Xavier Legrand y la infamia compartida

Nov 10 • Miradas, Pantallas • 2739 Views • No hay comentarios en Xavier Legrand y la infamia compartida

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Por un hijo aborda el drama de un matrimonio recién separado durante el juicio por la custodia de su hijo de 10 años, quien batalla por entender el deterioro de la relación de sus padres, marcada por la violencia y la desconfianza

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POR JORGE AYALA BLANCO

En Por un hijo (Jusqu’à la garde, Francia, 2017), enérgico e inteligente debut como autor total del actor francés de 38 años Xavier Legrand (corto previo: Antes de perderlo todo 13), el mastodóntico instalador provinciano de equipos antincendios Antoine Besson (Denis Ménochet) y su exesposa rubia escuálida Miriam (Léa Drucker) comparecen en el tribunal familiar ante la sobria Juez sensible (Saadia Bentaïeb) por la custodia de su tierno hijo de 10 años Julien (Thomas Gioria), en vista de que su otra hija la estudiante de canto Joséphine (Mathilde Auneveux) está a punto de cumplir los 18, por lo que, luego de leer las confesiones temerosas del chavo y escuchar de viva voz todos los sacrificios realizados por el lamentoso padre hoy asilado en casa de sus ancianos progenitores para seguir cerca de su antigua familia, la imparcial magistrada dicta la justa sentencia de una custodia compartida, con obligatorias estancias cada tercer fin de semana al lado del inconforme aunque aburridísimo y repelido Antoine, quien sospecha mentiras expandidas y comprobables manipulaciones eficaces por parte de su excónyuge, y en efecto la mujer niega siempre descaradamente su presencia y se muda con sus hijos a otro depto, ocultándole la nueva dirección al exmarido, e incluso se rehúsa a cambiar una fecha de visita como solicitaba el varón para que el pequeño Julien pudiera asistir a la fiesta de cumpleaños de su hermana, pero la bomba detona exacto en esa ocasión, cuando el celoso Antoine estalla contra las flagrantes mentiras de su hijo ante los abuelos Madeleine (Martine Vandeville) y Joël (Jean-Marie Winling) que acabarán corriéndolo de su hogar, obliga a Julien a revelarle la nueva dirección de su aún amada Miriam, logra llorarle a ésta en el hombro sin respuesta, se apersona humillado frente al salón de fiestas con un regalo monetario para el onomástico filial, intenta en vano conmover a su ex, a quien sólo le preocupa proteger a un enclenque galán sustituto clandestino llamado Cyril (Julien Lucas), y finalmente el enardecido padre es insultado y corrido por la intransigente excuñada en el hartazgo Sylvia (Florence Janas), pero el infeliz Antoine llega por la noche a tratar de irrumpir en el depto alternativo de sus familiares, armado de una escopeta de caza, para patear la puerta y dispuesto a pegar tiros, suplicando entrevistarse (“No hemos terminado de hablar”) con una Miriam parapetada hasta en la tina del baño, abrazada a su intimidado hijito Julien y siguiendo las indicaciones que le hace por celular la policía, contactada de urgencia por ella y por una aterrada vecina provecta árabe (Jenny Bellay), cumpliendo así al extremo con los dictados legales de una custodia compartida que se ha convertido para todos los involucrados en una infamia compartida.

 

La infamia compartida se construye emotiva, vivencial y viviseccionalmente a partir de los datos duros que aporta el cultivo estricto de un realismo intimista extremo, a lo Philippe Garrel (Los amantes regulares 05, donde el director Legrand actuó en un pequeño papel) que lleva hasta sus últimas consecuencias estructurales a través de un severo régimen de escasas secuencias larguísimas, desmenuzadas al máximo, para ir hallando lo mínimo esencial e irreductible, para mejor profundizar en cada una de ellas, en sus resonancias y en las reacciones instintivas e irracionales de cada uno de sus participantes, sin ensañarse con ninguno de ellos, al descubrirse a un tiempo víctimas y verdugos de sí mismos y de los demás, por la lógica misma, afectiva y emocional de los hechos límite que los arrasa, cada personaje visto como una criatura frágil y entrañable, cada quien pronunciando un mudo De profundis a solas, por turno y en cada situación, sin remedio ni misericordia, sea el desesperado padre explosivo y agitado sin control racional ni perdón cual Jack Nicholson en El resplandor (Kubrick 80) de repente apabullado por la policía como una bestia herida, sea la sinuosa madre embozada en sus embusteras maquinaciones y en su silencio, sea el chavito socarrón que recibe y debe cargar con todo el peso de la tragedia innombrable sobre su conciencia acorralada entre varios fuegos paternos análogamente insoportables, o sean incluso figuras tan episódicas aunque fundamentales como la excuñada rompemadres, el abuelo desahuciador, el patético galancito sucedáneo o la vecina enfurruñada por el miedo en su redil.

 

La infamia compartida extiende sus posibilidades expresivas tocando oposiciones y polos estilísticamente reconciliados, en absoluta ausencia de música que no sea la diegética, fotografía muy precisa de Nathalie Durand y edición limpísima de Yorgos Lamprimos, para valorar con certero cálculo ese largo plano ondulante al interior de la fiesta de cumpleaños, alguna contundente mano que apenas se insinúa en el encuadre siderado, los planos cortísimos de agudos detalles en los momentos climáticos, las interminable vueltas de tránsito ordenadas al irritado padre dentro de la unidad habitacional para despistarlo, las crisis a lo Kiarostami dentro de la camioneta por parte del inerme niño Julien a la defensiva pero incapaz de reaccionar, pues de lo que se trata, ante todo, es de exponer humanísticamente la desprotección de las mujeres y, por supuesto, de los niños, ante la violencia física y psicológica, a modo de un callejón sin salida o un terreno minado, donde todos reclaman su verdad y ésta a ninguno le pertenece, en un malévolo juego de espejos maldecidos de antemano.

 

Y la infamia compartida culmina en los puntos suspensivos de un insólito final abierto, ni feliz ni infeliz, contemplando los desoladores agujeros dejados sobre la puerta por la descompuesta escopeta paterna y tratando de proseguir con la observación al escalpelo de la trama que sin duda todavía ocurre detrás de ella, garantizando la desventura inconclusa, la continuidad lastimosa y el alcance universal de esta imposible fábula doliente y desgarradora.

 

FOTO: Por un hijo, drama familiar de un realismo intimista, está protagonizado por Denis Ménochet y Léa Drucker. Se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 15 de noviembre.  / Especial

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