“Visegrado”, un libro abierto: entrevista con su autora, Karen Villeda
Con la idea de que el ensayo está en frecuente construcción, la también poeta creó en este libro una miscelánea de textos literarios que también la redescubren como lectora y viajera
POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
El trabajo literario de Karen Villeda (Ciudad de México, 1985) ha transitado por los géneros de la poesía y el ensayo. Se dice que ha ganado todos los premios, el primero de ellos fue el Dolores Castro en el género de poesía en 2006. A éste que siguieron el de poesía Joven Elías Nandino en 2013 y el de Ensayo Literario José Revueltas en 2017 por Visegrado, que fue publicado un año después por Almadía.
Cuenta que este libro nació como una serie de apuntes que fue haciendo a lo largo de un viaje por tres países de Europa central y del este. De ahí viene su subtítulo: “Microensayos literarios de Hungría, Polonia y República Checa”. Así como estos ensayos, con altas dosis de crónica de viaje, transitan por distintas ciudades, pueblos, estaciones de tren, puentes y plazas, Visegrado también es una búsqueda en tres pistas. La primera, una revisión de la memoria familiar desde los relatos que escuchó de sus abuelos acerca de los viajes que ellos hicieron por estos países en los años 60; la segunda, un encuentro con las referencias literarias que tenía antes de visitar esos sitios: las novelas de Imre Kertész e Ivo Andric junto con la poesía de Wislawa Szymborska, y finalmente, la búsqueda de un discurso narrativo ajeno al dogmatismo de los géneros.
“En mi proceso creativo era importante no ceñirme a una estructura cerrada y Visegrado es una colección de textos muy moldeables de distintos géneros”, dice Karen Villeda, para quien este ensayo se fue definiendo como una especie de miscelánea, una idea que “viene de mi fijación por los gabinetes de curiosidades”.
A veces turista —faceta de la que no reniega y de la que pondera sus bondades en el contacto con los locales—, a veces viajera, la observación de Karen Villeda, presente en Visegrado, es la de un encuentro con territorios desconocidos y con fijaciones creadas por la memoria, la literatura y la música.
El concepto del viajero como se contrapone con el concepto del turista. Todo queda muy claro en Visegrado en cómo decidió conocer y pisar cada una de las ciudades por las que transita. ¿Cómo se define a sí misma en este tránsito?
No me defino, no sólo en estas tres ciudades, ni como viajera ni como turista. Es difícil salir del circuito turístico. Praga vive del turismo y es muy llamativa visualmente. Es difícil que no sea turística. Me interesaba cuestionarme estas dos posturas sobre todo porque conocí Polonia, República Checa y Hungría por la voz de mis abuelos. En su momento ellos fueron de viaje a estos lugares y fueron un poco turistas y viajeros. Buscaba contrastar la idea de estos lugares a partir de la narrativa de mis abuelos y la que aparece en ciertos libros y películas.
Todas estas ciudades tienen algo turístico, sobre todo Praga. Polonia y Hungría ni siquiera aparecen en estos circuitos de quinceañeras en los que te llevan a Viena, Praga y Brujas, las ciudades más vistosas. En Praga todo invita al turismo, todo es altamente comercial y vendible. Por ejemplo, hay un sinfín de marionetas, que es una artesanía cotidiana de allá. También hay que entender que el turismo es una forma de vida para muchas personas. Praga también tiene esta riqueza material porque es turística. En este ensayo que aparece en la parte final del libro es una confrontación en la que me digo que es demasiado linda esta ciudad. ¿En dónde está lo feo, lo oscuro, lo que se oculta? Pero eso siempre pasa. Me imagino que cuando alguien viene de visita a la Ciudad de México se enfrenta a una curaduría. Cuando estás con este perfil viajero, si no tuviste conocimiento de la cultura como antecedente o la lengua como referente, ser viajero es muy difícil. Cuando estaba en estos países tuve que comunicarme en inglés. No hablo checo. El idioma húngaro, el magiar, es un idioma sumamente difícil. Eso te saca del papel de viajero.
En Visegrado viaja con un equipaje que son los libros, las películas, las canciones y la memoria de sus abuelos. ¿Todo eso guía los pasos de lo que va encontrando?
Lo que más me impresionó a nivel personal y me hizo cuestionarme estas narrativas que mencionas es que son zonas que ya no están en un conflicto bélico. Sin embargo, todo eso que había consumido, como La lista de Schindler, de quien sólo queda su memoria en Cracovia, quedan como un testimonio de lo que fue. Aunque hay ciertos vestigios que te pueden relacionar con lo que sucedió, son sitios que ya no están en guerra. El viaje de mis abuelos fue en los 60 —en la época del comunismo— y esa destrucción aún era muy reciente. Y aunque quedan resabios de lo que fue ese régimen político, son países completamente distintos a lo que esperaba encontrar. Visegrado es un libro completamente libresco. Confronta la visión de esta joven adulta enfrascada en estas lecturas. Podía pensar en el poema “Botín de guerra”, de Wislawa Szymborska, en el que ella habla de lo que ha pasado con la guerra. ¿Qué nos queda? Entonces llegas a Cracovia y encuentras un bazar navideño, la gente feliz. Te das cuenta que la vida sigue ocurriendo. Estas experiencias me llevaron a contrastar la idea que tienes en tu cabeza y lo que es.
