigo una única aunque extraordinaria insignia de honor: el haber trabajado como estudiante en la Dirección de Antropología, la dependencia que heredara las tareas de la Dirección de Monumentos Arqueológicos y desde la cual el antropólogo Manuel Gamio, su titular, se propuso estudiar la población del valle de Teotihuacan. Rodeado de estudiosos y profesionistas con más experiencia como José Reygadas, Ramón Mena e Ignacio Marquina, así como de algunos contemporáneos como Pablo González Casanova, Noriega Hope se incorporó al equipo teotihuacano de Gamio y una vez concluido su trabajo mudó su domicilio por algunos meses a Estados Unidos. Al año de incorporarse a la dirección de la revista, Noriega Hope entusiasmó e involucró a varios de sus colaboradores en el rodaje de La gran noticia, una película basada en un relato sobre el periodismo mexicano de Xavier Frías Beltrán. Ya traía consigo, además de su interés en la cinematografía y una cierta visión nihilista del presente inmediato del México revolucionario, un interés amplio y serio en las artes y letras contemporáneas, lo que entre otras cosas explicará la creación, en noviembre de 1922, del suplemento de El Universal Ilustrado: la novela semanal, así como su posterior participación en el proceso de valoración que vivió la novela Los de abajo del doctor Mariano Azuela. En 1922 apareció también el estudio monumental de Gamio, La población del Valle de Teotihuacán: tres tomos, 1 600 páginas, poco más de 600 láminas, 267 figuras y 20 tricomías. La aportación a este estudio de Noriega Hope, titulada “Apuntes etnográficos”, quedó en el tercer tomo de la obra junto con las del elenco notable de estudiosos, como el propio Gamio, Hermann Beyer, Alfonso Toro, Lucio Mendieta y Núñez. En 1923, Noriega Hope dio a la imprenta un heterodoxo libro de relatos, La inútil curiosidad, con prólogo de Francisco Monterde, y en 1924 El honor del ridículo, novelas, con prólogo de Salvador Novo. 1

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El semanario de El Universal, fundado por Carlos González Peña en mayo de 1917, fue otro gracias al concurso de Noriega Hope porque también el diario y la propia empresa mejoraron notablemente tras la salida de Palavicini y la presencia de Miguel Lanz Duret. Se dice fácil y rápido. No hay nada que lo sea en realidad, aun cuando las mejores publicaciones periódicas vivan precisamente de crear la ilusión de que su confección es rápida y fácil, y de que es posible subsanar el mayor error con la salida de la siguiente entrega, ya sea en unas horas o al cabo de ocho días. Lo cierto es que siempre que ocurre algo es porque alguien anda por ahí. Obra de jóvenes, el mayor de los cuales no pasaba de los 28 años a finales de 1920, El Universal Ilustrado tenía todas las cualidades y todos los defectos de la juventud, según aseguró Noriega Hope. “Me esfuerzo —escribió— por mejorar el periódico, por abolir los lugares comunes, la tijera y la servil imitación de otras revistas.”2

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El Universal Ilustrado, por otra parte, salió a la calle con fecha de 11 de mayo de 1917 y un largo subtítulo: Semanario Artístico Popular. Se ignora la reacción de Reyes Spíndola ante esta nueva revista, pero en los mentideros de la prensa a nadie debió pasar inadvertido que Palavicini había optado por imprimirle un título semejante al que 20 años atrás acuñó Reyes Spíndola, El Mundo Ilustrado, la empresa que le ayudó a edificar una empresa mucho mayor con la que poco después pudo poner en circulación un matutino y un vespertino, El Mundo y El Imparcial. De hecho, la publicación periódica más parecida al Mundo Ilustrado fue precisamente el novísimo Universal Ilustrado.

