Pioneras en la ciencia

Mar 5 • Conexiones, destacamos, principales • 4401 Views • No hay comentarios en Pioneras en la ciencia

POR BERENICE GONZÁLEZ DURAND

 

Eran tan numerosas que nadie las veía. Las lemnáceas, una sucesión de gránulos verdes que recubren las superficies acuáticas como si se tratara de un discreto tapiz de formas vivas, describen a un conjunto de especies de plantas comúnmente conocidas como lentejas de agua. Estos organismos característicos del Valle de México se convirtieron en uno de los primeros focos de estudio de la investigadora y pilar de la botánica contemporánea Hellia Bravo Hollis. Hace casi un siglo esta mujer  ingresaba a la carrera de biología, el preámbulo que la llevaría a realizar durante más de 60 años estudios taxonómicos en un constante homenaje al verde que todos veían atravesando montañas y desiertos, pero que sólo ella se atrevió a desmenuzar cuidadosamente. Sus estudios florísticos y ecológicos en los Valles del Mezquital, así como sobre las cactáceas en México, permanecen como clásicos de la botánica mundial; mientras su nombre sigue haciendo eco en los numerosos grupos de plantas que clasificó y en las instituciones que surgieron gracias a su iniciativa, como el  Jardín Botánico de la UNAM.

 

La palabra pionera no es fácil de llevar a cuestas, demasiados reflectores para mujeres que sin mayor explicación desafiaron el impulso de una época para hacer lo que les gustaba. Silvia Torres- Peimbert, reconocida por ser una de las primeras mujeres en ejercer la astronomía en nuestro país, señala, con incomodidad evidente, que en realidad no fue tan pionera aunque reconoce que cuando inició en este campo de la ciencia en nuestro país había pocas mujeres, aunque también pocos hombres, trabajando en él. “La astronomía es una ciencia para apasionarse, pero como todas las ciencias, muy demandante. Quizá dos de los momentos más emocionantes de mi trabajo fue cuando realicé mi primera publicación y cuando obtuve mi doctorado”, señala. Este último acontecimiento la convirtió en la primera mujer mexicana que obtuvo el mayor grado en astronomía, pero aclara que la primera astrónoma en nuestro país fue Paris Pishmish, nacida en Turquía y quien llegó a México en 1942 para formar a toda una generación de astrofísicos.

 

Torres-Peimbert, investigadora emérita del Instituto de Astronomía (IA) de la UNAM sigue a su manera el impulso de las mujeres que dejan huella en la astronomía mexicana: fue elegida  presidenta de la Unión Astronómica Internacional para el periodo 2015-2018. Su función, explica, es organizar algunos de los eventos y tareas que tiene este organismo, entre los que se encuentran nombrar algunos objetos en el cosmos o la orografía de distintos cuerpos planetarios, hasta asignar la nomenclatura de las estrellas variables, como son conocidas las que experimentan una variación en su brillo a lo largo del tiempo. “El unificar nomenclatura y unidades se hace para que todos hablemos un idioma científico mediante el cual nos podamos comunicar”, señala y agrega que una de las tareas más legendarias para establecer un lenguaje común fue definir los husos horarios de la Tierra ante la llegada de los primeros sistemas de comunicación, como el telégrafo.

 

Entre los miembros del Sistema Nacional de Investigadores de nuestro país, sólo 36% son mujeres, mientras que su presencia en la Academia Mexicana de las Ciencias es del 28%, según datos de las mismas dependencias. Para la doctora Norma Blazquez Graf, directora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH) de la UNAM, durante el periodo 2012-2016, y especialista en estudios de género, uno de los primeros mecanismos históricos que se convirtió en una limitante para la participación de las mujeres en la ciencia fue el acceso a la educación superior, la plataforma para dedicarse a la investigación y generar al mismo tiempo más conocimiento. Sin embargo, en nuestra historia más añeja destacan las historias de mujeres que buscaron, en contra de toda mesura, cruzar con precisión la línea de las prohibiciones. Tal es el caso de Matilde Petra Montoya Lafragua, la primera mujer en graduarse como médica y quien desató una campaña en su contra que incluso, según crónicas de la época, puso en peligro su vida al atreverse a pedir una inscripción en la Escuela Nacional de Medicina.

