El intelecto y la emoción
POR EPIGMENIO LEÓN
La filosofía arropa una disciplina que ha acompañado al ser humano desde que tuvo uso de razón: la ontología. Preguntarse el porqué con toda la serie de interrogantes que buscan incisivamente saber sobre lo que somos es tan humano como el instinto, las emociones y las necesidades que compartimos con todos. Octavio Paz señaló que la filosofía dedica libros enteros, de manera infructuosa, a dilucidar tales preocupaciones por medio de conceptos. La poesía no lo hace de ese modo aunque también se enfrenta curiosamente a tales planteamientos. Por lo menos es éste el escenario del libro Cicatriz del canto (2014), del poeta Diego José.
El autor va más allá de preguntarse por qué escribe o cuál es el sentido de la poesía. Sus poemas giran en torno a la palabra. Es un acto intelectual del que no logra evadirse pero que le resulta necesario para, como todo un filósofo, responderse a sí mismo y seguir escribiendo. ¿Cómo llega Diego José a esto? Un repaso por sus libros anteriores permite no sólo conocer el panorama de su poesía, también la evolución de sus preocupaciones.
En Cantos para esparcir la semilla (2001), su primer libro, hay una enorme sensibilidad que apuesta al amor hacia el mundo y el placer carnal. La belleza existe en la cotidianeidad y su entorno. Sí, existe un dejo de panteísmo al prodigar amor a todo lo existente; sin embargo, hay también una parte dedicada a una concupiscencia bien lograda que no responde a cuestiones morales sino a saciar la hermosura del gozo. Caso contrario es el de Volverás al odio (2003), su siguiente poemario, ya que, si bien es cierto que existe en sus páginas un sentimiento cristiano de humildad y arrepentimiento —otro de los tópicos de Diego José—, el libro está lleno de violencia en la que, efectivamente, el odio es el móvil. Descripciones hacia el otro lado del rostro humano, o, en otros términos, al otro lado del rostro del amor. Habiendo superado esto, en Oficios de la transparencia (2007) Diego José habla de un hombre ordinario que se enfrenta consigo mismo, con lo que es, con lo próximo, lo cercano. Y en este andar se topa con la poesía y la escritura. El trabajo de quien escribe y sobre lo que escribe, cómo lo hace y por qué.
Preguntarse sobre el origen es inherente a todo ser pensante. Y quizá esta es la razón más lógica bajo la que se escribe Cicatriz del canto. Hay una travesía en la palabra que se recorre a lo largo del poemario, a través de ocho momentos. Una palabra que, más allá de conceptos, comienza también por lo que no está significando, es decir, en las ausencias del mismo significado. No hay en el libro un estudio de lingüística sino, desde la perspectiva poética, el mismo halo de resplandor de la figura literaria.
“El intelecto enmudece cuando la emoción canta”. Este verso es de vital importancia, ya que a pesar de los momentos de petrificación que se plantean a lo largo del libro —imagen originada en la figura de la palabra roca—, se deja claro que la palabra como contenedora de significado tiene dos desembocaduras: razón y emoción. La solidificación obedece no sólo al pasmo y los silencios (porque el silencio también es una forma de la que se vale la palabra) sino también a la forma críptica que en el fondo tiene en sí misma la palabra. Esa palabra se desgarra, se abre, se muestra, se conoce y, por paradójico que parezca, se desconoce también. El mundo se halla a la deriva si esta no logra validarse o si, como se señala en los tiempos posmodernos, se pierde de todo valor y por ello de todo sentido. Esta preocupación, moderna también, de hallar un por qué (con todo y las preguntas que deriven), es condena, persecución, frustración y sentir. Preocupación que se percibe en el verso “las cosas están en su sitio”, aparecido en Cantos para esparcir la semilla —y que le otorga el nombre al volumen que reúne los tres primeros libros del autor—, que retorna, ya con el tamiz que tres libros y trece años de escribir poesía, en Cicatriz del canto:
mientras las cosas
van ocupando
el siniestro lugar que les corresponde.
Un lugar que parecería el que siempre han tenido (un significado inmutable) pero que no es el que les corresponde. Las palabras son sólo la representación (ontológica) y la única referencia que de sí misma tienen.
rasga la hendidura
por donde se precipitan las cosas
sujetas a sus nombres
Es así que, al ser esta una preocupación que acerca a la nada al autor —que va más allá de la orilla de la palabra—, se lastima, se hiere, se petrifica. Y pese a su augurio de quedar encerrado en tal dilema, la solución la plantea del lado de la emoción. Desde el principio de su escritura el autor ha jugado con esa posibilidad y lo hace para reafirmarse. Diego José ha optado por el canto (“El intelecto enmudece cuando la emoción canta”). La última parte del libro es la respuesta que encuentra frente a la nada, frente a esa herida que ha cerrado. Por eso sólo queda la “Restauración”, momento en el que se vuelve a lo que era, al “sitio de las cosas”, pero con un viaje que ha volcado a las palabras, a su escritura, a él mismo.
Cicatriz del canto es un libro de poemas que, al preguntar el porqué de la palabra, se interrogan a sí mismos, y de igual modo cuestionan la labor del poeta. Diego José se ha hecho tales preguntas y ha optado por hablar por medio del canto, no de la nada.
Diego José, Cicatriz del canto, Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo, Pachuca, 2014.
FOTO: Cicatriz del canto es el quinto libro de poesía de Diego José, quien ha recibido entre otros reconocimientos el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 2002 y el XIII Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 2006/Especial.