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Esta revista, en lo esencial, fue creación y obra del escritor Carlos González Peña. Nadie más, según su propio e interesado testimonio, la inspiró, proyectó y dio forma. Desde un principio se propuso presentar un buen semanario gráfico, impreso con todo esmero, dedicado en cuerpo y alma a la difusión cultural por medio de materiales inéditos y con la vista bien puesta en un “acercamiento provechoso” entre México y Estados Unidos.3 Sólo que González Peña apareció durante cinco meses como jefe de Redacción de El Universal Ilustrado, al término de los cuales Palavicini decidió ascenderlo a director y el propio González Peña entendió que era más absurdo que imposible el esmerarse en mantener a la sabiduría en un estado de pureza. Y como director así saludó a los lectores:

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Arrostramos esta empresa, que demanda esfuerzos enormes, confiados en que el público sabrá corresponderla […] El Universal Ilustrado no es un periódico de “sensacionalismo” brutal ni de desenfrenado noticierismo. Ha procurado colocarse en el justo medio: informa, pero también cultiva y también enseña. Revestido en su parte gráfica de las mejores galas —las cuales se irán desenvolviendo y acentuando a medida del paso de los días—, no sólo ha reunido en sus talleres un personal selecto de operarios; asimismo, en sus páginas anhela reunir en amistoso y agradable consorcio a las mejores plumas y a los mejores artistas de lo plástico; Antonio Caso, el fuerte pensador, hablará de los problemas sociales, filosóficos y estéticos; el maestro D. Gustavo E. Campa disertará, con la sabiduría con que él sabe hacerlo, sobre cuestiones musicales; D. Luis González Obregón, con los prestigios de su erudición de buena cepa, resucitará el pasado; Rubén M. Campos evocará los recuerdos de la vida literaria mexicana; los poetas —Ramón López Velarde en número próximo— nos harán escuchar la música de sus cantos; María Luisa Ross escribirá páginas femeninas de íntima delicadeza; interesará brillantemente al lector, con su reporterismo inimitable, el excelente Hipólito Seijas; Muñana, el nervioso, el espontáneo y elegante artista de la fotografía, sorprenderá “poses” bellas. Y con ellos estarán Herrán y Alfonso Garduño, tan aplaudidos en sus trabajos, que huelga aquí todo comentario sobre su obra.4

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González Peña sólo dijo parte de verdad en estas líneas. Del resto se habrían de enterar los lectores del Universal Ilustrado en el transcurso de las siguientes semanas. Palavicini fue incapaz de imaginar una publicación no ya que reconociera la dignidad de la cultura, sino siquiera ajena a la corrupción y diletantismo periodísticos en los que él mismo se formó o bien ajena a la escuela del escándalo en la que aprendió la media lengua del oportunismo y la tolerada indisciplina del doctrinario. De ahí también que en un inicio la rosa de los vientos del Universal Ilustrado llevara a la revista a tomar el camino de la noche, las carpas y el teatro de revista para engalanar sus páginas con retratos de bailarinas como Carlota Díaz y Enriqueta Pereda, y componer portadas con retratos de tiples como Mimí Derba, Nelly Fernández, María Caballé o Clemencia Llerandi. Sus redactores pusieron atención en las iniciativas de la compañía cómico-dramática de Virginia Fábregas, la cual se anunciaba en las mejores páginas. En la era de los banquetes se rendían honores al poeta Francisco Villaespesa y se celebraba el arte pictórico de Germán Gedovius. Los nuevos reporteros del Universal Ilustrado atendían temas ya probados en el espacio del Mundo Ilustrado por Luis El Gallo Frías Fernández, como la vida de los payasos y acróbatas del circo, la vida del campanero de Catedral o la del conserje de la Escuela Nacional Preparatoria. Se ensayó la celebración de la nueva grandeza de los mejores barrios de la capital, tal y como lo hiciera El Mundo Ilustrado, de suerte que los artistas de la lente se enfocaron en lugares como Santa María la Ribera o Mixcoac. José D. Frías, cronista de la guerra en Europa, se incorporó muy pronto a la plantilla como un versátil colaborador que lo mismo comentaba la puesta en escena de una pieza de Villaespesa, como Aben-Humeya,5 que novedades bibliográficas, ensayos y notas.

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El tiempo mexicano, según el olfato de Antonio Caso, estaba impregnado de un aroma a bovarismo, esto es, del humor que despedían una serie de sujetos persuadidos de que eran diferentes a lo que en realidad eran. Caso, tras leer Le Bovarysme de Jules de Gaultier, le dedicó al tema una de sus columnas en El Universal Ilustrado. “Todo hombre en el fondo es un bovarista”, escribió Caso, un discípulo inconsciente de la heroína de Gustave Flaubert:

