Vivir lo que se fue con los dragones
POR GABRIELA DAMIÁN MIRAVETE
En el epígrafe de Loba (Premio Gran Angular 2013) Verónica Murguía indica a los lectores cómo se puede descubrir lo que un relato de caballería tiene que decir en pleno siglo XXI. Se trata del poema “Los realistas”, de W. B. Yeats; dispuesto así, antes de la historia de la princesa Soledad, pareciera un exordio dedicado a quienes desdeñan por hábito o prejuicio el diálogo con las obras de imaginación fantástica: “¡La esperanza de que pudieran comprender! / Lo que ofrecen los libros de esos hombres / habitantes de una tierra guardada por dragones…”
En México hay —para qué negarlo— cierto menoscabo a las obras de este tipo. También a las catalogadas para el público juvenil y, con matices que son material de otra conversación, a la literatura escrita por mujeres. Loba (SM, 2013) incurre en todos esos pecados y más aun: la portada del libro muestra con descarado diseño bestselleriano a las dos criaturas emblemáticas del subgénero: el dragón y el unicornio. En medio está Soledad, hija del desdichado rey de Moriana, una muchacha altiva y valiente dispuesta a demostrar a su padre que puede ser tan buen soldado como un heredero varón. La ocasión de probarse como digna guerrera llega cuando un viejo monstruo ha despertado y los salvajes tungros están por invadir el reino.
El culpable del caos es Cuervo, un joven mago que desea usar al dragón para aniquilar al rey y al régimen esclavista que ha sometido a los campesinos. Su soberbia lo enceguece ante el horror que implica levantar a Tengri, el dragón, de su sueño, descrito con perturbadora belleza. Soledad y Cuervo tendrán que recorrer un camino común para cumplir con su deber y construirse a sí mismos.
Loba es heredera del Romancero, de la obra de Tolkien, T. H. White y Ursula Le Guin. Pero, aunque siga la lógica del bien contra el mal de las gestas medievales, ofrece una alternativa necesaria: el camino de la mujer en armadura no tiene por qué ser el mismo que el del héroe que empuña la espada y ejerce una violencia justificada por la “nobleza” de su causa. ¿Qué pasaría si la guerrera buscara la paz, en lugar de gloria y honor, si se opusiera a la esclavitud, a la estocada maestra contra del enemigo?
Los puntos de vista son también un manifiesto pacifista: acudimos al interior de todos los personajes, incluso a la mediocridad de los villanos. Es una narrativa que mueve a la compasión por su generosa capacidad empática. Y no sólo a través de la percepción humana, sino a la de los animales: la conciencia tibia y aérea de Alagrís, el halcón de Soledad, o las preocupaciones de Fum, el caballo. Es un mundo en el que el pacto humano con la naturaleza y su misterio aún no se ha roto. También es refrescante que los personajes secundarios sean tan sólidos (la inquieta Ámbar, la abuela Liaza) y que Cuervo, Tagaste, Fura de Mongrún —los hombres cercanos a la Loba—, se opongan al privilegio y se entreguen al cuidado de los otros.
Loba fue escrita con amorosa cautela: los lectores pueden sentir el ardor de una herida o el olor de las plumas del halcón. En las mesas se sirve leche y pan caliente, cerveza de lúpulo; los cuerpos huelen a sudor y almizcle, se nos concede el resuello dulzón del unicornio y la voz pedregosa del dragón. El mundo que Verónica Murguía creó a partir de una rigurosa investigación histórica logra auténtica y asombrosa vitalidad. Es admirable lo que es capaz de producir en los lectores una prosa cuidada al servicio de una imaginación pródiga, luminosa.
Algunos han criticado que Loba conserve el mito de la virginidad como requisito para agradar al unicornio. Y es que en nuestro país algunos creen todavía que enaltecer la sexualidad es el punto culminante de la liberación de las mujeres, como si siguiéramos viviendo en los años setenta… En ese sentido, Soledad trasciende a sus “contemporáneas” (heroínas concebidas en el siglo XXI, como Bella de la infame saga Crepúsculo, et al.), pues ella misma se procura la posibilidad de elegir: “—¿Acaso es un cortesano? ¿Qué le importa mi virginidad? Esa consideración es digna de mi madrastra”. Aquí rechazar al amor romántico posibilitaría una pureza que, más que un cuerpo sin mancha, es la disponibilidad de un alma que sevacía para recibir el anhelado misterio de la vida. Es en esa alternativa donde está el sino de la heroína. Quizá Soledad aspire a una satisfacción más completa, no sólo a vivir el amor que vincula al hombre y a la mujer, sino al misterio que se extiende por el mundo. Podría decidir si se entrega a la vida del cuerpo o al retiro, como la Marcela de Don Quijote: “Yo nací libre y para poder vivir libre escogí la soledad de estos campos… Fuego soy apartado y espada puesta lejos”.
Que Verónica Murguía haya elaborado esta respuesta lúcida a la violencia que se vive en México en las mismas páginas donde aparece un fascinante dragón, nos da una idea de las alternativas que desde la literatura fantástica y juvenil se ofrece a los lectores —de cualquier edad— para comprender y enfrentar lo que les pasa. Después de leer a una de nuestras autoras más congruentes y talentosas, es posible sentir la urgencia devivir lo que se fue con los dragones: de acompañar a Soledad en su cruzada sin armas en este Aquí y Ahora.
*Fotografía: Verónica Murguía, “Loba”, SM, México, 2013, 512 pp.