Andréi Platónov: La ideología y las pasiones

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POR GENEY BELTRÁN FÉLIX

Llamado por Sergio Pitol “el más original escritor de las décadas terribles” del estalinismo, considerado por Joseph Brodsky el mejor narrador ruso desde Dostoievsky, Andréi Platónov murió en 1951 en un estado de completa marginación de los círculos literarios, sin haber visto publicadas sus dos obras mayores. A comienzos de la década de 1920, el autor, un comunista convencido, no tuvo mayores obstáculos para dar a conocer sus textos, pero con los años su suerte se vio trastocada. En su país La excavación no salió de las prensas sino hasta 1987 y Chevengur se publicó, en su primera edición íntegra, en 1988.

“—¿Eres un timador o un patrón burgués?

—Soy… Soy del proletariado —anunció Chiklin con reluctancia.

—Ajá… ¡El zar de ahora!”

Este diálogo entre un anciano y un obrero en La excavación se une a muchos ejemplos en los que la narrativa de Platónov presenta una visión crítica del proceso de instauración del comunismo.

Platónov recorrió, dedicado a labores técnicas, los amplios espacios del centro y sur de Rusia durante los años de la colectivización de la propiedad agraria, tiempo en que se registró lo que el sociólogo Michael Mann en su aterrador estudio de los genocidios del siglo XX, The Dark Side of Democracy, llama clasicidio: el exterminio de casi dos millones de campesinos propietarios, o kulaki, que se resistieron a la implantación del poder soviético central.

De semejante experiencia habrían hallado impulso creador las dos novelas escritas por Platónov a partir de 1929. Chevengur narra las andanzas de dos amigos, Dvánov y Kopionkin, ingenuos y bienintencionados, en busca de un sitio en que el comunismo se hubiese establecido de manera natural. Dan así con Chevengur, localidad en la que un grupo de camaradas confía hacer surgir la utopía perfecta, para lo cual no se permiten el menor reparo a la hora de exterminar a los enemigos de clase. Por su cuenta, La excavación presenta a una galería de obreros dedicados a la labor que el título anuncia: hacer la excavación —interminable, profunda— para el levantamiento de un gigantesco edificio en que residirán las felices familias del futuro, aun a costa de trágicos sacrificios.

La crítica directa de la colectivización no es lo único que destaca en Platónov. Existe un procedimiento con el que el autor enmarcaría su crítica, y al que se ha definido como afín al surrealismo y precursor del absurdo, con fuertes filos satíricos.

Un ejemplo. En Chevengur se narra la ejecución de numerosos integrantes de la clase kulak.

“Y él mismo [se refiere a un oficial de la Cheka, la primera de las organizaciones soviéticas de seguridad del estado] alojó la bala de su revólver en el cráneo de Zavín-Duvailo […]. De la cabeza del burgués emergió un débil vapor y del cráneo, por entre el cabello, rezumó luego cruda materia maternal, parecida a la cera de las velas; pero Duvailo no se desplomó, sino que se sentó sobre su hato casero.

—¡Mujer, envuélveme la garganta con un pañal! —dijo con impaciencia Zavín-Duvailo—. ¡Que se me escapa el alma entera por ahí!”

No es infrecuente que la voz narrativa —así, claro, nos la transmiten los traductores— presente los hechos con un enfoque extrañado, de fuerte indeterminación, como si no los comprendiese en su esencia y fuera necesario describir paso a paso, con términos inusuales, lo que ocurre, antes que resumirlo o glosarlo. Así, en vez de: “disparó al cráneo”, se lee: “alojó la bala de su revólver en el cráneo”. De igual modo, Platónov incorpora creencias del folclor ruso —como, en este caso, la de que el alma se aloja en la garganta— con un tono de aquiescencia, sin que se vean refutadas por el modo con que el narrador las consigna, ni por los gestos o decires de los demás personajes: la diégesis pareciera surgir de la percepción y el entramado de creencias de la propia materia narrativa.

Por eso, el extrañamiento advertido en Platónov no corresponde a un postulado surrealista o a una exploración del absurdo. Los traductores de La excavación al inglés, Robert Chandler y Olga Meerson, lo puntualizan: las obras de Platónov “casi no contienen un incidente o un diálogo que no se relacione directamente con un hecho o una publicación real de esos años. El enfoque de Platónov no está en un mundo de ensoñación privado sino en la realidad política e histórica —una realidad tan extraordinaria que parece increíble”.

El perfil satírico de Platónov tampoco se deja ver excluyentemente fundado. Por ejemplo: uno de los personajes de Chevengur tiene un fiel caballo al que ha dado el nombre de Fuerza Proletaria, y vive obsesionado —lo repite como una muletilla— con ir a Alemania a rescatar el cadáver de Rosa Luxemburgo. En otro punto, Chepurni, el líder de Chevengur, confiesa no haber leído nunca a Marx.

“Chepurni tomó en sus manos la obra de Carlos Marx y acarició las páginas atiborradas de letra impresa.

—¡Mira qué ha escrito este hombre! —dijo con pena Chepurni—. Y nosotros lo hemos hecho todo antes de leer nada. ¡Más le valdría no haber escrito!”

Los obreros y oficiales comunistas se presentan como personajes sencillos, convencidos de la validez y necesidad de su misión, enfocados estrictamente en cumplirla, a menudo ignorantes y supersticiosos o hasta fanáticos. Estos adjetivos, por supuesto, los pone uno mismo en tanto lector con una visión del mundo que se creería más compleja, menos “básica” y, sobre todo: escéptica. Ese choque entre lo que uno como lector adjetiva y lo que los personajes congruentemente ansían conseguir —la felicidad universal— estaría en el origen de una lectura satírica. Sin embargo, los personajes de Platónov se niegan a una mirada así de estrecha y reductiva. A pesar de lo extremo de sus acciones y lo utópico de sus pensamientos y expresiones, nunca pierden su tenor más vulnerable: pueden conocer estados de desazón vital en unos casos, de perplejidad y enojo en otros y, en los más trágicos, una melancolía paralizante. La clave está en esto: para ellos, el comunismo ha sustituido a la religión. Es mucho más que un sistema político y sí, por entero, un modo de percepción y de relación con el entorno y la existencia, que ha moldeado los filtros de su sensibilidad. De Safrónov, el obrero más activo en los círculos políticos en La excavación, se dice: en él “la ideología siempre se encontraba en medio de las pasiones de su vida cotidiana”.

En los casos más comunes, esta imbricación de la ideología y las pasiones no se ve libre de desajustes y desencuentros; por eso, hasta los más exaltados vacilan en algún momento. Y los casos más dramáticos son aquellos que, como el protagónico Vóschev en La excavación, no dejan de advertir que el comunismo exige la fusión en una colectividad que priva a todos de sus rasgos individuales y que intenta, sin lograrlo, anularle a los hechos su carácter indeterminado. La crisis surge porque la experiencia para ellos se resiste a la exigencia total de la ideología, y porque la vida sigue siendo incomprensible, un vertedero de dolor, desilusión y confusión. Retratar esos estados mentales —la puesta en duda, desde el interior de personajes que se querrían ejemplares en su compromiso ideológico, de todo lo que justificaba la existencia de la Unión Soviética— le costó a Platónov el ostracismo y la censura.

 

*Fotografía: Andréi Platónov (1899-1951)/ESPECIAL.

 

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