‘El alma habita en el cuerpo como la luz el aire’

Ago 22 • Conexiones, destacamos, principales • 3244 Views • No hay comentarios en ‘El alma habita en el cuerpo como la luz el aire’

 

Entrevista con Francisco Segovia

 

POR JAIMEDUARDO GARCÍA 

 

El poeta Francisco Segovia es una especie de trotamundos sonoro que ha navegado en dos afluentes: la música y la poesía. Hace años abrevó del ritmo y la sonoridad del son jarocho, estuvo cerca en los inicios de la agrupación Mono Blanco, tocó la jarana y descubrió que en las décimas y la espontaneidad de éstas la poesía es más que la conjunción de palabras para expresar y describir con metáforas un mundo agazapado. Con los años reconoce que su poesía se ha vuelto cada vez más sonora, sin dejar de ser visual. Es un balance que hace al hablar de su más reciente entrega Aire común (2015), “que no es una antología sino una reunión de libros”, un recorrido que abarca de 1994 hasta la actualidad.

 

El aire es un elemento de la naturaleza que le interesa a Francisco Segovia (ciudad de México, 1958), “por la transparencia y la ocupación del otro”, y lo demuestra, entre otros, en su poema “Aspersión”: A ráfagas/ a ti te habita ahora/ un aire invulnerable. Para el poeta el aire es más que alimento, es una fuerza invisible a la que no damos mucha importancia.

 

“El aire es el medio en el cual vivimos. Los filósofos presocráticos decían, y también los médicos, canjeamos aire. Puesto en términos cursis se puede decir: ‘me bebo tu aliento’. En ese sentido no es un alimento, se recoge el oxígeno de ahí pero el aire entra y sale; es un fluido como el agua, en el aire nadan los pájaros o en el agua vuelan los peces”.

 

“Hay un libro de Juan Ramón Jiménez que se llama Animal de fondo donde escribió: ‘Soy animal de fondo, de aire’, lo considera como un océano, y en el fondo vivimos los hombres, que ni nadamos ni volamos, somos rastreros. Eso me interesa. Cuando era niño vi la llegada del hombre a la luna. Los astronautas estaban parados en el suelo lunar, les daba el sol y se veía la superficie densamente blanca y brillante, pero el cielo intensamente negro, porque no hay atmósfera. El día es aire iluminado, iridiscente, ocupado por la luz que habita el aire, a eso le llamamos día”.

 

“He visto esa imagen en otros escritores y poetas, lo he encontrado en Plinio, filósofo en realidad, él decía que el alma habita en el cuerpo como la luz en el aire. Me pareció muy bonito, también como una manera de decir así nos habitan los otros, la memoria, el amor; es la habitación mutua y el intercambio de aire.”

 

La naturaleza y sus consecuencias son un punto de partida de donde Francisco Segovia, mediante la observación y la sensibilidad, extrae los componentes que integran algunos de sus poemas, como por ejemplo en “Polifemo”, donde escribe: El huracán está mirando el mar/ con su ojo quieto/ Mira los rebaños de la espuma/ juntarse y dispersarse/ en el inmenso mar domado. El huracán está mirando el mar…

 

“El poema está puesto en el ojo del huracán. Cuando los barcos pasan la tormenta y llegan al centro hay calma chicha, no se mueve nada, y luego vuelve el desastre. Lo que expreso es que en medio del caos también hay serenidad. En los últimos libros, que en realidad es uno pero consta de tres partes, Partidas, hay varios poemas donde sí hay una tormenta desde el punto de vista de los hombres: ‘El final comenzó hace mucho río arriba’, en ese caso estaba pensando en las inundaciones de Tabasco, en los desastres. No sé si eso sea poético. En realidad poético es cualquier cosa, la poesía habla de lo que nos pasa a los hombres, es testimonial, incluso la violencia aparece en la poesía, no significa que sea poética per se.”

