Y luché contra el mar toda la noche
POR RACIEL QUIRINO
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Y luché contra el mar toda la noche
Me escondo con una lata en las manos
en las calles más solitarias
del puerto de Acapulco
a bordo de un auto rojo,
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aguantando la respiración,
quemándome los dedos,
con mil encendedores en los bolsillos,
sintiendo que me atrapan los militares,
sintiendo que estoy a una piedra de morirme
y tengo que pedir ayuda.
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No puedo parar hasta acabarme todo.
Busco en mis bolsas esperando un acto de magia.
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Alguien pasa hablando de atractivos turísticos
como si contara pedazos de vidrio roto.
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Me hundo en el asiento del auto.
Tengo miedo de que me denuncien y vengan por mí.
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Intento grabarme el sonido de la playa
y el sonido de la avenida que circunda la playa
al mismo tiempo.
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¿Cuánta concentración se requiere para mirar
el desplazamiento de un buque de una punta a otra de la bahía?
¿Cuánta del muelle a la desaparición?
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Y luché contra el mar toda la noche
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Al principio hubo luces estroboscópicas y éxtasis,
después sólo niños vestidos con pieles de animales
atropellados en la autopista,
una estela blanca en el mar agitando el corazón del barco.
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Hoy imagino dosis para una muchacha que se llama Alaska
y la bruma carcome
un grupo de palmeras frente a mi cuarto.
La noche lava los cuerpos de los caballos reventados en los caminos.
Las brujas se quitan las piernas y las colocan a lado del fuego
para que no se enfríen.
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Yo espero a mi novia tumbado en el piso escuchando a Lou Reed.
Hace meses que renuncié a la escuela.
A penas salgo a la calle a comprar sopa instantánea.
Fumo dos cajetillas al día.
El insomnio me lleva desde Homero hasta Joseph Conrad.
He descubierto que en las últimas páginas de todas las Biblias,
vienen cientos de modelos
de animales en papiroflexia.
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Y luché contra el mar toda la noche
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Un día senté a la ballena en mis piernas y la encontré deliciosa,
y me devoró.
Antes de ese encuentro sólo había montado un tiburón gato en Isla Mujeres.
Fue en la misma época en que vi a un deslumbrante cocodrilo
como un carrizo monstruoso
a la orilla de la laguna de las Ilusiones en Villahermosa.
No pude atestiguar el más leve movimiento suyo.
¿Estaba muerto o vivo?
Era piedra gigante, demonio hipnotizado.
¿Cuánta concentración se requiere para mirar una piedra
hasta advertir algún movimiento?
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Ahora sé que puede pasar varios días sin moverse.
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El cocodrilo es medida del tiempo.
Según cuenta Aquiles Tacio,
su número de dientes iguala al número de días del año.
Cocodrilo significa “gusano de las piedras”,
pero algunos más osados lo traducen como “hombre de piedra”.
Quizá a esta traducción haya ayudado
el hecho de que se le atribuya falsedad de sentimiento.
Covarrubias escribe:
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“[El cocodrilo] tiene un fingido llanto con que engaña a los pasajeros,
que piensan ser persona humana, afligida y puesta en necesidad,
y cuando ve que llegan cerca de él,
los acomete y mata en la tierra”.
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/Morir será una aventura impresionante
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Imagino que Los marineros de Nantucket de la época de Melville sabían cuando se encontraban ballenas a lo lejos por el color de las nubes. Seguro muchos soñaron con los chorros de agua que se irisan en la resolana y se esfuman con rapidez. Jorobas como hojas de acero destellando al sol surcaron las conversaciones en las tabernas.
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Los marineros de Acapulco navegan 100, 150 millas mar adentro para entrar en zona de pesca de tiburón. Emergen lentamente de la oscuridad, vomitados por la noche, con la mirada perdida, de regreso de las entrañas de un monstruo.
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Yo acecho el bolso de mi esposa. Calculo el dinero que puedo tomar sin que se percate. Recuerdo la cajita donde guarda sus pulseras de oro y me pregunto cuánto tiempo tardará en echar en falta el televisor, la plancha, la bicicleta.
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Me preocupa el vértigo de no tener en qué gastar las horas. Aún siento lo amargo que baja con lentitud desde la nariz, la boca entumida, la canción que se oye cuando se tienen pocas posibilidades de dormir con la muchacha que quedó sola en la fiesta.
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A veces quiero estrellarme contra todos los autos y que los vidrios de lujosas camionetas me hagan polvo las manos de pianista. A veces quiero encontrar a una mujer que me cuente historias aburridas sobre el espíritu de las personas y después me bloquee para siempre en Facebook.
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He visto a gente vender a su novia, secuestrar a sus padres, prostituirse, gente como Ruby la transexual, que le gustaba mirar porno mientras le mamaba la verga a un recién conocido a las tres de la mañana.
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Una vez soñé con ser uno de los diputados que bailaban con sus amigas hermosas y tristes en un antro gay vacío de la Costera, la vez que a ti se te cayó la cocaína en el migitorio.
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A unos les da por enterrarse en el trabajo en espera de conseguir buenas vacaciones, a otros les da por hundirse en la pantalla de televisión, por separarse, encontrar a otra mujer. Yo, con el agua en la cintura en una tina de plástico, miro las uniones de los baldosas esperando que aminoren las nauseas y el mareo.
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Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables
Claro que sientes el peso del reloj
en un brazo amputado,
claro que te niegas a doblar
la manga de tus camisas,
llevar una prótesis.
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Ya querrás mecerte el cabello
con una mano de aire,
abrir puertas, cerrar ventanas.
Buscarás sostenerte
con un espejismo cuando tropieces.
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Pronto se fastidiarán de ti,
de tus arranques de furia,
de tus gritos,
de tus aspavientos,
te llevarán a terapia,
tomarás antidepresivos.
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Las cosas tendrán otro rumbo,
más terracería,
más cuchillas
alrededor de botellas y vasos.
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Yo por ejemplo
ahora tengo en la cabeza
pequeñas sombrillas
de diente de león
que vuelan cuando pasa el viento
y se adentran en los campos
para llegar a otro paisaje.
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Miro la lejanía donde vive mi mujer.
Hace sus cosas sin pensar en mí.
Está frente a mis ojos y mira una barda blanca.
Estoy frente a sus ojos y miro el cielo
sin una nube.
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Paso a su lado
cuando pasan coches
dejando en el aire música.
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Pasa a mi lado
cuando saluda un niño
a una bola de ramas en la carretera.
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Abro los ojos,
busco el interruptor de la luz.
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Pienso en un garfio
de fierros de perrera.
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Siento el muñón agitándose como un cachorro.
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Foto: Acapulco de noche / Archivo EL UNIVERSAL.
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