 

Una brecha que no cierra

 

Si bien es cierto que se ha avanzado desde la época en que Matilde Montoya tuvo que solicitar el apoyo del presidente Porfirio Díaz para continuar con sus ambiciones, la brecha de género sigue abierta por mecanismos reconocidos pero difíciles de superar. La doctora Blazquez señala que en el caso de la medicina, aunque las mujeres han aumentado en gran número en su matrícula, pues conforman alrededor del 60% de su población total, tradicionalmente no se acepta que las mujeres tengan puestos de decisión. “Este es un caso interesante porque en investigación las candidatas al nivel I del SNI están al 50%, pero en el nivel II hay un bajón al 20% y en el III casi no hay mujeres que se desempeñen en  el área de salud”.

 

Para la especialista esto tiene diferentes lecturas:  que las investigadoras no entran al Sistema porque no hay interés en la evaluación o que los mecanismos dentro del mismo son poco visibles o generados dentro de un ambiente hostil para su incorporación. “Sigue habiendo ciertas barreras invisibles porque si bien no está prohibido estudiar o generar ciencia, institucionalmente tampoco ha habido suficientes programas que apoyen a las mujeres de manera particular para que tengan más libre acceso a estas oportunidades”. Para Blazquez la triple jornada sigue siendo un limitante, pues se han generado sistemas de estímulo y reconocimiento para mejorar la calidad de los investigadores que sin embargo son poco realistas para mujeres que en la suma de responsabilidades no tienen la misma movilidad que los hombres para hacer sus estancias o las mismas redes y horarios para discutir y generar política científica que haga visibles sus puntos de vista, lo que repercute también en tener menores becas, presupuestos y cargos.

 

Sin embargo Blazquez es optimista porque considera que a pesar de las limitantes cada vez hay más gente con sensibilidad de género a cargo de las instituciones que apoyan a la ciencia como el caso de Conacyt o la Academia Mexicana de las Ciencias (AMC), así como reflejados en los microcosmos particulares, en las nuevas generaciones de mujeres que están provocando una conciliación de responsabilidades compartidas en su cotidianidad que finalmente les dan más oportunidades en su desarrollo profesional. Es así como la sensibilidad de género se fomenta por varios frentes, desde estimular el debate en pos de la reflexión hasta el simple hecho de darle visibilidad a las historias.

 

Precisamente Blazquez forma parte de la Red Mexicana de Ciencia, Tecnología y Género (Red MEXCITEG), fundada en 2012 durante el Foro Nacional de Análisis y Propuestas con perspectiva de Género sobre los Sistemas de Estímulo y Reconocimiento de las Instituciones de Educación Superior, con la idea de estimular el intercambio de experiencias y habilidades para subrayar de manera tripartita el tema de ciencia, tecnología y género. “Esta red está impulsando grupos de trabajo en diferentes estados de la República que están trabajando el tema y donde también se está haciendo este recuento histórico de quiénes son las científicas que se han convertido en referencia obligada en cada una de nuestras universidades, una labor que no se había hecho”, señala la investigadora.

 

Blazquez también explica que en el caso de la UNAM se escogieron a las primeras investigadoras que estudiaron en las décadas de los cincuenta, una generación que en su gran mayoría sigue activa en su labor científica. “Muchas de ellas eran hijas de extranjeros,  sus familias eran de un pensamiento más progresista y las apoyaron a estudiar carreras ‘no tradicionales’ y además ejercieron y formaron parejas con otros académicos con todo el soporte de la familia. Algunos ejemplos de estas mujeres son María Esther Ortiz Salazar, especialista en física nuclear y que también fue una de las primeras mujeres que participó en la junta de gobierno de la UNAM”, señala la especialista sobre esta científica que se apasionó con las matemáticas desde que su papá, un agrónomo, le enseñó las numerosas virtudes de la raíz cuadrada, alejándola de inmediato de los estudios “apropiados para señoritas”. Otra figura fundamental en el área de física nuclear es la veracruzana  Alejandra Jáidar Matalobos, cuyo nombre le da vida a un Premio Nacional de divulgación creado el año pasado y quien fuera reconocida por su intensa labor en la divulgación científica, así como por su participación en el proyecto Van der Graaf, el primer gran acelerador de partículas en Latinoamérica.