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Cada uno piensa que sirve para fines que no son los que ingénitamente habría de realizar. Nacemos con nuestra propia misión que cumplir, pero la vida social, el comercio humano, la escuela, la religión, la política, etcétera, nos desvían de nuestra misión original, nos ponen ante los ojos el espejismo de lo que querríamos ser. Es la construcción de un ángulo que, teniendo por vértice el propio individuo, tiene por lados las dos direcciones diversas, la innata y la adquirida, la propia y la ficticia.6

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Así como es casi un hecho que José D. Frías no era el cronista teatral que vino a la mente de Palavicini cuando rechazó la petición de Alfonso Taracena, también es casi un hecho que Caso tuvo en mente a Palavicini cuando ensayó sobre el bovarismo. Los colaboradores del Universal Ilustrado las más de las veces escribían para ellos mismos, sin mayores concesiones para con sus primeros lectores entre las comunidades letradas capitalinas, pero además como a contrapelo de los férreos lineamientos editoriales en el pasado inmediato y de las presuntas obligaciones del medio para con el registro de ciertas actividades sociales reservadas a la sociedad política o a los de arriba, sencillamente. En esta atmósfera editorial, más bien producto de las numerosas limitaciones de Palavicini y hasta del hecho de haber montado el proyecto de una nueva revista en el mismo formato de otra ya extinta, la planta de colaboradores del Universal Ilustrado empezó a construir un tono propio.

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El signo de lo nuevo aún dominaba el paisaje de las publicaciones periódicas y contaba con enormes simpatías entre el público, no sin razón. Los medios impresos de comunicación masiva que surgieron en México hacia el final del siglo XIX, como El Mundo Ilustrado y la Revista Moderna, y en las dos primeras décadas del XX, como El Diario y su suplemento dominical, El Diario Ilustrado, y El Universal y su revista, El Universal Ilustrado, modificaron de una manera radical la monocromía y reiteración de los contenidos así como la presentación de los textos. Algunas de estas empresas se las arreglaron para actualizar rápidamente las historias de sus titulares por medio de ediciones múltiples o extras, o bien saltando diario a la calle en dos ediciones diferentes, como hizo Rafael Reyes Spíndola con El Imparcial y El Mundo. La existencia de varias ediciones diarias permitió al público seguir de cerca el desarrollo de un asunto de actualidad y a la postre construyó la percepción del medio impreso como un espacio entregado al registro sistemático del mayor número de detalles surgidos de lo más efímero: la actualidad. Muchas veces, tal y como más adelante lo habría de ensayar Carlos Noriega Hope en El Universal Ilustrado, los propios editores promovieron y hasta crearon su propia idea de actualidad y la consignaron por medio de todo tipo de historias.

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Primero las páginas literarias, atadas a un día específico en el calendario laboral del periódico, y más adelante los suplementos semanales y las revistas, al moverse en un espacio mucho más acotado que el de los diarios —sobre todo tras la incorporación de las noticias por cable—, a la postre construyeron un espacio mucho más flexible y generoso. Cada edición, semanal o mensual, fijaba sus contenidos con antelación, y su mayor permanencia en expendios y lugares públicos permitió experimentar con formatos más ágiles y variados para desplegar los textos y los novedosos anuncios publicitarios. Cada entrega de la Revista Moderna, por ejemplo, trató de ser una obra de arte coherente, sobre todo en el tiempo en que se encargó de su gráfica Julio Ruelas, lo que indicó las posibilidades de este camino a los editores interesados en ofrecer algo diferente a los bloques de tipografía ininterrumpidos y mucho mejor dispuestos a encontrar otras combinaciones entre imágenes y palabras. La experiencia de El Mundo Ilustrado, por otra parte, informó a los editores que era posible enfrentar los costos de producción de una revista gráfica y además mantener bajos los precios de suscripción y venta en la calle en la medida en que se manejara un tiraje elevado y se vendiera la publicidad suficiente para recuperar la inversión realizada en cada entrega de la revista. Los editores aprendieron a trabajar tanto con los anunciantes como con el equipo de dibujantes de la casa, lo que hizo de la revista una suerte de catálogo de productos de interés, algunos para leer y muchos más para consumir, a la manera de los calendarios Bouret y los catálogos de las casas comerciales de la época.7

