“Ser periodista es una lección de humildad”

Sep 19 • Conexiones, destacamos, principales • 7774 Views • No hay comentarios en “Ser periodista es una lección de humildad”

POR VICENTE ALFONSO
@vicente_alfonso

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Entrevista a Elena Poniatowska

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“En México no se necesitan novelistas. Con retratar la realidad de nuestro país, con tener grandes cronistas como Juan Villoro, como Fabrizio Mejía Madrid, como Héctor Aguilar Camín cuando hizo La frontera nómada… hay una lista enorme de cronistas extraordinarios”, responde Elena Poniatowska cuando le pregunto qué opina de que, a fines del siglo diecinueve, Manuel Gutiérrez Nájera auguraba la desaparición de los cronistas.

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“Al contrario, con todo lo que admiro a Gutiérrez Nájera, creo que no visualizó que en nuestro país los cronistas iban a ser mucho más importantes porque la realidad supera a la ficción. Carlos Monsiváis, que es uno de los grandes, no necesitó hacer una novela en toda su vida porque sus crónicas del terremoto y del 68 son superiores a cualquier realidad”, añade.

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Esta doble evocación -del movimiento estudiantil y del terremoto- no es casual: estamos en Tlatelolco, a unos pasos de la plaza de las tres culturas donde, en la tarde del dos de octubre de 1968, elementos del Ejército dispararon contra una manifestación de jóvenes. Apenas se enteró de lo ocurrido, la periodista, que entonces tenía 36 años, vino a recolectar testimonios para escribir el volumen de crónicas La noche de Tlatelolco, libro esencial para la literatura mexicana: “el tres de octubre, a las siete de la mañana, después de amamantar a Felipe nacido cuatro meses antes, fui a la plaza de las tres culturas, cubierta por una especie de neblina ¿o eran cenizas? Dos tanques de guerra hacían guardia frente al edificio Nuevo León. Ni luz, ni agua, sólo vidrios rotos. Vi los zapatos tirados en las zanjas entre los restos prehispánicos, las puertas de los elevadores perforadas por ráfagas de ametralladora, las ventanas estrelladas, todos los comercios cerrados”, recuerda la autora en el prólogo a la edición conmemorativa del que, con más de sesenta y cinco reimpresiones, es quizá el libro mexicano más reeditado de las últimas décadas.

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Estamos en Tlatelolco, a unos pasos de la plaza de las tres culturas, la misma que el 19 de septiembre de 1985 habría de convertirse otra vez en “un campo de batalla, en el cual se han improvisado tiendas de campaña donde familias incompletas comparten la desgracia con sus vecinos”. También entonces Elena Poniatowska vino a Tlatelolco grabadora en mano a documentar otro capítulo de nuestra memoria colectiva. Así nació Nada, Nadie. Las voces del temblor. Literatura sin ficción, este libro de crónicas incluye testimonios como el de Chelito Romo, quien a pesar de haber perdido a su familia cuando se vino abajo el edificio Nuevo León, trabajó durante muchos días como voluntaria ayudando en las labores de rescate.

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Hoy Poniatowska regresa a Tlatelolco para participar en el Encuentro Internacional de Periodismo con que EL UNIVERSAL arranca los festejos por sus primeros cien años. El encuentro reúne a algunos entre los más lúcidos pensadores de nuestra lengua para reflexionar y debatir temas que, en pleno siglo XXI, son centrales para el ejercicio periodístico. Durante el encuentro, Poniatowska escucha atenta las intervenciones de los demás participantes y toma notas en su libreta. En los recesos, decenas de asistentes se le acercan para pedirle dedicatorias, para tomarse fotos, para comentarle cuántas veces han releído La noche de Tlatelolco, De noche vienes, El tren pasa primero.

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De todo como en Tlapalería

Inevitable preguntarle por sus inicios en el periodismo, que se remontan a los años cincuenta: “Como era mujer me mandaron a la sección de sociales. Siempre sientes que te refundan automáticamente en sociales, sección que ya no es tan fuerte ahora, pero en Excélsior, cuando yo entré, esa sección era importantísima, era para que los políticos y los banqueros encontraran un marido para sus hijas casaderas”, ironiza, y aprovecha para recordar que, aunque “siempre había manera de barrer a las mujeres fuera”, no son pocas las que abrieron brecha en el periodismo o en la literatura como Magdalena Mondragón y Nellie Campobello.

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Ya en 1959, cuando era todavía una chamaquita de 25 años, Poniatowska visitaba el Palacio Negro de Lecumberri para entrevistar a los huelguistas ferrocarrileros que ese año, encabezados por Demetrio Vallejo, paralizaron el país. Fue también en aquella época cuando comenzó a hacer una entrevista diaria a personalidades del espectáculo, de la cultura y de la política: de Cantinflas a Julio Cortázar pasando por la rumbera Yolanda Montes, Tongolele.

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En una de esas entrevistas aparece el germen de la vocación literaria de doña Elena: en 1963, Oscar Lewis le dijo que “en lugar de tratar de imaginarse escenas realistas, los escritores debían acercarse a la realidad del pueblo mexicano”. Le pregunto si esa conversación influyó en los temas y las técnicas con los que después ella escribiría sus libros: “Claro que me impresionó lo de Lewis. Tenía toda la razón. Carlos Fuentes decía que Los Hijos de Sánchez era un gran libro, que causó un escozor terrible y fue atacado por la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, con gente mediocre a la cabeza. Decían que denigraba a México. Lo que Lewis hacía era oír a la gente, retratarla. Además la gente confiaba muchísimo en él porque lo creían médico, le decían el doctorcito porque era doctor en Antropología”.

