Viridiana: La virtud estéril

Jul 28 • destacamos, principales, Reflexiones • 10114 Views • No hay comentarios en Viridiana: La virtud estéril

POR MAURICIO GONZÁLEZ LARA 

Para comprender la naturaleza del escándalo provocado por el estreno de Viridiana hace 52 años, no hay mejor herramienta que revisitar “Veni Vidi Vinci”, el cartón de Alberto Isaac publicado poco después de que la película ganara la Palma de Oro en el Festival de Cannes. En la primera viñeta de la caricatura —hoy parte de la colección del Museo del Estanquillo, ubicado en el Distrito Federal— se veía el arribo a España de Luis Buñuel, quien era recibido con pompa y circunstancia por Francisco Franco; la segunda viñeta mostraba cómo Buñuel le entregaba un regalo al dictador español, mientras desde el otro lado del océano (México) un exiliado gritaba encolerizado: “¡Muera el prevaricador Buñuel!”; la tercera viñeta revelaba que el regalo era en realidad una bomba que le explotaba en las manos al “generalísimo”.

 

Viridiana fue la primera cinta que Buñuel filmó en España tras su exilio en 1939. Si bien había generado dos obras maestras en México —Los olvidados (1951) y Él (1952)— la percepción general era que había dejado de ser un cineasta cuyo nombre fuera sinónimo de prestigio mundial. El regreso a la madre patria, por tanto, levantó sospechas entre varios miembros de la comunidad española en el exilio, quienes lo acusaron de haberse vendido al sistema franquista a cambio de la posibilidad de realizar una película que lo recolocara internacionalmente. Todos esperaban una historia repleta de concesiones y lugares comunes, y no el cóctel explosivo que motivó el rechazo inmediato del Vaticano y la censura del gobierno de Franco (el filme se exhibió en España 16 años después de su estreno en Cannes, casi a punto de iniciar los ochenta). En su descargo, Buñuel declaró: “no he pretendido blasfemar, pero, claro está, el papa Juan XXIII sabe de esto mucho más que yo”.

 

Recordemos la historia, sin los temidos spoilers: antes de tomar los hábitos, la novicia Viridiana debe abandonar el convento para visitar a su tío Jaime, el benefactor que le ha pagado sus estudios. Durante su visita, sorprendido por el parecido de Viridiana con su fallecida esposa, don Jaime intenta retenerla, primero con propuestas amorosas, luego mediante tácticas más cuestionables. Tras un acontecimiento trágico, Viridiana renuncia a ser monja y se queda en la finca para practicar la caridad cristiana con un grupo de mendigos a quienes alberga en el granero. La llegada de Jorge, hijo natural de don Jaime, aunada al carácter impredecible y mezquino de los mendigos, ponen a prueba la fe y la determinación de la joven.

 

El impacto de Viridiana en el establishment conservador sesentero hoy puede resultarle contraproducente. Al situarla con tanta claridad en una coyuntura determinada, quizá un sector del público actual se sienta tentado a descalificar de antemano la película como un producto cuya vitalidad subversiva se circunscribe a un periodo determinado. ¿Se puede ser blasfemo en 2013? Probablemente no. La relevancia de Viridiana, sin embargo, no descansa en la deconstrucción irrespetuosa de la imaginería católica ni en el dolor de cabeza que representó para el franquismo, sino en la hilaridad y energía con las que desdobla su tema central: la naturaleza irredimible del hombre.

 

La secuencia clave para entender esto aparece a la mitad de la cinta: Jorge contempla un perro cuya correa se encuentra amarrada a una carreta en movimiento. Turbado por la insensibilidad aparente del dueño, el hijo de don Jaime compra el animal, no sin desplegar el orgullo característico de quien se anuncia como salvador. Acto seguido, la cámara nos muestra el paso de otra carreta, con un perro en la misma situación. En esa parte de España, asumimos, es lugar común asegurar a los canes de esa manera. La mascota, por cierto, no muestra simpatía por su comprador, sino que intenta reunirse sin éxito con su antiguo dueño. Para Buñuel, no hay peor arrogancia que creerse capaz de redimir al otro. La trasgresión de la obra no está en la mera burla a la iglesia, sino en retratar a la virtud como una enfermedad que nos impide conectar con la anarquía de nuestro ser. Por eso, la autoridad moral del personaje de Viridiana nos resulta infumable: sabemos que, tarde o temprano, terminará revelándose como falsa y estéril. El mundo es insalvable. La vigencia de Viridiana radica en la acidez gozosa con la que Buñuel adopta este pesimismo. La humanidad vibra en la cena que se celebra antes del apocalipsis, no en el ángelus que se recita en medio de la jornada de trabajo.

 

FOTO: Viridiana fue la primera cinta que Buñuel filmó en España tras su exilio en 1939 /Archivo EL UNIVERSAL

 

 

 

 

 

 

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