Una novela de superación personal

Nov 30 • Lecturas, Miradas • 16838 Views • No hay comentarios en Una novela de superación personal

POR GUILLERMO ESPINOSA ESTRADA

 

Es difícil no desilusionarse ante un volumen que luce un cintillo con la siguiente leyenda: “Una primera novela que sacude el panorama narrativo en lengua española”, frase que da pie a una de Vargas Llosa: “Un escritor perfectamente dueño de sus medios expresivos, que sabe concentrase en lo esencial, que es siempre contar una historia bien contada”. Las solapas insisten —una novela “que ha generado una expectativa completamente inusual”—, pero después sólo habla el texto: 507 páginas que defraudan las promesas del departamento de ventas. Y es que Jeremías Gamboa ha firmado, en el mejor de los casos, un libro ligero, convencional, predecible y asombrosamente complaciente.

 

Contarlo todo narra la vida de Gabriel Lisboa, un joven limeño que un día descubre la literatura. Es una suerte de relato de formación que va del día en que Lisboa redacta su primer artículo —a los 19 años— hasta que empieza a escribir, una década más tarde, la novela que estamos leyendo. En medio: amigos delirantes, aventuras amorosas, heroicos sacrificios y algunos pocos fracasos. Nadie puede escatimarle a Gamboa su amenidad: tiene momentos francamente divertidos y recrea con encanto la educación sentimental del sujeto intelectual hispanoamericano. En sus páginas podemos recordar con nostalgia lecturas iniciáticas, el debut en la escritura, el primer taller literario y demás lugares comunes porque el autor captura con eficacia la ingenuidad juvenil —y porque la historia de todo aspirante a escritor en nuestros países es muy parecida—. Pero a diferencia de otros Bildungsromane, cuya finalidad es explorar la crisis de su personaje con el mundo, ésta de Gamboa busca siempre una reconciliación que no deja de ser pusilánime.

 

Lisboa es un hombre muy pobre que ha tenido una existencia difícil. Sus padres lo abandonaron, su educación corrió a cargo de sus tíos —un mesero y un ama de casa que aprendieron castellano a una edad avanzada— y todos viven en una zona marginal de Lima. A pesar de lo anterior, y de que el protagonista trabaja como periodista durante la dictadura de Fujimori, la novela no hace frente a ningún conflicto social o político. Esta desconcertante miopía ante su propia circunstancia se justifica cuando el personaje insiste en que sólo tiene una historia que contar, la de cómo llegó a convertirse en novelista. Entonces el libro se convierte en la lista de sus éxitos —la obtención de una beca universitaria, el rápido ascenso en sus trabajos, el noviazgo con una señorita de sociedad, la tenacidad con que persigue su vocación—, mientras el lector contempla cómo desperdicia historias más interesantes: dónde está su padre, por qué lo abandonó su madre, cómo fue su vida antes de ser acogido por esta familia. Paradójicamente, Contarlo todo escapa del pasado —la marginalidad, la exclusión, el racismo— para conquistar el futuro. Esto significa subir en la escala estamental y poder insertarse productivamente en esa misma sociedad clasista que lo ningunea. No hay una tentativa por transformar el modus operandi de la comunidad, ni siquiera hay una actitud crítica que fustigue los mecanismos a través de los cuales este sistema excluye. Todo lo contrario, Gamboa se rinde mansamente ante la idea de que la literatura es una mercancía que, bien administrada, hará realidad los anhelos arribistas de su personaje.

 

Lo que se revela tras una lectura cuidadosa de Contarlo todo es que se trata de una novela de superación personal. Y no me refiero al tipo de autoayuda que releo —Séneca, Boecio, Sarasa—; su veta es más bien del tipo: tú puedes lograr lo que te propongas. Y lo sorprendente es la clase de mejoramiento que desea Lisboa, o la forma en que entiende la superación en sí. La novela está enmarcada entre dos sueños altamente simbólicos: en el primero Lisboa imagina que no tiene cara, en el último intenta calzarse, como si fuera una máscara, el rostro de su mejor amigo. La novela transcurre, entonces, entre estos dos puntos: de no querer ser él a querer ser Santiago, un muchacho educado en instituciones privadas que sabe idiomas, es de clase media alta y que, a diferencia de Lisboa, no se parece a “esos niños que hay en las calles pidiendo propinas en los autos”. Lo que cuenta Contarlo todo es la manera en que un “cholo” puede llegar a ser “pituco” o, para ponerlo en buen mexicano, el personaje de Gamboa se “blanquea” progresivamente. Por eso justo a la mitad de su transformación se le describe como “un tipo mestizo, por ratos algo blanco, por ratos algo indio, no sé, un tipo que es como varios a la vez y oscila, como los camaleones”.

 

Lucien Goldmann dice que toda novela moderna tiene un héroe problemático que busca valores auténticos en un ambiente degradado. Como en este mundo nos resulta imposible acceder a la verdad o a la trascendencia, el final suele ser el fracaso. En el caso de Contarlo todo estaríamos ante una “novela no auténtica” —siguiendo la nomenclatura de Goldmann— porque el héroe es bastante exitoso y sus valores están pervertidos: quiere ascender en la pirámide social en una Lima bastante idealizada. La conclusión inevitable es: si toda novela moderna es un alegato en contra del liberalismo económico, toda novela “no auténtica” lo acepta y replica gustosa las leyes y los valores del mercado. En este sentido la novela de Gamboa es muy coherente. No dudo que con su vistoso cintillo, y con el espaldarazo de un premio Nobel, la editorial pueda vender muchos ejemplares.

 

 

*Fotografía: Jeremías Gamboa, Contarlo todo, Mondadori, México, 2013, 507 pp.

 

 

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