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Junto a estas novedades lograron sobrevivir otros rasgos de los medios impresos, como por ejemplo la incapacidad de suplementos y revistas para contener a sus colaboradores. Contenerlos, primero, y más adelante, conservarlos. Lo primero encuentra su explicación en una especie de activa resistencia a la línea editorial de la casa, fundada en un sano desapego y en una defensa a ultranza de la naturaleza del autor, mientras que de lo segundo están hechas las genealogías de las modernas comunidades letradas. De la activa resistencia de los colaboradores a los presuntos arreglos editoriales de Palavicini para la revista del nuevo medio de comunicación de la sociedad política surgieron temas y tonos nuevos casi desde el arranque mismo del Universal Ilustrado —pues una cosa era que la publicación fuera una calca de una revista fechada en los primeros días de gloria de la prensa industrial del país, y otra el que su elenco de colaboradores se aviniera al anacronismo que delataban semana a semana la caja de la revista, su mismo papel e incluso las plecas de ornato. Ahí están, por ejemplo, las crónicas neoyorkinas de Alejandro Quijano y Genaro Fernández MacGregor,8 que como testigos presenciales de la naciente Babilonia de Hierro anticiparon en sus escritos una cuerda de la mayor relevancia en El Universal; ahí están también los poemas de Ramón López Velarde,9 o la lírica de novísimos talentos como Fernando de Fuentes y Francisco Monterde García Icazbalceta, o bien los numerosos párrafos que el ya citado José D. Frías dedicó a Antonia Mercé de Paz, mejor conocida como La Argentina.10 De ahí también las crónicas que Hipólito Seijas dedicó a los bajos fondos de la ciudad capital, o las estampas que Rubén M. Campos elaboró con las memorias de su bohemia negra para referirse a Julio Ruelas o a Jesús Valenzuela.

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La aparición de El Universal Ilustrado coincidió con el inicio de varias ausencias o bien con el final de los numerosos exilios que provocó el estallido de la Revolución mexicana. Entre las primeras podría contarse la del pintor David Alfaro Siqueiros, quien desde París envió sus colaboraciones a la revista —colaboraciones, él mismo contaba, que Fernand Léger conoció en esquema o borrador.11 Los segundos no eran otros que los que decidieron irse del país entre la primavera de 1910 y el verano de 1914. José Juan Tablada, por ejemplo, buscó a Venustiano Carranza y obtuvo un espacio entre su equipo de diplomáticos, convirtiéndose además en un colaborador insustituible en El Universal así como en una referencia central, más que sólo recurrente, en El Universal Ilustrado.12 Me disculpo por haber metido en una sola oración un proceso que para esta sola persona comprendió al menos seis años. José D. Frías volvió de la Francia de Manuel M. Ponce y de las barricadas de la Gran Guerra. De ciudades como Galveston, San Antonio y El Paso, Texas, y de San Diego y Los Ángeles, California, volvieron al país muchos mexicanos más con ánimo de incorporarse al nuevo régimen o probar el aire de la nueva era que al menos de manera formal estaba contenida en la Constitución de 1917.

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El Universal Ilustrado de Palavicini lucía torpe, no sólo tosco, cuando al cabo de cinco meses de prueba nombró como director a Carlos González Peña, sobre todo para quienes venían de la experiencia directa con otras publicaciones periódicas, con otros lenguajes públicos, con otras maneras de registrar la trascendencia de lo más efímero.

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En abril de 1923 Félix F. Palavicini vendió sus acciones y se apartó de la Compañía Periodística Nacional. Lo sucedió José Gómez Ugarte, seis años mayor que El Agrimensor, quien por cierto se había formado como gente de prensa en las publicaciones de Rafael Reyes Spíndola. En la imaginación del iletrado dirigente, como Vasconcelos llamó a Palavicini, tal vez cupo la certeza de que el espacio de una empresa como El Universal trascendería a todos sus miembros sencillamente porque contenía muchos de los mayores sueños de sucesivas generaciones que vieron a la prensa como una herramienta civilizatoria. Y tal vez no le faltara razón. Se equivocó, en cambio, al creer que la sola oportunidad de transitar por semejante espacio no mereciera más que obediencia y apenas una pizca de osadía, descartando por completo el tratar siquiera de llevar la experiencia editorial al límite de lo posible.

