Welcome Papá Trump
/
La violencia que surge por los discursos de odio en contra de las comunidades de mexicanos en EU, potenciados por Donald Trump, propician la fortaleza del supremacismo blanco
/
POR LUIS ARTURO RAMOS
El ataque perpetrado el 11 de septiembre de 2001 al World Trade Center, fue concebido como un acto terrorista dirigido contra uno de los símbolos del poder hegemónico estadounidense; por lo tanto a la nación que estos símbolos representan. Las Torres Gemelas constituían un símbolo de la urbe y ésta, como el Pentágono, de los Estados Unidos.
El ataque llevado a cabo el pasado 3 de agosto en un centro comercial de la ciudad de El Paso, fue dirigido contra una comunidad en particular, con nombre y apellido específico: los mexicanos de México, pero también de la unión americana. Sin embargo, aceptando de entrada que ambos actos tienen la misma raíz (el odio, el miedo, el racismo, la estulticia) y por ende semejanzas ominosas, reflejan situaciones distintas. Si Nueva York representa la flor y sustancia de una ideología, El Paso reproduce una realidad mal vista por muchos: la posibilidad de vivir al amparo de una conveniente armonía. El Paso es la ciudad más mexicanizada de Estados Unidos; por geografía, economía e historia, ejemplificó la viabilidad de un proyecto civil construido en ambas orillas de la frontera física, hasta que los acontecimientos del 11 de septiembre, la solidificaron mediante leyes, alambres de púas y muros en apariencia insalvable.
Durante mucho tiempo la frontera entre Ciudad Juárez y El Paso, resultó más un concepto de contenidos múltiples y evanescentes, que un recurso eficaz por cuanto la frontera aparece cotidianamente rebasada por las relaciones consanguíneas, los matrimonios binacionales y los hijos nacidos en el otro lado. En la palabra “frontera” resuenan todavía los ecos legendarios de un horizonte que invita y provoca en ambas direcciones: más de un millón de estadounidenses viven y trabajan “ilegalmente” en México. La convivencia y consecuente integración fraguada y representada desde hace tiempo por El Paso, resulta para muchos, quizás demasiados, una amenaza. Lo ocurrido el 11 de septiembre en Nueva York, atentaba contra una ideología hegemónica y excluyente. Para tales objetivos, el blanco pudo haber estado en Inglaterra o Francia. La masacre del 3 de agosto, empero, se orientó, tal y como lo confirmó el asesino, hacia una nacionalidad en particular y por lo tanto contra un país en específico. Como en el caso del nacionalsocialismo, la amenaza y consigna tiene un blanco definido y sus representantes están a la vista. No sólo tienen nombre, sino cara, color y sitios de reunión.
El 3 de agosto en El Paso, como aquel septiembre en Nueva York, serán fecha y sitios de referencia para este binomio constituido por el antes y el después que editorializa todos los acontecimientos de lesa humanidad. Sin embargo, el atentado del 3 de agosto carga ya el peso del odio racial y no sólo ideológico, potenciado además por la vecindad y la cercanía del “enemigo”. Como los fanáticos de Bin Laden, este asesino en apariencia solitario, también llegó para matar. Vino a El Paso a buscar al enemigo. No son ya los patriotas milicianos que aguardan pacientemente en Arizona y Nuevo México para cazar indocumentados; se trata ahora de quien perfecciona una estrategia distinta: ir en búsqueda de la presa.
Donald Trump apareció en El Paso para presentar sus respetos a los heridos convalecientes en hospitales de la ciudad. Las fuerzas de seguridad impidieron la cercanía de quienes protestaban contra su presencia, aunque también la de aquellos que le daban la bienvenida. Resultó interesante observar la redacción apresurada o premeditada de las pancartas. Una de ellas da título a esta reflexión: Welcome Papá Trump; así, con acento en la segunda A, con pronunciación a la mexicana.
Por si alguien lo dudara, el mismo Donald entre ellos; tal vez demasiados, reconocen su paternidad ideológica y atienden y copian sus lecciones verbales. Trump es papá de muchos, padre de más de cuatro, un mentor familiar que los nutre, alecciona y concita. La cruel y reveladora circunstancia del 3 de agosto en El Paso, les aconsejará, si no el silencio, al menos la precaución. Para los racistas, es quizás el momento del silencio, del repliegue cauteloso, de ocultarse tras nuevas máscaras, de velar las armas; pero sobre todo, de perfeccionar la nueva estrategia.
FOTOS: AFP/Reuters/AP