 

El investigador del Diccionario del Español de México, en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México, rechaza que la mirada sea una cualidad o necesidad para el poeta, aunque en sus poemas “Polifemo” o “Vaso” es evidente, precisa que la palabra “mirada” tiene diferentes significados, “como Homero, poeta ciego. Hay un poeta irlandés muy famoso que me impresiona, se llamó Anthony Raftery (su nombre en irlandés es Antoine Ó Raifteiri, 1784-1835, calificado como el último de los bardos errantes, de niño quedó ciego debido a la viruela) habla de la belleza de una mujer, dice que era tan hermosa como sí misma. Me asombra que compare la belleza de una mujer con su propia belleza, pero cuando te enteras de que fue ciego te preguntas en qué consistía. Es la belleza vista por un ciego. Como yo veo tengo muy claro qué es la mirada, pero no bastan los ojos. La mirada debe ser sentido, el poema lo ilumina, el poema es el ojo”.

 

Como lexicógrafo, Francisco Segovia es un artífice y amante de las palabras (estudió Letras Hispánicas en la UNAM), son su materia prima, hay vocablos en sus poemas como “esparadrapo”, y “niebla” que son una constante en sus poemas: “Esparadrapo no es una palabra que use mucho por su significado sino por el sonido, sobre todo en los primeros libros, hay mucho bru, tri, son sonidos que me obsesionan, son esos que expresaban “fronda”, “esparadrapo”, me cautivan las consonantes líquidas: la ere, la ele. Sigo educando mi oído, creo que mi poesía se ha vuelto cada vez más sonora, sin dejar de ser visual, conjunta lo visual y lo sonoro. Es parte del oficio, los sonidos los vas ensayando, aprendes a modularlos”.

 

El libro Aire común es una biografía poética y un recuento de vida. El poeta precisa que “no es una antología, es una reunión de libros que empiezan con uno publicado en 1994, dejé fuera uno de ellos que no me convencía, pero no quería huecos, deseaba continuidad. Desde luego en todos ellos se refleja mi vida pero no hay detrás de los primeros libros una intención narrativa, como sí la hay en los últimos”.

 

Partidas, el último libro, está compuesto de tres volúmenes que conviene leer en orden, porque cuentan una historia, que no es mi vida, es ficción. Me propuse un tema: unos hombres a salto de mata. Al principio yo no sabía si eran cazadores, soldados o guerrilleros, lo que me importaba es que estuvieran perdidos, buscando agua, cazando, pescando. El paisaje del primer libro es seco, muy Juan Rulfo digamos, pero cuando ya estaba embalado escribiendo el libro realicé un viaje a Rusia, siguió emergiendo ese retrato de hombres, pero en un paisaje muy distinto, con árboles invernales y grandes ríos”.

 

En Partidas el autor introduce elementos muy personales de su vida —como su progenitor, Tomás Segovia (escritor, poeta y ensayista español, nacionalizado mexicano)—, agrega: “Eso decidió que ese grupo de hombres estuvieran en el exilio, que hubieran perdido su guerra, que fueran guerrilleros, lo cual me permitía aludir al mundo de mi padre, que fue refugiado de la Guerra Civil española, y hablar del exilio. El primer libro es México, el segundo es el exilio y el tercero es Marte. La historia ocurre en Marte, además hubo una voluntad extra de usar un lenguaje tecnológico que no suele empelarse en la poesía, sí se han hecho muchos experimentos así, pero el vocabulario es lo central. Al final de los libros hay una carta a la mujer a la que el personaje le escribe esos apuntes. Hay poemas eróticos pero básicamente es una reflexión, pues estando en Marte dice: qué diablos estoy haciendo aquí, la tierra es una maravilla”.

 

Francisco Segovia, fundador y colaborador de la revista Fractal y Vuelta, aclara que podría considerarse este último libro sobre Marte como un alegato ecologista, “pero no se trata de eso; desde luego no dejo de pensar que si seguimos tratando al planeta tan mal acabará siendo como Marte, un planeta yerto, muerto, debemos poner más cuidado. Pero los poemas no son de consigna, es un libro político pero no en cuanto a la política sino a lo que nos concierne a los hombres como organización”.

 

En Aire común, que incluye los libros Bosque y Sequía, cada uno de ellos tiene un significado que Segovia describe: “Sequía es un libro de desamor, brutal, incluso es un libro de vampiros, es tan de desamor que podría decirse que tiene como mensaje: ¿verdad que tú también estás muerta mi vida? Yo estaba en una muy mala época de mi vida y pensé que el amor ya no volvería a aparecer, que era cosa juvenil, que se había terminado para mí. Pero me llegó nuevamente el amor”.