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En eso consistió el mérito de Carlos Noriega Hope, pieza clave en la reinvención de El Universal Ilustrado durante los novecientos veinte. El secreto de su éxito al frente de la revista tal vez se fundara en haber partido del reconocimiento al trabajo realizado por Carlos González Peña, Xavier Sorondo y María Luisa Ross, sus antecesores, y en haberse arriesgado a ensayar algo de lo visto en la prensa periódica ilustrada de la ciudad de Los Ángeles, California, adonde lo llevó a vivir por algunos meses su interés en el cine. A la llegada de Noriega Hope al Universal Ilustrado, la publicidad no era sólo una fuente de ingresos para la empresa sino que a la postre exigió que los lectores la tomaran en serio y que desarrollaran nuevas habilidades para recorrer sus páginas. Noriega Hope asumió la obligación de crear un concepto gráfico propio para El Universal Ilustrado, a la manera de algunas de las más creativas publicaciones comerciales de la hora, tal vez un tanto desentendido de la presión sobre el sustento financiero de cada una de sus páginas. Al parecer no escatimó nada para hacerse rodear de un competente equipo artístico, en el que más temprano que tarde figuraron los trazos de David Alfaro Siqueiros, Audiffred, Miguel Covarrubias, Jorge Duhart, Gabriel Fernández Ledesma, Clemente Islas Allende, Carlos Mérida, Roberto Montenegro, Carlos Neve, Toño Salazar, Rufino Tamayo, Hugo Tilghman, y en el que descolló la versatilidad estilística de Fernando Bolaños Cacho. Este último dio al Universal Ilustrado un sello único, tan distintivo como el que le confirieren a la Revista Moderna las dramáticas tintas de Julio Ruelas. Noriega Hope asimismo se atrevió a tomar en serio cuanto importaba a los primeros lectores de la revista, lo que en no pocas ocasiones lo condujo a incorporar al Universal Ilustrado las opiniones y escritos de tales lectores, y, a la postre, volvió entretenidas, brillantes e impredecibles sus entregas.

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En una ocasión, Noriega Hope confesó por escrito que le resultaba absurdo sentirse director de El Universal Ilustrado.13 Lejos de tratarse de una mera boutade, tal vez sea muy probable que él nunca consideró suficiente herramienta para esa responsabilidad el ser tan sólo una persona responsable y culta, además de una especie de editor innato. Por lo demás, ¿qué indicaciones o tareas podía dar Noriega Hope a colaboradores como Alfonso Reyes o José D. Frías, Rafael López o Cube Bonifant, Manuel Maples Arce o Julio Jiménez Rueda, Diego Rivera o Salvador Novo, José Juan Tablada o Manuel Horta, El Abate de Mendoza o Francisco Monterde, Manuel M. Ponce o Carlos Chávez, Francisco Ortega o Jorge Cuesta, Carlos Mérida o Arqueles Vela, Francisco Zamora o José Gorostiza, Manuel Gamio o Adolfo Fernández Bustamante, Guillermo Jiménez o Xavier Villaurrutia, Gerardo Murillo o Jean Charlot? Al cabo del tiempo, sin embargo, Noriega Hope consiguió empíricamente que semana a semana las páginas de El Universal Ilustrado se mantuvieran al margen de las obsesiones doctrinarias —propias de los mismos artistas y políticos que atendían cada entrega de la revista—, pero abiertas al mismo tiempo a los brotes obsesivos que sacudieron a sus contemporáneos ante temas como el arte popular, la vanguardia, el Sonido Trece, la literatura nacional, el teatro, la pintura moderna. Si del cine le importaba más la oscuridad que la pantalla, como dijo en una ocasión, ¿qué sería lo que a Noriega Hope le interesaba más de la literatura y el arte en general? La respuesta, de existir, no será sencilla o del todo específica, y en cambio sí, como el propio Universal Ilustrado, tan aguda como provisional.

Carlos Noriega Hope, director de El Universal Ilustrado desde 1920 hasta su muerte, en 1934.

