Xavier Dolan y la opción perturbadora
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Dos amigos, conocidos desde la infancia, comienzan a explorar inesperadas muestras de cariño mutuo antes desconocidas por ellos
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POR JORGE AYALA BLANCO
En Matthias y Maxime (Matthias et Maxime, Canadá-Francia, 2019), estremecido film 8 del todavía estridente exniño prodigio bisexual quebequense vuelto actor-editor-autor completo de 30 años Xavier Dolan (Los amores imaginarios 10, Tom en el granero 13, No es más que el fin del mundo 16), el severo ejecutivo arribista de barbitas Matthias Matt (Gabriel D’Almeida Freitas) y el apachurrado barman a punto de emigrar hacia Australia en fuga doméstica Maxime Max (Xavier Dolan con mancha de vitiligo en la cara) son los mejores amigos desde la niñez, hacen caminadora juntos en un gimnasio de Montreal, deciden desentenderse por un rato de su aburrida amante edipizadora Sarah (Marilyn Castonguay) y de su tiranohistérica madre exdrogadicta castrante Manon (Anne Dorval la terrible figura materna-fetiche de Dolan desde Yo maté a mi madre 09 hasta Mommy 14) respectivamente, toman carretera idílica y se van de fin de semana a una reunión de amigos desmadrosos mediomotos al chalet del excondiscípulo Rivette (Pier-Luc Funk) cuya odiosa hermanita aguafiestas Érika (Camille Felton) logra involucrar por condescendencia a los dos como actores en un corto estudiantil donde deben besarse intempestivamente, lo cual remueve sus fantasías infantiles y sus insatisfacciones fundamentales, por lo que a la mañana siguiente Matt se extravía temporalmente al nadar en el lago y, de regreso a la ciudad, sólo una repentina hemorragia en la frente impide a Max ligar con un guapo de autobús, pues el acercamiento físico los ha socavado a ambos y hace tambalear las opciones sexuales que creían definitivas, provocando situaciones evasivas o enojosas e incluso gratuitamente hirientes (“¡Manchado!”) entre el conflictuado Matt y un Max homoasumido sin mayor problema, en fiestas familiares y borracheras de adiós con cuates, que van a culminar perentoriamente en otro beso, esta vez voluntario y apasionado, pero de cuyas consecuencias corporales inmediatas sale huyendo Matt, aunque pronto será capaz de abrazar también esa opción perturbadora.
La opción perturbadora sabe guardar innombrada su trama fervorosa y reveladora gay, de manera subyacente, clandestina y deliciosamente cómplice, ocultándola bajo corrosivos diálogos chispeantes (“Parecías un analfabeta con acento parisino o un elefante usando hilo dental”// “Tú no quieres palabras, te las metes con embudo”// “Entonces me pasaré la noche del viernes recibiendo codazos en las tetas de una banda de neanderthales sin gracia”) y burlonas agudezas satíricas (“Es impresionista y expresionista a la vez”/ “¿Estás listo para el close-up?”), deslizándola en contrapunto con bromas pesadas sobre la carencia/anhelo de afecto o jugueteos machistas, salpimentándola con un bilingüismo forzado a base de mamonerías en inglés sobre el fondo en tosco francés quebecquense, abriéndola solidariamente a través de un poderoso tono melancólico, haciéndola evidente por medio de las ternezas infinitas que se desprenden de ese Matt que en la huida o ruptura provisoria se va de putas ad libitum con su cliente foráneo McAfee (Harris Dickinson) a un téibol mientras Max se queda vomitando in obbligato, y romantizando el conjunto con deambulaciones reflexivas, ambigüedades de comportamiento, una contrita petición de perdón por la nada lúdica violencia verbal contra el amigo, y hasta el descubrimiento de una traición a la amistad (esa urgente carta de recomendación para Max ya enviada hace semanas por el chicaguense padre Ruiz a Matt).
La opción perturbadora constituye una conquista en la evolución del estilo nervioso-shocking pero sabio del inasible Dolan, añadiendo ahora a sus coqueterías manieristas (con fotografía del imprescindible André Turpin) algunos explícitos guiños al supercalculado cine improvisatorio de Jacques Rivette (Alto, bajo, frágil 95) y al despistante instantáneo cine hipersintético-elíptico de Raúl Ruiz (El tiempo recobrado 99), para resolver de manera heterodoxa todas sus escenas, a veces basándose de lleno en súbitas relaciones dialécticas entre secuencias del tipo vértigo/stasis, a veces sin temor a las baraturas del propio realizador en plan de montador efectista con cámaras ultrarrápidas para abreviar o compactar en acelerado pelelizante sus formas bufas, pero siempre valorando los two-shots de perfiles alineados en desenfoque parcial, el humeante cigarrillo saliendo por la ventanilla del auto y cayendo expulsado al pavimento, el deleznable letrero espectacular que elogia al pan de la minifamilia feliz, los contracampos a 180 grados o rompeejes a lo bestia, los jump-cuts desde un interior atiborrado hacia un lejano exterior ya enmarcado, la cámara seudoexperimental grabando árboles con voces distantes, el beso viril quasi elíptico con inofensiva camarita interpuesta entre inofensivas efigies frontales, los esfumados y subliminalidades que se estrellan contra la siniestrez materna que intenta un nuevo chantaje sentimental con el platillo favorito de hojaldras, la música-excipiente de estados anímicos explosivos (Britney Spears, Sinfonía 40 de Mozart, Juan-Michel Blais, banda Phosphorescent), y el titubeo profundo en miradas hacia otros decorados o espacios fractales o a ventanas iluminadas.
Y la opción perturbadora se vuelca en turbulencias vivenciales, empatías rotas, una lucha sorda y permanente contra la edipización viril por las mujeres (“Aquí no se habla de religión, ni de dinero, ni de madres”) aunque la esperanza se pone en la colega del bar Lisa (Catherine Brunet) capaz de ofrecer una camaradería igualitaria y la madre amorosa de Matt llamada Francine (Micheline Bernard) que sirve de reemplazo emergente al apabullado Max en trance decisivo, y ante todo la afirmación triunfal de una historia de amor que paradójicamente se formula en conceptos espetados por el obtuso cliente dionisiaco, reconociendo en medio de la parranda que “el constructo social se basa en la posesión de los demás, pero ésta es imposible porque somos animales”.
FOTO: Matthias y Maxime fue nominada a la Palma de Oro en el Festival de Cine Cannes 2019 / Crédito: Especial
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