Voces que enamoran

Dic 9 • Miradas, Música • 4362 Views • No hay comentarios en Voces que enamoran

Este es un musical escrito por el autor de culto Jason Robert Brown y dirigido por José Sampedro, cuyo éxito recae en la ejecución musical

 

POR IVÁN MARTÍNEZ


Por estos días, las producciones de teatro musical de gran formato disponibles en la cartelera de la Ciudad de México bajarán su telón, pero el público nicho que tiene ese género no se queda huérfano: mientras el Teatro San Rafael revivirá la puesta que Mauricio García Lozano dirigió para OCESA de El hombre de La Mancha (Mitch Leigh), un musical de mediano formato reseñado en este espacio el 8 de enero pasado, el Teatro Julio Prieto (Xola) cobija desde hace un par de semanas la producción local de The Last Five Years (Los últimos cinco años, 2001), la obra de cámara de Jason Robert Brown cuyos seguidores han convertido en pieza de culto.


Como pieza es un ejercicio delicioso pero lastimoso, que oprime en su idea imperfecta del amor. Y puede ser raro. A diferencia de la mayoría de lo que se escribe para este género, Brown es autor lo mismo de la música que de las letras originales y del libreto, lo que es mucho decir, pues, también excepcionalmente, no hay mucho “libreto” más que en las propias letras –o sea, sin diálogos: la narrativa se cuenta desde y a través de la música–. Lo que hay es un ejercicio teatral de contar una historia de amor entre dos personajes, Cathy –incipiente y fallida actriz– y Jamie –exitoso escritor debutante–, que ella cuenta de adelante hacia atrás y él de atrás hacia delante, en dos líneas de tiempo que escénica y musicalmente sólo se encuentran en la canción intermedia.


Es raro intentar desmenuzarla, porque está escrita desde una concepción de teatro, pero formalmente se acerca más a géneros cuya naturaleza está en la música. Para no entrar en esos debates, diría que como pieza escénica con una base musical que sirve tan sólidamente como dramaturgia, el peso del éxito de su puesta en escena recae en la ejecución musical. Y es ahí donde esta producción cumple con creces.


Dirigida en los terrenos sonoros por José Skertchly, el resultado es espléndido. Desde el piano, dirige una banda acústica sencilla pero potente (un quinteto de piano, violín, violonchelo, y guitarra y bajo eléctricos: orquestación original, para los curiosos), vigorosa y afable: un ejercicio de música de cámara auténtico, a la vez de atento con las voces que acompaña. Tenaz y dinámico en el trabajo de montar, de conceptualizar estas músicas, no sólo es responsable de reunir con fuerza y cohesión los talentos de instrumentistas y actores protagónicos, sino de mostrar por sí mismo el crecimiento de autoridad musical que, en otras ocasiones no más complejas, me había parecido débil.


Bien que ayuda la justa y melódica traducción de Joserra Zúñiga (guionista de joyas de la comedia como el programa de televisión La Sopa y ese híbrido de cabaret pop, que es Las Noches con Monina Mistral) y la dirección de Skertchly, los actores que encarnan a Jamie, Rodrigo Giménez, y Cathy, Aitza Terán, son responsables del éxito que pueda tener esta primer temporada. Sobre todo ella.


Terán es una sorpresa para quienes no la habíamos visto en escenarios. De presencia dulce y apariencia frágil, su voz encarna esas cualidades, lo que sirve para dotar a Cathy de una voz bonita, aterciopelada y cuidada; quizá demasiado bonita y cuidada: aunque escénicamente demuestre variedad de recursos que dan fuerza, movilidad y narrativa visual a su personaje, me da la impresión que el estilo vocal que han decidido –junto a Giménez y Skertchly– en el que el canto navega por la mezza voce, funciona en términos prácticos que evitan el griterío innecesario de muchos musicales contemporáneos, pero que en el caso del espacio en que les ha tocado trabajar (el Xola y no La Teatrería o el Foro Lucerna, quizá más adecuados por su intimidad) les permitía extender un poco más el músculo vocal y dotar de mayor dramatismo ciertos momentos de fragilidad. El terciopelo que envuelve su voz le permitiría llevarla más allá.


Giménez tiene una presencia más fuerte, lo que ayuda a entender que su personaje se va fortaleciendo mientras el de Cathy permanece en la debilidad. Y nunca se quiebra, tampoco vocalmente. Aunque desde el origen sus canciones no le permitan mayor lucimiento actoral como sucede con el personaje de ella, quien por sí misma tiene más recursos, le sobresalen un par de destellos de lucidez y arrebato que permiten dilucidar, hacia el final, que otra dirección escénica pudiera haberles brindado no sólo el mote de espléndidos cantantes, sino de glorificarlos como actores.


El detalle menor de la puesta radica en su dirección escénica, a cargo de José Sampedro. Visualmente obvia, cada actor a cada lado, sin moverse, hasta el momento en que las historias cruzan y se intercambia su lugar en el escenario, ni siquiera esa sencillez es capaz de aterrizar el concepto. Creo que hace falta un apretón de tuercas que daría como resultado que esta continua lectura de escenas verticales se convirtiera en dos arcos personales continuos.


Si no se prende ese foco rojo, la música no será suficiente para mantener el engranaje necesario para que este musical camine en su esplendor. Tiene todo para hacerlo, y ya empezó con lo luminoso de sus voces y de quien los ha guiado en lo musical.

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