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El Universal Ilustrado que dirigió y animó Noriega Hope, antes que sorprender o escandalizar a los diversos públicos que construyó entre 1920 y 1934, fue tribuna, platea y escuela de diseño. En sus delgadas páginas el movimiento estridentista no sólo estuvo lejos de ser el futurismo de los pobres, como alguna vez lo llamó Luis Cardoza y Aragón,14 sino que en ellas Maples Arce y los suyos encontraron espacio para desplegar las perplejidades de su inexplicable Dadá así como para desahogar los materiales previstos para el cuarto número de su propia revista, Irradiador, sobre la cual sus creadores colgaron este largo subtítulo: Revista de Vanguardia. Proyector internacional de nueva estética publicado bajo la dirección de Manuel Maples Arce y Fermín Revueltas,15 además de que ahí mismo cobró existencia pública el espacio mítico del grupo, El Café de Nadie. Por medio de encuestas sobre una amplia variedad de temas puntuales, Noriega Hope abrió espacio para conocer el parecer de diversas comunidades letradas sobre asuntos por descartar o definir, como el de la influencia francesa, la crisis de la vanguardia, la influencia de la Revolución mexicana en la literatura, el estado actual de la poesía, la educación artística, entre muchos otros. Ideas como las del simultaneísmo, autores como Tablada —en su novísima persona como crítico e historiador del arte y como poeta ideográfico— o títulos como el Return Ticket de Novo encontraron en la revista un espacio sensible a la relevancia de sus riesgos y apuestas, más que sólo un techo protector. Huérfanos del pintor Saturnino Herrán y del poeta Ramón López Velarde, colaboradores fundacionales de El Universal Ilustrado, Noriega Hope y los suyos se esmeraron por correr contra el reloj de la ingobernable obsolescencia de lo moderno para así construir una obra perdurable.

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“Prefiero que El Universal Ilustrado a veces sea desigual, en vez de que eternamente sea gris”, dijo Noriega Hope unos meses después de asumir la dirección del semanario.16 Y digamos que vivió en el límite de estas palabras —de su cargo, a decir verdad, lo separó la muerte en noviembre de 1934 mientras trabajaba a todo vapor—, aunque no por su apego a ellas fue que este semanario marcó toda una época.

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Tal vez la clave de una revista así de singular como El Universal Ilustrado esté en un ámbito muy distinto, por ejemplo, en la presencia de la visión de alguien como Gamio en las ideas que Noriega Hope se pudo formar entonces sobre nuestra propia cultura. La prestigiada figura tutelar del Departamento de Arqueología solía referir en ese tiempo que en México las bellas artes y las ciencias sociales vivían auténticamente lastradas tanto por una serie de “pontífices de trapo” como por un raquitismo intelectual casi endémico. Así lo expresó Gamio en 1916 en uno de los apartados finales de Forjando patria, reconociendo que si bien se trataba de una plaga nacional no era tampoco de una calamidad predeterminada.17 De ahí que El Universal Ilustrado lograra florecer en la confianza de la mera posibilidad de otra suerte, o bien apoyada nada más en la confianza de que en el México revolucionado sí habría de ser posible construir el ambiente más propicio para una producción artística y literaria “armónica y definida”, como la quería Gamio. Lo anterior no es poca cosa. Sin embargo, el semanario que dirigía Noriega Hope encontró su propio camino al definirse como un espacio contrario al flagelo del cacicazgo intelectual, asimismo descrito y execrado en Forjando patria. Este cacicazgo era tan lacerante como el de los gobernantes, los terratenientes y los capitalistas, sostenía Gamio, pues si aquí alguien alcanzaba “patente de intelectual” en el acto transitaba por una suerte de consagración para inmediatamente después estancarse, dejar de estudiar, rechazar ideas y orientaciones nuevas, dedicarse a pontificar y a contener, sofocar y aniquilar a quienes se atrevieran a entrar en “su campo” y a abordar los estudios que él monopolizaba.18 Esto explica la decisión de Noriega Hope de abrir El Universal Ilustrado a los más jóvenes (a “quienes traían nuevas luces y nuevos derroteros”, a quienes habían “abrevado la Verdad novísimamente depurada”, como escribió Gamio), de atender a los “repudiados” por los “pontífices de trapo” y de no moverse de puntillas en su oposición a cualquier forma de ostracismo intelectual. ¿Alguien entendería el sentido general de los empeños de Noriega Hope? Por lo menos, al parecer, uno de sus jóvenes colaboradores, al señalar que todos los ideales éticos que aspiran a realizarse socialmente, con autoridad social, se convierten en acciones políticas.19

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La revista desigual e imperfecta que Noriega Hope se permitió realizar resultó parte de lo mejor de su vida. Su popularidad dejó El Universal Ilustrado en El Ilustrado en 1928. Sus páginas, nunca eternamente grises y depósito sin lugar a dudas de uno de los episodios menos conocidos de nuestra experiencia literaria, sitúan a Noriega Hope en donde cada día vivió.

