Neil Jordan y el acoso maternizante

Jun 22 • Miradas, Pantallas • 2736 Views • No hay comentarios en Neil Jordan y el acoso maternizante

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POR JORGE AYALA BLANCO

En La viuda (Greta, Irlanda-EU, 2018), perturbador opus 18 del irlandés otrora de culto ahora en plan de gran cinerretorno a los 68 años Neil Jordan (Mona Lisa 86, Juego de lágrimas 92, El niño carnicero 98), con guión suyo y de Ray Wright, la subsumida meserita lectora con gorrito tejido Frances (una precoz Chloë Grace Moretz apenas emergiendo de la pesadillesca Suspiria 18) encuentra un lujoso maletín extraviado en el metro neoyorquino, halla al abrirlo una identificación en regla, se acomide a devolverlo a domicilio pese a la irónica oposición de su desmadrosa roomie fanática de todo lo alternativo Erica (la inefable Maika Monroe de Está detrás de ti 14) y se topa al fin con la dueña del portafolios, una agradecida y encantadora dama francesa sexagenaria llamada Greta (Isabelle Huppert con timing perfecto) que la invita a pasar, le ofrece un delicioso café ya preparado, la conmueve con su viudez solitaria, le platica de su hija Karina estudiando en París, le toca al piano el Sueño de amor de Liszt para acallar el ruido del vecindario y acaba iniciando con ella una amistad que cada día será más estrecha, íntima e interdependiente, dispuesta a fungir como su madre sustituta, enseñándole a cocinar exquisitos platillos centroeuropeos y alejándola de su órbita de fiestas y amistades banales, hasta que la encandilada e inerme Frances descubre que la mujer guarda en una gaveta una verdadera colección de maletines listos para ser abandonados y sale huyendo, pero desde entonces la terca Greta va a dictarle un acoso y tenderle un cerco que será imposible romper, pues de nada le servirá a Frances no contestar el bombardeo de llamadas por celular, ignorar la presencia de Greta en el restaurante en donde ella atiende, verla plantársele jornadas enteras ante el establecimiento, denunciarla a la policía por asedio, hacerse expulsar de su empleo, verla en camilla con camisa de fuerza antes de volver a las andadas apenas liberada, intentar refugiarse en brazos del contrito padre deleznable Chris (Colm Feore), averiguar con la resentida amiga Alexa (Zawe Ashton) de la presunta hija europeizada (en realidad una desesperada suicida muerta hace 4 años) la oculta nacionalidad húngara de la señora y su gusto por inflingir inhumanos castigos infantiles, mentirle a la mismísima Greta en su reconciliadora carota acerca de un viaje fingido y, ahora sí, ser descubierta, sedada, secuestrada y recluida en la Caja de todos tan temida, escuchar cómo se aniquila al vetusto detective privado Brian (Stephen Rea) lanzado en su búsqueda y gritar y aullar por su rescate, atada a un camastro y con mordaza, tras una puerta secreta disimulada frente al piano, cuando Greta ya está en trance de seducir in extremis a otra vulnerable joven presa del hallazgo de un nuevo maletín olvidado, para ser víctima de un análogo acoso maternizante.

 

El acoso maternizante reclama el mérito de llevar hasta sus últimas originalísimas consecuencias el planteamiento ingenioso y el desarrollo efectista de un thriller psicológico extremo, aunque rutinario, posmoderno y jaladísimo, que permite atacar por varios frentes, a través de tramas superpuestas y sucesivas: una trama fascinante en torno a la perversa presencia prodigiosa de la Huppert de La pianista (Haneke 01) y Elle (Verhoeven 15) vuelta alucinada demandante de afecto límite (¿porque los sueños del amor maternal producen monstruos edipizantes?), una trama de suspenso criminoso seudopolicial a lo deriva Hitchcock, una trama temática sociológica a la vez quintaesenciada y paradójica donde la vieja acosadora representa al tema del soldado perdido (siempre inamovible) y su víctima a la conciencia vulnerada (hundiéndose en su fragilidad), una trama lúdica de humor negro malvado a lo Polanski, una trama hipertruculenta prodigando desenfoques y, por ultimo, si bien no menos importante, una trama circular en la que Frances revive su beato contacto inicial, aunque ahora desde adentro del tormentoso cuartito frente al piano.

 

El acoso maternizante oscila, desde la añeja perspectiva del cine d’auteur, entre el film-retorno vencedor y el patético film-testamento, una desarticulada especie de film-summa donde se dan cita espectral la mayoría de las viejas cintas enormes de Jordan, pues la relación tóxica de la madrastra postiza (o una invocada Cruella De Vil) con la princesita mesera tiene mucho del cuento de hadas superestilizado Lobos criaturas del diablo (Jordan 85) con respecto a Caperucita roja, la ambigüedad del nexo aberrante madre/hija remite al romance del omniseductor transgénero con el activista político (el magnífico Stephen Rea 25 años antes) de Juego de lágrimas más que al clásico Atracción fatal (Lyne 87), el caso de vampirismo espiritual padecido por la heroína semeja provenir de Entrevista con el vampiro (Jordan 94), las despavoridas fugas de Frances recuerdan a la madre e hija perseguidas por los vampiros machistas de Byzantium (Jordan 12), o así.

 

Y el acoso maternizante sostiene sin tregua, pese a sus sincretismos y altibajos, la maravilla de una estilización muy disfrutable, en esos amenazantes aunque suaves y sutiles deslizamientos desde la espalda o alrededor de sus figuras con una cámara de Seamus McGarvey cual dulce balada acariciante bien ritmada por la música jamás estridente ni climática de Dominick Sherrer, en ese ritmo sensualista y pulsional del montaje, en esas miradas que acometen en dolly-in, en ese cierre del vagón en las narices, en ese seguimiento por los túneles del Metro que registra un celular de inmediato subido a la red pero cuyo emisor desaparece sin cesar en el contraplano subjetivo, el cuerpo femenino atado a la bañera, la sustitución por la inmostrable amiga Erica con peluca en off, y en ese pavoroso castigo infantil dentro de una Caja-cofre repleto de peluches y cerrado herméticamente con una estatuilla-souvenir de la Torre Eiffel, porque, tras el ajuste de cuentas final, será lo único que merezca permanecer.

 

 

FOTO: / Especial

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