 

Historias que hacen historia

 

Es así que van surgiendo los nombres e historias de mujeres que se han vuelto pioneras en las diferentes áreas de la ciencia bajo diferentes estandartes, como el caso de la química Norah Barba, quien ha sido reconocida no sólo por su investigación en química inorgánica y bioinorgánica, sino por el ejercicio docente en asignaturas de corte científico. Por otra parte, en un área poco conocida y reconocida en el estudio de la ciencia, la geografía, destaca la labor de la doctora María Teresa Gutiérrez MacGregor quien fue pionera en la realización de mapas para el estudio de la distribución del desarrollo poblacional en México durante los años setenta, y después de ser directora en dos ocasiones del Instituto de Geografía de la UNAM, hoy se mantiene como investigadora emérita en el mismo. También está el caso de la multigalardonada Ana María López Colomé, quien recibiera el premio el Premio Internacional L’Oréal-UNESCO para mujeres de ciencia en 2002 por su fascinación por el estudio de las células que la ha convertido en una referencia mundial en el estudio del epitelio de la retina. Cuatro años después, este mismo premio lo recibió la doctora María Esther Orozco, cuyos estudios sobre biología y genética molecular de organismos como la amiba también la han hecho acreedora a reconocimientos como la medalla Louis Pasteur.

 

Para la Doctora Rosaura Ruiz Gutiérrez, directora de la Facultad de Ciencias y excandidata para la rectoría de la UNAM, existen muchas mujeres que tienen un trabajo científico digno de reconocerse, pero una pionera histórica por excelencia es Sor Juana Inés de la Cruz, la reconocida poeta quien también detonó, mediante el trabajo científico, su espíritu de experimentación y conocimiento, sobre todo en áreas como física y matemáticas. “Hay una historia de rezago en el papel de las mujeres en general  en las actividades del país. ¿Cuándo se ganó el voto en México? Hemos ido avanzando e incorporándonos y todavía seguimos escuchando los nombres de la primera  mujer que hace esto o aquello, sin embargo en pleno siglo XXI no hay, por ejemplo, una primera presidenta de la Academia de Medicina”. Para Ruiz, quien fuera presidenta de la Academia Mexicana de Ciencias, esto es producto del rezago histórico preservado a través de ideas muy machistas, donde se piensa en la inferioridad de las mujeres para relegarlas a determinados cargos, aunque en el lenguaje de lo políticamente correcto esto no se vuelva evidente.

 

Para Ruiz es muy importante que las mujeres busquen tener una mejor representación en las actividades científicas viviendo sus características fundamentales. “Tenemos que aceptar que una mujer que se embaraza y amamanta tiene rezagos en su carrera académica y esto hay que tomarlo en cuenta en las evaluaciones y en las decisiones de premios que apoyan sus carreras. Las mujeres somos las que en las primeras etapas de desarrollo de los niños estamos con ellos. Esas necesidades se tienen que tomar en cuenta y buscar que haya condiciones para que las mujeres se desarrollen”. En este sentido, señala que la AMC hizo un cambio en las edades para recibir los premios, pues se dieron tres años de ventaja a las mujeres. “Los hombres reciben el premio hasta los 40 y las mujeres hasta los 43, tres años significativos durante su etapa reproductiva”. Para la bióloga paulatinamente tiene que haber políticas en las universidades y en todas las instituciones de nivel superior que favorezcan el ingreso de mujeres, como programas para apoyo exclusivo y plazas para que sean contratadas en áreas donde aún están poco representadas, como en la mayoría de las ingenierías, donde hay una representación femenina de alrededor del 20%.

 

Por su parte, la doctora Torres-Peimbert concluye diciendo que hay muchos jóvenes, hombres y mujeres que se están formando actualmente y que se requieren empleos dignos para ellos. “Mucha de la investigación está en las universidades públicas, por eso es muy importante que estén bien atendidas y que hagan eco en buenos empleos donde los jóvenes puedan desarrollar su talento. Estoy por la equidad de género y porque nuestro país se comprometa con ella y también sea capaz de brindar oportunidades para que se le apueste a la ciencia, que ciertamente cuesta mucho, pero cuesta más no educar”.

 

*FOTO: “Estoy por la equidad de género y porque nuestro país se comprometa con ella”. En la imagen Silvia Torres- Peimbert, investigadora emérita del Instituto de Astronomía (IA) de la UNAM/ Especial.

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