“Yo escribo sobre puentes que caen”

Nov 30 • Conexiones, destacamos, principales • 4555 Views • No hay comentarios en “Yo escribo sobre puentes que caen”

POR JANA BERIS

 

JERUSALÉN. Amos Oz, nacido en 1939, es el escritor israelí de mayor renombre mundial, con muchos de sus casi 30 libros traducidos a más de 40 idiomas en 35 países, entre ellos algunos del orbe árabe. Ningún otro autor de Israel tiene tantos títulos vertidos al español como él. Oz ha recibido varios de los máximos galardones internacionales por su obra.

 

El novelista es conocido como uno de los intelectuales israelíes más abiertamente identificados con la defensa de una solución pacífica al conflicto con los palestinos, que pase por la creación de un Estado palestino independiente , en el marco de la fórmula “dos Estados para dos pueblos”.

 

De cara a la FIL, Oz concedió una entrevista especial a EL UNIVERSAL y recibió a esta cronista en su departamento en Tel Aviv. Las paredes del salón están engalanadas con un sinfín de libros, evidentemente su medio más natural.

 

—Usted será la gran ausencia en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

—Ante todo, me disculpo por no asistir a la feria de Guadalajara. Simplemente no puedo ir en noviembre. Pero me consta que es uno de las ferias más importantes del mundo. Envío mis saludos y felicitaciones a todos los participantes. Por lo demás, creo que la palabra escrita aún tiene impacto en el mundo, en los corazones y las mentes de la gente. Yo sueño a menudo con libros que he leído y veo en esto una señal del  significado de la escritura. Si logra penetrar tan profundo, considero que, de alguna forma, tiene una presencia también en el mundo real.

 

 

—¿Considera que es una ocasión especial que Israel sea el país invitado de honor a esta edición de la Feria de Guadalajara?

—Es maravilloso. Personalmente, considero que lo que ha ocurrido con la literatura israelí en el último siglo es un milagro. El idioma hebreo estuvo durante 17 siglos tan muerto como el griego antiguo o el latín. Se le usaba para escribir, para intercambios teológicos, en los ritos religiosos, pero no en la vida diaria. Revivió como idioma hablado hace solamente 120 años aproximadamente. Este renacimiento de un idioma constituye uno de los grandes milagros literarios de todos los tiempos.

 

 

—¿Siente usted que puede haber un vínculo especial entre la literatura hebrea y la escrita en español?

—Yo leo literatura española y latinoamericana traducida al hebreo o al inglés. Y hallo a menudo cierto tipo de energía, de ritmo, de una enorme curiosidad acerca de los detalles de la vida y de sensualidad, que es común al parecer a nuestra cultura y a la cultura latina, española. En la cultura de lengua española he hallado facetas que sentí cercanas a mi corazón y al parecer también al corazón del lector israelí, ya que a mucha gente aquí le gusta la literatura latinoamericana y española, y a muchos en España y América Latina les gusta nuestra escritura.

 

 

—¿Cuál es el secreto de lo que usted ya llamó “el milagro” de la literatura hebrea en el último siglo?

—Los judíos llegaron aquí provenientes de 136 países. A ellos debemos agregar a los árabes israelíes, por lo cual tenemos 137 voces de fondo. Esta impresionante variedad de fuentes, trasfondos, de lugares de origen, enriquece la vida israelí y también, claro, a la literatura israelí.

 

 

—Esto, aunque numerosos autores (y en usted esto es muy evidente) escriben sobre temas muy israelíes…

—Así es. Toda la literatura que me gusta es provinciana. En la literatura hay algo maravilloso: cuanto más regional y provinciana, puede ser más internacional. Casi todos los autores que me gusta leer escriben sobre un lugar pequeño… que también puede ser una gran ciudad, porque uno suele escribir sobre un barrio, sobre una calle, sobre el mundo que se halla entre la farmacia en un extremo de la cuadra hasta el almacén en el otro extremo…

 

 

—¿Cree que la explicación al respecto radica en el hecho de que todo escritor puede escribir mejor, transmitir mejor sus sentimientos acerca de las cosas que más ama? Y la casa de uno es quizás lo que uno más quiere…

—No siempre la casa de uno es lo que más se ama. A veces también se le odia. Pero el odio también es un sentimiento íntimo. A veces uno se cansa de su casa… y eso también es íntimo… Yo suelo decir a la gente joven que me consulta sobre la escritura: escriban sobre lo que conocen. Ningún camino es seguro… Pero estoy casi seguro que si una persona escribe sobre un mundo que no conoce, el resultado no será bueno.

