Marlowe y su polémica coautoría con Shakespeare
POR SANTIAGO GONZÁLEZ SOSA Y ÁVILA
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La Oxford University Press (OUP) anunció recientemente que reconoce al dramaturgo Christopher Marlowe como coautor de Henrique VI 1,2 y 3 de William Shakespeare, lo que para los marlovianos reivindica lo que han defendido desde hace siglos: Marlowe y el bardo de Avón fueron la misma persona.
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El anuncio, por otra parte, representa un golpe para el bando de los oxfordianos, de quienes aún se esperan declaraciones. Hasta hace unas semanas los partidarios de Edward de Vere, Earl de Oxford, constituían el grupo más fuerte entre los llamados “escépticos” de la autoría de Shakespeare, con todo y las tribus en las que se subdivide. Sin embargo, la noticia reciente con la que los marlovianos ganan terreno podría sacudir el campo de batalla en la que también juegan un papel los baconianos, derbiítas y demás grupos cuyo punto en común es dudar que Shakespeare escribió Shakespeare.
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Para muchos académicos los estudios forenses de atribución de escenas y de obras son importantes para entender la naturaleza de la escritura durante la época isabelina y de cómo a partir de nuevas conclusiones se transforma el fenómeno cultural llamado “Shakespeare”. Para otros resulta una obsesión comprobar la verdadera identidad del dramaturgo.
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Desde que se empezó a poner en duda la identidad e incluso existencia de Shakespeare, se han propuesto una serie de candidatos:
- a) El filósofo Francis Bacon, quien supuestamente reveló su identidad mediante códigos secretos hallados en el canon shakesperiano.
- b) Marlowe, quien habría fingido su muerte para escapar a acusaciones de ateísmo.
- c) No un individuo, sino un grupo de intelectuales obligados a ocultarse por el peligro que implicaba montar estas obras “altamente subversivas”.
- d) Earl de Oxford, quien usó al Shakespeare real como prestanombres por temor al “qué dirán” de un aristócrata que se rebajaba a publicar su poesía, un supuesto estigma de la época.
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Entre los partidarios de Earl de Oxford existen diferentes grupos, mientras que algunos proponen que el motivo principal de Oxford era ocultar que él y la reina Isabel eran amantes y padres del Earl de Southampton[1], otra vertiente sostiene que Oxford tuvo que haber sido bastardo y amante de Isabel, es decir, simultáneamente padre y medio hermano de Southampton. Es en estos detalles en los que, por temor a que su hipótesis caiga en lo ridículo, hasta los oxfordianos se separan.
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Dicho lo anterior, cabe aclarar qué nos dice la versión oficial. Con base en documentos, testimonios, y el sentido común, podemos asegurar que: William Shakespeare fue el hijo de un guantero analfabeta. Nació en Stratford-upon Avon, aprendió a leer durante su infancia, se casó y tuvo tres hijos. Llegó a vivir de la incipiente industria del entretenimiento donde actuaba, escribía y convivía con actores y otros dramaturgos de la escena londinense. Se convirtió en accionista de su propia compañía de teatro y también en prestamista que ocasionalmente utilizaba la ley para perseguir a los deudores. Se jubiló y se marchó a Stratford a vivir sus últimos años. Con el dinero que ganó durante su vida logró comprar el título de Sir. Murió a los 52 años en 1616 y 7 años después sus amigos publicaron un volumen de sus obras completas en lo que hoy se conoce como el Primer Folio, una señal clara de cuánto lo estimaban sus propios conocidos —colegas, amigos y público en general.
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Si, en cambio, uno deseara buscar la evidencia que sostiene cualquiera de las hipótesis alternativas se toparía con que ésta no existe. O bien se reducen a conjeturas predeterminadas (“un pueblerino burgués no pudo haber escrito esas obras. No era aristócrata; carecía de la educación, conocimientos, no había viajado a Italia, Francia, etc”); o bien se cita a “escépticos” célebres que actúan como autoridad en el tema.
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Mark Twain, por ejemplo se decidió por Francis Bacon y, sí, Twain fue un hombre honorable. Pero Twain también creía que la reina Isabel había sido un hombre en disfraz; que de niña la verdadera heredera había muerto, y su institutriz, por temor a despertar la ira del Enrique VIII, la había sustituido con uno de sus amiguitos. ¿De qué otra forma—pensaba Twain— se explican los logros de la reina en un juego tan varonil?
