Una flecha de plata

Ago 22 • destacamos, principales, Reflexiones • 2927 Views • No hay comentarios en Una flecha de plata

POR CLAUDIA BERRUETO

 

Poeta y editora, autora de Sesgo (Ediciones sin Nombre, 2015)

 

y ese Blanco Sustento-

La Desesperación-

Emily Dickinson

 

 

¿Existe un paroxismo más profundo, más orgánico que el de la desesperación? pregunta Cioran. La desesperación en la poesía de Francisco Hernández es una constante que se despliega de manera portentosa. A lo largo de sus poemarios sucede lo que Cioran apunta: “Las páginas más inspiradas, aquéllas de las que emana un lirismo absoluto, esas páginas en las que se siente uno abandonado a una exaltación, a una ebriedad total del ser, solo pueden escribirse en un estado de tensión tal que todo regreso al equilibrio resulta tras él ilusorio”.

 

Francisco nos revela la iluminación de sus oscuridades y la violencia de sus luces como pocos, sus versos son lanzados a la yugular de los lectores, quienes turbados ante su lenguaje no pueden evitar cerrar los ojos y desaparecer por momentos. El erotismo en su poesía siempre se manifiesta de una manera brutal por intensa, desfasada por descomunal e inalcanzable, única. Más sobrecogedor que el deseo es la mirada que el poeta extiende sobre éste, en ella dilata su vida. El amor, en cambio, habla condenado a una voz devastada que se mira a sí misma envuelta en llamas. Un hombre de pensamiento oscurecido y corazón abismado nos escribe cartas en cada uno de sus poemas, cartas que esperamos con indecible desasosiego, cartas que guardamos en lo más nítido de nuestras escarpaduras, llanos y desfiladeros emocionales, pues Francisco escribe desde el abismo que ha nacido con él.

 

Se dice que la escritura está ahí donde no está el mundo, desde donde se encuentre el arco tenso de la poética de Hernández consigue siempre que su escritura sea una flecha de plata, delgada y puntual, que durante el vuelo levanta montañas de exasperación, acantilados de perplejidad que suscitan la belleza, de la que Jorge Cuesta dice: “no está en lo que complace sino en lo que fascina”.

 

Existe poesía fundada en uno solo de los versos de Hernández y hay quienes atraviesan ese denso follaje para conversar con su escritura desde la escritura o quienes salen armados a la calle con sus poemas en la boca como si se tratara de una navaja; hay quienes viajan al sueño con las imágenes que pueblan su amplificado silencio, quienes a mitad de la noche resuellan y se levantan a ser acariciados por el taladro de su respiración sobre el papel. Adentrarse en la poesía de Francisco es ser asaltado en pleno duelo por el amor, es hallarse en un jardín de las delicias desplegado para nuestros ojos casi marchitos, es un llanto seco y ardiente, como el que subraya Bonifaz Nuño, una sed que se sacia sólo al cantar en ella misma. Piedras blancas y pulidas por la impaciencia estallan en las páginas de los poemarios de Hernández, regalos como esquirlas para nuestra configuración de la realidad, para la vida que no alcanzamos a poseer del todo; regalos de belleza salvaje e imposible para lo más luminoso de nuestra bravura o para lo más oscuro de nuestra estructura.

 

Cuando Francisco toma café y habla de beisbol, de los animales que lo hechizan, de su nieta Sofía, a quien sólo basta mencionar para verlo resplandecer, de su inquebrantable y hermosa Leticia o de la música que le renueva la entraña, siempre me pregunto si él sabrá todas estas cosas; si sabrá que hay quienes amamos la desesperación sólo por la manera en que él la ha plasmado con esa espléndida musculatura que siempre ha caracterizado a su escritura. “La belleza”, dice Charles Simic, “se trata de lo improbable cobrando repentinamente realidad”, eso sucede al ver estos músculos accionándose para restaurar la hendidura de nuestro lenguaje, de nuestra memoria.

 

Walter Benjamin dibujó un diagrama de su vida, algo muy similar a un laberinto en el que cada relación importante era representada como una entrada, si yo hiciera el diagrama de mi vida con la poesía, cada libro de Francisco representaría una entrada rutilante al extravío, pues su manera insólita de decir las cosas siempre ha agregado más realidad a mi realidad, más inmensidad a cada derrota de la voluntad.

 

FOTO: Francisco Hernández es autor de los libros de poesía Cuerpo disperso, Moneda de tres caras y Mal de Graves, entre otros. En la imagen, el poeta en su casa de la Ciudad de México/Ariel Ojeda/EL UNIVERSAL.

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