Voces del pueblo para el elitismo musical
POR LUIS PÉREZ SANTOJA
Desde su origen profano en la Edad Media, la música que hoy llamamos “de concierto” ha tenido una singular relación con los cantos y danzas populares. Antes de que aparecieran los patrióticos compositores “nacionalistas” europeos de fines del siglo XIX, la música clásica ya absorbía formas típicas como los ländlers y alemanas que Mozart, Beethoven y Schubert pusieron en su obra temprana, o la pasión por la música turca, que Mozart usó en Rapto en el serrallo y en Rondó a la turca o en la influencia gitana de Haydn y Brahms.
La mayoría de la obra del italiano Luciano Berio es para la voz “humana” —el uso de instrumentos como si fueran voces valida el discutible pleonasmo—, inspiradas por la complicidad de su genial esposa, Cathy Berberian: Epifanies, O King, Circles, Sequenza III, Recital I, Cries of London, Coro, una sorprendente Sinfonía para voces y todo tipo de transformaciones de cantos populares dan brillo a su prolífico catálogo.
En Folksongs para voz y siete instrumentos, Berio recorre cantos de varios países. En 1984, compuso Voci (Folksongs II) con un deslumbrante concepto, cuya descripción sólo nos da una parte ínfima del mismo; es preciso escucharla y, sin duda, en un concierto. La viola solista es la voz instrumental que suple con su cálido sonido la ausencia de la voz real y “canta” arrullos maternos, canciones de amor y de trabajadores extenuados, todos de Sicilia, mientras dos orquestas aparentemente caóticas y desordenadas en su ubicación instrumental logran una original obra concertante: un grupo mayor colocado en semicírculo al fondo del escenario y un grupo mediano, colocado al centro, frente al director, además de tres arsenales de percusión y un teclado electrónico como invitado inusual. Voci requiere un solista virtuosísimo, de alta imaginación, expresividad, sentido del riesgo y una modestia artística total, que sabe que mientras toca está al servicio de la voz del autor y de la obra; cualidades que le sobran a Kim Kashkashian, una de las mejores violistas del mundo, si no la mejor de nuestro tiempo.
Voci es una obra enigmática y sorprendente. Alrededor del silencio, durante una media hora que se puede “ir como agua” o parecer interminable, se tejen sonoridades que a veces nos revelan la melodía original, pero casi siempre la “intervienen” y escuchamos una labor deconstructiva de dichos temas; como si el resultado de una interpretación natural hubiera sido diseccionada en cientos de fragmentos sonoros y fueran expuestos progresivamente, dejándonos el imposible cometido de ensamblarlos.
Como vemos, la exigencia intelectual de Berio es tan fascinante como desmesurada. Es muy difícil lograr en el público habitual de conciertos, no sólo de México, esa necesidad inherente de la música nueva, la colaboración del oyente, con una mente concentrada y que funcione intelectualmente. Ello choca con la ineludible pasividad del oyente habitual, quien sólo prefiere oír melodías que, por su naturaleza, no exigen al oyente más que escuchar.
La interpretación de Voci dejó asombrado al público de la Orquesta Sinfónica de Minería, en su sexto concierto de la temporada, en la ciudad de México. Aunque, como es inevitable, hubo reacciones contrarias —nunca expresadas durante el aplauso generalizado, que aunque fuerte y entusiasta, mostraba esa incapacidad para apreciar y aplaudir una interpretación si la obra escuchada no es reconocida o no está dentro de la tradición—, pero también hubo un consenso muy grato que expresaba la sorpresa y el asombro ante la música, las sonoridad lograda y la curiosa e intensa personalidad de la gran solista.
La universitaria Sinfónica de Minería, a seis semanas de su integración, se muestra como una viva y ejemplar “máquina de tocar” y este sexto programa pudo ser su momento más significativo hasta ahora, pero es difícil elegir cuando en el mismo día tuvimos una pasmosa muestra de suntuosidad orquestal (cuyo solo de clarinete de Manuel Hernández me lo llevo a la isla desierta) con la música de Zoltán Kodály, gran compositor nacionalista, quien registró la música de los pueblos húngaros y eslovacos y la convirtió en estilizadas obras de concierto, como las Danzas de Galanta, que Carlos Miguel Prieto condujo sabiamente hasta el paroxismo virtuosístico de la desatada e intensa danza final.
*Fotografía: La interpretación de Voci dejó asombrado al público de la Orquesta Sinfónica de Minería/Archivo El UNIVERSAL.
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