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Para la joven Elena, aquellas excursiones al lado amargo de la realidad fueron una forma de acercarse al país: “Por conveniencia quise ir hacia lo que no conocía, porque yo vengo de una situación de privilegio, y para mí lo que sucede en ese entorno es más o menos previsible, pues hay muy pocas gentes totalmente originales. Ese otro mundo en cambio me dejó deslumbrada, y sí me metí fue porque me dejó entrar, yo creo que por chaparrita, porque me puedo meter como un ratón por donde quiera, no me ven y luego me tienen confianza, no dicen ´ay, esta vieja, qué me quiere sacar´”.

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“El arte de escribir implica dominar antes el arte de oír” escribió Octavio Paz en un artículo respecto a Elena Poniatowska, y continúa: “Lo mismo en sus reportajes que en sus obras de ficción, su lenguaje está más cerca de la tradición oral que de la escrita. En La noche de Tlatelolco pone al servicio de la historia su admirable capacidad para oír y reproducir el habla de los otros”. En efecto, el oído es una de las principales herramientas de Elena Poniatowska, quien toda su vida ha procurado hacer eco de las otras voces que suenan en el país: lo mismo en “Tlapalería”, cuento armado sólo con diálogos, que en la crónica “El último guajolote”, que comienza con un grito impensable en otras plumas: “¡Mercaráaaaaaan chichicuilotitos vivos! ¡Mercaráaaaaaan chichicuilotitos cocidos!”.

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Una lección de humildad

En una entrevista publicada en 1971 en la Revista de la Universidad, Poniatowska confesó que hacía periodismo para no enfrentarse a sus proyectos de novela. Casi medio siglo después, queda claro que del oficio sacó historias y herramientas para hacer las novelas que le han valido premios como el Rómulo Gallegos 2007 y el Cervantes de Literatura 2013: “Sí, ha sido una escuela para mí. Yo le debo todo al periodismo, para mí ha sido una escuela extraordinaria. Se dice que el escritor por un lado y el periodista por el otro, pero yo sin el periodismo simplemente no existo. Hay un maltrato al periodista, sí, pero te sirve mucho ser periodista porque es una lección de humildad: te hacen esperar, a veces ni siquiera la persona a la que quieres entrevistar es la que te pone las trabas, pero todo el entorno te lo pone… tú dices, pos me espero, me quedo sin comer, haces más antesalas que nada y no sabes ni siquiera si te van a recibir. Yo creo que eso te sirve mucho a la larga, sí te enseña la modestia cuando dices así es y lo acepto”.

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La escritora recuerda que uno de los personajes que más trabas le puso fue una mujer “que caminaba jorobada, pegada a la pared, doblada sobre sí misma” a quien conoció en 1964 y que habría de convertirse en la protagonista de su primera novela, Hasta no verte Jesús mío. Se trata una vez más de un libro que se ubica entre el periodismo narrativo y la novela sin ficción: “Esa novela es un homenaje a una mujer de veras que se llama Josefina Bórquez. El libro surge de una serie de conversaciones una tras otra con esta mujer que es una soldadera extraordinaria”.

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No fue fácil para Poniatowska convencer a Josefina Bórquez de que le contara sus memorias. Durante años la reportera visitó a Josefina cada miércoles por la tarde en su cuarto de vecindad de Morazán y Ferrocarril-Cintura, muy cerca del Palacio Negro de Lecumberri. Para ponerla a prueba, Bórquez la ponía a sacar a las gallinas a asolear y a tallar overoles tiesos de tanta grasa mientras le decía ¡Cómo se ve que es usted una rota, una catrina de esas que no sirven para nada!

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“Me ponía a prueba… pero una vez que no llegué, sentí el amor. Sentí el amor enojado, pero sentí el amor. Tú tienes que haber pasado por eso, una vez con una novia que te reclama y tú sabes que lo hace porque le importas. En la novela le cambié el nombre a Jesusa Palancares. No debí de haberle hecho caso, debí haber conservado su nombre”.

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Una profesión que no es para egoístas

Durante el diálogo que sostuvo con la novelista brasileña Nélida Piñon en el encuentro, Poniatowska evocó a tres figuras emblemáticas del periodismo cultural en México: José Emilio Pacheco, Rosario Castellanos y Carlos Monsiváis. Recordó también al periodista polaco Ryszard Kapuscinski, considerado un creador de altura por los más grandes escritores de su época, e invitó a los muchachos presentes a leer Ébano, colección de crónicas sobre África que, a juicio de Salman Rushdie, es el mayor logro del gran reportero, quien decía que “una mala persona nunca puede ser un buen periodista” y que “nos dejó el ejemplo de un periodista de vuelta de todo y al servicio de todos. Decía que la nuestra no es una profesión para egoístas”. Mencionó también, como libros forjados desde el periodismo, Los ejércitos de la noche, de Norman Mailer, A Sangre fría de Truman Capote y la obra entera de Tom Wolfe, considerado el padre del Nuevo periodismo.

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Antes de que comience la siguiente mesa, le pregunto si está consciente de que críticos como José Joaquín Blanco consideran que La noche de Tlatelolco es “una de las más formidables construcciones de la cultura mexicana contemporánea” y una de las obras mejor logradas del Nuevo periodismo. Le pregunto si se asume como una autora de esa corriente. Poniatowska escucha mientras firma un leído y releído ejemplar de La noche de Tlatelolco que un joven estudiante ha puesto entre sus manos, y concluye: “Yo no me asumo como nada, sólo sé que las cosas cuestan mucho trabajo”.

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*FOTO: En La noche de Tlatelolco y Nada, Nadie. Las voces del temblor, Elena Poniatowska hurgó en los testimonios de los habitantes de esa zona de la ciudad de México para contar dos de los episodios más significativos de la historia reciente del país/Iván Stephens/EL UNIVERSAL.

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