Santiago Caicedo y la dignidad brotante
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Virus tropical es un retrato de la vida diaria, formato de la animación, de la juventud colombiana
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POR JORGE AYALA BLANCO
En la cinta de dibujos animados para adultos Virus tropical (Colombia-Ecuador, 2018), virtuosístico debut del colombiano caleño productor-realizador de cortometrajes y series infantiles animadas de 42 años Santiago Caicedo (sobrino del legendario cinecrítico-novelista prócer de la autodestrucción narcocreadora Andrés del mismo apellido), con guión de Enrique Lozano basado en la homónima novela gráfica de culto PowerPaola de la ilustradora colombiana de sus propios relatos autobiográficos Paola Gaviria, la esposa quiteña perpetuamente exasperada Doña Hilda de Gaviria (un grumo de trazos con voz de Alejandra Borrero) del pasivo excura ya renegado envejeciente Don Uriel (otro grumo con voz de Diego León Hoyos) acude al médico aquejada de un supuesto embarazo que resulta una hinchazón de pura agua o la infección de un virus tropical no identificado, pero de allí nacerá no obstante la encantadora bebita Paola (voz de Martina Toro), que crecerá bajo la lejana tutela del torturado padre, quedando la nena más bien al cuidado de sus traviesas hermanas mayores, una rencorosilla Paty (voz de María Parada) y una irresponsable Claudia (voz de Camila Valenzuela) que al tomarla como juguete viviente la dejará caer causándole un daño mental permanente, y así, al paso del tiempo, el exsacerdote abandonará a la familia para irse a radicar al otro lado de la frontera nacional en la distante Medellín y, clamando o no explícitamente por un varón en la casa, se generará un malsano gineceo donde la madre deberá encargarse del sostenimiento del hogar, la sirvienta ladronzuela autorracista Chavela (voz de Javiera Valenzuela) se operará la nariz para dejar de parecer indígena, la hermana Claudia se volverá una adolescente rebelde que pronto se largará de jipi malarrejuntada en la isla de Pascua para regresar derrotada pariendo un sobrinito encantador y la Paty taciturna estudiante de psicología (voz de Mara Gutiérrez) se convierta en la mayor protectora de su antes hostilizada Paola joven (voz de María Cecilia Sánchez) cuando todas se muden a residir, con el padre más ausente que nunca, en la ciudad colombiana de Cali, en donde la avispada Paola logrará arduamente sobrevivir a una adolescencia tan conflictiva como la de sus fraternas, aunque percibiendo las luces lejanas de una indoblegable dignidad brotante.
La dignidad brotante narra con opaca brillantez posmoderna aquello que parecía lo más alejado del dibujo animado fílmico e inclusive de su primo el anime realista japonés cuyo punto más alto sería Se levanta el viento de Miyazaki (13): la crónica cotidiana de la clase media latinoamericana de época, sus entusiasmos, sus prejuicios, sus pequeños conflictos, el retrato intimista/antintimista de su oscuro malestar existencial, pero siempre vistos desde la óptica y bajo el registro de una suerte inclasificable y siempre sorpresivamente renovada de algún naturalismo onírico, mediante originales caricaturas grotesco-irreverentes de Paola Gaviria tan marcadamente sobre sí misma como aquéllas de los Crumb y John Callahan fundadores emblemáticos del género autoirrisorio-autodenostativo aunque subrepticiamente autoencomiástico en el contradictorio límite de “los extremos me tocan” (Gide).
La dignidad brotante se inscribe dentro de la historieta fílmica en blanco/negro cercana a la crónica realista falsamente naïve o ingenua que inauguró Persépolis de la iraní Marjane Satrapi (en compañía de Vincent Paronnaud) incluso casi duplicándola, pero lo que allá era una confesión dolorosa y dolosamente universal, en Virus tropical se ha vuelto un coloquialismo muy particular y sociologizante, lo que era amargura subrepticia contra la condición femenina en el fundamentalismo islámico ha vuelto calidez desarmante en la mediocridad latinoamericana, lo que era una crispada declaración de odio al régimen represor en general y sojuzgador de las mujeres en particular aquí se ha vuelto dulce apertura a formas anómalas de la lucha de la mujer por su empoderamiento, lo que era denuncia acerba aquí se ha vuelto una suave descripción fugitiva, lo que era summa de asperezas aquí se ha vuelto una suavidad deslizante, lo que era una caterva de tintes enérgicos aquí se ha vuelto conjunto de trazos depurados, muy bien definidos como “dibujos inocentes, honestos y brutales” (Catalina Holguín) en su búsqueda de un orden y un sentido superior para su posneorrealista estética de lo banal y la nostalgia del ostracista Quito 76 o de la agitada Cali 90s.
La dignidad brotante vuelve mágico, misterioso y dotado de un extraño carisma todo lo que toca, el preGoogle-Map que se agiganta para localizar el sitio semifantástico quasi gótico y sin embargo muy realista de la acción, las castas siluetas de los padres copulando sentados cuando jóvenes, la lluvia pertinaz convertida en llovizna de espermatozoides woodyalienescos navegando hacia las tinieblas, los nacimientos como explosión de sangre sobre el médico, las deambulaciones y los despuntes a la vocación gráfica, con música de Adriana García Galván y el grupo Las Malas Amistades y Amadeo González sirviendo de marco y enlace dinamizadores.
La dignidad brotante puede con todo derecho ser considerado, no sólo como un abstracto himno a la feminidad, sino muy concreta y específicamente como una larga oda elemental, o más bien un haz, un racimo o un rizoma de odas elementales tipo Neruda al crecimiento femenino en sitios mortecinos de Sudamérica, ya que no es por azar que la avezada Paty le enseñe a su hermanita buleada por ecuatoriana a hablar “en caleño” o ni que Paola deba enfrentarse tanto a los titubeos que dicta su pavorosa autoestima como a los chavos drogos y los novios machistas presuntamente felices en sus paraísos artificiales en las Galápagos o en la cabaña excursionista.
Y la dignidad brotante termina caminando por las calles con ligera sencillez oronda, porque se ha tornado distinta, irremplazable e inextinguible: la femindependencia conquistada.
FOTO: Virus tropical, centrada en la historia de Paola, quien crece entre las ciudades de Quito, Ecuador, y Cali, Colombia, se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 1 de noviembre de 2018. /Especial
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