 

 

—Gente joven le consulta a usted sobre literatura, especialmente en el curso que dicta en la Universidad Ben Gurion de Beer Sheba. Pero, ¿se puede “enseñar” a escribir?

—En el pasado tuve cursos sobre cómo escribir, pero dije a mis alumnos que en realidad no puedo enseñarles cómo se escribe, aunque sí puedo intentar enseñarles cómo borrar.

 

 

—¿Usted borra mucho al escribir?

—Todo el tiempo. La mayor parte de lo que escribo, lo borro.

 

 

—¿Y sus personajes? ¿Cuándo tiene claro qué ocurrirá con ellos?

—Cuando un escultor trae un bloque de piedra de la montaña, sólo él ve en el interior del bloque la forma que tendrá al final… o casi… Y entonces comienza a quitar, quitar y quitar. Cuando ya quitó lo suficiente, ahí vemos la escultura. Es como lo que yo borro.

 

 

—En Israel hay una altísima cantidad de nuevos títulos publicados por año, sin proporción con el tamaño de la población… ¿Cómo lo explicaría?

—Si yo reviso lo que sucede en mi buzón de correo, al que mucha gente me envía sus manuscritos para que los lea, debo deducir que en Israel hay más escritores que lectores…

 

 

—Uno de sus libros más famosos en todo el mundo ha sido Una historia de amor y oscuridad, su historia personal, la de su familia… El hogar al que uno puede o no querer, como usted ya ha dicho, es una fuente central de inspiración, ¿verdad?

—Si me pide que, en una palabra, le diga sobre qué he escrito en mis 28 libros, le diría que sobre “familias”. Si me da dos palabras: “familias infelices”. Si me pide en tres, ya es mejor leer los libros.

 

 

—Y realmente en su nuevo libro, Entre amigos, la sensación que deja cada una de estas historias cortas sobre los miembros de un kibutz que usted inventó es de angustia e infelicidad…

—Sobre gente feliz no es necesario escribir. Un puente bien construido sobre un río, de un lado a otro, sin problemas, no provoca más que una palabra: decirle ¡Bravo! al arquitecto y los constructores. Solamente el puente que se cae es una historia. Y yo escribo sobre puentes que caen.

 

 

—¿Cómo maneja sus personajes?

—Mis cuentos siempre comienzan por los personajes. Conozco a los personajes antes de saber cómo será el cuento. Cuando ya conozco muy bien a los personajes y ellos comienzan a hacerse cosas unos a otros, sé que esas cosas que se han hecho entre ellos es el cuento.

 

—¿Se pregunta a veces qué encuentran en sus cuentos, tan israelíes, quienes los leen con entusiasmo en idiomas tan distintos del suyo, de culturas tan diferentes y lugares lejanos?

—¿Y qué es lo que encuentro yo en un escritor ruso del siglo XIX como Chéjov? ¿Qué encuentro en un escritor estadounidense del Sur Profundo como Faulkner? ¿Qué encuentro en un escritor tan regional como García Márquez? Son todos escritores de pequeños lugares.

 

 

—Cuando se habla de su éxito como escritor, ¿considera que parte de la explicación pasa por el magnetismo especial de Israel, por lo que irradia hacia afuera… quizás también de sus

problemas?

—Hay una distancia muy grande entre el Israel de los diarios y los medios, y el Israel que yo conozco. Yo casi no escribo, por ejemplo, sobre israelíes y palestinos. Lo hago, sí, en mis ensayos, pero no en mis cuentos. No he estado nunca en la alcoba de un palestino, así que no puedo entonces escribir un cuento sobre palestinos.

 

 

—¿Cómo es entonces el Israel que usted ve?

—En la CNN veo un Israel en el que el 80% son fanáticos religiosos y colonos, otro 19% soldados sin corazón en los puestos de control carreteros en los territorios ocupados y un 1% de intelectuales maravillosos como yo que critican al gobierno y quieren la paz. No hay relación alguna entre ese Israel de los medios y el Israel que yo conozco. Más del 70% de los israelíes son seculares, hedonistas, materialistas, hablan mucho; gente cálida que vive en su mayoría en la planicie costera, no en los asentamientos ni en Jerusalén; que se empujan, trabajan duro, evaden el impuesto a la renta… algo muy parecido a otros pueblos del Mediterráneo. Entre eso y el Israel que aparece en los medios no hay relación alguna.