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Sigmund Freud era un oxfordiano empedernido. Al ver el famoso cuadro de Shakespeare en la galería nacional de retratos en Londres, Freud determinó que el rostro presentaba facciones claramente latinas —más aún— francesas… como “de Vere”. Concluyó, así, que el nombre “Shakespeare” era una versión anglicanizada de “Jacques Pierre”.
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Si algo de lo anterior suena disparatado es porque lo es. Contrario a lo que se ha difundido en la cultura popular, los especialistas en Shakespeare no debaten la existencia, autoría o incluso identidad del dramaturgo. Tampoco le dedican tiempo a estas teorías de conspiración salvo para decir que no le dedicarán tiempo a estas teorías de conspiración. Cualquiera que se acerque a la información sobre el tema estaría de acuerdo; la “evidencia stratfordiana” es simplemente abrumadora.
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Las propuestas alternativas usualmente están basadas en ideas anacrónicas, y sobre todo en un profundo desconocimiento de lo que significaba vivir y escribir en la Inglaterra del Renacimiento. Muchas de estas ideas surgen a su vez de la premisa de que el catálogo de Shakespeare es— debe ser— de carácter autobiográfico, que expresa su propia opinión a través de sus personajes o poemas. Pero la autobiografía y la autoficción no son conceptos que ni Shakespeare ni sus contemporáneos manejaban, por lo que no tiene sentido emprender una búsqueda del verdadero autor mediante su obra.
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Otra fuente de malentendidos es la pleitesía que se le rinde a Shakespeare. Pero, como nos ha recordado la Oxford University Press, cada vez aparece más evidencia de que las obras tanto de él como de sus contemporáneos, se trataron de una labor colaborativa (se discuten sólo los niveles de las colaboraciones y las obras y escenas en que se dan).
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Por lo cual, es de admitir el haber reconocido los ecos de Marlowe en algunos pasajes, así como detectar que “un grupo” de escritores habían colaborado con Shakespeare, pues estas ideas se adelantan de forma impresionante a los estudios recientes. Sin embargo, las conclusiones de los escépticos son llevadas a lo absurdo: ¿muertes fingidas, identidades y códigos secretos, incesto en la corte…?
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Para poner esta cuestión en perspectiva cabe hacer una comparación con uno de los talentos más recientes de Inglaterra. Imaginen, pues, que dentro de 400 años cuando se hable de la obra de McCartney, se popularice también la teoría de que el verdadero Paul murió en 1966 y que a partir de ahí el que aparecía en películas, entrevistas y discos era su doble; que los Beatles restantes, incapaces de lidiar con el secreto, fueron dejando pistas en canciones y cubiertas de discos sobre la muerte de su amigo.
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Ahora imaginen que esta teoría se convierta en una verdad universalmente reconocida en la cultura general; que se escriban libros y filmen películas llenas de errores factuales, que se abran asociaciones dedicadas a defender al Paul real, que surjan otras teorías sobre la verdadera identidad de McCartney; que una de estas teorías sugiera que los Beatles siempre se han tratado de una coartada para Carlos, príncipe de Gales, quien sostenía una relación incestuosa con Isabel II; que se lleve a cabo un simulacro de un juicio frente a la Suprema Corte de EEUU, donde los liverpulianos defendieran con documentos, testimonios y estudios que los Beatles fueron 4 jóvenes de Liverpool; y en cambio, los escépticos, en vez de presentar pruebas, se conformaran con preguntar: ¿cómo pudieron haber compuesto canciones tan cautivadoras y de tal complejidad y sofisticación cuatro gandules ingleses de la clase media provinciana, sin preparación musical académica?
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[1] Henry Wriothesley, el Earl de Southampton es a quien están dedicados los poemas de Shakespeare Venus y Adonis y El rapto de Lucrecia. También se ha sugerido que es el “Mr. WH” de la edición de los sonetos de Shakespeare.
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FOTO: “Cada vez aparece más evidencia de que las obras tanto de él como de sus contemporáneos, se trataron de una labor colaborativa”. En la imagen, el dramaturgo Christopher Marlowe, coautor y coetáneo de William Shakespeare. / Especial
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