Sinatra: todo o nada

Dic 12 • destacamos, principales, Reflexiones • 3745 Views • No hay comentarios en Sinatra: todo o nada

POR MAURICIO GONZÁLEZ LARA

 

Ayer 12 de diciembre se cumplieron 100 años del nacimiento de Frank Sinatra, considerado por muchos, incluido el que esto escribe, como el intérprete más grande en la historia de la música popular desde a que a ésta se le conoce como “pop”. Para el admirador casual, el aniversario se antoja agridulce: el verdadero “rey del pop” –perdón, Michael– nació hace apenas un siglo, y en apariencia, el mundo lo ha olvidado.

 

Más allá del previsible concierto conmemorativo en Las Vegas con figuras de nivel variopinto (Lady Gaga, Tony Benett, ¡Juanes!), un extraño disco homenaje de Bob Dylan y las menciones de rigor en los noticiarios, no parece haber nada que indique que Sinatra continúa vigente, por lo menos para las personas menores de treinta años, quienes lo identifican como el viejo gordo que a mediados de los noventa aparecía en MTV cantando I’ve Got You Under my Skin, junto a Bono, el vocalista de U2. Bajo la óptica de los millennials, ni siquiera forma parte de la banda sonora de sus padres, sino, acaso, de la música que sirvió para ambientar las bodas de oro de sus abuelos.

 

Visto con atención, el panorama es otro. De los fallidos intentos de George Clooney por erigirse como el CEO de Hollywood con su propio “Rat Pack”, a la edulcoración crooner de Sam Smith en su hit más reciente (Writings on the Wall), pasando por el fusil vulgar de fantoches como Michael Bublé, el manejo de Nueva York como una zona mágica (Jay Z y su Empire State of Mind), la revaloración de la balada como epopeya íntima (central en trovadores tan disímiles como Adele y Benjamin Clementine), o incluso el swing que aparece sorpresivamente en Blackstar, la nueva y oscurísima nueva canción de David Bowie, entre  otros ejemplos, lo cierto es que, aunque el grueso de la gente lo ignore, tanto iconográfica como musicalmente, Sinatra está más vigente que nunca.

 

¿Cómo no podría estarlo? “La Voz”, como fue bautizado por la prensa del siglo pasado, redefinió los alcances de lo que implicaba ser un “ídolo”. El mito del sueño americano se basa en la idea del self-made man, del hombre que sale adelante gracias a su trabajo y esfuerzo constante. Sinatra, en cambio, era un self-made king, un personaje que escapó de los barrios de Hoboken, New Jersey, para transformarse en la estrella de un imperio. Su trayectoria se asemeja más a la de un gánster cool que a la de una figura del espectáculo, si bien la forma en la que equilibró ambos mundos explica su carisma: emanado de las cañerías de Estados Unidos, sin preparación académica, alcanzó el éxito temprano en 1939 como cantante en la orquesta de Harry Arden, lo que le permitió salir en radio y catapultarse como galán juvenil, para luego atravesar una crisis donde casi pierde la vida y, finalmente, renacer como buque indestructible a principios de los sesenta.

 

Sinatra era la encarnación del hombre emancipado de la posguerra, la única celebridad en Occidente que podía hacer lo que deseaba cuando quería porque contaba con el dinero, la energía y una mente sin culpas ni remordimientos. En una época en la que comenzaban a dibujarse las protestas de cambio que definirían el tercio final del siglo XX, Frank era un fenómeno que estaba más allá del momento cultural, un dios que había experimentado múltiples triunfos y derrotas: una niñez atribulada por la falta de dinero y expectativas, el estrellato efímero, un primer matrimonio sacrificable (Nancy), una intensa fase viciosa, penumbra económica, el regreso espectacular, diversos amoríos con mujeres de ensueño –Lauren Bacall, Mia Farrow, y el más épico de todos, Ava Gardner– y la consolidación como personalidad global.

 

Sinatra formó su propia compañía discográfica, lanzó diversas empresas, le ayudo a John F. Kennedy a ganar la presidencia mediante una sofisticada operación de acarreo ejecutada por el crimen organizado (la mafia adoraba a Frank), fue actor de primer nivel en Hollywood y, por lo menos en el imaginario colectivo, demostró que la única manera de conservar a una mujer era dejándola ir. Como bien señala Gay Talese, autor del célebre texto de periodismo narrativo Frank Sinatra Has a Cold, Sinatra lo tuvo todo: el afecto de Nancy, Ava y Mia (cada una de ellas, producto de una generación distinta), la adoración de sus hijos, la independencia de un soltero, la vitalidad de un joven, pero en especial el poder de hacer sentir más jóvenes a los viejos, quienes, al verlo, pensaban que se podía ser relevante y contemporáneo pasados los 50 años, una creencia francamente subversiva a mediados de los sesenta.

 

Por encima de su propia leyenda, Sinatra era un artista. No compuso ninguno de sus éxitos, sin embargo, los dotó de una intención y hondura que escapa al resto de sus contemporáneos. La inflexión, el fraseo, la libertad jazzística, el control conceptual de sus discos clave y la delirante habilidad para ser festivo, elegante y desoladoramente trágico a un solo tiempo lo define como el cantante romántico definitivo a 17 años de su muerte.

 

Además de escuchar su música, quizá la mejor forma de celebrar al llamado Chairman of the Board sea con Sinatra: All or Nothing or Nothing at All, el documental de Alex Gibney estrenado hace algunos meses y disponible ya en Netflix. Durante cuatro horas, Gibney expone con agilidad a Frank como un hombre lleno de contradicciones, a la vez que festeja la grandiosidad de un mito que no creía en las medias tintas. ¡Felicidades, Frank!

 

 

*FOTO: Protagonista de una biografía turbulenta y llena de contrastes, Frank Sinatra destacaba no sólo por sus interpretaciones, también por sus arranques de genio y por sus polémicas amistades/Especial.

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