 

—Y ese Israel real es inspiración para sus obras…

—Cuando estoy sentado esperando mi turno en el consultorio médico, o que llegue el tren, o en la clínica del dentista o en un aeropuerto, no leo el diario sino que observo a la gente que no conozco. Escucho algo de sus conversaciones. Miro sus ropas. Observo su lenguaje corporal. Les miro los zapatos… los zapatos siempre me cuentan alguna historia. Oigo y miro… y tengo historias. Muchos más cuentos que tiempo tendré en la vida para escribirlos.

 

—Usted vivió años desde jovencito en el kibutz Hulda y fue allí que comenzó a escribir, pero todo dentro del régimen estricto de trabajo en esa comunidad colectiva, ¿no es así?

—Cuando yo empecé a escribir, lo hacía después de las horas de trabajo. No podía ir al kibutz y decir: “No puedo trabajar, quiero ser escritor”. Luego de la publicación de mi primer libro, fui a la comisión central del kibutz y pedí que se me concediera un día por semana libre para escribir. El tema se discutió. Algunos dijeron que todos pueden ir y decir que son dibujantes o bailarines… ¿y quién va entonces a ordeñar a las vacas? No se podía decidir con facilidad quién es artista y quién no. Finalmente decidieron darme un día por semana y yo prometí trabajar más duro el resto de los días. Luego de la publicación de otro libro y otro más, por los cuales había ganancias que ingresaban directamente a la caja del kibutz, me dieron otro día más. Al final tuve tres días para escribir.

 

 

—Tras tantos años de escribir, por más que usted lo haga ante todo porque le gusta hacerlo, ¿el reconocimiento internacional juega algún papel? ¿Sirve de motor en la vida?

—No, cuando escribo no pienso en los lectores sino en los personajes y en el libro. Cuando termino de escribir un libro y lo leo, me asusto y me pregunto si habrá alguien que lo entienda. Por ejemplo, cuando terminé de escribir Historia de amor y oscuridad, estaba seguro de que lo entenderían solamente en Jerusalén, que en Tel Aviv nadie lo entendería. Y que en Jerusalén lo entenderían únicamente aquellos que vivían o habían vivido en mi barrio, cierto tipo de gente. No pensé que el libro llegaría a millones de lectores en 30 idiomas. Estaba seguro de que había escrito para la gente de mi barrio y de mi generación. Pero no se puede saber…

 

 

—En ese libro usted deja en clara la crítica también al lado árabe en el conflicto con Israel. Usted, que siempre ha defendido la creación de un Estado palestino y el logro de una solución de paz, no plantea las cosas en términos de blanco y negro. ¿Es así?

—Si usted está de hecho preguntándose si soy propalestino , pues le diré que no. Yo soy propaz. El conflicto es una tragedia. Los palestinos no tienen otra tierra que no sea ésta y nosotros no tenemos otra tierra que no sea ésta. Pero yo siempre creí y sigo creyendo que los palestinos deben tener todo lo que nosotros tenemos: un Estado independiente, un gobierno independiente, capital en Jerusalén igual que a nosotros. Creo en una solución de dos Estados que viven uno junto al otro, quizás no con gran amor de por medio, pero sí con buena vecindad.

 

 

—¿No es demasiado tarde para lograr la paz?

 

—No. No hay nada en el mundo que sea irreversible, salvo la muerte. No es tarde para una solución política, ya que de hecho no hay ninguna alternativa. Los palestinos no pueden irse porque no tienen adónde ir. Los judíos israelíes tampoco. No pueden convertirse en una gran familia feliz porque no son ni una familia ni son felices. Son dos familias infelices. Hay que dividir la casa en dos departamentos más pequeños. Esa es la solución. ¿Cuánto tiempo llevará? No lo sé, no soy profeta. Pero estoy convencido de que no hay otra solución.

 

 

 

*Fotografía: Amos Oz, el escritor israelí de mayor renombre mundial/JANA BERIS

 

 

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