Yorgos Lánthimos y la coacción emparejadora
POR JORGE AYALA BLANCO
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En La langosta (The Lobster, Grecia-Irlanda-RU-Francia-Holanda-EU, 2015), hermético opus 4 íntegramente concebido en inglés por el cada vez más inasible ateniense de 42 años Yorgos Lánthimos (Kinetta 05, Diente de perro 09, Alps: los suplantadores 11), con trabajadísimo guión suyo y de Efthymis Filippou, el reciente viudo treintón de gafas David (Colin Farrell) arriba a un misterioso hotel mediterráneo de lujo y solaz uniformadores hasta en las vestimentas y los desplazamientos sonámbulos donde, en un futuro cercano o en un mundo paralelo al nuestro, suele recluirse obligatoriamente a los solteros, con inimaginables interdicciones y falsas libertades, para que en un plazo de 45 días logren descubrir coincidencias físicas consideradas esenciales (sangrar de la nariz, cecear, cojear) con una pareja de la preferencia sexual que sea (salvo la bisexual y la autoerótica arteramente prohibidas) so pena de ser transformados en el animal a elegir, por lo que nuestro héroe revelador y eje se presenta con su hermano vuelto perro por haber fracasado en su oportunidad y él mismo decide de entrada escoger la opción langosta, por ser centenarias y pervivir en el mar, mientras tiende insostenibles lazos de amistad con los muy ablandados por la desesperación del conteo regresivo Albert el ceceante antiglamouroso (John C. Reilly) y John el joven cojo ya capaz de fingirse sangrante de la nariz a topetazos (Ben Whishaw), elude el incidental asedio de alguna fémina indeseable (como esa viuda por doquier ofertante de sus habilidades feladoras), participa sin éxito en los tiesos bailes prefabricados para armonizar y en la nocturna cacería ritual de Solitarios a la fuga para incrementar los días del vencimiento selectivo, presencia la brutal punición con encendida tostadora de pan a una mano del temeroso Albert por onanista, disfruta de los cotidianos restriegues prefijados de una camarera irresistible (Ariane Labed) y, a punto de concluir su intervalo para emparejarse, cede a un sucedáneo simulacro de relación amorosa con la temible si bien guapísima mujer sin sentimientos (Angeliki Papoulia), hasta que acaba baleándola por haber sacrificado sin piedad al can fraterno y, con ayuda de la camarera buenaonda, arrastrándola a la habitación de los descuartizamientos y transformaciones zoológicas, para enseguida huir a refugiarse en el bosque de los Solitarios, donde también deberá someterse a severas reglas, aunque ahora contra cualquier forma de apareamiento y celosamente resguardadas por la cruel lideresa de ese clan de forajidos (Léa Seydoux), enamorándose sin embargo de la linda mujer miope (Rachel Weisz), con quien por fin hallará la coincidencia ansiada, bajarán románticamente a la ciudad y tendrán que inventar juntos un archicodificado lenguaje corporal secreto para establecer las bases de un clandestino ayuntamiento corporal que, una vez descubierto, será castigado sin piedad y de modo expedito de todos aceptado, con una forzosa ceguera clínica a la desgraciada miope, por lo que el buen David habrá de percatarse que sólo podría retenerla homologándose corporalmente con ella a ese extremo.
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La coacción emparejadora consigue de admirable manera tersa un extraño y asombroso acuerdo entre la diafanidad de una lisa escritura fílmica y la tenebrosa oscuridad de una distopia de hondas prolongaciones filosóficas, como tentáculos afilados que se diseminan para dificultar enigmáticamente y tornar irritante, o casi vergonzosamente cómplice, la mera comprensión de la anécdota y de las implicaciones del relato, al entrometerse en ella cual distractores y obstáculos siempre excitantes, tanto para la vista como para las meninges, para utilizar un lenguaje en concordancia con la naturaleza corporalmente provocadora de la obra, tanto como lo eran la fábula proteica de la familia enclaustrada de Diente de perro o el simulacro balsámico contra el dolor de la pérdida en Alps: los suplantadores, pues apenas están acabando de experimentarse las reglas malvadas de un primer sistema coactivo, ya están padeciéndose las del siguiente, presuntamente disidente y rebelde, por ejemplo, al interior de un relato bicéfalo siempre retorcidamente singular, descarnadamente desazonante y tan austera como esas imágenes de Thimios Bakatakis que van de la limpidez translúcida a la más turbia lobreguez, perfectamente valoradas por una aterciopelada edición de Yorgos Madropsaridis que incluso admite un proceloso empleo de la cámara lenta en el avanzar irónico de las francas parejas fingidas bajo el sol espléndido.
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La coacción emparejadora coloca su mundo alegórico del dominio absoluto y la supresión de la libertad cual mezquinos signos de una moral social presente-futura corroída por despotismos informulables, bajo el signo del hotel inventor de memoria para arrancarse del lugar en El año pasado en Marienbad (Resnais 61), bajo la égida de un monstruoso sarcasmo en torno a Las afinidades electivas de Goethe vueltas las más superficiales y aparentes deficiencias epidérmicas, bajo un nuevo reflejo del territorio platónico que no sigue siendo más que una fatal ilusión proyectada en La invención de Morel de Bioy Casares, bajo un amor tan forcluido (y vuelto caricaturesco débito amatorio) como la pasión por los libros de Fahrenheit 451 (Truffaut 66), bajo una delicada revisión en frío de la histérica parábola de la sutil aniquilación humana que transmuta los roles del dominador y el dominado en El hospital de las transfiguraciones del polaco Zebrowski (79), y bajo la metafísica del chivo expiatorio cual origen de la cultura de Girard y de la muta de caza como cimiento de la civilización según Masa y poder de Canetti, mucho más allá de un mero cinismo gratuito frenéticamente antiautoritario.
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Y la coacción emparejadora sólo podrá consumar con ese enceguecimiento voluntario en el baño, su erótica excesiva de la discapacidad relacional como único nexo profundo, al final romántico, férreo y perdurable.
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*FOTO: Protagonizada por Colin Farrell, La langosta se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 21 de abril de 2016/ Especial.