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Notas:

1Noriega Hope narra su ingreso en una nota colectiva: “¿Cómo entramos al Universal Ilustrado?”, El Universal Ilustrado, año 7, núm. 366 (México, 15 de mayo de 1924). Jorge Aguilar Mora, Una muerte sencilla, justa, eterna. Cultura y guerra durante la Revolución Mexicana, Era, México, 1990, p. 135., “Nuevo director de este semanario”, El Universal Ilustrado, año 3, núm. 148 (México, 4 de marzo de 1920). Sobre Gamio y la Dirección de Antropología, véase Ignacio Marquina, Memorias, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1994. Javier García Galiano, “Noriega Hope: un habitante del mundo de las sombras”, Confabulario, núm. 174 (México, 2 de octubre de 2016).

2Silvestre Bonnard [seudónimo de Carlos Noriega Hope], “Los propósitos de un individuo de buena fe”, El Universal (México, 1º de octubre de 1920).

3Carlos González Peña, “A los lectores de este semanario”, El Universal Ilustrado, año 2, núm. 73 (México, 27 de septiembre de 1918).

4Carlos González Peña, “Al margen de la semana. La aparición en primavera. Jugando a los soldados. Aves… del paraíso”, El Universal Ilustrado, año 1, núm. 1 (México, 11 de mayo de 1917).

5J. D. F. [José Dolores Frías], “Aben-Humeya, la criolla”, El Universal Ilustrado, año 1, núm. 4 (México, 1° de junio de 1917).

6 Antonio Caso, “Doctrinas e ideas. El bovarismo”, El Universal Ilustrado, año 1, núm. 5 (México, 8 de junio de 1917).

7Cf. Anthony Grafton, Codex In Crisis, 2a. edición, revisada por el autor, The Crumpled Press, Nueva York, 2008, pp. 53-55.

8Alejandro Quijano, “En Nueva York. Notas nocturnas”, El Universal Ilustrado, año 1, núm. 4 (México, 8 de junio de 1917), y Genaro Fernández MacGregor, “El baile metafísico de Isadora Duncan”, El Universal Ilustrado, año 1, núm. 6 (México, 15 de junio de 1917).

9Ramón López Velarde, “Poemas inéditos. Día 13. Himeneo”, El Universal Ilustrado, año 1, núm. 6 (México, 15 de junio de 1917).

10Florián [seudónimo de José D. Frías], “Una maravillosa artista del ritmo: La Argentina”, El Universal Ilustrado, año 1, núm. 7 (México, 22 de junio de 1917).

11David Alfaro Siqueiros, Me llamaban El Coronelazo. Memorias, Grijalbo, México, 1977, p. 139.

12Entre enero y diciembre de 1916, José Juan Tablada recurrió a su esposa, Evangelina Sierra, y a un empleado del consulado en la ciudad de Nueva York, Juan T. Burns, para llegar a Venustiano Carranza y obtener un trabajo estable a su servicio. Véase el Archivo del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, XXI, Fondo XXI, carpeta 66, legajo 7292, p. 1, y Fondo XXI, carpeta 105, legajo 12070, p. 1, Centro de Estudios de Historia de México Carso.

13VV. AA., “¿Cómo entramos al Universal Ilustrado?”, El Universal Ilustrado, año 7, núm. 366 (México, 15 de mayo de 1924).

14Luis Cardoza y Aragón, El río. Novelas de caballería, Fondo de Cultura Económica, México, 1986, p. 382.

15Carla Zurián, Fermín Revueltas, constructor de espacios, Editorial RM / Instituto Nacional de Bellas Artes / Museo Nacional de Arte, México, 2002, pp. 46-47, 129.

16Silvestre Bonnard [seudónimo de Carlos Noriega Hope], “Los propósitos de un individuo de buena fe”, El Universal (México, 1º de octubre de 1920).

17Véase “Nuestra cultura intelectual”, en Manuel Gamio, Forjando patria, 5ª. ed., prólogo de Justino Fernández, Porrúa, México, 2006, pp. 93-101 (Sepan Cuantos, 368).

18Ibidem, pp. 100-101.

19Jorge Cuesta, “La ética, la política y la universidad”, El Universal (México, 30 de junio de 1935).

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FOTO: Portada de El Universal Ilustrado del 4 de marzo de 1926. Ilustración de Andrés Audiffred. / Archivo EL UNIVERSAL

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