Weiss y la OFCM, desencanto y brillo
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La genialidad en la ejecución de algunos instrumentistas de la contrastó con la disparidad orquestal: de la timidez al pleito y al autismo sonoro en el tercer programa de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México
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POR IVÁN MARTÍNEZ
Hace unas semanas acudí al tercer programa del año de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México (OFCM) en su sede habitual, la Sala Silvestre Revueltas del Centro Cultural Ollin Yoliztli. El programa estuvo articulado por dos grandes obras de lo más tradicionales, hits atrapa públicos, consabidas y habituales, que suelen ya no interesar a críticos o a ciertos públicos, el Primer Concierto para piano, en si bemol menor, op. 23 de Tchaikovsky y los Cuadros de una exposición de Mussorgski.
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Pero éste tenía el atractivo de un solista, el pianista estadounidense Orion Weiss (Iowa, 1981), cuya trayectoria y reputación como camerista era suficiente para escuchar el pre concierto donde tocó el Sexteto para quinteto de alientos y piano de Poulenc, y la orquestación de Ravel a los Cuadros de Mussorgski, sin ser una obra de profundidad, no deja de ser admirable cuando los toca una gran orquesta, como es la Filarmónica.
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Nombre frecuente en la cartelera de la Lincoln Center Chamber Music Society, Weiss se hizo acompañar aquí por varios miembros de la orquesta para el Sexteto de Poulenc: el flautista Saul Waskow, la veterana oboísta Marcia Yount, el clarinetista Jacob DeVries, la joven fagotista Rocío Yllescas y Obed Vázquez, aún más joven cornista que recién ganó su audición y que debutó esa tarde en la plantilla de la orquesta.
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Obra transparente, mozartiana, sustancial compendio de su escritura para alientos –instrumentos con los que se identificó y entendió bien el compositor, como se escucha en sus sonatas a dúo y trío–, requiere no de seis solistas sino de dos voces, la del quinteto como ensamble y la del piano, que se reúnen elocuentemente. Lo que se escuchó no fue transparente ni mozartiano, mucho menos sustancial; ni siquiera se conjuntó un quinteto.
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Imagino la historia de los ensayos y no puedo más que pensar que los más jóvenes dejaron pasar la oportunidad de presentar un discurso: Yllescas y Vázquez tocaron sus partes con precisión y con presencia sonora, pero desde la timidez, dejando que los otros discutieran; mientras que DeVries, quizá el de la partichela con más posibilidades de autoridad, no dejó de pelear con Waskow sobre la manera en que atenderían su lectura como conjunto; Yount, con calma madura, no hizo caso al pleito y dejó que su oboe protagonizara con naturalidad los pasajes que le correspondían. El pleito terminó ganándolo Waskow, que impuso su inconstancia y un sonido más gritón, pero no un instrumento más cantante: su línea siempre fue plana. Contagió a todos su inestabilidad musical y rítmica; afortunadamente no la de su afinación. Llegó Weiss y nadie entendió lo que él estaba tocando, ni a él pareció importarle que su discurso no fuera adoptado. El resultado fue una lectura dispersa. O mejor dicho, seis lecturas dispares. Primera regla de la música de cámara: tocar todos la misma obra.
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El concierto formal comenzó con la obertura “En la puerta”, del ingeniero de grabación venido a compositor Michael Fine (1950). De construcción estructural y orquestal fina, pero de contenido anodino. Vale la anotación por tratarse de un estreno mundial, el primero de la OFCM en la era de su titular Scott Yoo, quien dirigió el programa sinfónico.
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El desencanto continuó al escuchar a Weiss enfrentarse al Concierto de Tchaikovsky: de técnica impecable, con todos los dedos en su lugar y un sonido grande y brillante pero no sustancioso, sus posibilidades expresivas son limitadas y no le permiten hacer mucho juego de fraseos, color o intensidad. De discurso poco claro, la ejecución fue salvada por la exposición orquestal, llevada con naturalidad por Yoo en los movimientos externos. Al final, el pianista ofreció como encore uno de los preludios del primer libro de Debussy, “La fille aux cheveux de lin”, a cuya expresión y articulación pudo faltar transparencia.
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Debe ser difícil cuajar una interpretación novedosa, inspiradora, de los Cuadros de una exposición; desarrollarle un concepto fresco que no se haya escuchado hasta el cansancio antes. Son las características sonoras de la orquesta como conjunto, y de sus solistas internos, las que hacen que cada ejecución caiga en el aburrimiento o el asombro. Yoo guió a su orquesta con espontaneidad, dejó lucir a sus solistas y aprovechó sus tutti para enseñarnos sobre su propio concepto de sonoridad orquestal: grandioso, pero cuidado, grandote, pero aterciopelado. Sin llegar al crash de sonido, sin incomodar gritando (atención, OFUNAM), porque su concepto de forte no es el volumen, sino la amplitud; lo expansivo del sonido.
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Del resultado resplandeciente son responsables tanto como él, la sonoridad precisa y el fraseo justo de cada solista: el lirismo del saxofonista Baltazar Chavarría, la redondez del fagot de Samantha Brenner, la limpieza de la flautista María Esther García, la pesadez exquisita del corno inglés de Francisca Ettlin, pero sobre todo la impecable rectitud del trompetista Ignacio Cornejo.
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Foto: El pianista norteamericano Orion Weiss interpretó el Sexteto para quinteto de alientos y piano de Poulenc, y la orquestación de Ravel a los Cuadros de Mussorgski. / Luz Tovar/Secretaría de Cultura de la Ciudad de México.