“When We Rise”, testimonios de la lucha LGBT
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A lo largo de cuatro capítulos, este docudrama recupera parte de la historia de la diversidad sexual en Estados Unidos y conjuga la calidad televisiva con el compromiso en la defensa de los derechos civiles
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POR IVÁN MARTÍNEZ
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“¿Qué se siente pertenecer a la primera generación en este país que no tiene un propósito? ¿Y qué harás al respecto?” Estas son dos preguntas que resuenan en los cuatro capítulos de la miniserie When We Rise, que Disney-ABC transmitió los primeros días de marzo en Estados Unidos y que en México se puede ver a través de varios sistemas de streaming. En el docudrama, firmado por el guionista Dustin Lance Black, la pregunta la lanza el activista Cleve Jones en el presente y se dirige a un joven que parece estar aprendiendo el oficio periodístico. En la vida real, la pregunta se la hizo el mismo Jones a Black cuando éste lo entrevistó mientras preparaba el guión que le hizo ganador de un premio Oscar en 2009, por Milk (Gus van Sant, 2008).
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Una descripción general acerca de When We Rise diría que es un docudrama televisivo en cuatro largos capítulos de hora y media que cuenta la historia moderna de los movimientos LGBT en los Estados Unidos: de los días después del icónico verano hippie de 1971, dos años después de los disturbios de Stonewall, hasta la decisión de la Corte Suprema de ese país que en 2013 declaró constitucional el matrimonio igualitario. Esta historia es contada a través de la participación de Cleve Jones, Roma Guy y Ken Jones, tres activistas que participaron en este movimiento por los derechos de la comunidad LGBT, vivos hoy, cuya influencia se dio principalmente en la ciudad de San Francisco con resonancia nacional. La crítica sería: como documento, seis horas de video no alcanzan para poco más de cuatro décadas de historia que se cuentan, y menos, como serie dramática, para internarnos en la vida de los tres personajes principales. Pero Black es un guionista inteligente y eficaz; es también un activista comprometido desde el entretenimiento y un conocedor de su historia.
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La pregunta de Jones, en cuyas memorias homónimas basó finalmente su proyecto, como otras más que se develan a lo largo de la serie hacia nuestra generación –nuestra falsa tranquilidad y nuestra soberbia basada en el desconocimiento de la historia– ha seguido los pasos de Black. En una entrega reciente del premio Oscar, el cantante Sam Smith dijo hacer historia al ser el primer hombre abiertamente gay en recibir un premio de la Academia. Ignoraba el Oscar de Black, quien se lanzó contra el cantante en redes sociales, aprovechando la oportunidad para hablar justamente de la necesidad de conocer la historia… al menos para que no se repita, o se revierta.
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El responsable de los cuatro guiones y el diseño total es Black, quien también dirige el capítulo final, situado entre 2008 y 2013, desde la batalla de Eddie Windsor, el matrimonio igualitario, el sistema de salud equitativo de San Francisco, a la lucha interna de ciertos activistas con su espiritualidad. Antes, Gus van Sant en el primer capítulo, se centra en los setenta, en el que aborda la coincidencia –y confrontación– de activistas en San Francisco y las primeras campañas de Harvey Milk; luego Dee Rees se hace cargo de los años ochenta, para lo que toma en cuenta la aparición de los primeros casos de lo que entonces se llamó “Gay-Related Inmune Deficency” y cómo ello unió a la familia LGBT (la campaña nacional homofóbica de Anita Bryant y John Briggs, la elección y el asesinato de Milk). El capítulo dedicado a los noventa y los primeros dos mil, a cargo de Thomas Schlamme aborda la confrontación entre activistas a nivel nacional en la cima de la crisis del sida, la presidencia de Bill Clinton y sus contradicciones, el asesinato de Matthew Shepard y las medidas conservadoras de George W. Bush. Este tercer capítulo es el único que, en su segunda mitad, descarrila en su estructura pausada al atender suceso tras suceso con poca atención.
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En general, la combinación de narración histórica con el desarrollo dramático interno de sus tres protagonistas y el pietaje documental, está en sincronía con los valores de producción televisiva, sobre todo fotografía, edición y fuerzas actorales, tan poderosas como sutiles.
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Las series Will and Grace y Ellen le hicieron pensar a mi generación, urbana al menos, que podíamos vivir con normalidad, como el no ver a nuestros amigos morir por enfermedades relacionadas al sida nos ha hecho pensar que somos inmunes al virus. Y nunca nos detuvimos a pensar en quienes nos habían pavimentado el camino. Mucho menos, que afuera de nuestras propias ciudades –o par de calles “santuario”–, el conservadurismo permaneciera a niveles de violencia medieval. La ignorancia de nuestra propia historia llega a niveles en que las letras L y G discriminan al abanico de las T sin saber que fueron ellas quienes lanzaron la primera piedra.
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Hablo en primera persona porque, aunque When We Rise habla de luchas legales en los Estados Unidos, México ha caminado paralelamente –a veces con pasos más rápidos, a veces tropezando–; porque la cercanía tampoco se puede negar a la hora de aquilatar el resultado de nuestras batallas culturales y menos estamos libres del pecado del desagradecimiento a quienes han luchado aquí.
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La serie no va a cambiar eso. Ni tiene el propósito o el tono de educar. Y tampoco es para cualquiera: es densa, aunque no compleja. Yo, que suelo ver series en una sesión, no pude con más de un capítulo por día. Hay demasiadas emociones qué controlar y suficiente información para ir asimilando.
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FOTO: Entre los episodios que recoge esta producción televisiva aparecen las primeras campañas de Harvey Milk y la batalla de Eddie Windsor por el derecho al matrimonio igualitario./ESPECIAL
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