Brady Corbet y la vibración tragipop

Ene 19 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 2999 Views • No hay comentarios en Brady Corbet y la vibración tragipop

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Minutos antes de subir al escenario, una deslumbrante cantante, interpretada por Natalie Portman, hace un repaso de su vida en esta película sobre ídolos pop para acabar con todas las películas sobre ídolos pop

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POR JORGE AYALA BLANCO

En Vox Lux: el precio de la fama (Vox Lux, EU, 2018), atronador opus 2 del actor suriano vuelto autor total a los 30 años Brady Corbet (exhostilizador sádico en la versión estadounidense de los Juegos divertidos de Haneke 08; primer largo: La infancia de un líder 15), las hermanas adolescentes aficionadas al canto Celeste de 14 años (Raffey Cassidy) y Eleanor Ellie (Stacy Martin) logran sobrevivir con habilidad a una masacre estudiantil, a consecuencia de la cual la bella baleada quasi paralítica Celeste cobrará fama instantánea gracias a las canciones que clandestinamente le suministra su carnala apocada Ellie, llegando a colocar una exitosa balada pop que los medios elevan a emblemático Himno a la Reconciliación Nacional y que interesa al inescrupuloso agente representante (Jude Law) para volverse el manager factótum de la carrera prefabricada de Celeste, pronto elevada a superestrella celeste/infernal (Natalie Portman prodigiosa inalcanzable) y que realizando de inmediato sus más caros sueños vulgares de excesos etílico-sexo-drogadictos, reapareciendo 17 años después convertida en diva inaguantable e histérica, vuelta irresponsable madre soltera de una hija púber Albertine (Raffey Cassidy en un segundo papel) cuyos cuidados endosa a la superexplotable hermana Ellie (su proveedora de canciones compuestas en la realidad por la cantautora australiana Sia), asediada ella misma como celebridad prepotente en una conferencia de prensa y en ojetes entrevistas individuales por un reciente accidente fatal que provocó al conducir enervada, siempre alejada de sus verdaderas urgencias personales, custodiada por una tiránica publicista Josie (Jennifer Ehle) y el aprovechado manager que le sirve para un drogado sexo de emergencia antes de salir a escena en un compromiso inaplazable como hora de la verdad con su propia vibración tragipop.

 

La vibración tragipop hace el grandilocuente aunque irrefutable retrato de una star ultraseductora carente de identidad y mutable de ánimo que no se aguanta ni a sí misma, su chantajista condición de sobreviviente, su histrionismo convulso, su evidente cinismo (el de “Mis canciones son cada vez peores pero cada día se venden más” tan acorde con las publicitadas necesidades de una época en la cual “Todo mundo quiere algo nuevo y vacío”), su falsa ejemplaridad, su validez universal, su histeria detonante, su desilusión, su raigambre, su dependencia de los efectos especiales, su esencia millennial, su inspiración para terroristas de máscaras de lentejuelas, su desastre familiar, su avasallador narcisismo tácitamente desembocando en la inasumible maternidad (la misma actricita Cassidy interpreta a Celeste catorceañera y a su futura hija inerme), su condición explotadora espontánea pero persistente, su incapacidad de lucidez que ya se atreve a decir su nombre, su ímpetu sanador en un país ávido de intempestiva sanación ilusoria, su instintivo pragmatismo usufructuador de la ignorancia y los prejuicios colectivamente promovidos y saciados a lo Trump.

 

La vibración tragipop se plantea muy deliberada, autoconsciente y abiertamente como un juego dark, con lúgubre fotografía de Lol Crawley y sincopada edición de Matthew Hannam en contra de la superficialidad banalizadora o la definitiva tontería de biografías transferidas (Bohemian Rhapsody de Singer 18) e inútiles refritos de mentalidades arcaicas (Nace una estrella de Cooper 18 o Suspiria de Guadagnino 18), una película sobre ídolos pop para acabar con todas las películas sobre ídolos pop, ya que en el prototipo/arquetipo/estereotipo de Celeste caben todas las Madonnas y Ladies Gaga y Katy Perrys que el mundo han sido y probablemente que serán, merced a la manía del relato de remitir miméticamente a la noción de renacimiento (de un renacer majestuosa y por renovador arte de magia casi mutante), o así, y el juego dark se vuelve también irónico manantial de intraducibles juego de palabras en inglés (tipo esa identificación de pray/presa-víctima y prey/rezar-rogar) y aversivo juego de espejos, ¿logrará derrotar la superheroína Portman a los superhéroes Aquaman, Spiderman y Belzebuthman con quienes le ha tocado coincidir en la cartelera comercial?

 

La vibración tragipop acomete objetal y objetivamente desde su objetivación como película-objeto y jamás fabulación de film-fábula, una relectura amenazante de la manipulación política desde la manipulación política (esa sobreexplotación de los atentados terroristas y de la paranoia estatal antiterrorista), de la mujer hueca desde la oquedad, todo ello tras un virtuosístico arranque brutal de alto impacto con cámara prácticamente subjetiva del depredador gratuito irrumpiendo en el salón de clases, y a través de una estructura muy remarcada en cuatro partes-episodios-secuencias sinuosamente alargadísimas a lo Von Stroheim (un Preludio en el axial 1999, un primer acto Génesis cual odisea en el espacio del 2000-01, un segundo acto Regenénesis y un epílogo a base del magno show trepidante), un régimen inicial de planos secuencia únicos que irán deviniendo devaneo de secuencias pulverizadas, concitada dependencia de los efectos especiales, algunos decisivos arrebatos de psicodélico montaje acelerado descarada y posmodernistamente a lo Kubrick (Naranja mecánica 71), y last but not least las arbitrarias intervenciones de un narrador omnisciente: nada menos que Willem Dafoe, el tentado Cristo de Scorsese que ahora sí ya está en todo lugar, para concederle al relato un falso/verdadero distanciamiento sereno, a la vez llenavacíos de información y sardónico-satírico-filosófico.

 

Y la vibración tragipop deja a su resarcida estrella recuperando de milagro su esplendor en un hipercoreografiado show total de bárbara sobreviviente eterna y bautizado al igual que su quinto CD: Vox Lux (y no Vox Lucis cual sería lo correcto en latín), un festival de luminosidades tanto apantallantes como autoaniquiladas y aniquiladoras de toda esperanza genuinamente humana.

 

FOTO: Vox Lux: el precio de la fama, con la actuación estelar de Natalie Portman, se exhibe en las salas comerciales de la Ciudad de México.

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