Vilde y Janine, dos discos
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POR IVÁN MARTÍNEZ
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De las novedades discográficas lanzadas al mercado en semanas recientes, dos volúmenes dedicados a conciertos para violín merecen especial atención a pesar de no significar mayor novedad en cuanto al repertorio.
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Siempre he creído que una grabación vale la pena si presenta repertorio no estándar o si presenta el estándar en interpretaciones excepcionales. Se trata de aportar. Si bien Korngold, Britten y Bartok no son las primeras opciones que vengan a la cabeza del melómano promedio, son obras bien establecidas en el repertorio de interpretes mayores y cuentan con discografía suficiente; en el caso de Brahms, son tantas las nuevas grabaciones que surgen, quizá por año, que lo que pueda decirse recaerá en Perogrullo… a menos que la solista sea una como Janine Jansen, para muchos la mejor exponente de su generación, o Vilde Frang, una jovencita escandinava que debería recibir mayor atención.
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Frang regresó al estudio, tras su tímido álbum mozartiano del año pasado, para hacerse de los conciertos de Erich Wolfgang Korngold y Benjamin Britten (Warner Classics, 2016), dos piezas con suficiente personalidad, escritas en la misma época (1945 y 1939, respectivamente) y que al parecer, a nadie se le había ocurrido juntarlos, aunque musicalmente sean pareja perfecta: uno en su lirismo casi melodramático, otro igual lírico pero de pensamiento y construcción más sofisticados.
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La principal cualidad de Frang es su poder de comunicación. Sin referirme con ello a la clarísima articulación de las notas o de su pronunciación amplia de las frases, sino a un talento que le permite transmitir su discurso con claridad. Éste es probablemente su disco más maduro: si para hablar de su Concierto de Nielsen, había dicho aquí que su musicalidad era “de mucha exuberancia, pero exenta de superficialidad y falso lirismo”, de sonido rústico, y si para los Conciertos 1 y 5 de Mozart pecó de tímida, aquí se trata de algo mucho más pulido, pensado, sin arrebatos y con autoridad musical. Sin que ello, por supuesto, haya variado la solidez a su sonido, que en su concepción estética sigue siendo todo menos ostentoso.
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La de Korngold es una lectura nada cursi, en lo que suelen caer muchos intérpretes, incluso maduros, sino más bien transparente, limpia. Y la de Britten, un concierto en el que un intérprete joven puede caer fácilmente en el exhibicionismo, es una orgánica, mesurada, suficientemente emotiva que le ha dado un nuevo carácter: con ella es un concierto más reflexivo que contestatario; gran aportación.
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El acompañamiento orquestal, de James Gaffigan al frente de la Orquesta de la Radio de Frankfurt, ha sido igual pensado como una sonoridad más romántica, de fraseos extendidos, menos exasperante que el de otras grabaciones. De suficiente presencia, pero siempre al cuidado de su solista.
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Jansen, por su lado, tres años después de sus referenciales Conciertos de Bach, presenta el que quizá sea, junto al Beethoven (que había grabado –extrañamente– al lado del Britten), el Concierto más esperado para cualquier violinista, el op. 77 en Re Mayor de Johannes Brahms. Lo ha juntado, en igual extraña combinación, con el Primero (opus póstumo) de Bela Bartók, acompañada por Antonio Pappano al frente de dos orquestas, la de la Academia Nacional de Santa Cecilia, Roma, y la Sinfónica de Londres, respectivamente.
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Si un adjetivo ha de distinguir este álbum, ése es la soberbia; no en el mejor sentido.
Brahms fue ejecutado en vivo, lo que da cierta frescura a la lectura, pero también menor cuidado. En grabaciones anteriores, y en vivo, Jansen se caracteriza por un bien balanceado dramatismo que aquí es llevado a niveles muy violentos, sobre todo en el primer movimiento. Su segundo movimiento es más que lirismo, nerviosismo, carácter que se asigna desde el acompañamiento (el solo de oboe con que inicia). Ya en el tercer movimiento hay problemas incluso de balance, con pasajes donde la presencia de la solista se pierde, más por descuido de matices que por lo que pudiera pasar por continuidad de líneas melódicas entre el solista y algunos instrumentos de la orquesta. El ensamble también ha añadido un extraño sabor italiano que se siente no sólo en la sonoridad sino en el carácter de, sobre todo, el primer allegro.
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Salvo el ciclo de danzas húngaras que escribió Brahms, que no tienen nada que ver con su Concierto para violín, no hay nada, ni en teorías diletantes, que unan estas dos obras. Es necesario incluso un respiro entre ambas. Sin embargo, la grabación en Londres del Primero de Bartók contiene suficientes cualidades propias: es una ejecución romántica, de mucha pasión y una sonoridad mucho más manifiesta de su violín, que se siente casi palpable, de una fuerza emocional que me hubiera gustado escuchar en la primera parte, con una orquesta menos protagónica.
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La lectura de tanto carácter brindada al segundo movimiento hacen que el disco valga la pena.
*FOTO: La producción más reciente de la violinista noruega Vilde Frang cuenta con la participación de la Orquesta de la Radio de Frankfurt./ESPECIAL
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