 

“Bosque es un libro de poemas de amor, tiene un referente a mi vida personal. La mujer de la que me enamoré, con la que vivo actualmente, vivía en Cuernavaca y yo en el Distrito Federal, y cuando teníamos tiempo nos encontrábamos a mitad de la carretera vieja y nos metíamos al bosque, en los alrededores de Tres Marías. Elegimos una zona que nos gustaba y nos reuníamos en ese lugar. No era raro que citándome con mi mujer en el bosque generara un libro llamado Bosque.”

 

Al hacer un recuento de su trayectoria poética y estilística, Francisco Segovia señala que “una de las cosas que te permite ver la hechura de un libro es qué ha cambiado en tu poesía. Me reconozco en todos los poemas, aunque algunos no me gusten tanto, pero acepto mis manías: los árboles, el aire, la luz, la mirada, el amor, pero también veo las transformaciones, he ido simplificando los poemas, quizá cuando uno es joven incluye en un poema todo lo que se le ocurre, trata de establecer vínculos de cosas que aparentemente no las tienen, eso hace una metáfora. Todos los escritores tenemos centros de gravedad. Esas fijaciones son como el carácter de un poeta, no es algo que decide, son, quizá, taras, algo que define a un escritor, por ejemplo, si tú dices laberinto, inmediatamente piensas en Borges”.

 

“Cuando uno es joven escribe una poesía más compleja, más barroca. La edad pide más simplicidad. Eso no significa que los poemas sencillos sean mejores que los barrocos, pero sí hay en el transcurso del tiempo una actitud hacia la complejidad en lo que escribes que se modifica, para bien o para mal.”

 

Aunque en su poesía están presentes los elementos naturales (fuego, tierra, viento, agua), como una especie de recordatorio que el hombre es parte de la naturaleza que está destruyendo, niega que esté impregnada de misticismo: “Hay algo de eso, pero yo no le llamaría misticismo. El poeta es lo contrario del místico, porque es mundano, le importan las cosas del mundo y habla del orbe, y para ello hace metáforas, pero siempre es inmanente, no hay trascendencia. Se puede experimentar como religioso pero de una religión que no propone un dios trascendente, sino como las religiones primitivas o indígenas, un dios inmanente, un dios es la naturaleza”.

 

Toda historia tiene un principio y un fin. Ésta terminará por la génesis. Francisco Segovia, siendo hijo de escritores destacados, Tomás Segovia e Inés Arredondo, lleva en los genes el amor por la literatura, por la palabra, una especie de destino manifiesto, pero no sabe por qué lo atrapó la poesía, quizá casualmente:

 

“Comencé a escribir poemas como lo hacen la mayoría de los adolescentes, para leérselos a una chica; había escrito antes un par de canciones para cantar con la guitarra. Te puedo contar una anécdota. El primer libro de poemas que recuerdo haber leído por mi gusto fue uno que estaba en mi casa, donde había muchos libros, nunca mis padres nos obligaron a leer, nos dejaron a nuestro aire. Cuando tenía doce o trece años, al pasar por el librero vi un ejemplar: Encarcelada ausencia, no recuerdo el autor, me sorprendió tanto el título que pensé, ¿cómo se puede encarcelar algo que no está? Eso llamó poderosamente mi atención y lo leí, no era bueno pero fue un libro de poesía y descubrir ese mundo donde tiene sentido afirmar que una ausencia está encarcelada, me pareció sorprendente”.

 

Rememora que empezó a leer al margen de la vida familiar, allí estaban los libros “pero yo no hablaba de eso con mis padres, fue tiempo después. Al principio no me atrevía a leerle mis poemas a mi padre, pero una de mis hermanas, la menor de ellas, fue y le dijo a mi padre: ‘Pancho escribe poemas’. Le leyó uno, fue una situación muy embarazosa para mí, pero luego terminamos siendo muy buenos compañeros. De adolescente yo leía muchos poemas con mis cuates, eso desapareció con la edad. Con el único que lo seguí haciendo fue con mi padre, él me leía sus poemas y yo le leía los míos, siempre nos leímos poesía uno al otro hasta el final”.

 

 

FOTO: Aire común es una antología de la obra poética de Francisco Segovia desarrollada entre 1994 y 2011. En la imagen, el poeta durante la entrevista al sur de la Ciudad de México/ Iván Stephens/EL UNIVERSAL.

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