¿El viaje le funcionó para poner en orden conceptos estéticos y vitales?
En un inicio, Visegado comenzó siendo una libreta de apuntes, de observaciones. Si revisamos esos borradores había una Karen que había estudiado Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas con un interés muy marcado por la geopolítica. Ahí se ven esos intereses académicos. Para mí era muy importante que si bien esos textos no serían poemas tampoco serían ensayos académicos. Visegrado es una miscelánea: hay apuntes, notas, versos, ensayos breves. No me interesaba hacer un ensayo dogmático. Me cuestiono muchas cosas. Es una colección de ciertas obsesiones y pensamientos que me hacía en ese momento. Es un libro abierto. Hay secciones en las que yo misma me preguntaba por qué no leía a más mujeres. ¿En dónde está el canon femenino de esos países? Hay una puerta abierta en la que cuestiono mis hábitos de lectura. Y hay un homenaje en la figura de mis abuelos, quienes influyeron en gran parte en lo que soy ahora: ese interés por la literatura y conocer otros mundos viene de ellos.
En las distintas escalas genera un diálogo literario con autores como Imre Kertész, Ivo Andric y Wislawa Szymborska. ¿Cómo fue la experiencia literaria de conocer a estos autores y los mismos sitios por los que ellos habían transitado?
Algo que me marcó fue conocer el lugar donde nació Wislawa Szymborska y contrastarlo con la tradición que tienen los polacos de poesía maravillosa. Me pregunté cómo pudo escribir eso ahí. Es interesante porque funges como detective yendo atrás en los pasos de escritores a los que admiras. En el caso de Imre Kertész me decía que la Budapest que él conoció fue en la que se cayó el Puente de las cadenas. Lo que vemos es una reconstrucción. Szymborska sigue siendo una de mis poetas de cabecera, pero me di cuenta que no hay manera de conocer cómo fue ese lugar más que leyéndolos. Hay que leerlos en su contexto. Si ahora hiciera ese libro sería muy diferente. Sería un poema narrativo de largo aliento. Inicialmente Visegrado iba a ser más largo, iba a incluir a estos tres países, más Eslovaquia. Ahí tengo los apuntes de un borrador que no se pudo integrar al libro, y se incluiría a los países de los Balcanes, con los que quería hacer un contraste con el sitio de Sarajevo, con esa guerra televisada. Finalmente terminó siendo otro libro.
¿De qué dependió la reconfiguración del libro a lo largo de su escritura?
Está muy influenciado por las lecturas de ensayistas que admiro mucho. La fragmentación viene a del trabajo de Maggie Nelson. Lo que ella hace mucho es justo usar fragmentos, combinar. Pero no de una manera dogmática. Hay influencia de Cristina Rivera Garza, cuyo trabajo admiro muchísimo. Ella habla mucho de esta voz no dogmática. Para mí era importante que fuera una miscelánea. Eso viene de mi fijación por los gabinetes de curiosidades. Otra de las referencias importantes para mí es María Negroni, que tiene un libro maravilloso que se llama Objeto Satie en el que indaga en el compositor Erik Satie, en su contexto, en sus composiciones. Es un libro inclasificable. Ese tipo de literatura está presente en Visegrado. En mi proceso creativo era importante no ceñirme a una estructura cerrada. Visegrado es una colección de textos muy moldeables de distintos géneros.
Hay otros temas que están ahí presentes. Leemos en una parte: “El odio es un sentimiento que registramos con demasiada facilidad, sobre todo cuando nos ponemos patrioteros”. Hay un cuestionamiento de todo esto.
Estaba trabajando mucho en este tema del perdón y estas ideas eran polos opuestos: o perdonas completamente o no perdonas nada. El libro me ayudó a ser más flexible en muchos conceptos que pensaba que no iban a cambiar. En esas fechas había leído mucho a Jean Amery, un francés que estuvo recluido en Auschwitz y escribió un libro sobre el derecho al suicidio que si uno lo lee podría espantarse. Pero es cierto. Él defiende el derecho a no vivir, a suicidarse. Cuestiona esta idea cristiana que condena a los suicidas al purgatorio.
FOTO: Visegrado, de Karen Villeda, recibió el Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas 2017/ Germán Espinosa/ EL UNIVERSAL
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