Wim Wenders y el flujo existencial

Mar 2 • destacamos, Miradas, Pantallas • 3671 Views • No hay comentarios en Wim Wenders y el flujo existencial

 

Días perfectos es una fábula sobre la contemplativa cultura japonesa desde la mirada de un trabajador de limpieza de baños públicos que lee libros y escucha rock en casetes

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Días perfectos (Perfect Days, Alemania-Japón, 2023), inflamado film 46 del estilista germano de 78 años Wim Wenders (del deambulatorio Verano en la ciudad 70 al retrato del pintor neoexpresionista Anselm Kiefer 23), con guion suyo y de Takuma Takasaki, el solitario limpiador maduro de mingitorios Hirayama (Koji Yakusho inconmensurable) despierta muy de mañana en su sencilla casa amarillo-azul, se afeita, mira invariablemente al cielo en la puerta, toma café de una máquina dispensadora y enfila con sus fierros a bordo de su combi japonesa para realizar con devota ritualidad sagrada su labor día tras día, conduce inspirado por casetes de viejos éxitos rockeros, friega con fervor modernísimos excusados públicos de cristalería privatizante, respeta las urgencias de eventuales clientes, le vale si no le dice ni gracias la madre del niñito por él rescatado en un baño, toma su almuerzo gratificante (“Por su arduo trabajo”) en una fonda del Metro, fotografía a sus amigos árboles con una antigua camarita analógica, cultiva en botes plantitas amorosamente recogidas, lee a la luz de una lámpara de suelo a Faulkner y a la vanguardista nipona Aya Koda (“Usa nuestras mismas palabras, pero con algo especial”), juega al gato en papelitos dejados en un baño a incógnito adversario, descansa andando en bici, presencia sin apenas inmutarse subliminales tragicomedias cotidianas y sueña brumas impresionistas en blanco/negro, hasta el siguiente día de trabajo que se repite y altera cual música serial de un poético e inesperado pero bellamente sostenido flujo existencial.

 

El flujo existencial sólo admite ciertas excepcionales ocasiones cuando el enigma viviente Hirayama está a punto de vender en un expendio retro sus fabulosos casetes ya valiosísimos, inspira el tributo de un impulsivo beso en la mejilla por parte de la inaccesible galana teñida rubia Aya (Aoi Yamada) del deleznado asistente Takashi (Tokio Emoto) que hasta su desgracia la mide en proporciones (dos de diez) y acaba desertándole, se deja acompañar en dos jornadas por su fugada sobrina puberta Niko (Arisa Nakano), cree que el reproductor web Spotify es el nombre de una tienda, acepta un abrazo reconciliador de su opulenta hermana distanciada Keiko (Yumi Aso), se atreve a fumar sin saber hacerlo y tiene un euforizante aunque perturbador encuentro con cierto patético enfermo de vejez, cáncer y muerte que le encarga ocuparse de su exesposa abandonada, ya en el clímax intempestivo del no-relato.

 

El flujo existencial estructura su discurso profundo y su sentido divagante al hilo de las legendarias baladas rockeras que escucha y a veces comparte el héroe mientras circula en un continuum de pannings laterales (fotografía de Franz Lustig) por sitios muy precisos de Tokio (el barrio bohemio Shimokita, la ubicua torre Skytree), una doble mitología instantánea que va desde el desgarramiento incandescente de “La casa del sol naciente” del grupo setentero The Animals hasta Lou Reed (que proporciona la canción tema), pasando por Otis Redding/Patti Smith/The Rolling Stones/The Kinks, contemplando deslizándose a planos breves (edición impresionista de Toni Froschhammer) y un intérprete concentrado en la manifestación de su ánima merced al ascetismo corporal y a la expresividad involuntaria que denodadamente buscaba Bresson.

 

El flujo existencial se propone por añadidura como una suerte de película-summa del cine del resurrecto Wenders, al evidenciar en su decurso sendos ecos y huellas de sus grandes obras irreductibles ya consideradas clásicas, mostrando rostros, rastros y restos de la visceral vocación nómada ritualizada con elegante sencillez de Alicia en las ciudades (74), la maduración interior a lo Goethe geográficamente exteriorizada como un Movimiento en falso (75), la itinerancia vuelta mingitorial del reparador de cineproyectores de En el curso del tiempo (76), la caricia fascinada a las orejas de su amiguito como vínculo ingenuo perverso y el explícito homenaje a Patricia Highsmith de El amigo americano (77), la aparente aridez de los paisajes deshumanizados de París Texas (84), el cine-ensayo sobre la imagen-tiempo de Ozu en Tokyo-Ga (85), la terrible visión totalizadora angélica posrilkeana sobre Tokio esquina con Berlín bajo Las alas del deseo (87), la invocación a los abismos del precine de Los hermanos Skladanowsky (95), la espontánea canción sin acompañamiento de la cantinera (una versión en japonés de The Animals) cual climático recital desnudo de Buena Vista Social Club (99), las contorsiones mañaneras del indigente como lectura al absurdo de la danza del cuerpo profanado de Pina (11), y sin duda la embriaguez en el muelle con el voyerizado moribundo canceroso en la genealogía del Nicholas Ray límite de Relámpago sobre el agua (80), todo ello aunado al momentáneo enloquecimiento por la alteración brutal de la rutina de Jeanne Dielman (Akerman 75) y los reveladores encuentros azarosos cruciales de Las citas de Ana (Akerman 78), las erotizadas fotogenias urbanas de todo Tsai Ming-liang y muchas delirantes referencias cinefílicas subjetivas e inconfesables más.

 

El flujo existencial hace así la sutil ofrenda supercalculada de una fenomenología de la felicidad aún posible hasta en la más cosificante de las sociedades hipercivilizadas, una metafísica de la diferencia entre el miedo y la ansiedad análogamente conjuradas, una corriente minimalista de multívocas vías soterradas, y una encomiástica oda épico-lírica al admirable equilibrio entre vida exterior y vida interior.

 

Y el flujo existencial culmina con el prodigioso exorcismo de cualquier arrebato de melancolía, malestar por el envejecimiento, enfermedad, muerte o depresión, mediante un solo conjurador plano largamente sostenido sobre el héroe oyendo restañadoramente “Sintiéndose bien” de Nina Simone (“Es un nuevo amanecer/ es una nueva vida para mí”) que desemboca en otro inmarcesible Día Perfecto, por encima de toda dimensión añorante, y no va más.

 

 

 

FOTO: Koji Yakusho ganó el premio al “Mejor actor” en el Festival de Cannes por Días perfectos. /Especial

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